A Roxane Aristy, ha muerto Camarón
pero sigue el cante porque es tan grande
que nació herido de muerte.
pero sigue el cante porque es tan grande
que nació herido de muerte.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
(Lorca - Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías)
I
En la mirada de la noche.
En la mirada de la noche donde expiran los olivos,
en el verde de silencio oscuro y cerrado de los campos
donde alumbra sin brillo
una estrella que tiembla
con timidez de niña enamorada
voy midiendo los huecos del camino[ii].
Y no se lleva el miedo que la luna sombría
acaricia en su tela de araña que muerde,
y no mira a los locos
que sueñan la maleza del llanto de los grillos
que no pueden romper la aurora con sus alas,
ni el delirio infantil que acunan los carteros
sin palabras de amor,
sin esquelas ni huellas gimiendo en los tejados
donde sufren los hombres y sangran los poetas.
II
Hay un jardín que muere en el patio de los miedos
donde canta la alondra
que lloraba sin luz
en lo turbio y estrecho que vuelve de una infancia[iii]
y no encuentra palabras para explicar tu canto,
y entre escombros agolpados contra el muro
la tristeza se esfuerza
por ofrecer su lecho de raíces a unas plantas de Oriente[iv]
que no verán el polvo de sus primeros pasos nunca más
como tus ojos,
en un barranco donde no habita una estrella
que los guíe,
oscuros, deslavazados, apasionados, muertos,
en el libro amarillo[v] que mostrara tu hondura
ante mi asombro de niño,
en la palabra de amor que desplegó tu boca hacia los tristes,
hacia los que nacieron arrodillados
ante el peso infinito del estigma invisible[vi],
hacia los que tienen hambre de amapolas
de montes rotos que imploran su olor a tierra,
la melancolía de su ocaso
que nadie mirará mientras duerman los dioses
entre sábanas blancas tendidas en un mísero cordel
y la canción que hiere en las tinieblas
de las cinco en punto de la tarde[vii].
III
En una noche de agosto te marchaste Federico
cantando una soleá con muerte de seguiriya,
con un maestro de escuela y con dos banderilleros
con los ojos de aceituna y negra y roja bandera.
Para hablar a los silencios de tu cálida tristeza,
de tu fresca alegría
para que te consuelen en la muerte que llevas
con la sombra de Ignacio gimiendo en los arrayanes,
para que te recuerden los trinos del amor
al que otros escupen y apuñalan
en las aguas cristalinas y puras de la Vega.
Para que se marchen los comisarios viejos
de la sonrisa exacta que caminan
con sus cruces sobre los hombros de los tristes
y esgrimen en el aire sus látigos del orden
que gobierna la muerte en la esquina del nocturno[viii].
IV
Federico ausente
Yo en este rincón donde no llega
el aire que he buscado con ansia y amargura
pensando en la aspereza
de las lenguas que insisten con medallas de cieno,
en esta tierra mía,
cansada de llorar por quienes la llenaron de elegancia
y la preñaron de ternura,
en cegar la mirada del jilguero
que no aprendió a volar y cayó en agosto,
encadenar el llanto que derrama
el hombre bueno y libre[ix],
desenterrar las flores, apartar las estrellas,
en manchar la hermosura de tu figura y tu acento,
despojar a los santos de su mensaje íntimo
y masacrar la rosa en los labios del profeta.
V
El poeta y la muerte
Yo acorralado
en este desconcierto de palabra cautiva
que no verá su curso natural cubierto con requiebros
de amante a la ventana y coplas en el aire;
Granada ya no es Granada,
es una charca de sangre
en esa noche ardiente de partituras huecas
que lloran la sinfonía que no escuchan los pájaros burlones
que no temen las balas donde sus ramas duermen
y siempre escapan prestos del canto del verdugo.
Y, al fin, llega el poeta
con su traje de loco que no encontró destino,
su valiente alegría
masacrada en los salones de la camisa azul
con la cruz en la mirada y la muerte
en las entrañas,
con el corazón quebrado por una pena
que brama,
sangra, duele, pero no sabe expandir
en los labios que la tiemblan, la precipitan, le cantan
los bardos por seguiriyas
y sitúa los huecos que arrastran a un rincón desconocido
entre el polvo y los espejos de un barranco[x] aletargado
cuya senda nunca ha sido ni barrera ni quebranto
que levante el vuelo alto derramado
en tus pequeños ojos
infinitos.
