Prólogo
El destino de un poeta
Gracias, Leonard, por
haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista,
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista,
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
Desconozco la consideración literaria de Brassens o
Brel en Francia o la de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en
estos días, solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les
quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de candilejas.
Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo escribieron con una calidad insultante, sino que supieron extraer muchas de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.
Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre
se puso serio cuando trataba con la palabra y la música y el misterio de su
combinación, que en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals
vienés" de Lorca (Take this Waltz) tuvo un amago de depresión profunda, y
es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara transmitir a los
muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una intrínseca musicalidad.
Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no es entretenimiento, aunque lo
pueda tener, y que la poesía tiene muchos caminos, que este poeta es
imprescindible porque encontró el suyo mirándose hacia dentro como un pájaro
que se arrastra en los cables, como un borracho sereno que ha olvidado su
nombre en un tugurio portuario de una isla asustada que es la mía y llora su
soledad en las noches de levante y de zozobra.
Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya escaso.
Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera y, quizás, amante.
Volvió a recordar un repertorio cuyas mejores piezas tenían mucho tiempo, era una suerte inmensa que fuera así, que rindiera un amplio tributo a sus primeros escarceos en el mundo de la música, creo que intuía con la sabiduría otorgada por una vejez esplendorosa que sus mejores versos serían recitados cuando hablaran de este tiempo confuso entre la revolución marchita de las flores y la Guerra del Vietnam, de este mundo arbitrario que se arrastra entre las cenizas de un pensamiento angustiado por la hipocresía que se muestra ante los diferentes conflictos y regímenes políticos.
Aunque no cantó mi canción favorita; "Uno de
nosotros no puede estar equivocado", ésta no dejó de sonar para mí en las
casi cuatro horas que duró el concierto. Sí, también yo torturé el vestido que
ella llevaba por el mundo para olvidar, no hizo falta que la cantara para que
yo sintiera como sería ese momento, no me importa que casi todos la hayan
olvidado, mi corazón me dice que es una obra maestra incuestionable.
Martes, 15 de agosto
de 2017
I
La eternidad del amor dura lo que un recuerdo, el
recuerdo lo que una vida, una canción permanece mientras haya alguien que
quiera escucharla, unos labios que mantengan su promesa, un templo que haya
querido ser profanado con toda su alma…
Aquí estoy, de rama en
rama sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico en el cielo, desierto y
sin destino, edificando un sentido rítmico con palabras. Soy yo quien enciende
un cigarro en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer verso
que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos, quien transita
ansioso por los caminos abiertos de tu memoria, quien no podrá sentir nunca más
la tristeza de tus ojos de levante altivo mientras te refugies en el dique de
los besos para que no sea borrado por el tiempo y el agua, quien sobrevuela la
belleza mórbida de tu cuerpo cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera
de tu cama, quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si
acabáramos de conocernos y nunca hubiera escuchado el latido de tu pecho, la
libertad gritando en tus entrañas.
II
Envejecer
Anochece en mi rostro
cuando pasa la muchacha
de ayer
que apenas sonreía
para mi cuerpo,
que enviaba
pétalos ennegrecidos
a los claveles rojos
del mañana
enclavado en una
estatua que guarda una sonrisa
a pesar de los
fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden llevarse
el altar de los santos
descreídos.
III
Vuelvo al tiempo de
los besos
acorralados,
de los sueños erguidos
en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India
que nunca se marchita,
a los bancos de piedra
que ya no son los mismos;
no recogen la firma de
tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos
profundos de una rima.
Vuelvo al patio romano
como si quisiera
gritarle a la rosa
que ya no será nunca
temprana
cuánto te quería
en los
recovecos de los jardines de las murallas,
en el pequeño foso del
suicida
que aún guarda los
calvarios brunos de nuestra nube
en el velo del mar que
atravesaba
la pulpa del naranjo
que oscurece
en el paseo
crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera
abrazarte de nuevo
en los surcos
nostálgicos del agua
que se adentra en la
noche de las incomprensiones,
de las barcas
perseguidas
que gimen en el aria
de tu arena
como una sirena que ha
renunciado al canto
y horada con los ojos
la amargura de sus piernas
entre los espigones
derruidos por el salitre y su silencio
donde la
luna araña al mediodía
tu sombra sobre la
tierra del olvido,
el corazón sediento
que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso
que tuviste en la boca.
Miércoles, 26 de
septiembre de 2018
IV
La eternidad del amor
dura lo que un recuerdo cuando todo se ha perdido, cuando agonizan
las calles atormentadas de Hydra y se apagan las farolas porque se
levantan los postes con la lentitud del abandono y no hay sueño que anide en
los cables o se arrastre por la tierra que sigue esperando su pavimento y sus
aceras. Una canción permanece mientras haya alguien que quiera escucharla, un
salmo si lo escribe un refugiado en unos labios que mantengan la ruptura
de su promesa o un templo con tus mórbidas columnas que haya
querido ser profanado con toda su alma y se sostiene en la luz crepuscular
mientras se derrumba para acariciar sus ruinas en la oscura colina por la que
nunca caminaron los dioses.
***
*** ***
Aquí estoy, yendo de
las flores al silencio capturado por el instante de una fotografía que
olvidó, al revelarse, que tú no estabas, en las ramas de la inconsciencia
advertida sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico que aún juega con
la golondrina que se adentró en el cielo oculto por la niebla que
derramaste en el último tugurio del puerto donde soñaba una guitarra mientras
la vida se detenía para escucharte y contemplar las sienes de tu olvido. Aquí
estoy con un lápiz y un sombrero, esperando que llegue la magia al papel,
desierto, sin espejo ni destino, navegando en la resaca que me dejó la marca
permanente de tu piel en los pasillos, edificando un sentido rítmico
con acordes que pasaron por mis manos y no pudimos pronunciarlos mientras
cantabas el himno que atenuaba nuestra culpa por haber dado la espalda a los
edificios que alentaban el aullido que había salido a la calle y llevaban
escrito en sus paredes la rabia de haber dejado escapar los poemas perdidos en
las manifestaciones.
*** *** ***
V
Estuve en la oscuridad mucho tiempo,
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles
con una rosa blanca en la mano,
que desee volver a la niebla
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un desastre anunciado.
Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.
La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.
Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.
Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.
VI
Soy yo quien enciende
un cigarrillo en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer
sentimiento que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos para
desterrar el miedo, quien transita ansioso por los caminos abiertos en el
desfiladero de tu memoria adolescente, quien no podrá sentir nunca más la
tristeza de tus ojos de levante altivo mientras te refugias en los
espigones de los besos para que no sea borrado tu nombre de las
piedras por el tiempo y el mar, soy quien sobrevuela la belleza
resplandeciente de tu rostro cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera
de la cama que algunas noches y tantas mañanas se adueñó de nuestros
cuerpos, quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si acabáramos
de conocernos cada vez que nos miramos, y nunca hubiera escuchado el latido
nervioso y penetrante de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas,ahora
que ya no sientes resquemor por las cartas que nunca me escribiste, que dejo
que se apague mi desesperación en las serpientes de tierra que recorríamos
entre el licor, los candelabros y el rumor de los embarcaderos que aún lloran
sobre las palabras que sostenían tu camisa y perseguían tu
huella, que ya no saben en qué cajón guardé la cinta de tu pelo, el
candor de tu vestido de los viernes, que vagan por la orilla de la ensenada que
se pierde dos veces al día atravesada por la voracidad de la canción de
las mareas, que ya no saben cómo era tu acento ni pronuncian en tu
mirada el nombre de la isla, ni la ternura de la tarde en que nos encontramos y
tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.
VII
A Miguel Aurelio en el
Barrio La Viña 1987.
Pavese vuelve a morir
cada vez que te miro y
no me encuentro
como el lobo abatido
de San Amaro.
Es agosto y esta ciudad se ha llevado el rumor del río.
Nietszche vuelve a
vivir en tu locura,
sufro en las ramajes
más frágiles del
Averno, pero ya ves;
te amo incluso cuando
me regañas...
No tengo la culpa de
sentirme un chico abandonado
cuando no me sonríes,
hablé con Andrés el
día de la mujer
pero no me escuchaba,
no debe atarse un
purasangre a una noria.
(Conversaciones con
Laura - Turín, 18 de mayo de 2019)
1
Estás ahí, en ese trozo
de papel borrado
que ya no habla de
cambios
y de justicia
en los tugurios donde
la bruma se detiene,
estás en mis brazos
cuando duermes
con el deseo de amarte
por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis
labios,
con mi sombrero azul
de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar
de un negativo borroso
como la nube de
polvo que mecía
every
morning your pillow with my hand
y el vestigio de una
plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla cerrada
que con la sangre
perdía el clavel del Mentidero.
2
El poema manchado de
tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro
de sirena oprimida
por el vuelo nervioso
de una alondra
que no pliega las alas
y emprende otro camino
como un hueco en el
salón
que golpea en las
ramas de una puerta
porosa,
ebria,
torpe,
atormentada
como la juventud que
no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo
a la varanda de tus labios,
al amargor de los
helechos
de un niño ciego
amortajado por el amor
que no supo quererme
cuando llegó la noche larga.
VIII
Viernes, 16 de
noviembre de 2018
Sintiendo desde la
torre de la Canción
Mis amigos ya se han ido y tengo el cabello gris,
ahora sufro en los lugares donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
solo pago su alquiler cada día
en La Torre de la canción.
ahora sufro en los lugares donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
solo pago su alquiler cada día
en La Torre de la canción.
(Leonard Cohen)
Creo, Juan, que tan bueno como acordarnos de
nuestros cantantes es elegir las canciones que mejor los representan. Con Cohen
siempre recurres a aquellas que sustentan el mito de su inmortalidad;
sobrevivirían como poemas de gran altura y de belleza emocionada al leerlos
hacia adentro cuanto más ofrecidos en profunda sintonía con la música.
*** ***
***
Vi muy acertada la reivindicación que Cohen hace de
Hank Williams en esta canción, también Dylan tuvo palabras laudatorias y un
sincero agradecimiento para ese desconocido entre nosotros que reinventó el
country y que escribía sus propias canciones, que verdaderamente pagó el alquiler
más alto en el mundo de la música.
Leonard insiste en el paso del tiempo y en lo duro
que es mantenerse cuando se han perdido las ilusiones. Te dejo una traducción
de la primera estrofa, el tercer verso se me resiste, me acogí a lo que entendí
y, quizás, no acertara, pero creo que pone bien claro lo fácil que puede llegar
a ser conseguir sexo y lo complicado que es conseguir amor.
*** *** ***
Creo que Leonard Cohen intentaba arrimar cada tema
a la vida y al amor, triste y hermosa, como la queja sin esperanza de una
muchacha sefardí, es la historia de esa amante que se ha ido separando de él,
con su voz grave y dolorida le advierte que la seguirá escuchando porque él,
cuando ella se haya ido definitivamente, le hablará con ternura y recuerdo
desde la Torre de la Canción.
Leonard Cohen empezó muy tarde en esto del mundo de
la música, tenía unos 34 años, cuando los monstruos asustados que, aún hoy, nos
siguen nos siguen arrastrando con sus miedos, lo habían hecho apenas superada
la veintena. “Las canciones de Leonard Cohen” es un álbum mítico que le aseguró
para siempre el respeto, quizás no la comprensión, entre críticos, músicos y
poetas. Pero vivió profundas decepciones a lo largo de su carrera.
