Sin embargo no hago daño a nadie
al no escuchar el clarín que suena.
De vez en cuando en la vida hay que hacer concesiones. No es, ni mucho menos, la canción de Brassens que más me guste, pero estoy casi seguro de que, aquí en España, es la que más se conoce y se asocia con su autor, Paco Ibáñez tiene mucha culpa de ello por la magnífica versión que cantó en el Olympia y que incluiría años más tardes en un disco antológico dedicado por entero a la obra del cantante de Sète. De todas formas me sirve para recordar la admiración, casi enfermiza; robar no es malo si es para comer, que sentía el mejor poeta francés del siglo pasado por el irreverente, fatalista, impetuoso, arrogante, es decir, poeta, François Villon. Era algo así como un Arcipreste de Hita pero que excedía con mucho los límites de la picaresca.
Brassens hace en esta canción una declaración de principios siguiendo su ideario ácrata y libertario. Su proverbial ternura no resta una costura al hilo de sus reivindicaciones y sus posicionamientos.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.