viernes, 6 de enero de 2017

La chispa adecuada.


                                 Me perderé en una noche sin salida.
                                                                 (Mares lejanos)
      
        No me sentía así de bien desde hacía años, el grupo me tenía en un punto de inspiración desordenado, Laura, al fin se escucharían mis canciones y no se te ocurría otra cosa que levantarme un dique en el que se estrellara mi mediocridad asumida de madurito falto de cariño. Algo me estaba pasando que se rebelaba contra ti, contra tu propensión a tildarme de payaso patético y narcisista. 

    Cada vez que llegaban las seis de la tarde me preparaba para lidiar con la extraña personalidad de Juanito, me trataba como si fuera un sacerdote, solo le hacía falta decir amén al cerrar cualquier cosa que le dijera para, sin querer, hacer lo que le viniera en gana. Yo quería llevarlo todo al punto de la discusión, pero llegaba molido por tu desprecio, ese payaso al que antes hice mención me desgarraba las venas y mi mente se quedaba en blanco, ni siquiera sabía hablar en prosa. ¿Recuerdas que llevabas años sin leer una sola línea de lo que yo había estado escribiendo? Tú, mi conquistadora, sin poder memorizar los versos que yo no había escrito. Sin que lo supieras preferías perderme a darme la razón en mis ansias de querer sacar unas canciones, era lo que más amaba, lo que más sigo amando, pero no tanto como a ti, incluso cuando me arrojabas a la arena de un circo que no era el mío, en el que se encaramaban las fieras de esta ciudad, la tuya y la mía, con unas entrañas inflexibles, sin otra aspiración que obtener algún cuidado de que su mediocridad quedara al descubierto.

     ¿Qué hubiera ganado renunciando a esa actividad frenética como querías que hiciera por ti? Posiblemente me hubieras aborrecido y me lo habría merecido; hemos de sacar lo que llevamos dentro y emana de nuestro corazón y añora temple, pero tú sabes que eso nunca estuvo conmigo, me lanzo a la idea del momento como si fuese necesario: El artista siempre está en una lucha despiadada contra el mundo y ya dijo Kafka que al final estamos de su lado, le perdonamos la vida y nos acaba comiendo a pesar de nuestra calidad celebrada de indigestos.

       Fueron meses terribles pero fecundos por los últimos días antes del concierto; llevábamos muchas semanas y aquello no arrancaba, todo lo que había era una gran canción, Frías siluetas, cuyo autor se les iba yendo de la memoria, no sabían ya con certeza de quién era o quién había aportado algo a ella, se hablaba de un tal Diego pero con mareas de duda e indefinición. Era todo el bagaje junto a una desafortunada toma de un poema mío de hacía un montón de años que llevaba La Cutrebán, como yo solía llamar a la formación con el disgusto más que aparente de sus miembros, habían caído en la trampa de la supuesta dignidad y no querían dar ninguna pista de su origen de barrio marinero. Otro debate era si yo pertenecía o no al grupo, yo lo veía claro y era un no rotundo; no cantaba, no tocaba instrumento alguno, pero casi todos sus miembros deseaban que lo fuera, apreciaban mucho tener en exclusiva a un buen letrista. Mi hermano Manolo, con su batería prestada o comprada de segunda mano, se molestó cuando le propuse al líder del grupo que ensayaba en el garaje de al lado pasarle alguna canción, creo que lo hice, a pesar de ello, y no hizo apenas nada con ello, no hace mucho supe que llevaba años muerto, el cáncer lo visitó de una forma arrolladora a una edad muy temprana, me sentí un poco solo; no había tenido una gran relación con él, pero se me iban los compañeros de generación sin darme cuenta, sin dejar de pensar que una de sus tumbas podría haber sido la mía.

       En siete días llegamos a las once o doce canciones, era increíble la facilidad con la que empecé a provocar el talento anárquico del impredecible Juanito, cada letra me era devuelta al otro día convertida en acordes y malabarismos dado que era un músico hecho por sí mismo, zurdo cerrado que había aprendido a tocar como diestro ya que no podía permitirse la carestía de las guitarras destinadas a la gente como él, bromeando yo decía que hubiera sacado música de un listín telefónico. Me sentí ilusionado y orgulloso de mí mismo porque en "La canción" colaboré con él en la parte de la música, pasé una vergüenza enorme mientras se la cantaba como yo la veía, pero captó muy bien la idea; La muerte volverá a tenerme en sus brazos / y no podré callarme para que me comprendas... Ya sabes que yo hubiera sido siempre de Fassbinder y sin tener que recurrir a las anfetaminas.

       Sabes que todo acabaría en un fracaso estrepitoso, pero había logrado de una forma un tanto extraña, pertenecer a aquellos que se desenvolvían con la música y la letra y Juanito callaba las bocas de aquellos que sabían solfeo y buscaban días y días la nota adecuada cuando él encontraba siempre lo que buscaba con unos conocimientos elementales, sin saberlo tenía el espíritu del rock’n’roll; Holly, Lennon, Richards.

      Los organizadores consintieron impasibles y puede que con agrado al escarnio público de los heavies, que ensordecieron durante la actuación de “La Cutrebán” el antiguo cine Cervantes, que no dieron la menor oportunidad de que demostraran que existían. Era una gala benéfica para recaudar fondos para un niño que tenía cáncer, pero la competición estaba abierta, ellos tenían más conocidos que nadie y, además, su coeficiente intelectual no parecía entender el significado de la palabra respeto; a esos padres, a ese niño, a esos compañeros de fatiga que se movían en su propia indiferencia en una ciudad donde no gusta la música.

      Tras la actuación, a la que nadie quiso hacer caso alguno, bueno se comentó con sorna el look de Juanito de un country rancio y llamativo, convrertía en discreto el de Hank Williams, vino la desbandada. Solo y sin ti, recorrí el lado sórdido de una ciudad que tenía en sus ligas y en sus medias un perfil prostibulario, políticos flirteando con el alcohol y la cocaína, muchachas jóvenes vendiéndose amigablemente para recoger un poco del polvo esparcido por el viento.

       Me preguntas por Georgia y yo te pido que te alejes de la tierra de promisión y le pongas un rostro de mujer, el tuyo, por ejemplo. Al final acabaría colgado por la elegancia de tu gesto de la amante que sufría el abandono, yo no supe llorar cuando llorabas. Ni tú ni yo supimos nunca demasiado acerca de eso que llaman vida y que nos roba durante demasiado tiempo la sonrisa. Sigo queriéndote pero me ahogo en tus orillas, sufro por quererte y no sé cómo dejar de hacerlo. Esa muchacha de la que sentías, con toda la razón de tu parte, unos celos hirientes y destructivos acabó siendo un fiasco de los grandes, huyó, como cualquiera haría, de un loco que ha roto las cadenas y tiene que volver a aprender a hablar. En pocos días se me representó en aquella muerte de oficina su pragmatismo usurero, la vulgaridad de sus aspiraciones.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.