lunes, 10 de junio de 2019

Muchacha de El Fayum

Mi barrio no es mi barrio,
sin sombra se proyecta 
sobre ningún camino.


1

La muerte se dibuja en la  pared del rostro
que sueña la blancura 
de la rosa del alba
y  despierta el murmullo en las ruinas
que rompen los espejos de una faz
y de los gatos negros. 

El velatorio vuelca en un recodo
la marca de tu paso
la cal viva que cubre la escalera,
los peldaños de luna en los negros cipreses.



2

 Tu frágil voluntad de novia compungida
pasea en el bordado de las sábanas
que fueron desgarradas 
de un escenario lúgubre y violento
que llora en tu memoria todavía 
por un huerto sin alma que te ha dado la mano
para no traspasar la esperanza postrera
desde las soledades 
de un remo destrozado, de un jazmín pensativo
en la elegancia cérea, profunda, penetrante
 de una mirada quieta,
de una promesa rota en la negrura
del silencio y el polvo. 


*****

3

Muere la soledad entre tus labios
y el manto de la noche en el blanco de la cala
que despierta murmullos en la ruina
y gime en un teatro, 
camina en el bordado de las sábanas
que fueron desgarradas por el viento
y reza en tu memoria todavía
por un barrio sin alma que te ha dado la mano 
para no morar solo en la última barca. 

4

Nadie puede explicar adónde fuiste, 
quién te llamaba, 
cómo perdiste la túnica virgen 
de tu imagen de niña descontenta
que no dudaba de la presencia de Dios
en sus pecados, 
por qué no llegaste a ver la luz del rayo  
que traía a tus ojos la alborada.
  

*****

***   ***   ***

5


He dejado tu nombre y el rostro de la alcoba
que acogió en su ventana
 un paludismo
que no supo contar
su recorrido largo de fiebre compulsiva 
y un parto que no consta y aún te duele.

He roto los lugares y los libros
que la niña de ayer imaginaba;
una muerte dichosa, sentida en el otoño
que portaba las flores del verano, 
pues el temor a Dios 
era más cálido, 
menos frío el aliento que avanzaba
hacia el embarcadero
que aparecía en los veleros grises 
de la ensenada.
la cortina del Este retorcía los vidrios 
sin luna ni defensa en el filo 
de esa soledad mía que llevabas 
en los ojos marchitos
aunque no pueda 
recordar los escombros de los muros, 
tu muñeca vestida de domingo,
el dolor que rondaba la paloma encendida
flotando en el aceite de tu abuela olvidada.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.