Dame tu despedida
para seguir viviendo,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.
para seguir viviendo,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.
Fotografía
1
Estaré siempre en esta terraza
fumándome el mismo cigarrillo
mientras te espero,
en una servilleta habré destruido
un poema de amor desesperado
con los vidrios quebrados de tu ausencia,
con la inmensidad de la última caricia
que se hundía en los labios carnosos de la resaca
cuyo rumor aún te asusta cuando golpea en tu finestra.
Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios y de justicia,
porque estás en mis sueños cuando sueñas,
en el deseo de amarte
por encima del tiempo
y de la muerte cuando no estás y respiras
en mi sombrero de fieltro y mi chaqueta,
en la nube de polvo que mecía cada mañana
los vestigios de las plegarias perseguidas
que se perdían en la taberna
y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una gaviota
que plegaba las alas y emprendió otro camino
llamando a la puerta de un libro polvoriento,
llorosa. ebria, torpe y ensangrentada.
La isla no me dijo que sería fácil
encontrar una vereda en el taró,
es duro`aprender a vivir con la resaca,
constatar que no hemos dejado de llevar
a los mártires a la hoguera de los escaparates del mundo,
de tejer una corona de indiferencia
sobre la herida de los poetas
que fueron derrotados por el clamor de los silencios,
sobre la niña que cantaba
entre mis notas y el desgarro del olvido,
que no conocía
el rumor del buril sobre las hojas,
la sangre clara brotando en los veneros,
ya no miraba el interior de la colina
en mis ojos
cuando caía la tarde,
no volvía a la Piedra del barranco que tuvo nuestros cuerpos,
a la oscura arena del Chorrillo, ni a tu rostro.
Vuelvo a esa fotografía con las ansias
de retener un instante del aliento
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era tu mirada
tu despertar de dudas,
aunque estés en otro tiempo y hables en otra lengua,
quiero arrancarte del mar
en la nube de polvo que mecía cada mañana
los vestigios de las plegarias perseguidas
que se perdían en la taberna
y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una gaviota
que plegaba las alas y emprendió otro camino
llamando a la puerta de un libro polvoriento,
llorosa. ebria, torpe y ensangrentada.
La isla no me dijo que sería fácil
encontrar una vereda en el taró,
es duro`aprender a vivir con la resaca,
constatar que no hemos dejado de llevar
a los mártires a la hoguera de los escaparates del mundo,
de tejer una corona de indiferencia
sobre la herida de los poetas
que fueron derrotados por el clamor de los silencios,
sobre la niña que cantaba
entre mis notas y el desgarro del olvido,
que no conocía
el rumor del buril sobre las hojas,
la sangre clara brotando en los veneros,
ya no miraba el interior de la colina
en mis ojos
cuando caía la tarde,
no volvía a la Piedra del barranco que tuvo nuestros cuerpos,
a la oscura arena del Chorrillo, ni a tu rostro.
Vuelvo a esa fotografía con las ansias
de retener un instante del aliento
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era tu mirada
tu despertar de dudas,
aunque estés en otro tiempo y hables en otra lengua,
quiero arrancarte del mar
de tu despertar de dudas,
que nos alejó de nuestra entrañable deriva,
del poema sin luz que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tus caderas en el muelle.
Vuelvo a la sonrisa que me escondías
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido,
la soledad de la playa
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo
que yace sobre la melancolía de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.
que nos alejó de nuestra entrañable deriva,
del poema sin luz que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tus caderas en el muelle.
Vuelvo a la sonrisa que me escondías
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido,
la soledad de la playa
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo
que yace sobre la melancolía de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.
2
Te desearé en las escalinatas
que no conoces,
pensando en la amargura que me traen la sombras,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa
y pasan los escombros,
en el arco que mece las cenizas de la tarde
mientras me hiere el aire que siempre llega
con la sábana ardiente que tejiera tu rostro
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
pero no podré verte con los ojos de antes.
Te desearé en las escalinatas
que no conoces,
pensando en la amargura que me traen la sombras,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa
y pasan los escombros,
en el arco que mece las cenizas de la tarde
mientras me hiere el aire que siempre llega
con la sábana ardiente que tejiera tu rostro
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
pero no podré verte con los ojos de antes.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.