La italiana Alda Merini, poeta fundamental del siglo XX, relató hace
tres décadas su paso por el manicomio en una mezcla de memoria y ensayo
traducido ahora al español.
Martín López-Vega
25 nov 2019 - 11:25 CET
Cuando tenía ocho años, Alda Merini (Milán, 1931-2009) perseguía a su
padre para que le explicase el significado de la Comedia de Dante.
Décadas después haría lo mismo con Pasolini para que le revelase el
resorte de sus versos. Lo cuenta en Delito de vida, una biografía en
teselas conversada con Luisella Veroli (Vaso Roto; traducción de
Jeannette L. Clariond). Uno de los capítulos más famosos de la vida de
Merini, una de las poetas fundamentales del siglo XX italiano, es su
paso por el frenopático, relatado en La otra verdad (1986). En el
prólogo que Giorgio Manganelli (tal vez el gran amor de su vida)
escribió para la primera edición afirma que “no es un documento ni un
testimonio de los 10 años pasados por la escritora en el manicomio. Es
un reconocimiento, mediante epifanías, delirios, estrofas, canciones,
desvelos y apariciones, de un espacio —que no un lugar— en el que en el
vacío que dejan las costumbres y sagacidades cotidianas irrumpe el
natural infierno y el natural numinoso del ser humano”.
Estoy segura de que ya nada ahogará mi rima,
durante años he llevado el silencio en la garganta
como una deuda de sacrificio,
pero ha llegado el momento de cantarle
al pasado una elegía.
(Alda Merini - Versión: F. E. León)
Merini llegó al manicomio, dice, sin estar loca; el tedio de su primer
matrimonio hacía que su mente se entumeciera y, tras una crisis que la
llevó a la fuga, su marido llamó a una ambulancia que la condujo
directamente al psiquiátrico. “Creo que enloquecí en el mismo momento en
que me di cuenta de haber entrado en un laberinto del cual tendría
muchas dificultades para poder salir”, afirma. Lo que sigue es un libro
con muchas capas, que relata una vida de internamiento con escenas a
medio camino entre el Dante de Doré y el Goya de Casa de locos. Pero
también un ensayo sobre la débil frontera entre lo que llamamos cordura y
lo que aceptamos como locura y, en definitiva, sobre lo que asumimos
como “normal” y lo que desechamos por escapar a esa normalidad. Atada,
acribillada a inyecciones, gritando, masturbándose a escondidas, Merini
dice que no pedía más que entrar al mundo al cual pertenecía. Un ensayo
este libro también en el que abundan las referencias freudianas y a la
vez un diario en el que se resiste a renunciar a la búsqueda de un amor
reducido a un cierto infantilismo tierno, a un cuidado hondo y amical.
La bipolaridad que sufrió en vida se refleja en la obra de Merini en una
poesía en la que lo sagrado y lo erótico son hilos de una misma cuerda.
Su poesía busca una ascesis en la vida similar a la de los místicos.
“Me había construido una idea muy dulce, aquella de sentirme una flor
que crecía en una franja de terreno desierto”. A la de los místicos, eso
sí, que llegan a sus visiones tras una larga travesía. Una especie de
María Egipciaca (a la que dedicó un poema en Temor de Dios, de 1955)
hodierna que llegase a lo sacro a través de todos los posibles pecados
de la mente y el cuerpo. O una Edith Stein cuyo Auschwitz fue el
manicomio. En más de una ocasión traza paralelismos claros entre el
frenopático y el campo de concentración: en las escenas de las duchas
colectivas, o cuando Pierre, uno de sus novios, es “subido a una especie
de carromato junto a otras bestias humanas” para ser llevado a un
hospital para enfermos crónicos. “El alma se enrarecía cada día. Pues me
volvía más espiritual, y desde aquella inmensa ventana, desde aquel
gran tragaluz que iluminaba la sala, solía ver el descenso de los
ángeles. Cuando se lo conté al médico, me dio una fuerte dosis de
Haloperidol para las alucinaciones”, escribe en un paso de La otra
verdad. Y en otro, igualmente cristalino: “Me ataron las manos y los
pies y en aquel preciso momento viví la pasión de Cristo”. Las
referencias a la religión católica son continuas en su obra. Baste citar
algunos títulos: La carne de los ángeles, Cuerpo de amor. Un encuentro
con Jesús, Francisco. Canto de una criatura… ¿Es Merini una poeta
religiosa? En un poema de Tú eres Pedro (1961) escribía: “Cristiana soy
mas no recuerdo / dónde y cuándo entró en mi corazón / todo este
paganismo que vivo”. Siempre que mira a Cristo lo hace consciente del
pene que esconde bajo sus escasas vestiduras, y más atenta al mensaje de
sus heridas que al de sus palabras. Quizá sea la última mística. No
reza con palabras vacías, sino desde el dolor de un abandono al que no
encuentra justificación.
