Hace apenas unos días descubrí con cierta sorpresa que
"La canción de los viejos amantes" no se la inspiró a Brel una experiencia
propia, podría amoldarse perfectamente a su vida, sobre todo en los últimos
años cuando luchaba por cumplir sus sueños y sentía la presencia de la muerte,
sino la de sus padres. El dueño o gerente de una fábrica de cartones llevaba
una doble vida con amantes ocasionales que acabó ante sus hijos empañando su
imagen de marido y padre intachable, una amante fija acabaría provocando que su
esposa, bastante más joven que él y, por lo tanto, más llena de vida, acabara
engañándole también, guiada probablemente por la frustración y el abandono.
No hubo ruptura quizás por la confesión católica de los
amantes o porque estaban amoldados el uno al otro en su estilo de vida pequeño
burgués y no supieron cómo dejarse.
Esta revelación no ha sido un obstáculo para que siga
pensando que esta canción es el más hermoso testimonio de amor que dejó Brel,
realista y lleno de trampas habituales, amargo y tierno a la vez, empapado por
el peso de los años y por las veces en que el sueño de un amor romántico
traspasó el umbral de los deseos incumplidos. Pero... mi amor, mi dulce,
tierno, maravilloso amor, del alba clara hasta morir el sol te amo aún, tú
sabes que te amo.
tu viendras toujours du côté où le soleil se lève.
Ahora andarás perdida entre mis sueños y asomarás por donde asoma el blanco sol de enero.
(Traducción de la versión española)
Francis Cabrel apenas coincidió con los monstruos sagrados de "La Chanson" y se parecía muy poco a ellos, su Provenza le proporcionó una inspiración a la que siempre ha sido fiel. En vez de pretender ser un chansonnier al uso y adaptarse a la bohemia urbana se enfundó la aureola de trovador de siempre y durante los primeros momentos de su carrera disfrutó de un éxito inesperado con deliciosas baladas de amor que aún suenan en nuestro oído. Ahora que lo nuestro terminó, qué loca tú, qué loco yo, qué tristes al final. Soñamos con Venecia y la libertad´, con la escapada de Alfred de Musset y George Sand en la mente. ¿Puede haber un delirio de amor más romántico? Sencillo y discreto, no se ha distinguido por una copiosa producción pero ha mantenido el corazón de sus fieles a los que les entregó el talante definido de un hombre comprometido con los grandes problemas de nuestro tiempo, desde su rincón supo desgranar y ofrecer su opinión sobre asuntos que nos inquietan a todos con valentía y con sinceridad.
Marilyn será siempre una rubia sensual y atractiva, poco menos que estúpida, sin que, casi nadie, se pase por sus escritos que testimonian una sensibilidad especial para la poesía y las anotaciones, sin que se eche cuenta a su compulsión por la lectura para superar las carencias culturales de su niñez que no fue una fábula de fuentes, para estar a la altura de sus amigos del teatro del Método, y una tendencia obsesiva con el sentido de la vida que la llevó a reflexiones profundas e intrincadas sobre la soledad y la muerte.
Rubber Soul no es el mejor disco de los Beatles,
pero puede que sea el más importante, el que fracturó definitivamente
en dos su carrera. Determinó un eclecticismo inagotable, un hambre evolutiva
insaciable y la retirada de los chicos de Liverpool de los escenarios, ya
podían crear sin más agobios que los que ellos mismos se impusieran.
No hay disco de los Beatles al que me sienta más
unido que a Rubber Soul, recuerdo la fecha, es un día señalado en mi ciudad, y
la playa, iba con mi amigo de entonces y dos chicas que no tenían mucho en
común excepto el nombre y el radiocassette en el que reprodujimos la cinta que
nos dejaron; África, una leía a Poe, la otra las portadas de las revistas.
Aquel 13 de junio de 1976 escuché por primera vez algunas canciones que siempre
me han acompañado. McCartney estaba brillante, excelso en la recreación de
música clásica de "Michelle", se ensañaba en una parodia irreverente
sobre los delirios de grandeza que dice mucho más de lo que parece en
"Drive my car" y mostraba la profundidad de su talento y enviaba un
regalo envenenado a los Byrds en la injustamente olvidada "I'm looking
through you" (Te estoy calando).
