miércoles, 4 de enero de 2023

Joan Margarit - Nueve mejores poemas

 

     Ya sabes que, probablemente, no habría conocido nunca a Joan Margarit si no le hubiesen concedido el Premio Cervantes y no siguiera pasando las hojas de nuestro periódico como si me quedara una brizna de fe en encontrar algo que me sacara de esa habitual monotonía que posa un velo en nuestros rostros para evitar que se asusten del paso del tiempo. Ya ves vuelvo a pensar que hay poemarios, puedo hablar de "La tierra baldía" e incluso de "Campos de Castilla" que tienen obras maestras incontestables que comparten con una preocupante naturalidad su espacio con poemas poco brillantes que pudieron haber sido escritos el mismo día y llevados aparentemente por la misma inspiración. Es indudable que la poesía tiene algo mágico, le disputa a la música ese poder evocador que nos ayuda a seguir tirando cuando no vemos nada cierto en nuestro camino, que envidiaré siempre a los bilingües por más que algunos necios arrastren este privilegio, por cuestiones nacionalistas, como si fuera una condena o un motivo de vergüenza, porque son muchos los poetas que a través de su familiaridad con dos lenguas le acaban robando con facilidad algunos de sus secretos a la poesía. Por ello no te debe extrañar que lea algunos poemas del poeta catalán como si fueran una oración impuesta y con un deseo ferviente de que termine para cerrar los ojos o soñar con lo que realmente deseo y otras encuentro una oportunidad de hallar algo valioso, distinto y entrañable, que no puede programar ni el régimen más dañino y severo, hasta esa forma, quizás incorrecta, de usar las preposiciones añaden un atractivo a esos poemas suyos en los que rezar es una inmersión en los sentimientos humanos más allá de los mitos de cobre, más allá de la lengua.

 


    Es probable, lo deduzco quizás un poco a la ligera desgranando las notas que he leído, que Joan Margarit no podría comprender mi forma inmersa en la soledad que me ha quedado para vivir en la poesía, el seguirá viéndola como un último refugio, lo que nos queda junto a la música y el amor cuando todo se ha perdido. Esa poesía que se expresa con franqueza y en una dirección determinada en un mundo al que le gusta jugar interesadamente con ofrecer varias interpretaciones. El poeta catalán invita a no buscarlas fuera del poema, tenía algo que decir, un pequeño balcón al que asomarse, el recuerdo de un amor que nunca podrá perderse, las leyendas de una guerra que no pudo vivir mientras respiraba pero apenas había aprendido a andar y una posguerra en la que cada dos por tres cambiaba de vivienda y lugar sin que le diera tiempo de consolidar en su alma la sonrisa de un amigo.
 
(Conversaciones con Laura - 24 de febrero de 2020)
 
    Nota: Es evidente que no debería llamar así a este post; me queda mucho por leer del gran poeta catalán y además he decidido no pensar demasiado, he elegido estos poemas por como me llegaban al corazón, sin pretender meterme en valores cualitativos que quizás no conozca Decía Margarit que no escribió un poema bueno hasta pasado los 40. He de suponer de manera forzosa que en estos poemas que ofrezco había sobrepasado con mucho esa edad, en la que otros empezábamos a mirarnos el ombligo, tan ensimismados que no percibíamos que la poesía nos perseguía y, como la muerte, acabaría encontrándonos.
 
 
 
 
 

Al Lector

Tuyas serán las mujeres que amé
y que nunca he perdido, pese al viento
cruel de los años, y tuyo el enigma
de la isla del tesoro.
Tus ojos serán míos un instante
y, a cambio de dejarte oír en los cristales
la lluvia que ahora escucho, y hacerte cómplice
de mi futuro, que tú podrás conocer,
impedirás que muera y, una tarde,
me dejarás ser tú en otra lluvia.

Edad roja, 1990. Traducción de Antonio Jiménez Millán.


Mujer de primavera


Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.
Triste quien no ha perdido
por amor una casa.
Triste el que muere
con un aura de respeto y prestigio.
Me importa lo que sucede en la noche
estrellada de un verso.

No tires las cartas de amor

Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

Canción de cuna

Duerme, Joana.
Y que este Loverman oscuro y trágico
del saxo de tu hermano en Montjuïc
te pueda acompañar
toda la eternidad por los caminos
que son bien conocidos por la música.
Duerme, Joana, duerme.
Y a poder ser no olvides
tus años en el nido
que dentro de nosotros has dejado.
Mientras envejecemos,
conservaremos todos los colores
que han brillado en tus ojos.
Duerme, Joana. Esta es nuestra casa,
y todo lo ilumina tu sonrisa.
Un tranquilo silencio: aquí esperamos
redondear estas piedras del dolor
para que cuanto fuiste sea música,
la música que llene nuestro invierno.