Pienso que sus mejores creaciones, cuando ya se
veía amenazado por el tiempo y temblaba con la misma intensidad cuando miraba
el pasado y no encontraba el futuro, son una crítica poética y amarga de ese
mundo al que ya no podía ver distinto a los otros, a los que veía precipitarse
sobre las ruinas de los sueños que habían sido cubiertas con el manto de la vulgaridad
en la que iban cayendo los nuevos medios de comunicación. Los versos más
afortunados y terribles de la segunda parte, se dice que nunca fueron buenas,
de su primer resurgimiento se los reserva para los asuntos que le eran más
queridos; el dolor por el paso del tiempo, el alejamiento, sin que se perciba
apenas, de los amigos y la muerte de un gran amor, porque son los que siempre
acaban en ruptura; es difícil recuperar cada día la resurrección de los
primeros momentos. Es imposible que los seguidores del poeta olvidemos a
Marianne Ihlen.
*** ***
***
Me emocionó, también a mí se me escapaba alguna
lágrima, sobre todo cuando evocaba al músico español que le enseñó a tocar la
guitarra española y cuando brillaban sus ojos taciturnos mientras pronunciaba
con morosidad y temblando el nombre de su poeta. Estos versos que te dejo es
muy posible que nunca los hubiera escrito si no fuera por Cohen. Lo tengo a él
y a Saint-Exupéry como los maestros que me enseñaron a perder el miedo a volar
al adentrarme en la alegoría. No creo que tenga sitio en la Torre de la
canción, pero nadie puede impedir que escriba lo que veo cuando estoy mirando
el mundo desde lo alto de ella.
Dejas en las arenas el rastro de un recuerdo
que vibra acompasado
en la huella del alma plena que no se pierde,
en revistas que llegan vestidas de fracaso,
ilusiones sin voz que gritan en el muro
donde esperas que vuelva mi nombre entre las piedras.
Fue visitar Hydra, milagros de la Red, y todo
empezó a ir mejor, fue comprender su delicadísima situación con respecto al
estado de Israel, su pasión por las mujeres que le alejó de Marianne, su
sincero rechazo del star-system, su relación con la poesía como algo necesario
para aferrarse a la vida...
(2018)
Es cierto, Juan, que
no eres el único que indaga en el proceso creativo de Leonard Cohen. Pero no he
encontrado a nadie que haya sabido abordarlo con tu valentía desde el
pensamiento, la leyenda y el sentimiento. No sé si estuve bien la noche de la
cita, el epílogo fue triste; Los Cranberries actuaron en una sala no muy grande
sin recuperar la fama que dilapidaron, nunca supe qué fue de aquel concierto.
Cohen, inmenso, cantando sus primeras canciones tal como las recordamos.
IX
And then I confess that I tortured the
dress
that you wore for the world to look through
(Leonard Cohen)
Yo que conocí la tortura que nos ofrecen ciertas bendiciones, confieso que nadie como Cohen en esta canción ha ilustrado lo que yo sentía en mis tormentas, sí, ahora confieso que torturé el vestido que llevaste por el mundo para olvidar.
Hablar de Leonard
Cohen para mí en estos días supone hacerlo del poeta al que le he hecho un
seguimiento más fragmentario y, sin embargo, intenso en los diez últimos años,
este canadiense que nos habla de la decadencia, del deseo y del amor, de la
agonía críptica del hombre y de la civilización se ha asentado en mí y me ha
invitado varias veces a que intente evitarle.
Por esas cosas
difíciles de explicar tuve desde el mismo día que salió al mercado su "Old
ideas", me lo consiguió mi cuñada pues pensaba que también yo pertenecía,
como él, al mundo de los tristes y solo lo escuché una vez si exceptuamos el
amplio repaso que hizo de este disco en Madrid cuando fui a verlo. Mi mujer no
pudo hacerme un mejor regalo, se lamentaba de que no había podido
conseguir las entradas en primera fila, así que tuvimos que conformarnos con la
segunda. Nunca olvidaré aquel concierto, duró cuatro horas con un descanso que
había dicho que duraría quince minutos y no llegó a los doce, no me enteré
mucho de lo que pasaba, me emocioné cuando lo vi arrodillarse cuando cantaba
Hallelujah, no podía creer que allí ante nosotros y envolviéndonos en una
letanía bíblica estuviera un anciano de setenta y ocho años que nos decía que
aún tenía que cumplir algún sueño.
Después de haber leído
poemas suyos he llegado a la conclusión de que entre los mejores están aquellos
que ha convertido en canciones. Había hecho sus pinitos en la música de
adolescente pero la había aparcado para triunfar en la literatura, varios
poemarios y dos novelas le convirtieron en el "enfant terrible" de las letras canadienses en
lengua inglesa. Su debut como cantante fue muy tardío, grabó su primer y,
probablemente, mejor disco; Songs of Leonard Cohen en 1967 (era un material de
años, que también inundó el siguiente y excelente disco, y cerró con
inspiración ante la ilusión de un disco primero) desde entonces ha tenido dos
caídas y tres resurrecciones, reinventarse es una de las facetas que mejor ha dominado,
solo su poesía ha estado muy por encima ello. Hubiera dado mucho por escuchar
en ese concierto "One of us
cannot be wrong" pero no se acordó de ella y evalué la dificultad
que entrañaría escucharle alguna vez cantarla en un gran escenario o, mejor aún,
en un pequeño bar, con Leonard Cohen nunca se sabe, aún pienso que me lo puedo
encontrar en cualquier esquina.
(19 de diciembre de 2014)
X
Oda a Leonard Cohen
Ah, the last time we saw you looked so much older1
(Cohen – Famous blue raincoat)
La última vez que te
vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos
las arrugas y los gestos
habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa e inflexible
que llenó de fantasmas verborreicos
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa e inflexible
que llenó de fantasmas verborreicos
la residencia
empantanada de los dioses.
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu ojos de contenida tristeza,
ni la calma tormentosa de tu piel,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente y añorada.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu ojos de contenida tristeza,
ni la calma tormentosa de tu piel,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente y añorada.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero
y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
que se adentra en
los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado
y aplaudiera mi gorro
de esperpento
que no encuentra el
guiñol de tus sandalias
mi deseo de muerte y
mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien lloraba y reía,
y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece
su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
1) La última vez que te vimos parecías mucho más viejo. (Famosa gabardina azul)
Publicada el 27 de
Noviembre de 2014
XI
Nunca supimos dejarlo
Unos
versos caídos en la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no se sabe desplegar
cuando no encuentra el camino de tus labios.
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no se sabe desplegar
cuando no encuentra el camino de tus labios.
No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con el timón atado a tu cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales
y las ansias de vivir
en las arterias lentas de una isla
que avanza en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.
No somos los primeros
que se dijeron adiós mientras se amaban,
que plegaron las velas
mientras llegaban los vientos favorables,
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían las risas con las lágrimas.
Nuestros besos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas del alma de los vientos,
en el polvo del interior de tus colinas,
que perdieron el camino en el vientre del agua.
Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no es el mismo de los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de un hechizo.
El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido
y te enfrentas al dolor cinerario de la urna
de Keats iluminada en la tormenta.
No somos los únicos que pecaron por amor,
que enfilaron su barca contra las escolleras
de los abrazos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea del deseo de los perdidos.
No somos el paradigma de los peregrinos ciegos
que han muerto por amor
y siguen caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede someter entre los cables y los pájaros
aunque se acuerde de tu olvido
y llore en la noche profunda del fulgor en tu mirada.
(
Domingo, 2 de julio de
2017
Ah,
the last time we saw you looked so much older[i]
(Cohen – Famous blue raincoat)
(Cohen – Famous blue raincoat)
Yo que conocí la tortura que nos ofrecen ciertas bendiciones, confieso que nadie como Cohen en esta canción ha ilustrado lo que yo sentía en mis tormentas, sí, ahora confieso que torturé el vestido que llevaste por el mundo para olvidar[ii].
Hablar de Leonard
Cohen para mí en estos días supone hacerlo del poeta al que he hecho un
seguimiento más fragmentario[iii] y, sin embargo,
intenso en los diez últimos años, este canadiense que nos habla de la
decadencia, del deseo y del amor, de la agonía críptica del hombre y de la
civilización occidental se ha asentado en mí y me ha invitado varias veces a
que intente evitarle. Como todos los grandes conoce las debilidades y no se fía
mucho de sí mismo ante ellas; suelen llevar un nombre de mujer.
Por esas cosas difíciles de explicar tuve desde el
mismo día que salió al mercado su "Old ideas", me lo consiguió mi
cuñada pues pensaba que también yo pertenecía, como él, al mundo de los tristes
y solo lo escuché una vez si exceptuamos el amplio repaso que hizo de este
disco en Madrid cuando fui a verlo.
Mi mujer no pudo
hacerme un mejor regalo, se lamentaba de que no había podido conseguir las
entradas en primera fila, así que tuvimos que conformarnos con la segunda. Lo
veía cerca, podía sentir sus gestos, aunque los progres que teníamos delante
hicieron todo lo posible para estropearnos el ansiado encuentro.
Nunca olvidaré aquel
concierto, duró casi cuatro horas con un descanso que había dicho que duraría
quince minutos y no llegó a los doce, no me enteré mucho de lo que pasaba, me
emocioné cuando le vi arrodillarse cuando cantaba Hallelujah, no podía creer
que allí ante nosotros y envolviéndonos en una letanía bíblica, menos religiosa
de lo que la gente piensa, estuviera un anciano de setenta y ocho años que nos
decía que aún tenía que cumplir algún sueño, que se sentía feliz por estar en
la patria de su poeta.
Después de haber leído poemas suyos he llegado a la
conclusión de que entre los mejores están aquellos que ha convertido en
canciones. Había hecho sus pinitos en la música de adolescente pero la había
aparcado para triunfar en la literatura, varios poemarios y dos novelas le
convirtieron en el "enfant
terrible" de las letras canadienses en lengua inglesa.
Su debut como cantante
fue muy tardío, grabó su primer y, probablemente, mejor disco; Songs of Leonard
Cohen en 1967 (era un material de años, que también inundó el siguiente y
excelente disco), y cerró con inspiración ante la ilusión de un amor primero,
ante el hecho de saber que la música podría proporcionarle el dinero y la fama
que no le darían los libros por muchos que vendiera viviendo la literatura.
Después tuvo claro que no perseguía lo uno ni la otra; su tercer disco no
concedería nada a nadie, ni siquiera a él mismo, había consolidado su
compromiso con el arte.
Desde entonces ha
tenido dos caídas y tres resurrecciones, reinventarse es una de las facetas que
mejor ha dominado, solo su poesía ha estado muy por encima de ello.
Hubiera dado mucho por
escuchar en ese concierto "One of
us cannot be wrong" (Uno de nosotros no puede estar equivocado)
pero no se acordó de ella y evalué la dificultad que entrañaría escucharle
alguna vez cantarla en un gran escenario o, mejor aún, en un pequeño bar, con
Leonard Cohen nunca se sabe, aún pienso que me lo puedo encontrar en cualquier
esquina.
XII
Famoso impermeable
azul
(19 de diciembre de 2014)
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
(Octubre de 2012)
XIII
Miércoles, 28 de junio
de 2017
Leonard Cohen se pone su traje gastado y lo
plancha, con la misma delicadeza que los sacerdotes profanan la enseñanza de
los profetas a la que reducen al rito, porque la vida le empuja a hacer un
ensayo general de su propia decadencia moral, para hablar con un tono dolorido
y asustado de la derrota incondicional y profunda contra el paso del tiempo.
Como es su costumbre cuando quiere llegar a
cualquiera que desee tocar su frente arrugada, las llagas de su costado, Cohen
se rodea de palabras cotidianas, de imágenes cristalinas al alcance de todos
los oídos que quieran verlas y tocarlas.
