Hablé, con un joven poeta que tengo como amigo, de Gonzalo Rojas, de la
poesía, de Chile, de España y, aunque no lo dijéramos, sentíamos un
cruel desasosiego al constatar que un hombre que consiguió todo lo que
se puede en el panorama literario; premios, prestigio, renombre, sin
embargo, pasa por ser un desconocido para aquellos que tenemos la
obligación moral de prestarle oído.
Apenas nadie llama recordando su nombre y su espacio si no se ha rendido
anteriormente ante su verso encaminado por los brazos del azar, las
salpicaduras sinceras de un hombre de su tiempo.
Probablemente nadie supo combinar, con esa maestría que se aprende en la
calle, la ternura y la dureza, la ironía del herido con las llagas de
los mártires, la realidad del hombre aprisionado por el tiempo cuando
guarda en una esquina las reliquias del pasado, quizás estas últimas no
puedan tener otro nombre cuando se escribe en un papel y habla del dolor
que nos invade, de la alegría que surge de cualquier acto de
autoafirmación por muy trivial que sea, por muy escondida que se halle
en el corazón sangrante de una multitud que ya no pasa llevando un libro
en la mano.
Terminó todo, después viene la noche a despejar las sombras de los claros, a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
Perdí mi juventud
Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.
Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.
Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
que copiaban en vano tu hermosura.
Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
nupcial, nupcial
a muerte.
No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.
De “La miseria del hombre”, 1948.
para hablar de mí mismo,
mi lengua tartamuda
que nombra la mitad de mis visiones
bajo la lucidez
de mi propia tortura, como el ciego que llora
contra un sol implacable.
(Gonzalo Rojas - El sol y la muerte - Fragmento)
La causa que más me ha detenido a la hora de contestarte es que no tengo a Gonzalo Rojas entre mis poetas, ha vuelto a leer varios poemas suyos y he visto detalles pero no me han convencido en su conjunto. De todas formas pienso que este subforo podría llamarse poemas preferidos, se acercaría más a lo que se ha acabado convirtiendo, pienso que es lo que yo he representado, tengo claro que yo apreciaría más al poeta chileno si tuviera más poemas de la calidad y la hondura de "Perdí mi juventud", pienso que Baudelaire sería recordado aunque solo fuera por "El albatros".
Tengo claro, Gustavo, que no soy un lector de poetas sino de poemas. Quizás nada me haya reafirmado más en ello que leer, reconozco que de una forma anárquica y puede que deslavazada, a los grandes. He comprobado que la poesía es el arte en que el oficio, siendo importante, menos ayuda. La poesía muchas veces no aparece cuando la amas y acude cuando la aborreces, es como jugar al ajedrez pero con varios tableros. Podemos percibir, pero no explicar, una rima de Bécquer sostenida por la sencillez y una musicalidad innovadora y el sopor que nos puede producir un soneto perfectamente armado. Esto que te digo viene a cuento porque a partir de este poema busqué al Gonzalo Rojas que lo escribió y rara vez volví a encontrarlo, quizás nuestras sensibilidades poéticas no coincidan, y ahí no hay nada que añadir; él tiene un nombre y yo ni siquiera un apellido. Pero es mi realidad y es lo que siento y podría explicarlo de la manera heterodoxa a la que me condena mi autodidactismo, en absoluto elegido, de ninguna forma venerado; son sensaciones y no debemos rebelarnos por intentar entrar en una fiesta a la que no hemos sido invitados simplemente porque en ella cantan las voces más respetadas y autorizadas. Puedo cambiar de opinión.
Nace de nadie el ritmo, lo echan desnudo y llorando
como el mar, lo mecen las estrellas, se adelgaza
para pasar por el latido precioso
de la sangre, fluye, fulgura
en el mármol de las muchachas, sube
en la majestad de los templos, arde en el número
aciago de las agujas, dice noviembre
detrás de las cortinas, parpadea
en esta página.
(Gonzalo Rojas)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.