Creo que no conozco a fondo nada, Beatriz, simplemente creí que en la vida había un sitio para la poesía. Sé que habría que hablar de Robert Frost y de Allen Ginsberg, sé que los amigos deben seguir siendo de oro, que los poetas dormirán sin sueño en la calle que no tiene nombre ni esquinas y que las madres tendrán honores funerarios aunque no hayan muerto, pero a mí me seduce este Bob Dylan que se siente dolido por esa juventud que le ha robado el éxito y que flirtea con el amor más allá de unas medias y de un perfume, ese tal Lou Reed que adora la perdición con un hedonismo descontrolado y el poder taumatúrgico de unos versos sin alma que no se borran de los muros ni del humo de las fábricas y Leonard Cohen, ese poeta embutido en un traje desgastado que miraba al infinito mientras yo lo miraba, que no cantó ni una sola de las canciones que yo había anotado en un blog de la estación de metro. No fue porque me tuviera en cuenta, ni porque me mordiera la pluma que tuve en otro tiempo en un tren para no faltar a aquella cita. Por suerte, todos los hombres somos iguales. Pero solo tenemos a un Leonard Cohen para que nos susurre el oropel de las miserias que nos muestra el declive de una civilización que no escucha la voz de los poetas.
(Conversaciones con Beatriz)
6 de marzo de 2016.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.