I
Sabes que tienes algo qué
decir,
pero no sabes dónde,
quién se detendrá a
escuchar
lo que no quiere oír,
quién querrá
ver la injusticia que aflora
qué poeta evitará las náuseas
cada vez que le
griten
que equivocó su camino, quién te escribirá
poemas
de amor entre cables y suspiros
cuando busque tu pañuelo en el
adiós de los barcos.
Me iré adonde habite el rumor
de tu tristeza,
adonde mi boca llegue con un
pregón que se levante
sobre las conciencias que nunca
piden nada,
sobre el coloso y la muerte que
muestran sus garras
en la oscuridad de sus cristales
con una fragancia antigua que
desprende los harapos
de los edificios en el asfalto
derretidos.
Me iré adonde vaya la huella
de tu rostro,
adonde juegue el aire con tu
presencia ausente,
adonde los tableros oscuros del
teatro,
adonde los latidos inundados por
las flores del destierro
porque ya no tengo camisa, paloma
ni azucena
que puedan llevar al hombro
la incomunicación del ansia del
amor oscura
que destroce los versos
que se pierden llorando en una red
confusa y narcisista
que se extiende en el mar y cabe en
mi mano.
Porque sé que no tendré paz para
encontrar
la palabra precisa para vestir mi
queja,
que cerrarás mis labios cuando
grite la azucena
y el arroyo de los niños encuentre
su cauce y su puente,
cuando el poniente acaricie el rostro
luminoso
de los enamorados que sueñan en la
playa
cuando el verano alarga su latido
en las arenas de fuego,
su sombra fresca en el alma del
pozo
donde juegan los pájaros con las
cañas y el olvido.
en un silencio enlutado que me
recuerde
las cuerdas de tu revuelo.
un exilio de caricias en la cumbre de tu
mirada,
un deseo vehemente de reducir lo
que se siente
en el pensamiento
cuando supe decirte tanto con
los ojos,
cuando te di mis labios con el alma,
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.