A veces el amor a una madre o a una tierra provoca que
la reacción negativa y descontrolada ante sus defectos pueda hacer pensar en
desamor cuando no hay más que un desencanto que solo puede sentirse por aquello
que verdaderamente se ama. Por eso hay momentos, entre reproches y críticas
resentidas, en los que solo tiene cabida una declaración de amor apasionada.
Quand les
fils de Novembre nous reviennent en Mai,
Quand la
plaine est fumante et tremble sous Juillet...
Cuando
vuelven en mayo los hijos de noviembre,
cuando el
llano humea y tiembla bajo julio.
Topofilia y topofobia son términos acuñados por la geografía humana que
designan el amor y el odio que un individuo puede sentir hacia una tierra, son
unos sentimientos que adquieren tintes dramáticos cuando un individuo los
experimenta a la vez hacia su propia tierra siendo acorralado por la devoción o
por el desprecio, dependiendo del momento y se crea un conflicto personal que
solo puede resolverse a base de talento cuando coexisten ambas tendencias y se
reúnen la misma tarde con el aroma del café entre dulce y amargo.
El
cantante franco-belga Jacques Brel tuvo mucho de eso con grandes
equivocaciones; llamaba, en ocasiones, "flamingand" a cualquier
flamenco, cuando era un término que definía a los colaboracionistas de Flandes durante
la II Guerra Mundial. Brel se cubría, no demasiado, las espaldas afirmando que
él era flamenco aunque no hablara y apenas entendiera la lengua de sus
mayores.
Hijo del
dueño de una fábrica de cartones construida por su participación en el expolio
del Congo, dijo en "L'enfance" que su padre era allí un buscador de
oro y tuvo la mala suerte de encontrarlo y con él el aburrimiento[1], con un acusado sentido
metafórico hurgando en la paradoja. Hasta la adolescencia era un buen chico
católico que aprendería a interpretar y a tocar la guitarra con un grupito de
esa inspiración religiosa que los fines de semana entretenían a ancianos y
enfermos.
Pienso que como poeta en lengua francesa
del siglo XX solo le supera Georges Brassens, pero, aunque cueste creerlo,
supera al entrañable cantante de Sête en eclecticismo musical, Georges lo era y
mucho a pesar de la aparente monotonía provocada por el elemental
acompañamiento con que solía interpretar sus canciones, y lo arrolla, como a
cualquier otro, en su presencia en escena, apoyado en un histrionismo sentido y
coordinado por sus años de aprendizaje[2] y su obsesión por el
ensayo. Nadie ha cantado en directo como Brel, lo habitual era que igualara, e
incluso superara, la perfección del estudio a lo que añadía las
vibraciones que irradian los focos en un concierto irrepetible como solía ser
la norma.
Nadie
atacó al país llano con la pasión que lo hizo Brel en numerosas canciones y
nadie lo amó con la profundidad irreflexiva en unas pocas. “El país llano” es
una de las grandes canciones de Brel, al escucharla sentimos que nos
transportamos al Norte, que el mar penetra lentamente en nuestra piel y que
podemos tocar con los ojos las agujas de sus catedrales. Al final, por nuestro amor al
vuelo, pensamos en esos pájaros que vuelven en la primavera tardía de aquellas
tierras oscuras con las que el sol es tan poco generoso que resulta difícil
creer que tuviera entre sus hijos a un poeta cuya boca era todo corazón, cuyo
pecho se abría como una flor que no conoce la primavera y gime en cada palabra
por su ausencia.
[1] Lo que en realidad dijo Brel es que
su padre buscaba oro y lo que encontró fue el aburrimiento.
[2] Ante la falta de éxito, Brel,
acordándose de su adolescencia, pensó que éste podría llegar si dramatizaba sus
canciones. Era el año 1954, el elegido para darle clases fue Philippe Clay, un
vividor exquisito que no vio con buenos ojos enseñar a un belga al que, además,
consideraba desagradecido, finalmente accedió, más que nada por curiosidad, y
participó en la creación del monstruo de escena que arrastraría al público con
su carisma y su apasionamiento, aunque no debemos olvidar que simultáneamente
el cantante entraba de lleno en su madurez creativa.
20 de agosto de 2016
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.