Caballero Bonald no cuenta con la popularidad de otros grandes poetas
andaluces, pero cómo yo digo cuando se me pregunta por él; lo escrito
escrito está y no faltará quien busque poesía entre las ruinas de su
recuerdo. No están los tiempos para aclamar a los héroes, ni siquiera
para resucitar a los monstruos. Aquí dejo unos poemas del poeta jerezano
que han tenido que atravesar con dignidad, inspiración y oficio estos
mares destemplados y estancados en la niebla en los que hoy se mueve el
arte sobrepasado demasiadas veces por la artesanía.
Apócrifo de la antología palatina
Súbita boca que hasta mí llegó
en el lento transcurso de la noche,
dócil de pronto y de improviso
rezumante de furia,
¿quién
activó su olímpica
ansiedad, esparciendo
un delicado zumo de estupor
entre las ingles de los semidioses?
Oh derredor opaco
del recuerdo que suple lo vivido,
cuando quien esto escribe
amaba impunemente no en el templo
de Afrodita en Corinto
sino en la clandestina alcoba bética
donde oficiaba de suprema hetaira
la gran madre de héroes, fugitiva
del Hades y ayer mismo
vendida como esclava
en el impío puerto de Algeciras.
Defectuosa formación del plural
Disfraz, persona unitiva
Lezama Lima
Cuántos días baldíos
haciéndome pasar por lo que soy.
Máscara sin memoria, líbrame
de parecerme a aquel que me suplanta.
Uno solo será mi semejante.
Desencuentro
Esquiva como la noche,
como la mano que te entorpecía,
como la trémula succión
insuficiente de la carne;
esquiva y veloz como la hoja
ensangrentada de un cuchillo,
como los filos de la nieve, como el esperma
que decora el embozo de las sábanas,
como la congoja de un niño
que se esconde para llorar.
Tratas de no saber y sabes
que ya está todo maniatado,
allí
donde pernocta el irascible
lastre del desamor, sombra
partida por olvidos, desdenes,
llave que ya no abre ningún sueño:
La ausencia se aproxima
en sentido contrario al de la espera.
Espera
Y tú me dices
que tienes los pechos vencidos de esperarme,
que te duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de golpear mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en besos
desde la ausencia en la que tú me gritas
que me estás esperando.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a este deshabitado ocio de mi carne
que apenas sí tu sombra se delata,
que apenas sí eres cierta
en esta oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
Fábula
Nunca serás ya el mismo que una vez
convivió con los dioses.
Tiempo
de benévolas puertas entornadas,
de hospitalarios cuerpos, de excitantes
travesías fluviales y de fabulaciones.
Tiempo magnánimo
compartido también con semidioses
errabundos y hombres de mar que alardeaban
del decoro taimado de los héroes.
Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida.
La historia es indulgente, merecidas las dádivas.
Los dioses son ya pocos y penúltimos.
Justos y pecadores intercambian sus sueños.
Cenizas son mis labios
En su oscuro principio, desde
su alucinante estirpe, cifra inicial de Dios,
alguien, el hombre, espera.
Turbador sueño yergue
su noticia opresora ante la nada
original de la que el ser es hecho, ante
su herencia de combate, dando vida
a secretos cegados,
a recónditos signos que aún callaban
y pugnan ya desde un recuerdo hondísimo
para emerger hacia canciones,
puro dolor atónito de un labio, el elegido
que en cenizas transforma
la interior llama viva del humano.
Quizá solo para luchar acecha,
permanece dormido o silencioso
llorando, besando el terso párpado rosa,
el pecho triste de la muchacha amada;
quizá solo aguarda combatir
contra esa mansa lágrima que es letra del amor,
contra
aquella luz aniquiladora
que dentro de él ya duele con su nombre: belleza...
La botella vacía se parece a mi alma
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el irrisorio contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más penúltimo amagando en las puertas, los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La botella vacía se parece a mi alma.
Ningún vestigio tan inconsolable
como el que deja un cuerpo
entre las sábanas
y más
cuando la lasitud de la memoria
ocupa un espacio mayor
del que razonablemente le corresponde.
Linda el amanecer con la almohada
y algo jadea cerca, acaso un último
estertor adherido
a la carne, la otra vez adversaria
emanación del tedio estacionándose
entre los utensilios de la noche.
Despierta, ya es de día, mira
los restos del naufragio
bruscamente esparcidos
en la vidriosa linde del insomnio.
Sólo es un pacto a veces, una tregua
ungida de sudor, la extenuante
reconstrucción del sitio
donde estuvo asediado el taciturno
material del deseo.
Rastros
hostiles reptan entre un cúmulo
de trofeos y escorias, amortiguan
la inerme acometida de los cuerpos.
A batallas de amor campo de plumas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.