Luces de Navidad en Sant Just

I

Temblorosas bombillas se iluminan
como lágrimas de alguien en las calles.
Encuentro gris y frío nuestro patio
bajo este cielo lila del crepúsculo
en donde se dibujan
-negro y fino estampado a contraluz-
las hojas del laurel. Y tu madre me dice:
Tú y yo, a veces, lo perdemos todo.
Temblorosas, las luces en las calles:
todas se han apagado, de repente, por ti.

II

Hoy todos los colores de los cuentos
-los verdes de las cañas junto al río,
las nubes reflejándose en el lavadero-
relucen en los ojos de Joana.
Bajo la lluvia y a través del patio
la Navidad pasada y sus figuras
se mueven, y Joana está sonriente.
Pero, volviéndose hacia mí, me mira
y entonces puedo ver que es un recuerdo,
que por esto la lluvia la atraviesa.

La muchacha del semáforo

Tienes la misma edad que yo tenía
cuando empecé a soñar en encontrarte.
Entonces no sabía, igual que tú
no has aprendido aún, que llega el día
en que el amor es esta arma cargada
de soledad y de melancolía
que está apuntándote desde mis ojos.
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
Y yo el hombre hacia el cual
querrás un día dirigir tus pasos.
Pero estaré tan lejos de ti entonces
como estás tú de mí en este semáforo.

Dignidad

Si la desesperanza
tiene el poder de una certeza lógica,
y la envidia un horario tan secreto
como un tren militar,
estamos ya perdidos.
Me ahoga el castellano, aunque nunca lo odié.
Él no tiene la culpa de su fuerza
y menos todavía de mi debilidad.
El ayer fue una lengua bien trabada
para pensar, pactar, soñar,
que no habla nadie ya: un subconsciente
de pérdida y codicia
donde suenan bellísimas canciones.
El presente es la lengua de las calles,
maltratada y espuria, que se agarra
como hiedra a las ruinas de la historia.
La lengua en la que escribo.
También es una lengua bien trabada
para pensar, pactar. Para soñar.
Y las viejas canciones
se salvarán.

La espera

Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.


Saturno

Destrozaste mis libros de poemas.
Los lanzaste después por la ventana.
Las páginas, extrañas mariposas,
planeaban encima de la gente.
No sé si ahora nos entenderíamos,
viejos, exhaustos y decepcionados.
Seguramente no. Mejor dejarlo así.
Querías devorarme. Yo, matarte.
Yo, el hijo que tuviste en plena guerra.

 

En torno a la protagonista de un poema

Conocía muy bien tu piel dorada,
la señal de peligro de tus ojos azules.
Sueños de profesor que comenzaba
a perder su futuro. Hace mucho surgiste
entre aquellos muchachos y muchachas
del bar acristalado de nuestra Escuela blanca,
desde donde veíamos el mar.
Me preguntan quién eres. Quizás, un día, expertos
en soledad y en crímenes pasados
buscarán, amparada en las palabras,
la sombra de tu nombre y no hallarán
sino cartas violeta de la noche

y el rastro, entre papeles, de unos ojos azules.

 

Cuadro con pájaros

El muro es, de este lado, oscuro y triste,
tal como sucedía en aquel cuento
que un día te expliqué. Si fuese cierto, hoy
todos los pájaros que tú pintaste
te esperarían en el otro lado
cantando para ti: la parte clara
de la que hablaba el cuento
te acogería como yo y tu madre
si pudieses volver de nuevo a casa.
Mientras cuento la historia para mí,
miro los últimos pájaros que pintaste.
Aquí, en el lado lóbrego del muro,
¿de qué forma podría pagar esta ilusión
de sentirte en la brisa de un instante? 

 

Conmovedora indiferencia

 

Pensé que me quedaba todavía

tiempo para entender la honda razón

de dejar de existir. Lo comparaba

con el desinterés, con el olvido,

con las horas del sueño más profundo,

pensando en esas casas donde un día vivimos

y a las que no hemos vuelto nunca.

Pensaba que lo iba comprendiendo,

que me iba liberando del enigma.

Pero estaba muy lejos de saber

que yo no me libero. Me libera la muerte,

permite, indiferente,

que me vaya acercando hasta alguna verdad.

Inexplicablemente, esto me ha emocionado.

 

 

 


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.