viernes, 2 de enero de 2015

La muerte, la esperanza, los trenes...


Los trenes que hace tiempo no paran en mi ciudad, la niñez a la que recurrimos cuando entendemos que todo ha pasado, la esperanza que se empeña en seguir cuando nos gustaría saber si hay algo después de ella, los días que desaparecen sin que sepamos dónde están o qué hemos hecho con ellos, y el desencanto que asoma cuando no sabemos adónde han ido las palabras que dijimos a alguien alguna vez, y que vuelve a hablarnos como si no nos hubiera escuchado. La muerte, como dijo Brel, está al final de todo, y nos espera;  y no es por molestar sino porque es atenta.



La muerte, la esperanza, los trenes,
los días, el desencanto
seguirán avanzando quietos en sus raíles,
marchitarán las lágrimas el pañuelo
de los atardeceres
que abrazaran tu rostro en el último suspiro,
y no podré ayudarte
en el brusco silencio de piedra levantado
por tus divagaciones, por tu resentimiento.

Para cuando tú seas hija de un desengaño,
cuando seas de una herida
y yo no pueda verlo,
ciego a tu lamento por no saber mirarte,
seguiré anotando palabras y caprichos;
estrofas que no lleguen
a construir poemas de amor en las paredes.

Cuando hable en la noche empapada de besos
que guarden lo perdido lejos del desencanto,
para cuando tú seas la que yo siempre quise
y sonrías al fin, aunque no me comprendas,
volveré de las sombras, Pierrot sin remedio. 


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.