martes, 3 de enero de 2017

Marlene Dietrich - Lili Marleen



       Sé que no podré llegar por mucho que lo intente y, sin embargo, no hago más que intentarlo. Si fuera Bertolt Brecht diría, sin ironías ni resentimiento, qué esto me enseñaron; apenas hay diferencia entre las buenas y las malas costumbres, lo que singulariza su encanto o su condena es la intención con la que se despliegan. 
  
         Esta canción, mítica incluso para quienes no la conocen, se cantaba entre los alemanes que se plegaron al nazismo sepultados por la vorágine de la exaltación del nacionalismo y los evidentes logros económicos y también a los oxidados militares prusianos que creían en la gloria, el honor y forjaban cruces de hierro, por un lado y por el otro a los resistentes abandonados en la desesperación y el miedo, para insuflarse ánimos en cada encuentro con la muerte. El ministro de Propaganda alemán, Joseph Goebbels acabó prohibiéndola pero no pudo impedir que incluso en su propio bando se escuchara, pocas cosas hay más subversivas para los que alimentan una leyenda siniestra sustentada en el odio, el culto purificador de la violencia y una perversa discriminación hacia todo aquel que es diferente que el ansia de amor universal.

         Quizás no importe demasiado, en estos días que los héroes homéricos han sido olvidados y al fuego permanente de su memoria muerta oponemos el fulgor de un momento de los bellos monstruos asustados, decir que Marlene Dietrich pertenecía a la estirpe de los artistas únicos que no admiten comparación ni medida. Tenía un pacto con los hados de la pantalla, algunas presencias suyas en películas no excedían sino un puñado de minutos y eso bastaba para engrandecer una historia e impregnarla con el halo mistérico de la clase, ese algo al que nos cuesta trabajo hallarle una definión, parecía que firmara los espejos como aquel pintor que se rebelaba contra el olvido. También será recordada por aquellos que saben distinguir un momento único simplemente porque cantó como nadie, no fue la primera, Lili Marleen que sobrevivió como un monumento melancólico en la memoria colectiva de un desastre. 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.