Pero
Lennon estaba genial, ya conocía sus dos mejores canciones de este disco, no
puedo precisar cómo llegaron hasta mí. Pienso como entonces; In my life y
Nowhere man (Hombre de ningún lugar) están entre las mejores canciones que
Lennon compusiera, se convertía de repente en un adulto con la cabeza muy mal
amueblada, no tenía la madurez y el control de sí mismo de McCartney, y se
reprochaba su indeterminación, su falta de implicación con los problemas de los
demás, su alienación como hombre de este tiempo que no es de nadie y sigue
siendo el nuestro, su falta de personalidad para adoptar un punto de vista.
John reconoció que, a pesar de hablar en tercera persona, se refería a sí mismo
y la canción era el fruto de un duro examen de conciencia y un estado
depresivo. In my life es simplemente un canto de amor a Liverpool y una
confesión de entrega al recuerdo imborrable de su primera novia, es como
una rosa que no se debe tocar.
La
otra joya es Girl, con una letra fantástica dentro de un concierto no demasiado
afortunado en la música juvenil acomplejada por el fulgor de Dylan que
publicaba en aquellos días sus obras capitales, aunque para algunos, entre
ellos los Beatles, supuso un acicate y les llevó con éxito a proponer
situaciones complejas. Con sus aires mediterráneos, con su aspiración, y su
melancolía, aquel 13 de junio escuché Girl por primera vez, y aún me acuerdo de
ella muchas tardes. No podemos dejar de lado para terminar la fantástica y
melancólica "Norwegian wood" en la que Lennon se enfunda el traje de
perdedor en una historia de amor frustrada con una chica responsable que
distinguía entre la diversión y las obligaciones aunque le había dejado dormir en
su casa, canción que abre el disco y en la que Harrison experimenta
magistralmente con el sitar además de hacer dos interesantes aportaciones.
El quinto disco de los Beatles, "Help!", tiene canciones inmortales, y no está exento de experimentación, pero fue consumido por las prisas; canciones intrascendentes, irregularidad conceptual, vuelta a las versiones para darle una oportunidad a Ringo de que asomara la cabeza. Pero qué podemos decir de un disco que tiene la canción que le da título en la que John expresa abiertamente su angustia y en la que admite sin reparos que no tiene nada que ver con el joven triunfador que parecía, Ticket to Ride (hay quien dice, quizás exagerando, que contiene las primeras manifestaciones del hard rock), You got to hide your love away (Tienes que esconder tu amor), la única canción dylaniana que tendría una réplica del maestro, en su antológico "Blonde on blonde" precisamente y "I need you" la primera aportación verdaderamente valiosa de George, y Yesterday... Yesterday es probablemente la canción que más se ha cantado en la música popular y, sin duda, la que más veces ha sido versionada, unas 3200 veces se contabilizan hasta ahora. Paul ha explicado muchas veces como surgió, que primero tuvo la melodía que le vino durante un sueño y la tocó al despertar para evitar que se le olvidara, que le costó un par de meses convencerse de que no estuviera registrada ya dada su prístina sencillez, que fue muy laborioso encontrarle una buena letra siendo un objetivo propicio para la ironía de John durante meses en los que se referían a ella con el espantoso título de "Huevos revueltos". También ha hablado de las dudas que hubo para incorporarla al repertorio del grupo porque rompía con el tipo de música que estaban haciendo y los problemas con George Martin para grabarla acompañada solo de su guitarra y un cuarteto de cuerdas. La grabación que podemos disfrutar nos muestra a Paul sin sus compañeros en el escenario. Un documento histórico que nos trae el recuerdo indeleble de una de las grandes canciones de nuestras vidas.