VI
Por eso canto,
para recordar la emoción del niño
que mira a sus mayores agradecido y obnubilado,
canto por esta senda perdida que cubre la soledad del mar,
los quejíos del monte y el dolor de los recuerdos[xi],
por este eco profundo
cuyo lamento no escucho pero llora y me asalta
en el rostro inundado por la gracia de aquellos
tocados por la elegancia,
prendidos por la cintura de un torero enamorado,
de una bandera bordada y su Marianita[xii] ausente.
Canto para enmarcar la brisa pasajera
del cómico ambulante,
de los iletrados que llevan en la sangre la poesía[xiii],
de los andaluces que tocaban las palmas con espanto
cuando en el Tarajal se estiraba la muerte,
de mi pequeña calle donde sigue mi madre
aunque digan que cerraron sus ojos para no verme
borracho y melancólico[xiv]
sintiendo otra bandera...
Y siempre encuentra abrigo en el pecho de los sauces
que viste a Federico triste, frío, muerto, sin sudario[xv],
en la hondura temeraria que el levante no se lleva,
en el poema de luz que se hunde en los estanques
donde Millais expira con una novia ajada[xvi]
y suspira entre los mirtos mientras los sueños se detienen;
“…tuve un amigo, tuve un poeta
que rimaba las nubes y el agua quieta[xvii]”.
para recordar la emoción del niño
que mira a sus mayores agradecido y obnubilado,
canto por esta senda perdida que cubre la soledad del mar,
los quejíos del monte y el dolor de los recuerdos[xi],
por este eco profundo
cuyo lamento no escucho pero llora y me asalta
en el rostro inundado por la gracia de aquellos
tocados por la elegancia,
prendidos por la cintura de un torero enamorado,
de una bandera bordada y su Marianita[xii] ausente.
Canto para enmarcar la brisa pasajera
del cómico ambulante,
de los iletrados que llevan en la sangre la poesía[xiii],
de los andaluces que tocaban las palmas con espanto
cuando en el Tarajal se estiraba la muerte,
de mi pequeña calle donde sigue mi madre
aunque digan que cerraron sus ojos para no verme
borracho y melancólico[xiv]
sintiendo otra bandera...
Y siempre encuentra abrigo en el pecho de los sauces
que viste a Federico triste, frío, muerto, sin sudario[xv],
en la hondura temeraria que el levante no se lleva,
en el poema de luz que se hunde en los estanques
donde Millais expira con una novia ajada[xvi]
y suspira entre los mirtos mientras los sueños se detienen;
“…tuve un amigo, tuve un poeta
que rimaba las nubes y el agua quieta[xvii]”.
John Cornford, poeta inglés, moriría en Lopera, unos meses después que Federico, entre los olivos. Tenía veintiún años y un día, como los inocentes el 28 de diciembre de 1936.
[ii] Luis Cernuda.
[iii] Gustavo Adolfo Bécquer; “Del salón en el ángulo oscuro”.
[iv] De la India.
[v] Un libro de PREU que encontré tirado en un pequeño barranco en la playa de La Fragua, lugar de culto para los gitanos y los que no tenían rumbo y bebían vino desde las primeras horas de la mañana.
[vi] La injusticia aleatoria que denuncia en Poeta en Nueva York. Creo que el poema era “Romance sonámbulo”. Recuerdo las tres rimas de Bécquer, en cambio.
[vii] Federico García Lorca: La cogida y la muerte.
[viii] Para saber que no todo se ha perdido. Lorca; Nocturno del eco.
[ix] Carlos Cano cuando emocionado evoca a Diamantino.
[x] Parece ser que Lorca pasó sus últimas horas entre Víznar y Alfacar, en un barranco de este último pueblo se piensa que se encuentran sus restos; los españoles tenemos a los mejores poetas pero no amamos la poesía.
[xi] Emilio Prados: “Jardín cerrado”.
[xii] Mariana Pineda que fue asesinada por bordar una bandera liberal en los tiempos terribles de Fernando VII.
[xiii] En el Tobogán, mi pequeña calle de tan sólo catorce viviendas, había analfabetos que disfrutaban cuando se les leía poemas de Lorca, Antonio Machado, Bécquer…
[xiv] Antonio Machado.
[xv] Ven acá muerte, ven acá / y que se me entierre bajo un triste ciprés. (William Shakespeare).
[xvi] La muerte de Ofelia.
[xvii] Manuel Pareja Obregón: Llora Granada cuando sale la luna.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.