Sacerdotes
He pensado mucho en Ramón Ataz en estos días, en cierta forma muchas de las cosas que he escrito han podido verse modificadas por la impresión, difícil de explicar, pero cierta, de pesimismo valiente lleno de esperanza que me ha dejado su despedida. Reconozco que al escribir éste que os presento, el más osado de todos los que he escrito puesto que en su búsqueda olvidó que existen las cuerdas y las redes o que siempre puede haber un lugar seguro donde guardar la ropa antes de mostrar una herida, su recuerdo era vago y difuso.
Pero no puedo reprimir mi admiración hacia un hombre que no solamente sabía latín, estoy casi seguro de ello, sino que lo amaba, de eso no me cabe la menor duda, y lo mostraba siempre con la humildad del peregrino iluminado, nunca se subió al púlpito para hacerlo. La causa de que no le dedique el poema abiertamente no es otra de que me queden muchas dudas de que el poema esté a la altura de lo que él merece.
Por pasar, puede ocurrir de todo en esta vida,
tan monótona y siempre abierta a la sorpresa.
Este poeta que se burla de su sombra y el destino
podría ser bendecido por el pueblo
que le volvió la espalda cuando necesitaba
calor en el largo invierno que su alma fingía
y algo esperaba
mover en las conciencias con su aullido temerario,
mas no por el sacerdote
que desde la primera fila podrá ver
las arrugas profundas que el hambre
y la verdad habrán labrado.
No es algo que yo diga,
es por todos admitido,
cada cual en su escenario despliega lo que tiene,
y ya sabe el actor que vive por las mujeres
que, casi nunca, visitan el camerino
cuando se apagan las luces.
Desconfía, Horacio,
incluso de aquellas almas delicadas
cuando se olvidan del hombre e imponen con voz
condescendiente el brillo de su sotana,
ellas no soportan el verbo temerario
de quien ya no sabe lo que dice,
pero en sus metáforas absurdas les recuerda
el origen de la miseria de sus triunfos.
tan monótona y siempre abierta a la sorpresa.
Este poeta que se burla de su sombra y el destino
podría ser bendecido por el pueblo
que le volvió la espalda cuando necesitaba
calor en el largo invierno que su alma fingía
y algo esperaba
mover en las conciencias con su aullido temerario,
mas no por el sacerdote
que desde la primera fila podrá ver
las arrugas profundas que el hambre
y la verdad habrán labrado.
No es algo que yo diga,
es por todos admitido,
cada cual en su escenario despliega lo que tiene,
y ya sabe el actor que vive por las mujeres
que, casi nunca, visitan el camerino
cuando se apagan las luces.
Desconfía, Horacio,
incluso de aquellas almas delicadas
cuando se olvidan del hombre e imponen con voz
condescendiente el brillo de su sotana,
ellas no soportan el verbo temerario
de quien ya no sabe lo que dice,
pero en sus metáforas absurdas les recuerda
el origen de la miseria de sus triunfos.
[1] Que me gusta enfangarme porque el barro es materia pobre y por lo
tanto pura /que adoro la luz solo cuando no ofrece esperanza. (Análisis
tardío)
[2] “Una vitalidad desesperada” nos define claramente a un poeta distinto que llega adonde otros ni siquiera sospechan que se pueda ir.
[3] El descubrimiento de Pier Paolo Pasolini como poeta ha sido para mí muy posterior al del cineasta, y, sin duda alguna, sin negar sus méritos en esta última faceta, es el campo donde mejor supo desarrollar sus inquietudes, su búsqueda áspera, a veces agónica, y siempre sincera de su verdad como hombre. Moderno o clásico, no lo sé, rotundo y sincero siempre, en su expresión me recuerda al Cesare Pavese de ”Lavorare Stanca” (Trabajar cansa), al menos en los poemas de corta extensión y de carácter confesional y narrativo al mismo tiempo. La maldición del “oficio” del poeta es recurrente, la relación con el hombre que vive una situación y un tiempo concretos, con los que nunca se debe estar de acuerdo mientras haya injusticias, es agria y sin concesiones, y las adereza levemente con la ternura de los momentos que se viven en el recuerdo, ese lugar en donde podemos llenar de significado situaciones que parecen pasar casi desapercibidas, y que añoramos cuando somos conscientes de la imposibilidad de su retorno.
[4] He creído ver ciertas similitudes entre la clase media italiana a la que atacó el poeta italiano con la española del desarrollismo. Yo mismo sentí mucha tristeza cuando de niño me contaban los lazos casi familiares que tenían unas familias con otras durante la larguísima posguerra española y comprobar que de aquel cariño y aquella complicidad se había pasado a la competencia y a la ostentación, algo se había roto y nunca ya podría recomponerse. Las magníficas películas neorrealistas italianas quizás reflejen un mundo más brutal resultante de la miseria que el que tenía mitificado Pier PaoloPasolini; pobreza, belleza, juventud, santidad son palabras que asocia frecuentemente como aquello que hubiera querido tener siempre.
[5]…me recuerda mucho a Caravaggio por la sinceridad brutal con la que acometían sus facetas artísticas y mezclaban la belleza más exquisita, incluso mórbida cuando acometían temas religiosos y los dotaban de un atractivo demasiado terrenal, con la fealdad y la decrepitud resultantes del paso del tiempo y las dificultades extremas en la vida de algunas personas. En el aspecto de la manera de proceder de un buen cristiano es el otro Miguel Ángel, el Divino y eterno cabreado, quien le sirve de referente, amaba la piedad como un impulso solidario, emotivo y, a ser posible, anónimo que emana de las enseñanzas de Cristo, y sentía una repulsión irreprimible hacia la caridad, no por ella misma en la que reconocía su valor, sino por la consecuencia exhibicionista en que suele derivar para lavar la conciencia y fortalecer la imagen de ciertos grupos humanos y la falta de tacto de éstos hacia la dignidad humana de los desfavorecidos con quienes la practican. (Debate con Hallie)
[6] En la época aquella en la que se nos intentaba decir que un acontecimiento marcaba el comienzo de una tendencia. Las segundas puertas del baptisterio de Florencia eran el hito de la irrupción del Renacimiento en la escultura..
[7] Sé que no es bueno aclarar demasiadas cosas en un poema, pero ésta es muy significativa y me puede el miedo de ser malinterpretado, no creo en las banderas.
[8] Casi todas las personas ateas o agnósticas que conozco las tengo entre las mejores, respetuosas con las ideas de los otros y tan deseosas como el que más de que exista otra vida, pero no quieren engañar a lo que les dicta su razón. Desconfío de quienes hacen una ostentación exagerada de su falta de fe y un uso desproporcionado de la blasfemia, hay excepciones, ahora se me viene a la mente una.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.