Pero a través de su sencillez expositiva y la
claridad de su verbo crea un intrincado enigma que pone a prueba nuestra
capacidad de razonamiento para demostrar que desconocemos lo que es de sobras
conocido y a lo que no se ha hallado nunca una respuesta convincente; ¿Adónde
va el amor cuando muere? ¿Por qué seguimos cantándole como si fuéramos un tenor
tembloroso y perdido en los brazos del licor, arrinconado entre la nocturnidad
de una parranda[i] y el dorado anonimato de los momentos que
siempre se recuerdan porque en ellos hemos logrado vida cuando nuestras
aspiraciones (sexo, dinero y poder) eran insignificantes?
Una trascendencia hiriente que golpea los iconos de
las equivocaciones recurrentes nos dirige a un paseo inquietante y
purulento por las sombras del resentimiento y del dolor.
Ya nunca será el muchacho que soñaba a través de
las canciones, nunca volverá a levantarse del suelo para transitar por un
pedestal en el que no podrá creer cuando los astros se hayan apagado, después
de haber odiado de todo corazón aunque fuera una sola vez y un solo instante;
es el único pecado que cabe la posibilidad de que no tenga redención posible,
ni siquiera basta el amor por sí mismo para que sonriamos como un adolescente
embarcado en un romance placentero que no llegó a florecer pero dejó la
frescura de su aroma, la melodía de las canciones que escuchábamos para situar
ese tiempo en la memoria.
El cronista de los perdidos, el poeta de los
desamparados, el amante lacerado por las alambradas y sus coronas, el hombre
que tomó por la cintura a la tristeza para mostrarnos la injerencia en nuestras
vidas del monstruo de cemento enamorado del desamor cotidiano, ese que ha
creado los vestigios indelebles que surgieron del fracaso de las revoluciones y
la llegada de un consumismo voraz, superficial y desordenado para alertarnos de
la soledad de los mártires ante la incomprensión de los verdugos cuyos rostros
aparecen con regularidad en las portadas de los periódicos como héroes
implacables, ante las encrucijadas dolientes de la avenida del alma, la
fragilidad de los más grandes profetas ante un mundo que no ve aunque mira, que
no escucha porque la multitud se apoderó del desierto de la indiferencia y
grita más que los vientos del sur cuando cruzan el mar, ante la certeza
empírica de que la muerte nos encuentra siempre y la vida transcurre y
pocas veces la hallamos para sentir aquello que hay de eterno en la brevedad de
las lamentaciones cuando son verdaderas.
El poeta sabe pocas cosas, pero expresa mejor que
nadie la incompatibilidad entre la felicidad y la libertad, el poeta es un
albatros pero hay escribidores de versos que permiten burlarse de Baudelaire[ii], manchar la pureza melancólica del Darío[iii] más inspirado.
Pero apenas puede explicar, quizás porque no tiene
cabeza ni sentido[iv], por qué busca la
felicidad pero, en cambio, concentra todas su fuerzas en perder una guerra
cierta cuando lucha agónicamente por ser libre. Los alemanes refiriéndose a los
románticos de su país dirían que así de trágico es el destino del poeta. Cohen
camina en esa estela, sabe que el fracaso genera angustia, pero también sabe
que la gloria de los triunfadores es más amarga aún cuando se gestionan mal las
mieles, cuando nos embriagan los laureles con el peor vino de mesa que siempre
deja una resaca dolorida.
Pocas veces el señor
de los tristes se mostraría más turbio, pesimista y desesperado[v]. Pocas veces una estrella puede ser tan injusta
con las tinieblas de su propio resplandor. Pasarán muchos años para que se
comprenda que canciones de amor y de odio es un disco que podría haberse
escrito hace más de dos mil años, Catulo[vi] es testigo de ello, y también en un futuro
por muy lejano que fuere mientras el hombre sea capaz, a regañadientes, de
mirar, aunque sea de soslayo, sus propias entrañas y admitir que alguna vez no
fue bueno y que llevará esa cadena para siempre en su expediente.
Solo el amor permanece
decía Violeta[vii] ¿y qué podemos decir cuando, con
cualquier excusa legítima o peregrina, preferimos la persistencia del odio?
Leonard Cohen no
estaba, en ese momento de su vida, después de dos obras deslumbrantes y la inquietud
desconcertante de quien vislumbra una edad en la que el chico de oro siente
miedo cada vez que mira los surcos de su rostro, palpa con los ojos su piel
envejecida en el espejo, cuando decide publicar, echando todavía un vistazo al
material acumulado durante años, un disco tan oscuro que solo sería superado en
sus ansias de tinieblas por las ruinas de Berlín[viii] que vería la luz, por agarrarnos a un tópico,
un par de años después para enfrentarse a una injusticia permanente.
Pero Cohen no quiere
recrearse en lo logrado, tiene una madurez insólita en el mundo de una música
casi adolescente por entonces, ya que no pueden consolarle los beneficios de
plástico gastado y la pérdida de caricias verdaderas inherentes a la
fama mientras su juventud se consume sin remedio y para siempre, sino
perseguir lo perdido aunque sea en la agonía, y las fuerzas le hayan
abandonado.
Se había llenado de
noche para buscar la luz a través de la desesperación de las habitaciones que
acogieron el deseo de unos cuerpos exultantes y los recuerdos siempre
gratificantes del comienzo de una pasión. No nos podía hablar solo de amor
porque había yacido en la cama con muchas mujeres de las que apenas había
conocido cómo llevaban el cabello y cómo desgastaban un sujetador que no
sostenía nada y lo inútil que son las suelas de los zapatos cuando nos llevan
al infierno de las grandes ciudades que gritan la opacidad y la impotencia de
los poetas callejeros a los que, probablemente, ni miraba cuando pasaba de
largo ya que le asustaba pensar que ese destino, quizás, le había estado
reservado mientras sonaba la campana. Pero se cruzó la muerte de un payaso
melancólico en el camino. Ya no podría nunca más abrazar una guitarra española
sin sentir escalofrío, ya tendría que hacer obligatoriamente su exégesis
intransferible e inmensa del "Pequeño vals vienés".
No tendría que sonreír
cuando alguien le dejara tres dólares en el sombrero cuando le ofreciera con la
exclusividad del abandono el "Tennesee Waltz" que previamente le
hubiera solicitado para hacer que corriera una lágrima por las mejillas de una
novia de alquiler que aún soñara con vivir un gran amor aunque muriera.
[i] Like a bird on the wire / like a
drunk in a midnight choir / I have tried in my way to be free. Como un pájaro en los
cables / como un borracho en una ronda nocturna / he intentado ser libre a mi
manera.
[ii] El poeta es igual,
allí sobre cubierta / sus alas de gigante le impiden caminar. (Charles
Baudelaire)
[iii] El dueño fui de
mi jardín de sueño, / lleno de rosas y de cisnes vagos; / el dueño de las
tórtolas, el dueño /de góndolas y liras en los lagos.. (Rubén Darío). El
poeta hispano-nicaragüense fue una buena persona que hizo cosas horribles que
solo están al alcance de los perversos, quizás fuera su admiración desmedida
por Paul Verlaine a quien superó de largo en eso de las rimas y de quien quedó
lejos a la hora de esculpir barbaridades.
Bardem estuvo
maravilloso cuando en “Lorca: Muerte de un poeta”, hizo que le brillaran los
ojos al poeta granadino al evocarle.
[iv] Siempre he pensado que el Espantapájaros del
Mago de Oz representa muy bien lo que significa ser poeta. Es algo parecido a
cuando Rubén Blades nos explica lo que hace falta para ser rumbero, eso es,
precisamente lo que le sobra al poeta aunque no sepa nunca el por qué. .
[v] Desde la pasión
de Juana de Arco, a la muerte traumática de una locura de Avalancha y la
infidelidad, por desgracia frecuente, entre amigos, Cohen nos muestra que no
estaba dispuesto a hacer concesiones al hombre que dormía con él, ese que le
había llevado a desconfiar de todo, empezando por el rostro que se burlaba de
él cuando se miraba al espejo.
[vi] Es el poeta romano que mejor supo cantar
al amor.
[viii] Berlín es el
disco maldito por excelencia, demasiados inconvenientes tuvo que superar su
autor; Lou Reed para lograr su aparición, tuvo que recortar dramáticamente la
duración del proyecto. El cronista urbano siempre se sintió triste por la
incomprensión que se tuvo por toda su obra, especialmente por la que le era más
querida porque surgió de la sombra del
dolor...
7 de junio de 2017
XIV
Jueves, 16 de febrero
de 2017
Solía llevar el
cabello como tú
excepto cuando dormía
que lo trenzaba en una
gandaya
de humo dorado y de
aliento.
Dama viajera quédate
un rato
hasta que la noche
acabe,
sólo soy
una parada en tu camino,
ya sé que no soy
tu amante.
(Leonard Cohen -
Winter lady)
Este poeta es imprescindible porque encontró su
camino mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables,
como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio portuario de
una isla asustada que se parece a la mía y llora su soledad en las noches de
levante y de zozobra. Al final todos acabamos volviendo los ojos hacia el Mediterráneo
en donde nació este sueño que, a veces, convertimos en pesadilla.
Gracias, Leonard, por
haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
(Encuentro con Leonard
Cohen en Madrid)
XV
Anoche recuperé este escrito que había dejado
colgado en el muro de alguien, fue por casualidad, como tantas otras cosas en
la vida, entonces estaba centrado en el viejo Cohen que contradiciendo su
leyenda de seriedad pesimista siempre sonreía y agradecía haber llegado tan
lejos, recordaba mi falta de memoria para saber las canciones que cantó en el
concierto de Madrid, sentía a Cohen plenamente y apenas le escuchaba (Una
señora de otro tiempo tuvo que confirmarme que había cantado “El partisano”),
pero nunca olvidaré las que no sacó del fondo de algunos resentimientos; nunca
dijo quién era esta dama de invierno, pero no olvidó nunca cómo llevaba el pelo
cuando dormía, vamos a pensar que era el amargo despertar de un romance que se
resquebrajaba por más que lo hubiera defendido con el celo de un buen soldado
que nunca duerme.
“Aquel viejo atractivo
y seductor con un traje gastado e impecable que siempre quiso vivir en el país
donde las mujeres hermosas no tuvieran remordimientos, aparece siempre con su
toque de locura en el recuerdo, ya sabemos que el amor no nos abandona, somos
nosotros los que lo abandonamos, quizás porque no esté de moda, porque nos
cansemos de amar cuando no sabemos recoger el fruto o las promesas nunca se
cumplen, y la gente de la calle sigue hablando sin pensar que hemos perdido el
privilegio de respirar el mismo aire que un poeta. En realidad, hay tan pocos
poetas en estos días que deberíamos poner en ellos el mismo cuidado que le
reservamos a las especies que se extinguen por nuestra culpa." Pero en los
americanos de Morrison no hay un lugar para los remordimientos.
(8 de marzo de 2017)
XVI
Sábado, 11 de
noviembre de 2017
Creía estar en un sueño, hicimos la vuelta al
apartamento andando para despertar lentamente, nos acompañaban una señora que
parecía salida de algún rincón de Annie Hall y su hijo, éste apenas hablaba por
no molestar mientras su madre me ofrecía información sobre asuntos que tenía
confusos o, simplemente, desconocía. Nada más dejarlos, iban a coger el búho,
nos encontramos con un pequeño auditorio cuyos carteles decían que esa misma
noche, con horario incompatible, habían actuado los "Cranberries", me
sentí un tanto triste, un epílogo amargo, de no haber tenido la oportunidad de
ver a la poética y fascinante Dolores O'Riordan. No habría cambiado nada;
coincidiendo, sin duda, habría elegido a Cohen.
