Cubre la
libertad el velo de la tarde
con
un himno callado
y ronco
que destierra
las velas
de la sangre que se pierde en la bruma,
las
banderas celosas que devoran el mástil
de los
mares del Sur de la niñez,
los
lienzos y las penas
del
pintor miserable que canta en una esquina
cerrada
por los ojos
que
muerden el retrato
de los
acantilados agrestes de la Almina.
El amante
que esboza tu amor en una sábana
mide en
cada recuerdo
la huella
de tus piernas, el declinar de un sueño
que nunca
tuvo pulso y cantando agoniza
con un
aullido seco,
un llanto
proceloso que se rompe
y ha
perdido el ritmo en las entrañas
y recorre
la brisa amarga de los puertos
cuando
vuelven los barcos que surcan las miserias
y nunca
llegarán
al lazo
de tu blusa tendido en la escollera,
al hombre
que predijo los sueños del pasado.
El puente
derruido que sostiene tu orgullo
y la
caricia ciega
que
tropieza en el recuerdo con los bancos del parque
atraviesa
la noria de los días vencidos
donde aún
habla la dalia que recogió tu aroma
en la
fiesta nocturna de los escaparates,
donde no
encuentra sitio
la
inmensidad del mar que no tiene mesura,
y
cabe en una lágrima cuando arde en tus ojos
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.