lunes, 2 de enero de 2023

Brel, el poeta apasionado (2)

 

I

Orly
 

 


Nunca había sido Brel tan interminablemente triste, repite sin cesar que la vida no regala nada, haciendo sentir que el final de un gran amor se precipita y tiene sensaciones que lo equipara en su tragedia con la muerte, esa que ya jugaba con él hasta helarle la sonrisa.

Puede que Orly sea la canción más conocida del mítico álbum “Les Marquises”, un gran hito para el público francófono por ser el último que grabara un retirado y misterioso Brel, por el número anticipado de copias vendidas, por la calidad que se le reconoció una vez salió al mercado. Siendo Orly una gran canción hemos de admitir que le salieron rivales colosales en el mismo disco.

El aeropuerto parisino es el marco que eligió para demostrarnos el momento en que una pareja, mientras pasan hombres y mujeres ocupados en sus propios pensamientos, salta en pedazos, quizás por celos, por desamor o por hastío, son tan delgados que no pueden ser deshonestos, llega a decir, narrando en primera persona, centrándolos en el objetivo de sus ojos entre más de dos mil personas que van a prender el vuelo o a despedirse de él.

Brel sabía que Bécaud también era profundo cuando se terciaba. Pero se hace duro pensar que un artista puede ser partidario de De Gaulle.

Hay quien afirma que esta canción es una réplica acerba y paródica a la vitalista y despreocupada “Un domingo en Orly” de Gilbert Bécaud, de hecho hay un verso que hace referencia a ello y nombra a su colega desde la amargura que transita por su pecho que no desde el sarcasmo. Porque creo que Brel buscaba algo sustancialmente más profundo en el momento que empezaba a bajar los brazos y a componer canciones con una morosidad en absoluto acorde con su carácter impulsivo, se acabaron los tiempos en que se reía de su propio final aunque reconociera el miedo cuando presentía el instante único, en que decía que la vida solo tiene dos fechas, en que dormir es morir un poco si no se sueña.

II


El último almuerzo
 
 
 
Con el olor de las flores
que pronto se apagará
yo sé que tendré miedo
una última vez.
 
 Ya había dicho Brel en el moribundo que quería que se riera, que se cantara cuando se le metiera en el hoyo. Quizás porque la muerte se sentía lejos o porque no tenía vocación de ir a su encuentro prevalecía la ironía y un enternecimiento inconformista destinado a la derrota en un tema luctuoso, solo al final de la canción se permite ser consciente de la importancia de lo que habla; nunca volverá a estar rodeado por sus vestales, ni podrá festejar la alegría de vivir con sus vecinos y con cualquiera que apareciera por allí. Como si no pudiera contener lo que piensa nos deja guiños rotundos de su anticlericalismo y su búsqueda agónica de un Dios distinto al que le mostraron de niño, negando a ese que descansa en las butacas de quienes no quieren que nunca cambie nada. Los rezos infantiles se habían convertido en piedras.
 
No podía olvidar mandarle un recordatorio mordaz a la clase social a la que pertenecía cuando Dios le miraba y él le sonreía. No necesitó que el tiempo rompiera las caretas del mes en que las flores son más hermosas para enviarles caramelos a aquellos muchachos desairados.
 
Defendemos alegremente el vuelo y dejamos que los pájaros mueran de tristeza.
 
III

Jacques Brel - Los burgueses.

Ya somos todo aquello
contra lo que luchábamos a los veinte años.
(José Emilio Pacheco)
 
 
Nos enseñan a amar cómo se debe y no a cómo se ama, a decir lo que está escrito y no lo que se siente. Brel aún no había aprendido estas consignas en 1962, no lo hizo nunca, y mostraba la debacle resultante de intentar conciliar la vida con el sueño, pero insistía, con una agonía vital que se movía entre la pasión, el miedo y la desesperanza, en que la tristeza de la muerte no puede arrebatarnos la alegría de vivir. Pero el tiempo nos dice, de crisantemo en crisantemo, que no podemos volverle la cabeza a la Parca ya que está al final de todo.
 
Brel cantó al candor de la infancia y a la fuerza irrefrenable de la juventud, pero hay demasiados niños que crecen y no juegan nunca más, demasiados jóvenes airados que acaban haciendo suyas las mismas posturas conservadoras de sus padres cuando se hacen mayores y nada les importa más que gestionar los cimientos en los que se apoyan las miserias de su comodidad. Brel nunca creyó en el sueño de aquellos muchachos burgueses que pedían lo imposible y trataban a sus mayores con un sarcasmo iconoclasta porque pensaba, con buen criterio, que no se referían a que dejaran de ser como eran ellos mismos, no veía un ansia verdadera de justicia sino un conflicto generacional de esos que se curan con el tiempo.
 
Brel, revolucionario casi siempre y a veces reaccionario; para lo bueno y lo malo estaría marcado por su educación católica hasta la muerte, se posicionó claramente en la década de los 50 en contra de que se utilizara la violencia para lograr los cambios en los que creía y que ansiaba. En esta soberbia canción nos da su punto de vista sobre la situación; "de jóvenes teníamos unos gustos muy originales, creíamos que podíamos cambiar el mundo y nos reíamos de los burgueses mientras les mostrábamos el culo y le cantábamos una coplilla que decía, supongo que sin ningún fundamento científico, que los burgueses son como los cerdos, cuanto más viejos más tontos. El tiempo pasa, nos hemos hecho mayores y no hemos cambiado el mundo, y somos distintos aunque nos identifiquemos con los mismos ídolos. Pero ahora los jóvenes nos hacen burla y nos cantan la coplilla mientras piensan que ellos lograrán acabar con la injusticia y la desigualdad, que acabarán con nuestra estirpe.
 