Creo que Cohen no era un cobarde pero había muerto
varias veces antes de hacerlo de una forma definitiva, supo resucitar de todas
ellas y, si alguien sabe hacerlo, volverá una vez más, y en esta ocasión ya no
podrá haber caída, dentro de mil años habrá quien cante sus canciones, quien
llore en los lugares donde solía jugar.
Siempre fue emocionante saber de su pasión por
España sustentada en pocos puntos de medida gigantesca, por eso me pareció
pertinente poner su nombre en una entrada de "Españoles en la soledad del
amor y de la muerte".
“Take this waltz” la réplica o variación que dio al
“Pequeño vals vienés” de Lorca fue la canción que más quebraderos de cabeza le
dio a Cohen en toda su carrera, él mismo lo afirmaría años después. Consiguió
la mejor canción de su resurgimiento pero lo dejó maltrecho y víctima de una
grave depresión. Enrique Morente tuvo la valentía de incluirla en el increíble
Omega con la música del canadiense, pero respetando el poema en castellano; era
estrellarse en un pozo oscuro o volar por los entresijos de uno de los poemas
más enigmáticos de su paisano. Un reto que superó con arte y sentimiento.
XVII
A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento, por ser un paradigma de la fraternidad.
No volverá la savia a
recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó el Campillo de las flores
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó el Campillo de las flores
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.
_________________Miércoles, 5 de julio de 2017
Mis amigos se fueron y
tengo el cabello gris,
ahora sufro en los sitios donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
pago solo el alquiler cada día
en La Torre de la canción.
ahora sufro en los sitios donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
pago solo el alquiler cada día
en La Torre de la canción.
(Variación: F- E- León)
He llegado a la conclusión que la vida es un
milagro aunque no sea eterna, solo algunos hombres viven aunque en sus ansias
por disfrutar de la existencia muchos de ellos se equivocan y se preguntan
adónde fue la alegría antes de cerrar los ojos por última vez, sin embargo la
muerte no me parece un milagro ya que todos los hombres mueren incluso aquellos
que nunca estuvieron vivos.
Al contrario que los pensadores que creen en la aristocracia me inclino a creer en la democracia aun manteniendo un respeto por aquellos que hablan de una aristocracia moral o intelectual. No veo ninguna forma razonable de establecer normas que nos indiquen quiénes son los mejores, nos iguala lo terrible; el dolor, la soledad, la muerte, nos separa aquello que anhelamos pero ponemos poco de nuestra parte para llevarlo a nuestras orillas; la sensibilidad, la piedad, la inteligencia, aunque sea algo que viene dado, no como es interpretada en el dominio actual del hombre seguro y asertivo.
Leonard Cohen que había hablado de mitologías en su primera juventud e hizo una magnífica recreación de la caída de los dioses y de la fragilidad de los héroes que, en los tiempos modernos[i], ya no buscan la gloria mirando lo que significa para la moral de su pueblo y su necesidad de autoestima y autoafirmación ante la historia; Roma se edificó sobre sonadas derrotas que, como ante los celtas y los samnitas, pusieron en peligro su persistencia como pueblo distinto y elegido.
Cohen advirtió con su llegada tardía y meditada al
mundo de la música que el hombre debía hablar de mitos, que no debíamos
recrearnos en la ruinas clásicas hasta el punto de cegarnos por el resplandor
de lo que pudo haber sido y no ver al hombre desconcertado que surge de nuestro
tiempo. El hombre que aún cruza las esquinas con un disco en el bolsillo
necesita hablar de Lennon, Dylan y McCartney aunque no los comprenda, aunque el
comportamiento público de algunos de ellos deje mucho que desear. Probablemente
casi ninguno de nosotros hubiera sido mejor que ellos de haber tenido que
enfrentarnos al monstruo que devora a casi todos los hombres que tienen el
privilegio de cruzarse en su destino, casi todos nosotros nos acabaríamos
arrojando desde el piso que ocupemos en la torre de la canción[ii].
"Perdí mi camino,
olvidé invocar tu
nombre.
El corazón prístino
latía contra el mundo
y lágrimas
fluyeron por mi victoria perdida.
Pero tú estás aquí.
Tú siempre has estado
aquí.
El mundo lo olvida
todo,
y el interior es un
torbellino de itinerarios[iii],
pero tu nombre unifica
el corazón,
y el mundo se levanta
en su lugar.
Bienaventurado el que
espera
en el corazón de los
viajeros para que vuelvan. "
(Cohen – I lost my way)
[i] aquí hay que
tener cuidado a la hora de establecer dónde empiezan, y reconocer con amargura
que aún no han acabado)
[ii] Viniendo de
Cohen solo podemos tildar de humildad la referencia que hace a Hank Williams.
[iii] Y el
corazón es una furia de direcciones.
Viernes, 28 de
noviembre de 2014
*** ***
***
XVIII
Fotografía 5
Que
la vejez resalta
por su impaciencia sólo las miserias
y no podré salir nunca del abismo
de mi muerte
aunque sonría;
que doy vueltas a los barrotes de la tierra
como la bestia enjaulada que persigo en mí;
que de todas las cuerdas que tuve marcadas
en el rostro y en la sangre
solo acabé tirando de la que estaba rota
porque era la más humilde, la más sincera,
la única pura
porque perdió su pan en el reparto de los bienes
y lo que no había ganado todavía.
(Pasolini – Análisis tardío - Variación - F. E. León))
Te vas lejos, lejos de mí
pero te siento cada vez que respiras.
( Cohen - Avalancha - Variación -F.E. León)
por su impaciencia sólo las miserias
y no podré salir nunca del abismo
de mi muerte
aunque sonría;
que doy vueltas a los barrotes de la tierra
como la bestia enjaulada que persigo en mí;
que de todas las cuerdas que tuve marcadas
en el rostro y en la sangre
solo acabé tirando de la que estaba rota
porque era la más humilde, la más sincera,
la única pura
porque perdió su pan en el reparto de los bienes
y lo que no había ganado todavía.
(Pasolini – Análisis tardío - Variación - F. E. León))
Te vas lejos, lejos de mí
pero te siento cada vez que respiras.
( Cohen - Avalancha - Variación -F.E. León)
Fotografía – Take 5
Estás ahí, en ese
trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en las alcantarillas vestidas de negro,.
en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido en mi camisa
y como la nube de polvo
sin camino que mecía cada mañana
los vestigios de las plegarias perseguidas
que se perdían en la taberna y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una golondrina
que plegaba las alas y emprendía otro sueño
en un libro cerrado
golpeando en las ramas de una puerta postergada
que aguarda tu presencia... llorosa,
ebria, torpe, ensangrentada y risueña...
que ya no habla de cambios
y de justicia
en las alcantarillas vestidas de negro,.
en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido en mi camisa
y como la nube de polvo
sin camino que mecía cada mañana
los vestigios de las plegarias perseguidas
que se perdían en la taberna y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una golondrina
que plegaba las alas y emprendía otro sueño
en un libro cerrado
golpeando en las ramas de una puerta postergada
que aguarda tu presencia... llorosa,
ebria, torpe, ensangrentada y risueña...
Te vas lejos, lejos de
mí
pero te siento cada
vez que respiras.
Como todo en la vida,
hay canciones buenas y malas, después les añadimos adjetivos y gradaciones,
otras que no son ni una cosa ni la otra a las que su tibieza les impide que
lleguen y se pierden en el camino, y otras a las que solo las podemos llamar
por su nombre, de tal forma representan algo único que solo puede cruzarse en
la mente de un elegido. Avalancha es una de ellas. Yo hubiera querido que
Leonard Cohen cantara en español y poder degustar así cada una de sus palabras,
quedarme con cada uno de los matices de su voz dolorida y temblorosa,
directamente, sin tener que acudir a intermediarios. Ni siquiera el Dylan de
"Blood on the tracks" supo afilar con tanto resentimiento las
espinas, ni entregarnos los hierros que dejan sangre en el camino con tanto
desasosiego.
El sempiterno poema de amor es tratado con crudeza y realismo no exento de un romanticismo que se rebela con fuerza contra el fracaso, contra el destino aunque sea en su vertiente escarpada y trágica. El cantante desgrana sus nada complacientes palabras como si el odio pudiera liberarnos de un amor cuando nos duele, como si las cenizas de lo otrora venerado y perseguido pudieran provocar nuestra indiferencia mientras esparcimos su memoria en el viento, como si desear fuera siempre el comienzo de una amarga derrota.
Cohen decía en uno de
sus enigmáticos poemas que hablaba del silencio porque sabía mucho de él, que
le entregaba a su amante como regalo un poema que había surgido de las entrañas
del silencio.
Es muy probable que la amante de la canción fuera
otra, dado que en ese tiempo en el que encuadramos "Avalancha" y en
el que, posiblemente podemos situar "El regalo", el poeta era un
enamoradizo impenitente, pero eso no quiere decir que no viviera cada amor como
si fuera el definitivo o que no sufriera la indefensión de quien se siente
desnudo y monstruoso ante la mirada de la amante que ha cambiado su discurso,
que empieza a ver un alma torturada donde en algún momento vio una estrella resplandeciente,
que no hay nada más amargo que cambiar los besos por reproches, una sonrisa por
un gesto de desaprobación. Los amigos del amor romántico un tanto ingenuos
encontrarán en "Avalancha" un atentado cruel contra sus ideales de la
belleza en la poesía, ese tipo de personas difícilmente podría apreciar el
valor artístico de un Cristo crucificado de Matthias Grünewald e, incluso, del
Guernica aunque no lo dirán porque saben que encontrarán una avalancha de
opiniones contrarias ya sea por convicciones sinceras o como un ejercicio de
esnobismo mal asimilado. Cohen no buscó nunca satisfacer a ningún público,
nunca alcanzó las cotas de popularidad de otros cantantes, pero tenía claro su
compromiso de artista verdadero y aquí lucha por sacar algo de luz de las
tinieblas, algo de amor en la tortura, algo de belleza en lo grotesco de un
contrahecho moral, construir un altar con los restos del naufragio.
El título del álbum en
el que está inserta es Canciones de amor y odio, uno se pregunta adónde ha ido
el amor; Avalancha es sórdida, sombría, una canción de culto para los
deprimidos que lo apuestan todo a la sensibilidad, vaga por los recovecos
negros de la desesperación, cuando todo ha terminado y no se sabe cómo decir
adiós, cuando se odia tanto que todavía se ama.
28 de noviembre de
2014
XX
No quarter
Cuando persigues el
éxtasis sin saber las razones, debes asumir que vas a enfrentarte con el
tormento. Es como morir sin estar viviendo, pero al final verás la luz cuando
te quedes sin el oscuro ramo que mecen, en los acasos, los cabellos
caídos de la esperanza.
(Conversaciones con Laura - 16 de mayo de 2019)
Envejecer
(Conversaciones con Laura - 16 de mayo de 2019)
Envejecer
Anochece en mi rostro cuando pasa la muchacha
de ayer
que apenas sonreía,
que enviaba pétalos a los claveles
del mañana
enclavados en una estatua que guarda una sonrisa
a pesar de los fusiles y las cadenas
que no pueden llevarse el altar de los santos
descreídos.