Carta de amor
Escribe una carta de amor solamente
que tenga la semilla de un gran suspiro
y después olvídala en la memoria
para que yo la pueda escuchar.
De noche, cuando duermes,
aunque tú no lo sabes, vengo a buscarte:
mi límite frío de sueño
se compagina con el tuyo,
vivimos sobre dos desiertos
que al atardecer se transforman en colinas
y desnudo mis senos en la noche
ansiosa de que tú los mires.
(Alda Merini - Traducción - La Red)
La singularidad extrema de la obra de Alda Merini reside en esa
capacidad de sacralizar la vida, dotando a la palabra de una intensidad
que convierte cada poema en una oración y cada acto en un intento de
salvación. “Todavía hoy conservo intacto mi terrible secreto”, afirma en
un momento de este libro, refiriéndose al trauma que cuantos la
trataron buscaron sin éxito. Al final, viene a decirnos su obra, no hay
más trauma que nacer, condenados a una vida en la que el dolor nos
justifica y el placer nos salva sólo un instante, pues ya sabemos lo que
hay al final del camino. ¿Y cuál es el sentido de la locura? La locura
no existe, concluye: tan sólo el miedo a perder la cordura. No puede
existir la locura si la realidad es aquello que percibimos por los
sentidos, y por tanto nosotros somos la única realidad posible. El
infierno somos nosotros. Y el resto de la Biblia, también.
Las alas de los ángeles son calientes,
su pensamiento está dentro de la noche,
pero me hablas sobre un espacio que no conozco.
Me encantan las estrellas y la noche,
pero tú eres el canto de mi mañana.
(Variación: F. E. León)
Mario Meléndez nos presenta, en versión de Emilio Coco, algunos poemas
de la poeta italiana, Alda Merini (Milán, 1931), ya clásica en tu
tradición. Dice Coco: “Una experiencia anómala en la historia de la
poesía italiana contemporánea es la de Alda Merini quien no se
identifica con ninguna de las tendencias imperantes en la segunda mitad
del Novecento, heredera de una línea antimoderna escasamente acreditada
en Italia, cuyos rasgos distintivos habría que buscarlos en la fusión
contrastante de impulsos religiosos y eróticos, cristianos y paganos”.
Abro el cigarrillo
como si fuera una hoja de tabaco
y aspiro ávidamente
la ausencia de tu vida.
Es tan hermoso sentirse fuera,
deseoso de verme
y nunca escuchado.
Soy cruel, lo sé,
pero la jerga de los poetas es ésta:
un largo silencio encendido
después de un larguísimo beso.
*** *** *** *** ***
Padre, si escribir es una culpa
¿por qué Dios me ha dado la palabra
para hablar con trémulos lenguajes
de amor a quien me escucha?
Ya vieja de años y senescente
¿dónde hallar una brizna de hierba buena?
¿Qué sabes de mis conventos, de la gracia
madura de las santas, de las grandes
almas locas? ¿Qué puedo yo encontrar
entre los vivas del hombre de cultura?
en otra parte está el canto, en otra parte la palabra
y Dios no la pronuncia.
*** *** *** *** ***
al viejo manicomio
te acercabas de niño
y me traías siempre
una glicina de laurel
jugabas con los locos
fingiéndolos ladrones
oh bien nacido hermano
que no distingues nunca
el pecado del ocio
entre amor y espada.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.