IV

La Fanette - La Fani para los amigos, a ella se lo dedico.
 

 
 Creo, Juan Carlos, que seguimos viviendo en el mismo tiempo y en las mismas contradicciones que Brel y tantos otros, estamos simplemente en otra etapa de la misma sociedad, en el culto de las apariencias. Vivimos la misma confusión y nos consagramos a una comunicación que vuelve a mostrarse impotente de esquivar la vulgaridad. No miramos atrás y ahí podríamos encontrar el origen de nuestro desencanto, la incapacidad para enfrentarnos a los problemas cuya solución puede encontrarse en un pasado que no queremos mirar animados a ello por nuestra estúpida prepotencia.
 
Brel, como Antonio Machado, Pasolini o Dylan, eran profetas, digo bien; Dylan dejó de serlo hace mucho tiempo, además de ser magníficos poetas, supieron detectar con acierto los males de su tiempo mirando al pasado, y predecir lo que vendría.
 
Brel era único; ecléctico, apasionado, irónico cuando no sarcástico, irreverente, tierno, trabajador (tan agónico y perseverante que hacía temblar a sus músicos en los ensayos), descuidado con sus comentarios, perfeccionista en la puesta de escena donde, al parecer, controlaba hasta el último gemido.
 
Ya lo dije alguna vez; Ne me quitte pas es una canción maravillosa, pero Brel no es Brel. Habría que ir a "La canción de los viejos amante", "El amor que vendrá" o "La Fanette", para encontrar una visión más acorde con su temperamento, con su actitud combativa ante la tierna guerra.
 
Pienso que hubo un momento, sin transición siquiera, en que se sustituyó el francés por el inglés y, por lo tanto, una forma de ver la vida más allá de nuestra tierra. Hasta entonces se solía escuchar a Adamo o Aznavour, eso sí cantando en español sus mejores éxitos. Brel no quiso nunca cantar en otro idioma que no fuera el francés aunque hizo una pequeña concesión al flamenco, quizás haciendo un guiño a la mitad de la población de su país a la que castigaba con sus críticas por su conservadurismo y, sobre todo, el alineamiento con los nazis de los principales partidos y asociaciones flamencos durante la guerra. Brel siempre fue un desconocido en España, entonces la repercusión de sus mensajes se reducía a ambientes universitarios.
 
Agradezco sinceramente tus palabras, es siempre un placer hablar de un monstruo que sólo dos veces, en toda una vida, estuvo asustado.
 
La Fanette es una canción que tiene su propia leyenda enrevesada a pesar de su aparente sencillez. Este triángulo adolescente parece ser que tuvo un final trágico de los dos amantes que huyeron, no se sabe si fue en la tierra o en el mar, si todo fue una metáfora de la muerte que suele haber en cualquier ruptura, de la pérdida, tantas veces irreparable, de la confianza.
 
Escrita en 1962, antes de grabarla Brel lo hizo la cantante Isabelle Aubret que se lo había pedido, esta poco después tuvo un terrible accidente de tráfico. Brel consternado, se encontraba de gira con ella, le cedió los derechos de la canción. Se conservan dos vídeos en directo de la Fanette, en uno de ellos el cantante no puede evitar que se le salten las lágrimas, no se sabe si es acordándose de una experiencia propia o del estado en que se encontraba su colega a consecuencia del accidente.
 
(Febrero 2018)
 
 
V

¿Por qué los hombres tienen que aburrirse?
 
 
 
Ya no lloramos por un pájaro muerto, ya no soñamos con un gran amor, el tiempo nos ha quitado las maletas de la mano y la identidad del bolsillo de la camisa.
 
Brel fue alguien que no cesó nunca de tirar piedras contra su propio tejado y siempre fue capaz de recomponer los destrozos. Por amor nos castigamos y nos redimimos. No todos los flamencos lo han perdonado.
 
Encadenar cigarrillos y copas no debe ser una mala forma de arreglar el mundo cuando tantas personas lo hacen, es tan eficaz al menos como gritar nunca más mientras no se cambia de costumbres; practicamos la guerra en otros territorios y hablamos de conflictos como si la guerra no lo fuera.
 
Estar alegre o borracho depende más de la extracción social que del alcohol que se haya ingerido.
 
Su enorme talento y su sensibilidad sin límites le hacen vulnerable ante una sociedad que no quiere entrar en la hondura de una declaración de amor, el lamento miserable por un romance que muere, ni en denunciar la perversión aceptada de las buenas costumbres. La inconsistencia ideológica de los hombres que, demasiadas veces, está más relacionada con su situación económica que con la belleza de su pensamiento, y la muerte que siempre espera con una paciencia infinita.
 
 
VI

La canción de Jacky
 

 
 
Brel no escribió muchas ni pocas canciones, unas doscientas, otras doscientas acabaron en la papelera. Pero supo radiografiar en ellas como nadie las manchas negras de las miserias de su triunfo incontestable. En esta canción nos deja una muestra de su decadencia asumida y de la que pudo haber sido en el fracaso. No creo que al bello Serge, el feo más atractivo que ha existido, le importara en absoluto que lo cite en un verso que podría parecer poco edificante en el intento de ridiculizar a quien, en realidad admiraba por su valentía creativa, ni que el pobre Jacky quedara reducido por un precio módico a satisfacer a mujeres encopetadas de cierta edad. Había que romper el manto que estaba lleno de costuras desde el mismo momento que decidió entregarse al mundo del espectáculo, es decir, ser guapo y gilipollas a la vez aunque fuera durante un instante. El retiro no estaba lejos, pero unos pocos años en un alma tan inmensa como la de Brel dan para mucho y en ellos cabe vestirse de argentino para cantar un tango con convicción o creerse Dios porque se deja la barba.
 
(23 de junio de 2021)


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