Mi barrio no es mi barrio,
sin sombra se proyecta
sobre ningún camino.
sobre ningún camino.
1
La muerte se dibuja en la pared del rostro
que sueña la blancura
de la rosa del alba
y despierta el murmullo en las ruinas
que rompen los espejos de una faz
y de los gatos negros.
El velatorio vuelca en un recodo
la marca de tu paso
la cal viva que cubre la escalera,
los peldaños de luna en los negros cipreses.
2
El velatorio vuelca en un recodo
la marca de tu paso
la cal viva que cubre la escalera,
los peldaños de luna en los negros cipreses.
2
Tu frágil voluntad de novia compungida
pasea en el bordado de las sábanas
que fueron desgarradas
de un escenario lúgubre y violento
que llora en tu memoria todavía
que fueron desgarradas
de un escenario lúgubre y violento
que llora en tu memoria todavía
por un huerto sin alma que te ha dado la mano
para no traspasar la esperanza postrera
desde las soledades
de un remo destrozado, de un jazmín pensativo
en la elegancia cérea, profunda, penetrante
de una mirada quieta,
de una promesa rota en la negrura
del silencio y el polvo.
del silencio y el polvo.
*****
3
Muere la soledad
entre tus labios
y el manto de la
noche en el blanco de la cala
que despierta
murmullos en la ruina
y gime en un
teatro,
camina en el bordado
de las sábanas
que fueron
desgarradas por el viento
y reza en tu
memoria todavía
por un barrio sin
alma que te ha dado la mano
para no morar solo en
la última barca.
4
Nadie puede explicar adónde fuiste,
quién te llamaba,
cómo perdiste la
túnica virgen
de tu imagen de niña descontenta
que no dudaba de la presencia de
Dios
en sus pecados,
por qué no llegaste a ver la luz del
rayo
que traía a tus ojos la alborada.
*****
*** *** ***
5
5
He dejado tu nombre y el rostro de la alcoba
que acogió en su ventana
un paludismo
un paludismo
que no supo contar
su recorrido largo de fiebre compulsiva
y un parto que no consta y aún te duele.
su recorrido largo de fiebre compulsiva
y un parto que no consta y aún te duele.
He roto los lugares y los libros
que la niña de ayer imaginaba;
una muerte dichosa, sentida en el otoño
que portaba las flores del verano,
pues el temor a Dios era más cálido,
menos frío el aliento que avanzaba
hacia el embarcadero
que aparecía en los veleros grises
de la ensenada.
de la ensenada.
la cortina del Este retorcía los vidrios
sin luna ni defensa en el filo
sin luna ni defensa en el filo
de esa soledad mía que llevabas
en los ojos marchitos
aunque no pueda
recordar los escombros de los muros,
tu muñeca vestida de domingo,
en los ojos marchitos
aunque no pueda
recordar los escombros de los muros,
tu muñeca vestida de domingo,
el dolor que rondaba la paloma encendida
flotando en el aceite de tu abuela olvidada.
flotando en el aceite de tu abuela olvidada.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.