lunes, 5 de enero de 2015

En el dolor de la Avenida.

1

Ya no sé qué decirte,
he ahondado en mi duda y me veo como siempre,
como un novio amputado del tumulto y las flores
que no encuentra calor
en sus miembros perdidos,
como un tonto exiliado del amor y el deseo
que añora la fragancia de un verso fugitivo.

Ya no sé qué decir de tu perfil sin sombra;
esta lengua de fuego ha de esperar dormida.
He surcado tu herida con palabras que eran
confesiones que nunca
quise haber pronunciado.

Amparado en la noche,
creyendo que sus manos cubrían mi mirada,
te explicaba las causas de mi huida al vacío,
mientras esos milagros que quería invocarte
volvían al sepulcro del que nunca salieron.
Mi lecho, situado detrás de la frontera
aguardaba el dolor de mi cuerpo angustiado,
cuando el corto camino se hacía interminable.

Intuía que la vida debía ser de otra forma
que nunca conocí la calma del vencido.
Mientras nubes y rosas yacían en el oeste
no supe qué decir por despertar tu orgullo.

2

Si aún te quiero es porque te recuerdo
antes del paraíso
sin conocer tu forma,
sin escuchar tu voz entre las multitudes.

Antes que Dios viniera
a esta ciudad sin norte
que hizo rumbo en la zozobra
te abracé en su vientre dolorido,
te lloré en sus rejas sin cancela.

Aún te amo, mi fiel enemiga,
sin saber si es el lunes o el recuerdo
quién me deja este lastre
en la memoria.

Sin desterrar los huertos, los ladridos
que sembraron de miedo las orillas
de mi barrio que no tenía tu amor,
y avivaron la sombra de la muerte.

Pensando en esta carga que me ahoga
y desborda la fiebre en mi costado.
Resistiendo las balas que salieron
de otras lenguas que no hablan, que no sienten.

Acogiendo en mi alma
tanta pólvora dispersa
que no tenía destino
y penetró en  mis heridas.

Si aún te amo es porque, destrozado,
el amor se resiste a abandonarme.

3
Mañana no seré yo,
será otro el verdadero.
(Miguel Hernández).

No sabré ni llorar
al recordar tus ojos
que tenían el encanto,
la brisa de la espera.

En estas olas,
 en estos pensamientos
que me llenan de ti
 sin despertarme,
deteniendo tu rostro
 humedecido
y la palabra adiós
 sin pronunciarse.

No sabré ni llorar
para que me recuerdes
en la última brisa
que inunde la Almadraba,
para ser de tu pelo,
tus uñas, tus vestidos.
para ser el amante
que se recuerda siempre.

Ya sé que no te tengo.
Aunque cada mañana
te digas que eres mía.
¡No soy a quién quisiste!

4

Si has de dejarme
quiero que sea en otoño,
que la lluvia y el viento penetren en mi alcoba,
los eucaliptos lloren quebrados por la noche,
vuelva la soledad a la playa vacía.

Para que no me mueva la luz de tu vestido,
ni el lento respirar que arranqué de tu boca,
quiero que sea la muerte
quien recoja mis sueños y los lleve al ocaso
con el viento que llora.

Quiero que sea en otoño, quiero que sea en la muerte
donde brote el dolor de cada pensamiento,
que la lluvia y el viento se queden en mi frente
y que puedas seguir ahondando en mis fracasos. 

5

Quizás prosiga triste por haber olvidado
su sonrisa de invierno despejando la aurora,
sus rosas derramadas en el viento de junio,
sus manos que tuvieron la emoción de las horas.

Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma. 

6

No puedo detener el llanto de mi alma.
Mi pensamiento lucha por mantenerme erguido,
pero me hunde el cielo, el aire, las palabras.

Ya no puedo cambiar las cosas que pasaron;
si te quise y no supe sentir cómo me amabas.
Si me quisiste sin fe,
si me llevaste sin gracia.

Ya no puedo anhelar las flores que murieron.
La muerte me contempla, como una sombra ajada,
abrazado a la rosa que ha quedado en tu pecho,
los tordos ya no pasan por las nubes nimbadas
del invierno que tiembla por nuestro amor dormido
y te sigo queriendo como si me llamaras. 

7

Acariciar tu boca
abierta en la mañana,
o sentir que los perros
ladraban otra muerte.

Cuando quise besar
la luz de tu sonrisa.
Salpicaba otro barro
la voluntad de amarte.

Ya no te puedo ver
soñando por las calles
cual muchacha de blanco
del cuadro que admirabas.

Tengo que destrozar
islas que naufragaron
para hallar la salida
que nunca me enseñaste
o volver a las sombras
para tenerte siempre.

Ya no queda consuelo
para cubrir la herida;
fuiste como los otros,
rompiste mi delirio.

Y ahora sufro el embate
que tus ojos me lanzan
como si no pudieras
doblegar el rencor.

8

Yo quería cantar al amor,
desbordar tu tristeza con brotes de alegría,
acordes luminosos teñidos de pasión
que llenaran tu rostro de luz y de armonía.

Yo quería cantar al amor,
antes de conocerte, sin saber que existías.
Dolor por lo que fue y lo que no pasó,
voy llorando en la noche la oscuridad del día. 

9

19 de Noviembre

Dios está llorando sobre las calles de Abyla[1],
esas que se han llenado de noche esta mañana,
no aquellas encendidas por el calor de tus besos,
ni aquellas invocadas
en la última agonía
de aquélla que recuerdo[2].

Y esta oscura mañana de planetas perdidos
que amenazan mi pecho como una estalagmita
hace que te pronuncie
como estrella que brilla y busca emociones
en el baúl de mi alma.

Me han llegado las hojas sin tallo del otoño,
me han llegado los partes de tus viejas heridas
que ruedan sin consuelo
en el raíl mojado que llora entre la lluvia.

Sigue tu primavera ardiendo en mi memoria,
en el Jardín quedaron
nuestros bancos de piedra,
nuestros nombres grabados en el sauce que gime
sin alma ni esperanza de encontrar tu sonrisa.

¡Ay, juventud ligera que se llevó tu blusa
en sueños de poeta perdido en la tristeza!
¡Ay, vestidor del tiempo que me arrancó la falda
que cruzaba las vías hondas de mi deseo!

Y están todos los cielos, y están todas las calles
en el hueco profundo de no encontrar tu huella
borrada por las aguas que el tiempo se ha llevado,
sin rastro de ti misma, hundida en el silencio.

Dios está llorando sobre las calles de Abyla,
esas que se han llenado de noche esta mañana.

(19/11/1999)





[1] Abyla: Nombre que dieron los fenicios a Ceuta.
[2] Fragmento escrito sobre un artículo del periódico El País, donde se anunciaba la concesión del Premio Nacional de Poesía a José Hierro por Cuadernos de Nueva York. Nunca en mi vida he visto un día más oscuro. 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.