Esta soberbia canción de Paul pasa por ser, para algunos críticos, la gota que colmó el vaso, la que inundó para siempre al mejor grupo de la historia. McCartney, enfrentado a todos, por problemas burocráticos,de producción y cada vez más centrado en su papel de líder, nunca vio bien la orquestada y acaramelada versión del largo y tortuoso camino que se publicó en el álbum "Let it be", ya que no soportaba los arreglos que el productor más famoso de la historia, Phil Spector, había introducido con el consentimiento de sus compañeros sin consultarle al respecto. Por esta vez llevaba razón, cualquier toma anterior, esta no es la mejor y también está lejos de la que apareció en el Anthology 3, es superior, mantiene a tono la emoción de una obra maestra que reclama un tono intimista y pierde encanto de canción intemporal con el exceso de orquestación. Es una canción situada en la tradición de los grandes amores perdidos que se ha interpretado como una metáfora de la separación de los Beatles.
Cada uno coge el tren que puede aunque no lleve a buen destino.
Hemos cantado a los mismos vinos, a las mismas muchachas y a
las mismas tristezas. Adiós, Emilio, voy a morir, ya sabes que es duro morir en
primavera, con la paz en el alma voy hacia las flores.
Ya sé que lo he dicho antes pero no deja de asombrarme que
Brel se esforzara lo mismo en el Olympia que en un pequeño local perdido en la
única playa de Los Países Bajos donde el sol pasa de largo ante una gente que
ama su caricia y que probablemente amaba lo que decía Brel aunque no
entendieran ni media palabra. Aquí tenemos el ejemplo de su rendición
incondicional ante un encantador visceral y obsesivo.
Los curas que, probablemente, alimentaron su vocación
trovadoresca convencidos de que sus intentos quedarían entre los muros de un
templo y que no llegarían a ninguna parte pondrían el grito en los altares ante
su deriva anticlerical y que, como Nietzsche, gritara, en su último almuerzo,
que Dios había muerto mientras apedreaba el cielo. Las intachables familias
burguesas esconderían a los amantes que solo visitaban las alcobas vecinas por
matar el tiempo debajo de la fachada de su honorabilidad.
Ante una muerte que, entonces, no veía cercana, se despide del amigo del alma, del cura, del
amante de su mujer y de ella. Adiós cura yo te quería bien, no estábamos en la
misma orilla, no estábamos en el mismo camino, pero buscábamos el mismo puerto.
Para Brassens el mejor poeta francés de la historia era François Villon, una especie de Arcipreste de Hita trasladado a la gran ciudad, pero no era un pícaro libidinoso, era un verdadero delincuente del que no se sabe cuando nació ni siquiera si murió alguna vez, ya que no se encontró su cuerpo, se calcula la fecha de su muerte porque dejó de escribir y sus coetáneos descansaron de sus monsergas, hubo una buena cosecha y no hubo enterrador que confesara haberlo sepultado para que se callara. Su obra más importante se conoce como el Gran testamento, Brassens lo hizo respirar por todos los rincones en el suyo, igualmente inmenso y abierto a la ternura de un rebelde que nunca se apartó de su camino aunque estuviera cubierto por la estulticia que la buena gente acumulaba a su paso.
Brassens asegura que estará triste como un sauce, que escogerá el camino más largo como si fuera un colegial que hace robona, que dejará la vida reculando aunque el enterrador le gruña y lo crea loco de atar.
De vez en cuando en la vida hay que hacer concesiones. No es, ni mucho menos, la canción de Brassens que más me guste, pero estoy casi seguro de que, aquí en España, es la que más se conoce y se asocia con su autor, Paco Ibáñez tiene mucha culpa de ello por la magnífica versión que cantó en el Olympia y que incluiría años más tardes en un disco antológico dedicado por entero a la obra del cantante de Sète. De todas formas me sirve para recordar la admiración, casi enfermiza; robar no es malo si es para comer, que sentía el mejor poeta francés del siglo pasado por el irreverente, fatalista, impetuoso, arrogante, es decir, poeta, François Villon. Era algo así como un Arcipreste de Hita pero que excedía con mucho los límites de la picaresca.
Brassens hace en esta canción una declaración de principios siguiendo su ideario ácrata y libertario. Su proverbial ternura no resta una costura al hilo de sus reivindicaciones y sus posicionamientos.