Y en las esquinas
me habla la muerte en una lengua que no entiendo,
unos barcos de guerra
que hunden la soledad de las banderas rojas
y amarillas
en la cumbre del fracaso de estos tiempos
consumidos
en el vacío de una Red pretenciosa y nepotista
cuando vuelvo a la calle
adonde no pueden llegar las ondas
que lloran en el Tobogán de la FM
en cuyo ocaso J. C. Narváez
se arriesgaba a perder lo que no fue en el pasado
para seguir en su escotilla de música sentida
convertido en Baruch
entre los verdes semáforos
que cambiaban el rumbo y el calor de los motores desenfrenados,
el sexo de las mariposas
que se perdieron en el espejo de la luna
desangrada en la noche del durazno.
Miércoles, 10 de
octubre de 2018
XX
Aprendimos a enterrar a los fantasmas que han
encontrado a quienes los resucite y a luchar contra un dios implacable que
vuelve con otro rostro después de que lo hubiéramos vencido.
Pienso que tu pregunta, Fanny, es
complicada de formular cuanto más de encontrarle una respuesta, el Cohen que
preferimos muchos; el de su tardío comienzo en el mundo de la música, es un
hombre formado que ha perdido la ingenuidad de sus sueños de juventud por el
camino de su experiencia propia. Al contrario que sus colegas estadounidenses
mira a la vieja Europa, se identifica con su decadencia espiritual y bebe con
amargura el fracaso de sus revoluciones a uno y otro lado del telón. Cohen
llega a la conclusión de que carece de fórmulas conocidas para articular un
mundo justo, en vez de eso indaga en las distancias cortas e intenta escuchar
al hombre que mejor puede hablarle del declive de una civilización, aunque no
llegue a conocerle como quisiera por más que lleve su traje y su sombrero, y
escribe versos subjetivos sobre la amistad o el amor, o la presencia inquietante
de la muerte sobre cualquier acto de creación. Después de todo el artista no ha
tenido nunca una relación amable con la profecía, ya está el pensador para
enunciarla, el político para ejecutarla y el hombre de la calle para sufrirla
preguntándose si no la ha entendido bien o si los profetas no han sido bien
interpretados. Cohen, a pesar de Dylan, ha comprendido que la misión del poeta
no es arreglar el mundo teorizando posibles formas de gobierno sino denunciar
los síntomas de nuestras equivocaciones, sabe que no le harán caso, que incluso
habrá a quien se le escape unas risitas cuando mencione su pesimismo como si
fuera una patología inherente a su personalidad taciturna y herida, no viendo
que se enfrenta a él con sus mismas armas y en su terreno; mirarte al espejo
cuando tienes una cierta edad y decir lo que ves en tu perfil menos favorecido
cuando acabas de levantarte no es la única forma de superar un problema, pero
sí la más sincera y efectiva.
Un abrazo, Fanny, muchas veces pienso en ti y doy las gracias de que seas una soñadora deliciosa. Pienso en los años de la Transición y me emociono cuando recuerdo el teatro en la calle, el cine en las residencias juveniles, cuando la poesía no provocaba risitas sino respeto y admiración incluso en aquellos que no la entendían.
(9 de junio de 2017)
He estado aquí antes, pequeña,
conozco esta alcoba, he hollado sus caminos,
solía estar solo antes de encontrarte,
sobre un arco de mármol vislumbré tu bandera
pero el amor no es una marcha triunfal.
(Leonard Cohen – Aleluya)
conozco esta alcoba, he hollado sus caminos,
solía estar solo antes de encontrarte,
sobre un arco de mármol vislumbré tu bandera
pero el amor no es una marcha triunfal.
(Leonard Cohen – Aleluya)
Martes, 15 de agosto de 2017
XXI
Leonardo Cohen murió hace apenas unos meses, aún se
puede aspirar una declaración de amor entre la maraña de anotaciones repletas
de líneas entrecortadas que extienden sus hilos brillantes en un magistral
poema apagado, entre las memorias de un amante afligido que nunca paseara por
el otro lado del Infierno para que podamos navegar en un susurro en los
dominios de la noche en una tenue taberna de la isla, bosquejar una reseña en
la revista del corazón guardado en una repisa polvorienta o aprender de los
fracasos en las puertas ardientes del Paraíso en las que muere la pasión.
En el fondo mantuvo una plenitud creativa de vanguardia
porque nunca estuvo, aun cuando escribía siguiendo modelos clásicos, por detrás
de su tiempo hasta poco antes de enfrentarse con su figura, su rostro, su
último latido, cuando hablaba de cansancio y resignación. La muerte nos unifica
y el amor nunca deja que permanezca callado en su tumba lo que no ha llegado a
convertirse en recuerdo porque nunca se ha confesado o admitido. El sentimiento
más veraz y obstinado es el desamor porque nunca muere mientras los amores
acaban un día.
Las cartas que me
enviaste ya no llevaban mi dirección, no llegué a leerlas porque el amor que
proclamaban ya no podía tocarme, porque hay puertas abiertas que no dejan pasar
el aire, sueños tan caprichosos como una golondrina que cambia en los cielos
sin pausa su destino, actitudes sinceras que nunca son aconsejables si se
ejercitan sin escudo, sin armadura y sin memoria. En este lugar donde te
rondaba apareció el musgo de las incomprensiones que no quisiste romper, tus
cartas aparecieron después de haber sido leídas por gente curiosa y respetable
que deseaba alegrarse de tu fragilidad en las tinieblas o reírse de tu virtud
luminosa, nadie quiso mirar en tus espejos donde resplandecía la azucena
doliente que moraba en los jardines del amor y del deseo y no una tarjeta
serigrafiada con un impersonal te quiero que no sería leído cuando se
deshiciera entre pétalos marchitos como un beso de luz que se apagó en el
olvido.
Lunes, 19 de junio de
2017
Miér Mayo 15, 2019 11:04 pm
Muerte entre las cañas
A Lorenzo Perea León (1933-1938).
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
***
Mi padre se ha llevado
toda la mar, mas no ha podido arrebatarme el mar. Las últimas voluntades
siempre son involuntarias; nadie dice lo que siente ante la muerte, se intenta
decir lo que la muerte siente.
XXII
Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)
Leonard Cohen decía en uno de sus poemas más
enigmáticos que hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios y le
entregaba como regalo a su amante de turno un poema que había surgido de las
entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que habita
en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.
Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.
Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que
dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que no habrás olvidado, Laura; no
eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en estos días, me
desenvuelvo en la magnitud perversa y extrema de los
pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos
rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van
clavados en nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y
llorar como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se
rodó, de un niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca
de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas palabras
huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían
conjurar la tristeza de la muerte a través de la profundidad y la belleza que
caben en un río otoñal seco y tortuoso que inunda la alegría de vivir cuando
solo nos queda la sonrisa para seguir adelante.
Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido
afirmar con amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo
dijo Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar
la toalla adonde nadie puede recogerla mecida por los vientos adulterados de
los Mares del Sur, pertenecía a la raza de los irreductibles y es posible que
recibiera a la Parca sin aceptar el destino de todos los hombres, el sueño
infinito de la nada.
Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?
Miércoles, 14 de junio
de 2017
XXIII
¿Quién te cantará
poemas de amor
cuando al fin yo sea
señor
y tu cuerpo
un pequeño templo
en medio del camino
que todos mis
sacerdotes
hayan profanado?
(Cohen: sacerdotes -Variación:
Francisco Enrique León)
Miércoles, 4 de enero
de 2017
XXIV
Miér Mayo 15, 2019 11:04 pm
A Lorenzo Perea León (1933-1938).
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
***
Mi padre se ha llevado
toda la mar, mas no ha podido arrebatarme el mar. Las últimas voluntades
siempre son involuntarias; nadie dice lo que siente ante la muerte, se intenta
decir lo que la muerte siente.
Creo que no conozco a
fondo nada, Beatriz, simplemente creí que en la vida había un sitio para la
poesía. Sé que habría que hablar de Robert Frost y de Allen Ginsberg, sé que
los amigos deben seguir siendo de oro, que los poetas dormirán sin sueño en la
calle que no tiene nombre ni esquinas y que las madres tendrán honores funerarios
aunque no hayan muerto, pero a mí me seduce este Bob Dylan que se siente dolido
por esa juventud que le ha robado el éxito y que flirtea con el amor más allá
de unas medias y de un perfume, ese tal Lou Reed que adora la perdición con un
hedonismo descontrolado y el poder taumatúrgico de unos versos sin alma que no
se borran de los muros ni del humo de las fábricas y Leonard Cohen, ese poeta
embutido en un traje desgastado que miraba al infinito mientras yo lo miraba,
que no cantó ni una sola de las canciones que yo había anotado en un blog de la
estación de metro. No fue porque me tuviera en cuenta, ni porque me mordiera la
pluma que tuve en otro tiempo en un tren para no faltar a aquella cita. Por
suerte, todos los hombres somos iguales. Pero solo tenemos a un Leonard Cohen
para que nos susurre el oropel de las miserias que nos muestra el declive de
una civilización que no escucha la voz de los poetas.
(Conversaciones con
Beatriz)
6 de marzo de 2016.
Sábado, 20 de junio de
2015
Well my friends are gone and my hair is grey
I ache in the places where I used to play
And I'm crazy for love but I'm not coming on
I'm just paying my rent every day
Oh in the Tower of Song.
I ache in the places where I used to play
And I'm crazy for love but I'm not coming on
I'm just paying my rent every day
Oh in the Tower of Song.
Mis amigos se fueron y tengo el cabello gris,
ahora sufro en los sitios donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
solo pago la renta cada día
en La Torre de la canción.
ahora sufro en los sitios donde solía jugar
y estoy loco de amor pero no lo alcanzo,
solo pago la renta cada día
en La Torre de la canción.
Me gustaría darte las gracias,
Juan, de la forma que algún día se la di a Leonard Cohen. "La torre de la
canción" se hace más alta con el paso del tiempo, hay algo escrito en sus
muros que nos recuerda la sensibilidad dramática del poeta que nunca está de
acuerdo con los designios del destino, algo de los lugares de la infancia que
no podemos recuperar con la misma sonrisa, en ese cabello gris que nos dice que
el tiempo ha ido pasando y nuestra mirada se pierde en las calles donde antes
hallaba su camino.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos.
martes, 21 de abril de
2015
domingo, 4 de enero de
2015
XXVI
Ah, the last
time we saw you looked so much older1
Oda a Leonard
Cohen
(Cohen – Famous blue raincoat)
La última vez que te
vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que llenó de fantasmas la residencia de los dioses.
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien lloraba y reía, y lloraba
como si volviera a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con la rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable, trágico del poeta.
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que llenó de fantasmas la residencia de los dioses.
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien lloraba y reía, y lloraba
como si volviera a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con la rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable, trágico del poeta.
1) La última vez que te vimos parecías mucho más viejo. (Famosa gabardina azul)
Publicado el 23 de
Diciembre de 2012.
jueves, 8 de noviembre
de 2018
XXVII
1
Como un pájaro en los
cables,
como un borracho en
una ronda nocturna
he intentado ser libre
a mi manera.
(Leonard Cohen)
Estuvimos tanto tiempo
juntos
que hasta llegamos a
amarnos
en el crepúsculo de
los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia
faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas
libertarias de las nuevas revoluciones.
He comprendido que no
puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y
consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las
explicaciones,
en las palabras
gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un
beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya
esperanza se pierde
en una calle de
sombras con farolas apagadas,
en una barca que no
llega a la orilla de los templos,
a los estigmas
candentes de los mártires postergados.
Estuvimos tanto tiempo
juntos
que comprendo que
tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi
lado,
que sea tu herida la
sangre de mis venas,
las llagas de mi pelo,
las uñas de mi derrota.
