Te viví sin saberlo y aún me duelen tus lágrimas,
aún preguntan mis ojos
por un amor herido
en los escaparates curvos de los deseos,
en las escalinatas de los sorbos vividos.
Ya no puedo arrancar los sueños que pasaron
sin temblar en la sombra
de tus brazos tendidos,
sin pedir la sonrisa tierna que me negaste,
sin soltar las amarras del fulgor amarillo
dibujado en tu frente
en un alto camino
que me lleva despacio hacia tus pensamientos
y abrocha los cordeles de un firme desvarío.
Ya no puedo mirar los soles de tu herida
dejando tus jarrones
sin amor, sin olvido,
pero vuelvo a tu rostro como una rosa ardiente
que llora cuando clama
en la vena anhelante de un soplo perseguido
que guía hacia tu pecho al último poema
que no supe escribirte
que no supe escribirte
y siente el resplandor de un sentimiento límpido.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.