Siento en el alma, siento
el amor y la muerte
en la misma sonrisa,
en la misma
mirada.
Cuando llega la
noche, entre los eucaliptos
que guardan la colina,
gimen mustios los ojos,
derraman en tu
lápida encalada
los trémulos
cristales tapiados de la ausencia
entre los yertos
muros
de un árbol
mortecino que ya no tiene amor
ni un ruiseñor
callado,
ni un nombre en
las entrañas de un escrito
y rumia en el
asfalto las sábanas del viento.
Te llevará la
mano transida de la sombra
que
promulga en el lecho la flor de tu condena
entre los gatos
negros que murmuran la sangre,
el tormento de
garras y aullidos en la vía
del tren de tus
mayores que nunca ha regresado.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.