2
Y ahora, solo, triste,
sin amor
voy del puerto hacia
la niebla.
(En el Poblado
Marinero)
Me humillas como si de
repente
te acordaras de que no
soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus
brazos y te llamaba,
como si hubieras
enterrado en una flor
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta
que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu
lúbrica bandera
diciendo que no puedo
acariciar
su aliento y sus
mejillas
cuando despliega su
emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras
cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una
carga de soledad y espinas
entonando el himno
fugitivo
que nació entre tus
manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío
sino para la boca
que navega en tu
tristeza y gobierna tus adentros.
3
Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los
muertos.
(El fajador)
Ni siquiera alguien
como yo
podrá salir indemne
del dolor que me causas,
cayeron otras torres
sobre la soledad
del Metro por la
noche,
otros muros acogieron
el amor que te daba
y guardan tu recuerdo
como una flor que siente
en el papel que
tiembla y busca mi candor.
Cambiaron los espejos
del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los
coches
y el rumor del tabaco
en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y
no creen en el mañana.
Y supe encajar los
golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu
rostro
ante la incomprensión
del mundo enrevesado
de las rosas de
plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles
sin melodía y sin voz.
Ni siquiera yo, que
fui el aroma
de la resistencia de
los perdidos sin causa,
que sostuve en la
deriva
el alma del perdedor
que no sabe rendirse
e insiste en evocar
cada derrota,
que atravesé el
desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos
ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con
palabras que niegan
un pasado risueño que
marchitó tu mano,
las garras de tu
olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente
sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno
de tu rencor,
por el sabor lejano de
la fruta que mordiste en secreto.
Terminó todo, después
vendrá la noche
a despejar las sombras
de los claros,
a enamorarse de la
tristeza de los días dichosos.
Sábado, 16 de
diciembre de 2017
Volví a leer hace un año “Poeta en Nueva York” y,
en conjunto, no encontré la misma sintonía que recordaba aunque volví a
reafirmarme en mi devoción por los poemas de corta extensión que alimentaron
desde siempre mi admiración por Lorca, esos cuya intensidad, aparentemente,
apenas dejan lugar al pensamiento, al fin y al cabo, ese es el postulado más
claro que nos deja el surrealismo, movimiento que estaba en sus primeros años y
que dejaría, en la literatura, como monumentos más imperturbables, obras
heterodoxas, en realidad inclasificables.
“La aurora” es una de ellas, me gustaría saber cómo
la compuso Lorca, si lo hizo de una vez sosteniendo el ritmo en la mente, si
cogió las riendas del mensaje y a ello se entregó con un esmero innegociable.
“Omega” es un disco de culto que se movió entre la
polémica y la admiración, es la cumbre de Enrique Morente, su empresa más
ambiciosa, aunque pensaba que encaminada hacia el fracaso; Lorca, Cohen, Nueva
York, el mundo moderno, le decían que ese trabajo, en el mejor de los casos,
solo podía desembocar en el enfado de los flamencos que hablarían de la
profanación de las llaves, por un lado, y en los seguidores del rock
alternativo de los Lagartija Nick, por el otro, ya que el deslumbramiento de
los nombres no podría asimilar el encumbramiento del quejío sobre el rasgueo
obsesivo de las guitarras eléctricas. En eso se abría la hipotética y amarga
vía de la indiferencia superado el revuelo. Por suerte estos pensamientos
estaban equivocados y el disco, grandioso en el proyecto y en la ejecución,
logró unas ventas y una repercusión en absoluto desdeñables.
Nada ha cambiado:
me veo todavía pobre
y joven; y amo sólo a aquellos
como yo. Los burgueses
tienen un cuerpo maldito[i].
(Pier Paolo Pasolini – Versión de
Delfina Muschietti)
Gracias, por reafirmarte en tus
palabras, tu presencia por sí sola justifica que haya colgado aquí este intento
de penetrar en una personalidad única y apasionada. Me centré en su faceta de
poeta, hace unos días afirmé en público, no demasiado, que probablemente fuera,
junto a Bob Dylan y Leonard Cohen, el poeta más importante de ese tiempo
convulso y abierto a los cambios que le tocó vivir y que nos sigue golpeando
con su crueldad, con su incongruencia.
Miro hacia atrás y vuelvo a ser
un niño que se encuentra con la muerte de un hombre que tenía un sueño, a ver a
Tom Doniphon[ii]prendiendo fuego a la casa que había construido con sus manos y
con todo el amor que tenía, vuelvo a escuchar a los Brincos diciendo que antes
todo era mejor; más o menos igual que ahora. El amor nunca podrá cambiar[iii].
La televisión se había
popularizado, los pobres no tenían que ir a verla a la casa de un vecino menos
desfavorecido; había quien veía series y programas intrascendentes y quien
Estudio 1 y los documentales.
Internet estaba por llegar para darnos
más de lo mismo pero con más teatro, la gente se exhibe pero no se muestra,
tenemos más imagen que verdad. Intentamos coger la vida pero se nos escapa como un
tren que no ha salido porque olvidó el reloj en la estación y no sabe qué hora
es.
5
de diciembre de 2015
[i] Traducción:
Delfina Muschietti.
[ii] El hombre
que mató a Liberty Valance (John Ford). Entonces las películas solían llegar a
nuestras pantallas con años de retraso.
[iii] José María
Guzmán - Cadillac.
Entiendes lo que quieres, no lo que debes, Clodia[i], no tienes de qué
preocuparte; es un síntoma confuso que experimenta casi todo el mundo en estos
días, quizás triunfes a pesar de escribir muy bien, pero lo harías por la tela
con la que tejes tus relaciones, no por tus escritos.
Yo, en cambio, no lo
haré, sin saber por qué cuido mi independencia como si fuera la pequeña flor de
cactus de la que te he hablado a menudo, que tantas veces he visto y me sigue
emocionando por ser una metáfora que nunca he podido desentrañar a pesar de
comprenderla.
Tengo buenos recuerdos
de ti, el más perdurable me lleva a esa mañana de domingo que estuvimos
charlando sobre la vida y la obra de Pasolini[ii], creo que crecimos en alguna dirección, lo
importante no sería que la encontráramos en algún sitio, sino el hecho de
habernos asomado a los abismos de un artista inquietante y sincero. Era el
punto de partida lo que hacía entrañable aquel encuentro, el resto no nacería
de nosotros sino de las circunstancias, nuestra única obligación es intentar
hacer las cosas lo mejor que se pueda aunque nos censure la severidad de los
jueces.
Me he manifestado abiertamente en contra de que
poemas mediocres, y, peor aún, ostenten una estrella de excelencia[iii]. No voy a cambiar de
opinión. He leído mucha poesía como para caer en la trampa del efectismo
inocuo. Por ahí admito tus reproches, ya que sinceramente no opinas como yo,
peor sería que no tuvieras convencimiento de lo que dices.
Pero no encuentro nada
malo en invitar a Alba a qué esté acompañada en las alturas por seres
vivos que luchan cada día, que, a veces, están faltos de talento pero tienen la
morosidad enfermiza de un orfebre para dejarnos obras valiosas o aquellos que
tienen un talento que nadie quiere ver y luchan en las sombras cortantes de la
indiferencia.
Los dos poemas de Alba
que habéis estimado antológicos, desde mi punto de vista no lo son, los tiene
mejores y más apropiados para esa distinción aunque no me he tropezado con
ningún poema suyo que podamos considerar como tales, el que uno se muera no
puede ser una excusa para agrandar la calidad de lo que ha escrito.
Puedo estar equivocado
en eso último, pero creo que para estar a la altura de la Epístola moral a
Fabio, de La elegía a las musas o de La aurora de Nueva York haría falta que
supiera implicar al lector a través de su experiencia con la de cualquiera, y
pienso, pocas veces, es cierto, que Alba está muy lejos de conseguir algo así,
y no se le puede achacar nada; la técnica se aprende con más o menos
dificultad, la inspiración también se aprende pero no nos da pistas del cómo,
del cuándo y el por qué. Con respecto a esto te diría que ha habido en el
fútbol un poeta como George Best, no ha sido el mejor futbolista, pero, junto a
Garrincha y el "Mágico", ha escrito los mejores versos persiguiendo a
un balón.
Permíteme dudar que
Alba pueda dolerte a ti más de lo que a mí me duelen mis muertos. Estamos
hablando en la misma lengua pero en dialectos que no se entienden entre ellos,
no es un capricho pensar que yo puedo llevar la piel, los cabellos y la forma
de mirar de alguno de ellos, son algo mío que perdí y duerme en el sepulcro,
íntimamente míos con sus imperfecciones que, a veces, no se me olvidan y con
las que me veo más humano, menos insoportable.
Ya sé, Clodia, que tú
amas a Borges y te postras ante su inteligencia, yo simplemente amo a Lorca[iv] que aún vive en otra galaxia respecto a mí y
al resto de los mortales y lo admiro como hombre que podía tener unas
sensaciones parecidas a las mías cada vez que escribía un poema, cada vez que
muriera alguien en su pueblo con quien ya no podría tomarse un vino mientras
soñaba con acabar con el analfabetismo en España.
Desconfío de las relaciones que establecemos a
través de la Red, existe un carisma telemático que hace cinco años dejé de
tenerlo, sé que, casi nadie lee lo que escribo. Pero no me lamento, hubo unos
meses en los que no daba abasto para contestar las cartas que me llegaban, mi
carisma se sustentaba en actuar como si fuera un sucedáneo de lo que Sabina
transmitía y, probablemente no era, así creé una imagen en la que se reforzaba
la calidad del mujeriego que nunca he sido y que no podré ser jamás. Los hijos
de los conquistadores solemos pagar los pecados de nuestros padres, Pavese se
apagó un día de agosto sin llegar a comprender que las mujeres de su pueblo
prefirieran los impulsos primarios y misóginos de su padre a su delicadeza y
sensibilidad femenina que pueblan las páginas de su novela más célebre.
*** *** ***
Te llamé buena persona hace unos días y empiezo a
experimentar con melancolía el temor de haberme equivocado, soy demasiado
impulsivo, pero no me arrepiento de haber pensado bien de ti, de haber creído
en la bondad de tus intenciones, sí lo haría de haber pensado mal aunque
hubiera estado en lo cierto; son los pequeños detalles los que ofrecen una
medida aceptable de nuestras miserias. Pero, con la calma que me faltó en
un primer momento, he comprendido que dos buenas personas no tienen por qué
estar destinadas a entenderse aunque sean partícipes de la misma pasión.
Por favor, haz comparaciones que se sostengan en el
mismo dolor. ¿Hablaste con ella? ¿Compartiste un solo día con ella de dolor
hospitalario? ¿Superaste alguna crisis cuando la poesía agonizaba entre los
pinos en la Mallorca del invierno de Chopin? ¿La quisiste tanto que, a veces,
deseaste odiarla e incluso llegaste a pensar que no la amabas por sus virtudes
sino por sus defectos?
No queda mucho espacio para lo sagrado en esta
sociedad moderna, pero sigue habiendo actos y discursos que merecen ese
calificativo. Me has ofendido por lo que he interpretado como pedantería
indisimulada, por fingir un sentimiento que a la fuerza no puede ser muy grande
ni real, ya lo dijo Leonard Cohen en el Chelsea Hotel más o menos dos veces.
I don't mean to suggest that I loved you
the best,
I can't keep track of each fallen robin.
I remember you well in the Chelsea Hotel,
that's all, I don't even think of you that
often.
No quiero dar a entender que te amaba mucho,
No puedo seguir el rastro de cada petirrojo caído.
Te recuerdo muy bien en el Hotel Chelsea,
eso es todo, solo de vez en cuando pienso en ti.
