Ya no conoces el rumor del aire
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes que se escapan
mientras la tarde oscura
se pliega en el silencio de tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad del tiempo con Saturno;
ya no escribes mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.