Supongo que los alemanes bombardeaban Liverpool mientras John
Lennon nacía y que McCartney no estaba en Nueva York el día de su muerte.
Supongo que la pareja que ha dejado más obras maestras en la música popular se
divorció definitivamente el día que imaginaron el Álbum blanco y ya no habría
cabida para intentarlo, ni consejo, ni aportación del uno en lo que hacía el
otro. Pero sin duda, entre ataques despiadados y caricaturescos, de Lennon a
McCartney especialmente, siempre hubo lugar para que recordaran como se habían
querido en aquellos años que soñaban en Hamburgo, como quedaban, como testigo, las
cenizas que edificaron los tugurios de los puertos, la música que nunca volvería a ser la misma.
Conocí esta canción hace poco tiempo y pensé que McCartney la
había compuesto no hace mucho y que el paso del tiempo y el peso de los años
habían ablandado su corazón y despejado las borrascas que lo alejaron de John
en la última etapa de los Beatles. No es así, cuando la compuso la muerte de
Lennon era reciente y estaba tan afectado que apenas podía expresar su dolor,
su desconcierto o que John estaba muerto para siempre.
Creo que Paul pocas veces estuvo más inspirado en su carrera
en solitario. Para alguien tan importante en su vida, a pesar de las disputas,
escribió esta canción de una nostalgia sincera y estremecedora en la que
afloran los versos más hermosos que pudo dedicar a su amigo.
Si estuvieras aquí ahora y te dijera
que te conocía bien supongo que sonreirías diciendo que éramos polos opuestos,
pero aún recuerdo cómo eran las cosas entonces y ya no contendré más las
lágrimas. ¿Qué pasó con el tiempo en que nos conocimos? Supongo que dirías que
luchábamos por algo difícil de lograr, nunca comprendí nada pero siempre
cantábamos. ¿Qué pasó con la noche que lloramos porque no había motivo para
guardar aquello en las entrañas? No comprendía una palabra, pero estabas allí
con tu sonrisa. ¿Y si dijera que te amaba, que me sentía feliz de que te
cruzaras en mi camino, si estuvieras aquí ahora? Pero estás en mi canción.
Antoine Pol fue un poeta anónimo y desafortunado que encontraría sus minutos de gloria cuando Georges Brassens descubrió por azar uno de sus libros en un rastrillo y decidió poner música a uno de sus poemas y cantarlo alumbrando con ello su aportación tardía más entrañable; Quiero dedicar este poema a toda mujer que se ama durante un instante preciso.
Para encontrar a alguien debes
buscar en su niñez decía Saint-Exupéry cada vez que terciara, convencido cómo
estaba de que algo terrible se había hecho con nosotros para que perdiéramos el ansia de
volar.
Brel
nos presentó su niñez tal como la recordaba en una de sus canciones más solemnes
aunque no pudiera escapar de su tierna ironía que aquí pierde su calidad de
corrosiva y se viste de comprensión e indulgencia ante lo que no tiene una explicación
convincente; hablaba para quien no le podía escuchar y eso lo constataba al
final de cada concierto agotador, no se guardaba absolutamente nada, pero algo había muerto en él y nunca había sabido resucitarlo; se le hizo necesario lacerar al amor incluso cuando ensalzaba la amistad o afrontaba los caminos inexplorados de una nueva aventura.
No es extraño que nada más dejar los
escenarios se enfundara la armadura de Don Quijote e hiciera suya la recreación
de la búsqueda; es preciso anhelar un sueño imposible para acabar encontrando
alguno por muy terrenal que sea, ya no quedan marquesas que descubrir pero
las tendría en cuenta cuando pensaba en el niño que fue y que no llegaría a
cumplir los cincuenta años.
Su niñez se desarrolló en el período de
entreguerras, en un entorno flamenco conservador que provocaría sus versos más
afilados y heridos, con el catolicismo tradicional que no comprendía por qué
mientras le enseñaba a llorar para encontrar el paraíso aquel niño soñaba con
llegar a países lejanos (yo quería coger el tren que nunca cogí) y conoció
la muerte en el entorno familiar cuando todos se reunían de luto ante lo
inevitable por el paso del tiempo.