Deduzco que tú recuerdas a Alba como Leonard a
Janis Joplin compartiendo poesía o sexo que no amor, y yo recuerdo a mis
muertos varias veces cada día, sé que es la única manera de mantener entre los
coches que invaden las aceras un poco de su aliento, de recordarme a mí mismo
que soy el amigo insignificante del viento de Poniente cuando el mar de mi vida
se torna azul y veo mi casa de la niñez invadida por otras enredaderas que no
recuerdan quién es Dios de tanto pronunciar su nombre en una lengua
desconocida.
[i] Considero que
Clodia es un nombre precioso, de ninguna manera he querido relacionarte con la
Lesbia poética; desenfrenada y licenciosa.
[ii] En Ostia o en Trieste / cuando florezcan los
tilos / con el cuerpo marcado / por los golpes que suben / las sanguinolentas
rampas del Calvario.
[iii] Creo que la
actitud declarada de las personas que las conceden ha colocado una losa en una
calle que podría haber tenido un nombre literario.
[iv] No vayas a creer que no le encuentro defectos
en lo más importante, como hombre.
XXIX
miércoles, 28 de junio
de 2017
Leonard Cohen -
Harapiento ensayo general.
Leonard Cohen se pone
su traje gastado y lo plancha, con la misma delicadeza que los sacerdotes
profanan la enseñanza de los profetas a la que reducen al rito, porque la vida
le empuja a hacer un ensayo general de su propia decadencia moral, para hablar
con un tono dolorido y asustado de la derrota incondicional y profunda contra
el paso del tiempo.
Como es su costumbre
cuando quiere llegar a cualquiera que desee tocar su frente arrugada, las
llagas de su costado, Cohen se rodea de palabras cotidianas, de imágenes
cristalinas al alcance de todos los oídos que quieran verlas y tocarlas.
Pero a través de su
sencillez expositiva y la claridad de su verbo crea un intrincado enigma que
pone a prueba nuestra capacidad de razonamiento para demostrar que desconocemos
lo que es de sobras conocido y a lo que no se ha hallado nunca una respuesta
convincente; ¿Adónde va el amor cuando muere? ¿Por qué seguimos cantándole como
si fuéramos un tenor tembloroso y perdido en los brazos del licor, arrinconado
entre la nocturnidad de una parranda[i] y el dorado
anonimato de los momentos que siempre se recuerdan porque en ellos hemos
logrado vida cuando nuestras aspiraciones (sexo, dinero y poder) eran
insignificantes?
Una trascendencia
hiriente que golpea los iconos de las equivocaciones recurrentes nos dirige a
un paseo inquietante y purulento por las sombras del resentimiento y del dolor.
Ya nunca será el
muchacho que soñaba a través de las canciones, nunca volverá a levantarse del
suelo para transitar por un pedestal en el que no podrá creer cuando los astros
se hayan apagado, después de haber odiado de todo corazón aunque fuera una sola
vez y un solo instante; es el único pecado que cabe la posibilidad de que no
tenga redención posible, ni siquiera basta el amor por sí mismo para que
sonriamos como un adolescente embarcado en un romance placentero que no llegó a
florecer pero dejó la frescura de su aroma, la melodía de las canciones que
escuchábamos para situar ese tiempo en la memoria.
El cronista de los
perdidos, el poeta de los desamparados, el amante lacerado por las alambradas y
sus coronas, el hombre que tomó por la cintura a la tristeza para mostrarnos la
injerencia en nuestras vidas del monstruo de cemento enamorado del desamor
cotidiano, ese que ha creado los vestigios indelebles que surgieron del fracaso
de las revoluciones y la llegada de un consumismo voraz, superficial y
desordenado para alertarnos de la soledad de los mártires ante la incomprensión
de los verdugos cuyos rostros aparecen con regularidad en las portadas de los
periódicos como héroes implacables, ante las encrucijadas dolientes de la
avenida del alma, la fragilidad de los más grandes profetas ante un mundo que
no ve aunque mira, que no escucha porque la multitud se apoderó del desierto de
la indiferencia y grita más que los vientos del sur cuando cruzan el mar, ante
la certeza empírica de que la muerte nos encuentra siempre y la vida
transcurre y pocas veces la hallamos para sentir aquello que hay de eterno en
la brevedad de las lamentaciones cuando son verdaderas.
El poeta sabe pocas
cosas, pero expresa mejor que nadie la incompatibilidad entre la felicidad y la
libertad, el poeta es un albatros pero hay escribidores de versos que permiten
burlarse de Baudelaire[ii], manchar la pureza
melancólica del Darío[iii] más inspirado.
Pero apenas puede
explicar, quizás porque no tiene cabeza ni sentido[iv], por qué busca la
felicidad pero, en cambio, concentra todas su fuerzas en perder una guerra
cierta cuando lucha agónicamente por ser libre. Los alemanes refiriéndose a los
románticos de su país dirían que así de trágico es el destino del poeta. Cohen
camina en esa estela, sabe que el fracaso genera angustia, pero también sabe
que la gloria de los triunfadores es más amarga aún cuando se gestionan mal las
mieles, cuando nos embriagan los laureles con el peor vino de mesa que siempre
deja una resaca dolorida.
Pocas veces el señor
de los tristes se mostraría más turbio, pesimista y desesperado[v]. Pocas veces una
estrella puede ser tan injusta con las tinieblas de su propio resplandor.
Pasarán muchos años para que se comprenda que canciones de amor y de odio es un
disco que podría haberse escrito hace más de dos mil años, Catulo[vi] es testigo de
ello, y también en un futuro por muy lejano que fuere mientras el hombre sea
capaz, a regañadientes, de mirar, aunque sea de soslayo, sus propias entrañas y
admitir que alguna vez no fue bueno y que llevará esa cadena para siempre en su
expediente.
Solo el amor permanece
decía Violeta[vii] ¿y qué podemos
decir cuando, con cualquier excusa legítima o peregrina, preferimos la
persistencia del odio?
Leonard Cohen no
estaba, en ese momento de su vida, después de dos obras deslumbrantes y la
inquietud desconcertante de quien vislumbra una edad en la que el chico de oro
siente miedo cada vez que mira los surcos de su rostro, palpa con los ojos su
piel envejecida en el espejo, cuando decide publicar, echando todavía un
vistazo al material acumulado durante años, un disco tan oscuro que solo sería
superado en sus ansias de tinieblas por las ruinas de Berlín[viii] que vería la
luz, por agarrarnos a un tópico, un par de años después para enfrentarse a una
injusticia permanente.
Pero Cohen no quiere recrearse en lo logrado, tiene
una madurez insólita en el mundo de una música casi adolescente por entonces,
ya que no pueden consolarle los beneficios de plástico gastado y la
pérdida de caricias verdaderas inherentes a la fama mientras su
juventud se consume sin remedio y para siempre, sino perseguir lo perdido
aunque sea en la agonía, y las fuerzas le hayan abandonado.
Se había llenado de
noche para buscar la luz a través de la desesperación de las habitaciones que
acogieron el deseo de unos cuerpos exultantes y los recuerdos siempre
gratificantes del comienzo de una pasión. No nos podía hablar solo de amor
porque había yacido en la cama con muchas mujeres de las que apenas había
conocido cómo llevaban el cabello y cómo desgastaban un sujetador que no
sostenía nada y lo inútil que son las suelas de los zapatos cuando nos llevan
al infierno de las grandes ciudades que gritan la opacidad y la impotencia de
los poetas callejeros a los que, probablemente, ni miraba cuando pasaba de
largo ya que le asustaba pensar que ese destino, quizás, le había estado
reservado mientras sonaba la campana. Pero se cruzó la muerte de un payaso
melancólico en el camino. Ya no podría nunca más abrazar una guitarra española
sin sentir escalofrío, ya tendría que hacer obligatoriamente su exégesis
intransferible e inmensa del "Pequeño vals vienés".
No tendría que sonreír cuando alguien le dejara
tres dólares en el sombrero cuando le ofreciera con la exclusividad del
abandono el "Tennesee Waltz" que previamente le hubiera solicitado
para hacer que corriera una lágrima por las mejillas de una novia de alquiler
que aún soñara con vivir un gran amor aunque muriera.
[i] Like a bird on the wire / like a
drunk in a midnight choir / I have tried in my way to be free. Como un pájaro en los cables / como un borracho en
una ronda nocturna / he intentado ser libre a mi manera.
[ii] El poeta es
igual, allí sobre cubierta / sus alas de gigante le impiden caminar. (Charles
Baudelaire)
[iii] El dueño fui de
mi jardín de sueño, / lleno de rosas y de cisnes vagos; / el dueño de las
tórtolas, el dueño /de góndolas y liras en los lagos.. (Rubén Darío). El
poeta hispano-nicaragüense fue una buena persona que hizo cosas horribles que
solo están al alcance de los perversos, quizás fuera su admiración desmedida
por Paul Verlaine a quien superó de largo en eso de las rimas y de quien quedó
lejos a la hora de esculpir barbaridades.
Bardem estuvo maravilloso cuando en “Lorca: Muerte
de un poeta”, hizo que le brillaran los ojos al poeta granadino al evocarle.
[iv] Siempre he
pensado que el Espantapájaros del Mago de Oz representa muy bien lo que
significa ser poeta. Es algo parecido a cuando Rubén Blades nos explica lo que
hace falta para ser rumbero, eso es, precisamente lo que le sobra al poeta
aunque no sepa nunca el por qué. .
[v] Desde la pasión
de Juana de Arco, a la muerte traumática de una locura de Avalancha y la
infidelidad, por desgracia frecuente, entre amigos, Cohen nos muestra que no
estaba dispuesto a hacer concesiones al hombre que dormía con él, ese que le
había llevado a desconfiar de todo, empezando por el rostro que se burlaba de
él cuando se miraba al espejo.
[vi] Es el poeta romano que mejor supo cantar
al amor.
[vii] Lo dijo Violeta
Parra en “Volver a los diecisiete”.
[viii] Berlín es el
disco maldito por excelencia, demasiados inconvenientes tuvo que superar su
autor; Lou Reed para lograr su aparición, tuvo que recortar dramáticamente la
duración del proyecto. El cronista urbano siempre se sintió triste por la
incomprensión que se tuvo por toda su obra, especialmente por la que le era más
querida.
7 de junio de 2017
1.
Pienso que tu
pregunta, Fanny, es complicada de formular cuanto más de encontrarle una
respuesta, el Cohen que preferimos muchos; el de su tardío comienzo en el mundo
de la música, es un hombre formado que ha perdido la ingenuidad de sus sueños
de juventud por el camino de su experiencia propia. Al contrario que sus
colegas estadounidenses mira a la vieja Europa, se identifica con su decadencia
espiritual y bebe con amargura el fracaso de sus revoluciones a uno y otro lado
del telón. Cohen llega a la conclusión de que carece de fórmulas conocidas para
articular un mundo justo, en vez de eso indaga en las distancias cortas e
intenta escuchar al hombre que mejor puede hablarle del declive de una
civilización, aunque no llegue a conocerle como quisiera por más que lleve su
traje y su sombrero, y escribe versos subjetivos sobre la amistad o el amor, o
la presencia inquietante de la muerte sobre cualquier acto de creación. Después
de todo el artista no ha tenido nunca una relación amable con la profecía, ya
está el pensador para enunciarlas, el político para ejecutarlas y el hombre de
la calle para sufrirlas preguntándose si no la ha entendido bien o si los
profetas no han sido bien interpretados. Cohen, a pesar de Dylan, ha
comprendido que la misión del poeta no es arreglar el mundo teorizando posibles
formas de gobierno sino denunciar los síntomas de nuestras equivocaciones, sabe
que no le harán caso, que incluso habrá a quien se le escape unas risitas
cuando mencione su pesimismo como si fuera una patología inherente a su
personalidad taciturna y herida, no viendo que se enfrenta a él con sus mismas
armas y en su terreno; mirarte al espejo cuando tienes una cierta edad y decir
lo que ves en tu perfil menos favorecido cuando acabas de levantarte no es la
única forma de superar un problema, pero sí la más sincera y efectiva.
