sábado, 21 de enero de 2023

Carta a Laura desde la luz de un día nublado (La mort)

  
Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda) 
 

    Leonard Cohen decía en uno de sus poemas más enigmáticos que hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios y le entregaba como regalo a su amante de turno un poema que había surgido de las entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que habita en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.

    Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin, ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.


    Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que no habrás olvidado, Laura; no eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en estos días, me desenvuelvo en la magnitud perversa y extrema de los pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van clavadas a nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y llorar como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se rodó, de un niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas palabras huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían conjurar la tristeza de la muerte a través de la profundidad y la belleza que caben en un río otoñal seco y tortuoso que inunda la alegría de vivir cuando solo nos queda la sonrisa para seguir adelante.

    Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido afirmar con amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo dijo Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar la toalla adonde nadie pudiera recogerla mecida por los vientos adulterados de los Mares del Sur, pertenecía a la raza de los irreductibles y es posible que recibiera a la Parca sin aceptar el destino de todos los hombres, el sueño infinito de la nada.

    Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?
 
(Conversaciones con Laura)

   

 Hubo un tiempo en que Brel pretendía ser el gran Jacques y aún no había empezado a dramatizar sus canciones, Rafel. Estaba preparado para todo excepto para el triunfo incontestable y éste le llegó con unas señas de identidad que reforzaban su alineación en el partido de la verdad, gustase o no; había quien expresaba su pensamiento y quien su sentimiento sin renunciar a aquél en un rol necesario para representar la angustia vital del hombre que sonríe desconsolado ante la indefinición de un destino que es de él y no le pertenece.

    Desde mi punto de vista, creo haberlo dicho antes, nunca voló tan alto Cohen como en sus canciones, Rafel, el reto depurativo y la certeza de exponerlas ante una audiencia, le permitió difundir algunos de los poemas más representativos de un mundo que hurgaba en sus heridas y que no ha sabido marcharse; ya ves, es necesario hablar más de guerra que de amor. Cohen no escribió La balada del perdedor, ni La oda a la tristeza, pero las reveló como un rayo de sombras que transita por sus primeras creaciones.

 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.