De
crisantemo en crisantemo, la muerte fortifica nuestras Dulcineas diría poco
después en la estremecedora "J'arrive" cuando, casi sin fuerzas,
estaba decidido a abandonar lo que era el mundo que había labrado, por el que
había luchado desde la soledad y el miedo en el París que aún no había
despertado del todo de los desastres y la vergüenza de una guerra en la que solo hubo vencidos.
De esta evocación de sus primeros años habría que destacarlo
todo, porque aún no había tenido tiempo para olvidar, pero me quedaré con los
veranos cuando, casi desnudo, se convertía en un indio aunque sus tíos, hartos
de sus correrías, le hubieran robado el lejano Oeste.
El
buen Dios era severo y quería que te acercaras a él avanzando de rodillas sin
que supieras comprenderlo ni admitirlo, y con la adolescencia y el vuelo de
una primera cita (Yo volé, lo juro. Yo juro que volé. Mi corazón abría los
brazos.) quedó ensombrecido por el pavor a enamorarse que le acompañaría
siempre y por la llegada de la guerra que no olvidaría nunca.
Serrat
hizo con Antonio Machado lo que éste hiciera con Rubén Darío; escribirle a su
manera recurriendo a la emoción y al sentimiento. No fue la única aportación
escrita propia que haría en este maravilloso disco, unos versos suyos vuelan a
la altura del poeta sevillano en "Cantares". Era el año 1969, poco
antes había decidido cantar también en su otra lengua, con el enfado y la
condena de "Els Setze Jutges" y afines, quizás eran tiempos de lluvia
que nos habían cogido en la calle sin paraguas, sin poder precisar qué lengua
acabaría siendo maltratada.
Como Léo Ferré, Georges Brassens
y Paco Ibáñez decidió ponerle música y cantar a los poetas, y qué mejor que
rescatar a aquel que supo hurgar como nadie en las sempiternas heridas de
España. Aquí lo tenemos en un país que supo conectar con su sensibilidad, que
siempre supo apreciar el poder comunicativo de la palabra y la acompañaba en su
deriva.
"En Collioure" es
un homenaje sincero y sentido de un hombre sencillo de barrio obrero en la
cumbre de su creatividad que se pone el traje gastado de un hombre bueno que
tuvo una muerte injusta representando el destino de la libertad en su país.
Aunque sé que a muchos no les dirá el nombre de Cecilia absolutamente nada , esa nada a la que le escribió unos versos imborrables, ella fue, a pesar de su look nada acorde con la expresión, la gran dama de la canción española, sé que esto no me lo perdonaría teniendo en cuenta su radical rebeldía ante el mundo y la España provinciana, de perfil bajo y estrecha, milagrera y asustada que, como Larra, encontró a su vuelta, ya que pasó buena parte de su niñez y adolescencia viajando con sus padres, él era diplomático y esto le ayudó a tener los ojos bien abiertos y describir lo que veía. Cuando la conocí realmente, estaba muerta y yo escuchaba el rumor del Tajo a su paso por Toledo y me quedé prendado con esta canción que aún hoy sigue siendo mi favorita entre las de ella. No creáis que es fácil decir algo así o aceptar con los ojos en paz que otra gran canción de ella haya quedado inédita.
Ya había dicho Brel en el moribundo que quería que se riera, que se cantara cuando se le metiera en el hoyo. Quizás porque la muerte se sentía lejos o porque no tenía vocación de ir a su encuentro prevalecía la ironía y un enternecimiento inconformista destinado a la derrota en un tema luctuoso, solo al final de la canción se permite ser consciente de la importancia de lo que habla; nunca volverá a estar rodeado por sus vestales ni podrá festejar la alegría de vivir con sus vecinos y con cualquiera que apareciera por allí. Como si no pudiera contener lo que piensa nos deja guiños rotundos de su anticlericalismo y su búsqueda agónica de un Dios distinto al que le mostraron de niño, negando a ese que descansa en las butacas de quienes no quieren que nunca cambie nada. Los rezos infantiles se habían convertido en piedras.