Un abrazo, Fanny,
muchas veces pienso en ti y doy las gracias de que seas una soñadora deliciosa.
Pienso en los años de la Transición y me emociono cuando recuerdo el teatro en
la calle, el cine en las residencias juveniles, cuando la poesía no provocaba
risitas sino respeto y admiración incluso en aquellos que no la entendían.
No conozco ni tu cara
ni tu voz, Fanny, pero a mí me has ayudado mucho, me has escuchado cuando tenía
ganas de hablar aunque probablemente, es mi costumbre, no supiera muy bien lo
que decía. Hiciste, por ejemplo, que tomara una conciencia plena de la
dimensión terrible de los inmigrantes muertos en la playa del Tarajal, me has
mostrado la hermosura de un tiempo en que los poetas eran queridos. Creo que
tus comentarios no solo son hermosos sino que hacen que una persona pueda ser
mejor.
Fui como un perro
cariñoso que encuentra a su amo entre las copas de cristal de su bohemia con
una resaca dolorida y una orquídea tatuada en su cerebro exhalando el recuerdo
del pesimismo desencantado de Bogart.
Así me gustaría seguir siendo hasta la muerte, pero me perdí por bajar varios tonos para llegar a todos los oídos.
Comprendo que tengo mucho resentimiento, que éste habita en una nube de cenizas que me impido cotejar los pecados de mi mundo. Pero no envidio ni odio, no sufro por los logros ni por la falta de amor que disfrutan por la caída en el olvido de un poeta, me concentro en el hombre que vive conmigo y tengo miedo de caer en los abismos de su desesperación ante la fragilidad ante el destino, ante la paradoja eterna de llamar vida a la muerte.
Así me gustaría seguir siendo hasta la muerte, pero me perdí por bajar varios tonos para llegar a todos los oídos.
Comprendo que tengo mucho resentimiento, que éste habita en una nube de cenizas que me impido cotejar los pecados de mi mundo. Pero no envidio ni odio, no sufro por los logros ni por la falta de amor que disfrutan por la caída en el olvido de un poeta, me concentro en el hombre que vive conmigo y tengo miedo de caer en los abismos de su desesperación ante la fragilidad ante el destino, ante la paradoja eterna de llamar vida a la muerte.
Esta interpretación,
si se quiere decir así, de una de sus canciones míticas no iba a escapar al
hecho de que es, simplemente, un punto de vista, aunque, a través de su más
hiriente y sencillo significado, intentara glosar las inquietudes y los miedos
del cantante en toda una época, finales de los 60 y principios de los 70, sin
duda la más gloriosa desde un punto de vista creativo y una de las más
desconcertantes como artista y en el plano personal, en ella quedó Marianne, su
amante más conocida, aprisionada en el recuerdo de Hydra, aunque nunca perdiera
contacto con ella cuando ya no se encontraba en la isla, su proyecto de
abandonar los conciertos tras la gira por Israel en 1972, y el murmullo de sus
escarceos amorosos en el mundillo de la música y del arte.
XXX
Meditaciones dolidas
1
In my room
Dom, 14 Abr 2019 21:16
Now it's dark and I'm alone
But I won't be afraid
In my room.
(Brian Wilson)
But I won't be afraid
In my room.
(Brian Wilson)
Sigo donde estaba después de atravesar
la encrucijada
densa y plomiza de la tarde
que no habla, nunca espera
y cierra su cortina frágil de luz en el ocaso,
después de agrietar las linternas cansadas
de la niebla nocturna
en los mares
perseguidos que resisten in my room,
que naufragan en los mitos de mi aurora
y nunca besaron el puerto de mis dudas,
la lengua de mis remordimientos
cuando penetraba en el delirio verde
de unos soles añorados, en las pupilas
de una esperanza ansiosa que relincha en el silencio
de los hospitales de la calma enarbolada.
Porque, después de haber intentado
acometer nuevas empresas,
inútiles hazañas
en otros huertos, en otras latitudes,
he comprendido que no sé hacer otra cosa;
escribo,
en los pétalos efímeros de la hiedra desprendida
que se abraza a los muros postergados
de la ermita solitaria,
en la huella de la luna que no podrá borrarse,
rubrico
epitafios de amor con un ritmo lastimero,
con un tono desesperado
que arrolla la vereda de un verso intransitivo
y una tierna romanza en los labios de una queja,
respiro
en el aliento añorado de la fuente de la infancia
que se retuerce y reza
en las alambradas que fluyen entre la hierba y el acero
y cierran su mensaje despiadado
en la mano violenta del destino
que ha ido sembrando los campos de la cala
con relojes de viento implacables
que me llaman, me empujan, y se alejan del niño
que no puede esconderse en el espejo
irreflexivo y menguante de mi esfera
ni en la estancia que sufre la ira de un desahucio,
ni derramar las flores que aromaron
el milagro fugaz de una sonrisa en el alba.
2
He roto los espejos
Me he levantado entre las violetas
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.
(Pasolini - Versión: Delfina Muschietti)
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.
(Pasolini - Versión: Delfina Muschietti)
He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
que muerde la querida remembranza
de una lágrima densa que cae en el mirar
y el canto de tus manos
que busca en tu desierto la multitud que espera
la sed de la garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la frágil cadena que tus brazos forjaron.
La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque asustado.
He roto la añoranza de un mundo malogrado
que no quiso quererme en su vacuo latido
ni que yo lo quisiera;
ya no soy quien pasó con la luz en la frente,
quien escribe un poema en los labios del viento.
3
Los tordos
A Carmen; Ya que tú no me quieres, tampoco yo he de
quererte.
Una cosa es renacer
y otra vivir con la muerte
para no quererla ver.
(Emilio Prados - Soledad)
Ahora sé que los árboles de la Quinta Avenida se arrodillan ante tus piernas, que las mariposas se encaprichan del silencio de tu pluma ahogada en la resaca, que Nueva York es un sueño que nunca duerme, que nunca abre sus venas a los perdidos, te llamaré cuando la luna recoja los latidos de las farolas que suspiran por ti .
(Mirando una fotografía. A Lou Reed))
Los tordos
Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso mustio de la frontera
y extienden sus cortinas
nublando el cementerio pálido de los montes
cuando ya no me quieras
y olvides el silencio que siempre te ha llamado.
Te asaltarán las lágrimas vencidas de la alcoba,
de los retratos graves y las sordas esquinas
de los muelles brumosos que vieron los adioses.
,
Dormirá en los escombros de los Palos siniestros
una promesa verde
guardada en un pañuelo con los ojos velados
que surquen la mezquita recostada en la luna
que cruza los Rosales temblorosos
y no mira la infancia que retoza en las charcos,
en el arroyo negro,
duerme en la madriguera de los muros,
en la cárcel que eleva una plegaria
que atraviesa las nubes
y vibra en los escombros que surcan tu tejado,
desatan tus quimeras
cantan en los ventanales cerrados de las sombras,
ajustan tu jersey en la rasgos de un lunes
y escuchan el rumor que agoniza en las cañas.
Te buscará la huella
que cruza la palabra que tuviste en las manos
y se adueña del aire
que muere en el destino de los pobres
y no pierde su aurora como un jardín sombrío
que espera un claro día
en el patio sagrado de una ninfa afligida
con el rostro exiliado en los labios de sangre.
Veo pasar el vals que perdió sus anhelos
en tu falda teñida de lúbrica azucena
y mortifica el aire, la huella de mi olvido,
despierta en tu mirada,
en tu sonrisa fresca, intacta y dolorida
que no vuelve a la escuela rodeada de sauces,
de clavos en las manos,
en la cuesta del Morro que mantiene el aliento
de los cines tardíos que conservan tu aroma
y alumbran tu linterna
en los escaparates, en las rosas tempranas
que avivan los portales claros que conocimos.
Llevamos en las venas la cruz de una mirada,
las calles de Hadú que lloran tu alegría.
Te llamará el lamento de los tordos oscuros,
la tristeza que quiebra la luz de tu cintura
en un mito que canta en un valle sombrío
donde vagan penando
los árboles de piedra que guardan tu secreto
en versos olvidados que perdieron las ramas
donde añoran los ojos
de un amor que no encuentra el requiebro ni el ritmo
de la copla que gime por la noche
ni el mar de los espejos que siempre te aguardaba
y en tu memoria siente la herida de la luna,
Una cosa es renacer
y otra vivir con la muerte
para no quererla ver.
(Emilio Prados - Soledad)
Ahora sé que los árboles de la Quinta Avenida se arrodillan ante tus piernas, que las mariposas se encaprichan del silencio de tu pluma ahogada en la resaca, que Nueva York es un sueño que nunca duerme, que nunca abre sus venas a los perdidos, te llamaré cuando la luna recoja los latidos de las farolas que suspiran por ti .
(Mirando una fotografía. A Lou Reed))
Los tordos
Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso mustio de la frontera
y extienden sus cortinas
nublando el cementerio pálido de los montes
cuando ya no me quieras
y olvides el silencio que siempre te ha llamado.
Te asaltarán las lágrimas vencidas de la alcoba,
de los retratos graves y las sordas esquinas
de los muelles brumosos que vieron los adioses.
,
Dormirá en los escombros de los Palos siniestros
una promesa verde
guardada en un pañuelo con los ojos velados
que surquen la mezquita recostada en la luna
que cruza los Rosales temblorosos
y no mira la infancia que retoza en las charcos,
en el arroyo negro,
duerme en la madriguera de los muros,
en la cárcel que eleva una plegaria
que atraviesa las nubes
y vibra en los escombros que surcan tu tejado,
desatan tus quimeras
cantan en los ventanales cerrados de las sombras,
ajustan tu jersey en la rasgos de un lunes
y escuchan el rumor que agoniza en las cañas.
Te buscará la huella
que cruza la palabra que tuviste en las manos
y se adueña del aire
que muere en el destino de los pobres
y no pierde su aurora como un jardín sombrío
que espera un claro día
en el patio sagrado de una ninfa afligida
con el rostro exiliado en los labios de sangre.
Veo pasar el vals que perdió sus anhelos
en tu falda teñida de lúbrica azucena
y mortifica el aire, la huella de mi olvido,
despierta en tu mirada,
en tu sonrisa fresca, intacta y dolorida
que no vuelve a la escuela rodeada de sauces,
de clavos en las manos,
en la cuesta del Morro que mantiene el aliento
de los cines tardíos que conservan tu aroma
y alumbran tu linterna
en los escaparates, en las rosas tempranas
que avivan los portales claros que conocimos.
Llevamos en las venas la cruz de una mirada,
las calles de Hadú que lloran tu alegría.
Te llamará el lamento de los tordos oscuros,
la tristeza que quiebra la luz de tu cintura
en un mito que canta en un valle sombrío
donde vagan penando
los árboles de piedra que guardan tu secreto
en versos olvidados que perdieron las ramas
donde añoran los ojos
de un amor que no encuentra el requiebro ni el ritmo
de la copla que gime por la noche
ni el mar de los espejos que siempre te aguardaba
y en tu memoria siente la herida de la luna,
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.