domingo, 8 de enero de 2017

Van morrison - Moondance - A María





          Hace unos cinco años que conocí a María. No sabría decir cómo es María, dejando a un lado la poesía, pero no puedo ocultar que me gusta la forma en que habla y el punto de vista original y valioso que tiene de aprehender la nostalgia de su tierra y regalarnos su sal y sus contradicciones; es muy difícil encontrar un poema sin mérito de su mano y eso es algo que entraña una dificultad enorme, incluso los grandes poetas consagrados se dan un respiro, y algunos más que eso. Es verdad que es parca en ofrecernos las muestras de su talento; en todos estos años puede que no haya leído de ella más de treinta poemas.

         Recuerdo que a los pocos meses de conocerla se me ocurrió ir a Vitoria con mi hermano pequeño y sus amigos, los artistas del Polígono, para ver a Van Morrison en el festival de jazz. Ella con su gracia gaditana, la echo tanto de menos, me dijo que no se me ocurriera pasar por allí y no desviarme hacia Zaragoza. El viaje a Vitoria se lo llevó el viento pero no pude olvidar su gentil ofrecimiento. La generosidad de María hace que no se cuide incluso de tipos como yo. Es una de esas personas que hacen que fluya lo mejor de los demás. Reproduzco un fragmento de una de las cartas abiertas que le escribí.

           Un día cualquiera me levanté y pensé que lo que decía era valioso para los otros, que el hombre de la calle podía ser conmovido por el poder taumatúrgico de la poesía, que había que ponerle las cosas delante de los ojos para que, al fin, pudiera verlas. Tenía deseos de hablar, de necesitar a los demás porque pensé que los demás me necesitaban, y aquí llega la realidad con la que me encuentro, el imperativo categórico que me había impuesto se difumina; Nadie me necesita y no puedo contar con la ayuda de aquellos a quienes creo necesitar, es el rasgo más cruel de esta modernidad alienante que nos arrastra a perder nuestra identidad, a no mirar, siquiera de soslayo, el legado de Platón; la soledad como única fuerza creadora, sabiendo de la fragilidad desorientadora del aislamiento de las islas. Los poetas no me consideran uno de los suyos y lo he asimilado hasta el punto de que he acabado por no sentirme uno de ellos.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.