jueves, 13 de junio de 2019

* En nombre de la muerte *

I

Muchacha de El Fayum

Mi barrio no es mi barrio,
sin sombra se proyecta 
sobre ningún camino.


1

La muerte se dibuja en la  pared del rostro
que sueña la blancura 
de la rosa del alba
y  despierta el murmullo en las ruinas
que rompen los espejos de una faz
y de los gatos negros. 

El velatorio vuelca en un recodo
la marca de tu paso
la cal viva que cubre la escalera,
los peldaños de luna en los negros cipreses.



2

 Tu frágil voluntad de novia compungida
pasea en el bordado de las sábanas
que fueron desgarradas 
de un escenario lúgubre y violento
que llora en tu memoria todavía 
por un huerto sin alma que te ha dado la mano
para no traspasar la esperanza postrera
desde las soledades 
de un remo destrozado, de un jazmín pensativo
en la elegancia cérea, profunda, penetrante
 de una mirada quieta,
de una promesa rota en la negrura
del silencio y el polvo. 


*****

3

Muere la soledad entre tus labios
y el manto de la noche en el blanco de la cala
que despierta murmullos en la ruina
y gime en un teatro, 
camina en el bordado de las sábanas
que fueron desgarradas por el viento
y reza en tu memoria todavía
por un barrio sin alma que te ha dado la mano 
para no morar solo en la última barca. 

4

Nadie puede explicar adónde fuiste, 
quién te llamaba, 
cómo perdiste la túnica virgen 
de tu imagen de niña descontenta
que no dudaba de la presencia de Dios
en sus pecados, 
por qué no llegaste a ver la luz del rayo  
que traía a tus ojos la alborada.
  

*****

***   ***   ***

5


He dejado tu nombre y el rostro de la alcoba
que acogió en su ventana
 un paludismo
que no supo contar
su recorrido largo de fiebre compulsiva 
y un parto que no consta y aún te duele.

He roto los lugares y los libros
que la niña de ayer imaginaba;
una muerte dichosa, sentida en el otoño
que portaba las flores del verano, 
pues el temor a Dios 
era más cálido, 
menos frío el aliento que avanzaba
hacia el embarcadero
que aparecía en los veleros grises 
de la ensenada.
la cortina del Este retorcía los vidrios 
sin luna ni defensa en el filo 
de esa soledad mía que llevabas 
en los ojos marchitos
aunque no pueda 
recordar los escombros de los muros, 
tu muñeca vestida de domingo,
el dolor que rondaba la paloma encendida
flotando en el aceite de tu abuela olvidada.

***

II


Recuerdo del Naufragio


Y yo sentí un amargo desconsuelo 
al pensar que ya nunca las tres hijas 
nos dirían adiós con el pañuelo... "
(José del Río) 
1
Como el barco que zarpa con un lobo en el puente
quieres rezar la salve en un manto de tejas
y buscar tiernas calas en las faldas del Hacho
para adornar las punta de su ruta perdida 
para romper los sueños que duermen en la espuma,
en la estela de mármol que detiene su pulso
y forja sus cadenas
en la zarza transida que crepita en el duelo
de las ramas de luto que cuelgan de tus brazos,
en la copla que pena en el pozo sombrío
de la Almadraba oculta del converso,
en la risa que llora y se adentra en la playa
de la higuera silvestre que siente los latidos
de los contrabandistas que tiemblan en las rocas
y no escuchan el rostro que te lleva 

a los prados desiertos donde vive la muerte.

2


Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso triste de la frontera
y extienden sus cortinas
nublando el cementerio de los montes
y la promesa verde guardada en el olvido,
en los ojos velados que surcan la mezquita
y no miran la infancia que salta en los estanques,
vela en la madriguera del recuerdo
y vibra en el arroyo que agoniza en las cañas,
 que cumple su destino
y no vuelve al colegio de rejas rodeado
que rompía las alas
de un remo tabernario dentro de una botella.

3
Siento, en el alma siento
el amor y la muerte
en la misma sonrisa, 
en la misma mirada.


Cuando llega la noche, entre los eucaliptos
que guardan la colina, gimen mustios los ojos,
derraman en tu lápida encalada
los trémulos cristales tapiados de la ausencia
entre los yertos muros 
de un árbol mortecino que ya no tiene amor
ni un ruiseñor callado,
ni un nombre en las entrañas de un escrito
y rumia en el asfalto las sábanas del viento.

Te llevará la mano transida de la sombra
 que promulga en el lecho la flor de tu condena
entre los gatos negros que murmuran la sangre,
el tormento de garras y aullidos en la vía
del tren de tus mayores que nunca ha regresado.

*** 


He roto los espejos

He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido 
que muerde la querida remembranza
 de una lágrima densa que cae en tu mirar
y el canto de tus manos
que busca en tu desierto la multitud que espera
la sed de la garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la larga cadena que tus brazos forjaron.

La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque asustado.

He roto la añoranza de un mundo malogrado
que no quiso quererme en su vacuo latido
 ni que yo lo quisiera;
ya no soy quien pasó con la luz en la frente,
quien escribe un poema en los labios del viento.

***

III 




Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma.

(Quizás prosiga triste)


En nombre de la muerte las sombras te llamaban,
querían hacerte oscura
para apagar tus ojos y enamorarte del silencio
en la noche de los tristes que pierde su latido
y sin pausa se alarga en el fulgor oscuro
que agoniza en la cruz de la capilla de tus brazos.

Hay que apartar de tu hábito los sueños,
esconder tu figura en el rostro del sudario
que tiembla en las orillas de unos muros sin ventanas
para no ver las alas de la muerte que llega
con tijeras en su olvido yermo y descarnado,
con sus deseos de negra luna que se agrieta
en la frontera del sueño que se hunde en las higueras,
del recuerdo que ha quedado en las ruinas del arroyo,
de la fuente que canta y ya no hiere,
 y le diga a los vientos quién fuiste,
en qué escalón olvidaste los libros con tu firma,
el vientre del fracaso,
qué tren perdiste en la Vía, acaso, sin saberlo
y no paró en tu estación de espera nunca más.

Nunca más volará la mariposa sobre tu falda abierta
ni correrán los perros de la tarde
para lamer tu huella de caricias
y los escombros
que aún mueven las cortinas del cuarto que te busca,
del alba que te llama.

En nombre de la muerte y entre los árboles de tu infancia,
y el pozo insondable donde cayó la noche más lúgubre
de tu canto herido,
tiernas flores silvestres despliegan tus llagas en el viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.