Voy soñando con tus besos
por el Pabellón del agua,
no despertarme del sueño
campanas de la Giralda;
Porque en amores
las caricias soñadas
son las mejores.
son las mejores.
No puedo dejar de pensar en el malogrado Pepe Medina cuando escucho esta canción, Laura. Sabes que el Tapón era su mote y lo llevaba con cierto orgullo después de haber perdido los complejos por su baja estatura, es un tópico, pero es verdad que tenía un corazón enorme y era muy bien proporcionado, parecía un pequeño y valeroso hoplita ateniense de los que lucharan en la llanura de Marathón por la libertad de nuestra Hélade. Lo de Pp Medina, con sabor a partido corrupto, su pequeño bar, y Lole y Manuel estuvieron en el centro de nuestra única discusión la discusión; yo estaba seguro que no me había devuelto el nuevo día que le había dejado un par de meses antes, y me equivoqué y cuando pude comprobarlo ya estaba muerto, entre amigos es algo que no tiene la mayor importancia.
Él también se equivocó una noche que compartimos; él y nosotros dos, los tres solos, vaya negocio, y la música, un rito en cada sorbo entre personas que se respetan y hablan sin necesidad porque en los gestos se traslucen los buenos sentimientos que se recuerdan siempre. La rúa empinada de Teniente Arrabal sin transeúntes amables, solo bajaban siniestros buscadores de broncas y Pepe se sentía un poco más seguro con nuestra presencia. Aquella noche perdimos las ganas de beber y después de tres horas cuando nos preguntó al marcharnos que habíamos tomado y le dijimos que cuatro cañas entre los dos, puso una cara de escepticismo que te dolió mucho, ¡Oh, tú, una señora en el mejor sentido de la palabra intentando aprovecharte de la confusión del debate!
Él también se equivocó una noche que compartimos; él y nosotros dos, los tres solos, vaya negocio, y la música, un rito en cada sorbo entre personas que se respetan y hablan sin necesidad porque en los gestos se traslucen los buenos sentimientos que se recuerdan siempre. La rúa empinada de Teniente Arrabal sin transeúntes amables, solo bajaban siniestros buscadores de broncas y Pepe se sentía un poco más seguro con nuestra presencia. Aquella noche perdimos las ganas de beber y después de tres horas cuando nos preguntó al marcharnos que habíamos tomado y le dijimos que cuatro cañas entre los dos, puso una cara de escepticismo que te dolió mucho, ¡Oh, tú, una señora en el mejor sentido de la palabra intentando aprovecharte de la confusión del debate!
Ese día le llevé un CD de Gardel y casi lloro al escuchar la canción que me recordaba a mi madre ya por entonces herida de muerte, esa Palomita blanca que aún me duele llevaba duelo en las alas. Ya sabes que mi madre y yo no nos llevábamos bien, pero me regaló las Rimas y Las leyendas y las sipnosis de las cien mejores novelas de todos los tiempos, ésta última obra fue un gran fiasco, había de todo; poesía, épica, teatro, y también novela, pero eran resúmenes un tanto estériles en la grandeza que intentaban representar y conducentes al timo intelectual. Ahí leí mi primera Ilíada, supe de Héctor, el héroe más bello y más humano.
Pepe decidió marcharse un día acosado por los remordimientos de su matrimonio destrozado por la maldita cocaína, cogió su moto y le dio gas para que atravesara con su dueño El Salto del Tambor. Poco antes supe de la muerte en circunstancias similares de un ciclista que nos levantaba a todos de los asientos por su porte genial y su comportamiento impredecible en carrera; El Chava Jiménez, alto y, sin embargo, escalador de clase y de raza, habrase visto. El primero que doblegó al gigante asturiano retorcido en su porcentaje brutal al paso de La Cueñe les Cabres. Recordaré siempre a ambos, eran demasiado buenos para resistirse al placer que les ofrecían.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.