And then I confess that I tortured the dress
that you wore for the world to look through
(Leonard Cohen)
Yo que conocí la tortura que nos ofrecen ciertas bendiciones, confieso que nadie como Cohen en esta canción ha ilustrado lo que yo sentía en mis tormentas, sí, ahora confieso que torturé el vestido / que llevaste por el mundo para olvidar.
that you wore for the world to look through
(Leonard Cohen)
Yo que conocí la tortura que nos ofrecen ciertas bendiciones, confieso que nadie como Cohen en esta canción ha ilustrado lo que yo sentía en mis tormentas, sí, ahora confieso que torturé el vestido / que llevaste por el mundo para olvidar.
Hablar de Leonard Cohen para mí en estos días supone hacerlo del poeta al que le he hecho un seguimiento más fragmentario y, sin embargo, intenso en los diez últimos años, este canadiense que nos habla de la decadencia, del deseo y del amor, de la agonía críptica del hombre y de la civilización se ha asentado en mí y me ha invitado varias veces a que intente evitarle.
Por esas cosas difíciles de explicar tuve desde el mismo día que salió al mercado su "Old ideas", me lo consiguió mi cuñada pues pensaba que también yo pertenecía, como él, al mundo de los tristes y solo lo escuché una vez si exceptuamos el amplio repaso que hizo de este disco en Madrid cuando fui a verlo. Mi mujer no pudo hacerme un mejor regalo, se lamentaba de que no había podido conseguir las entradas en primera fila, así que tuvimos que conformarnos con la segunda. Nunca olvidaré aquel concierto, duró cuatro horas con un descanso que había dicho que duraría quince minutos y no llegó a los doce, no me enteré mucho de lo que pasaba, me emocioné cuando lo vi arrodillarse cuando cantaba Hallelujah, no podía creer que allí ante nosotros y envolviéndonos en una letanía bíblica estuviera un anciano de setenta y ocho años que nos decía que aún tenía que cumplir algún sueño.
Después de haber leído poemas suyos he llegado a la conclusión de que entre los mejores están aquellos que ha convertido en canciones. Había hecho sus pinitos en la música de adolescente pero la había aparcado para triunfar en la literatura, varios poemarios y dos novelas le convirtieron en el "enfant terrible" de las letras canadienses en lengua inglesa. Su debut como cantante fue muy tardío, grabó su primer y, probablemente, mejor disco; Songs of Leonard Cohen en 1967 (era un material de años, que también inundó el siguiente y excelente disco, y cerró con inspiración ante la ilusión de un disco primero) desde entonces ha tenido dos caídas y tres resurrecciones, reinventarse es una de las facetas que mejor ha dominado, solo su poesía ha estado muy por encima ello. Hubiera dado mucho por escuchar en ese concierto "One of us cannot be wrong" pero no se acordó de ella y evalué la dificultad que entrañaría escucharle alguna vez cantarla en un gran escenario o, mejor aún, en un pequeño bar, con Leonard Cohen nunca se sabe, aún pienso que me lo puedo encontrar en cualquier esquina.
(19 de diciembre de 2014)
(19 de diciembre de 2014)
Ah, the last time we saw you
looked so much older1
(Cohen – Famous blue raincoat)
(Cohen – Famous blue raincoat)
La última vez
que te vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que llenó de fantasmas la residencia de los dioses.
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien llorabas y reías, y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que llenó de fantasmas la residencia de los dioses.
Recordabas al poeta
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en un alféizar
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.
Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.
Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.
Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.
Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien llorabas y reías, y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.
Gracias, Leonard, por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta.
1) La última vez que te vimos parecías mucho más viejo. (Famosa gabardina azul)
Publicada el 27 de Noviembre de 2014
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.