exagera, por amor, su propio desamor,
exagera, para castigarse, su propia ingenuidad…”
(Pasolini)
“Análisis tardío”
Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;)
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;)
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;)
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.
(Finales de los años sesenta)
(Traducción - Hugo Beccacece)
Pasolini estaba entrando en la madurez cuando escribió este poema, uno
de los más inspirados entre los suyos, que sobrevuela sus pensamientos
como una implacable inmersión en su mundo interior en la que parece
decir que todo está perdido, que no volverá a ser ese hombre que siempre
se sentía joven cuando pensaba en la pobreza y su pureza, que por mucho
que luche no podrá ni llorar ante el peso del desastre que supone la
derrota dolorosa ante una forma de vida, ante una sociedad en las que se
han perdido valores que ni siquiera están ya en el viento para que
soñemos con alcanzarlos en nuestro vuelo, que los medios de comunicación
han unificado en la vulgaridad, en la falta de compromiso ante la
miseria de los otros. No podrá obviar la tristeza que lo va conduciendo
inexorablemente hacia la tumba, ni siquiera la desesperada vitalidad de
los elegidos, tan suya y entrañable, puede evitar las arrugas en sus
ojos o que reaccione ante lo nuevo con el cansancio de quien piensa que
ya todo lo ha visto.
“Análisis tardío” pudo ser simplemente un mal momento, a tenor de la
actividad frenética que sostuvo hasta el momento mismo de su muerte.
Pero es el testimonio de quien pudo pensar así en una tarde oscura, del
guerrero que se hunde en un momento preciso que se le escapa la duda y
la certeza es implacable, quien piensa que su voz dulce, esa misma que
denunciaba los males de nuestro tiempo con palabras que traspasaban con
rabia el papel y el espejo de sus enemigos, que su sonrisa ya no podrá
sacarle del vacío de verse a solas con su pensamiento pidiéndole a la
luz que no le ofrezca esperanza, rogando a los demás que no le hagan
sentir la soledad de su compañía.
El mundo de Pasolini no es distinto al nuestro; los verdaderos poetas
sufren la indiferencia que se le reserva a la verdad en un mundo que se
siente en su elemento especulando con las apariencias. El hombre ha
arrinconado la luz y la poesía como a ese animal enjaulado que no sabe
rendirse. Una violencia pasiva es la huella de una modernidad que
muestra sus ansias de ceguera ante las palabras escritas en el muro que
muestra el declive de la moral, del sueño de la justicia.
Cuarenta y un años después de su muerte seguimos viviendo la misma
contradicción, no escuchamos a aquellos que merecen nuestra admiración
porque muestran el corazón en lo que dicen y podrían molestarnos al
mostrarnos nuestra incapacidad para mirarnos hacia adentro, por eso les
arrebatamos la paz para que sea turbio y dolorido lo que habría de ser
siempre luminoso en la búsqueda del espíritu del hombre, en cambio
encumbramos a voces amables que apenas dicen nada y muestran una
permisividad vergonzosa con los pequeños delitos que llegan a ser
monstruosos cuando rompemos los hilos de una nueva criatura, que
santifican un culto desproporcionado y nocivo a la comodidad y
sacrifican a los ángeles de una niñez que vuelve a un hombre que
vislumbra los cincuenta años y nos habla de su prístina pobreza, de su
eterna juventud.
(2 de noviembre de 2016)
Soñé que escribía tu nombre en el agua,
que escrutabas el olor de una metáfora oculta,
que brotabas en el infierno de una nube
fugaz y lastimera,
que sonreías con ternura cuando ya habías muerto
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.