No podía olvidar mandarle un recordatorio mordaz a la clase social a la que pertenecía cuando Dios le miraba y él le sonreía. No necesitó que el tiempo rompiera las caretas del mes en que las flores son más hermosas para enviarles caramelos a aquellos muchachos desairados. Defendemos alegremente el vuelo y dejamos que los pájaros mueran de tristeza.
Alba hermosa dime de dónde vienes ya sé que amas a otra y a mí ya no me quieres. (Anónimo)
Quedan
lejos los días en que aprendía francés, era la amistad sincera con Fernando y
Yamal, la empatía de otros compañeros que vislumbraban que por el camino que
llevaba yo nunca aprendería francés si no me plegaba al programa. Tuve la
suerte de tener una buena profesora a pesar de ser un buen mal alumno que solo
quería saber lo que decían Brel y Brassens mientras mostraba una enorme
dificultad en decir simplemente lo que había comido.
Lo que más
me gustaba era cuando nos ponía canciones, hay algunas que las recordaré
siempre, así de repente destacaría dos; la delicada evocación del amor
romántico y libre de "Elle écoute pousser les fleurs[i]"
de Francis Cabrel y ésta de Hélène Ségara en la que sigue la tradición
turbadora de la doncella abandonada cuya alma sangra mientras canta su
desventura. Desconozco si ella preparó esta versión o se la prepararon,
moderniza y mantiene la fuerza el fado “Canción del mar”, cantado por la
temperamental y apasionada Amália Rodrigues, del que solo toma la música.
[i]
Ella escucha crecer las flores, desaconsejo la desafortunada versión en
castellano pues ni de lejos transmite la ternura y el ensueño de la original.
Por suerte Francis Cabrel tiene en “La quiero a morir” y “La tinta de tus
lágrimas” y alguna otra unas versiones que compiten en excelencia con las
originales en francés.
Ahora, quien más quien menos, todos somos políticamente correctos,
reservamos los chistes de mal gusto para contarlos en el congreso de un
partido a las tres de la mañana cuando el licor se apodera de nuestra
lengua y se han marchado los compañeros de partido que podrían darse por
aludidos con nuestras referencias racistas, homófobas o el grito ¡muerte a los
artistas!
El gran Charles Aznavour nos sorprendió a principios
de los 70 con esta soberbia canción que tenía aún el regusto de su época
dorada. No fue muy bien recibida, ni siquiera por una sociedad más
abierta que la nuestra que no vio del todo bien que se despidiera
diciendo; Soy un marica, como dicen. Los grandes defienden con devoción una causa que convierten en suya aunque no pertenezcan a un colectivo.
Hablar la homosexualidad y la alienación, creo que en 1972, con la
complicidad y la ternura de un colega valiente lleno de humanidad y
ansias de vida es algo que solo está al alcance de Aznavour. Las cosas
han cambiado pero no en la dirección que esperaba en todos los casos;
ser homosexual tampoco debe ser un valor añadido. Pero los pobres son
siempre pobres sin importar la inclinación sexual que tengan. Una
canción maravillosa.
Tenía a Aznavour como un crooner al uso, prisionero de historias de amor
imaginadas y he aquí que en 1983 se me representó como un romántico
convencido, parecía decirme que una vez que plasmaba algo en una canción
tenía que llevarlo como si fuera cierto. Me emocionó cuando lo vi, ya
anciano, cantar en español las dos joyas imperecederas que superan, desde mi punto de vista, a la versión original en francés, supuse que el propio Aznavour debe pensarlo, cantó "Venecia sin ti" y "Quién" en nuestro idioma en el Carnegie Hall. El año era 1983, el lugar una casa
miserable en el Patio de La Legión. Mi cuñada me estaba ayudando a
adecentar algo oscuro que no tenía remedio, que solo vería más tarde la luz en la sonrisa de Laura y de mis hijos mayores que entonces eran muy pequeños. Pero ese día era su
aniversario de noviazgo y me dejó solo con un monstruo, aquellas paredes irregulares no invitaban a la tranquilidad. Puse la FM de Algeciras a tope, la ocasión lo requería. Mis futuros vecinos meditaban si debían
hablarme.