sábado, 11 de febrero de 2023

Memorias de Hydra

 I


El destino del poeta

 

 En ocasiones la melancolía llega a ser una enfermedad incurable. Hay quien llama a Leonard Cohen deprimido, sin ir más lejos alguien muy cercano a mí. Pero la verdad es que a mí sigue gustándome más Leonard Cohen que Bob Dylan, casi desde que escuché con 15 años su "You know who I am" en una compilación de CBS titulada "Llena tu cabeza de rock" que nunca sabré si sigo teniendo en algún sótano o alguna mudanza o tal vez una inundación se la llevó por delante...

(Enrique Sanmol)

 

       Desconozco la consideración literaria de Brassens o Brel en Francia o la de Bob Dylan y Leonard Cohen en la América anglosajona en estos días, solo el tiempo nos podrá decir donde estarán sus poemas cuando les quiten la música y tengan que danzar sin acompañamiento ni luces de candilejas.


    Yo no podré verlo casi con toda seguridad porque estaré discutiendo con Plutón; la poesía ha sido expulsada a un lugar donde no existe la sonrisa, pero no me cabe la menor duda de que ellos estarán ahí en lo alto cuando transcurra el tiempo y se hable del nuestro porque no solo escribieron con una calidad arrolladora sino que supieron extraer muchas de las contradicciones intemporales del ser humano y las supieron encajar con emoción y acierto en la época que les tocó vivir.

    Centrándonos en Cohen podemos observar que siempre se puso serio cuando trataba con la palabra y la música y el misterio de su combinación, que en la genial y escalofriante variación del "Pequeño vals vienés" de Lorca (Take this Waltz – Toma este waltz) tuvo un amago de depresión profunda, y es un poema maravilloso que merecía la pena que se intentara transmitir a los muchachos nuevos y, al menos en español, lleno de una intrínseca musicalidad. Hace ya mucho tiempo que descubrí que el arte no es entretenimiento, aunque lo pueda tener, y que la poesía tiene muchos caminos, que este poeta es imprescindible porque encontró el suyo mirándose hacia dentro como un pájaro que se arrastra en los cables, como un borracho sereno que ha olvidado su nombre en un tugurio portuario de una isla asustada que es la mía y llora su soledad en las noches de levante y de zozobra.

    Si yo hubiera pensado un poco más probablemente no habría escrito ningún poema, me habría acordado de mi propia intrascendencia, me habría puesto melancólico acuciado por los años que llevaba esperando un momento como ése; estar a pocos metros de uno de los ídolos de mi lejana juventud y tocarlo con la mirada. Recuerdo que empecé este poema en el tren el día anterior al concierto. Simplemente quise reflejar mi asombro y mi agradecimiento ante el encuentro con uno de esos mitos que se mantienen a pesar de la inconsistencia afectiva de un período precipitado a devorar a los ídolos y sepultar su recuerdo, insistí en su poesía porque en ella encontré la esencia de un hombre que había vivido intensamente la verdad y la mentira, que llevaba continuamente puesto un sombrero gris para evitar que se le viera el cabello canoso y ya escaso.

    Quedé sorprendido por la duración del concierto y por cómo se condujo sobre el escenario en algunas canciones, aún lo veo agradecido a un país que le transmitía hermosas vibraciones y tragedias; español era aquel artista callejero que le enseñó una nueva forma de abrazar la guitarra y el poeta que le había obsesionado hasta el punto de ponerle a su hija como nombre su apellido. No podré nunca olvidar que se arrodillara al cantar “Hallelujah”, allí, con setenta y ocho años y un pasado que no podría abandonar nunca aunque lo había intentado, aunque tuvo que volver a la carretera y los estudios arruinado por su representante, consejera y, quizás, amante.

     Volvió a recordar un repertorio cuyas mejores piezas tenían mucho tiempo, era una suerte inmensa que fuera así, que rindiera un amplio tributo a sus primeros escarceos en el mundo de la música, creo que intuía con la sabiduría otorgada por una vejez esplendorosa que sus mejores versos serían recitados cuando hablaran de este tiempo confuso entre la revolución marchita de las flores y la Guerra del Vietnam, de este mundo arbitrario que se arrastra entre las cenizas de un pensamiento angustiado por la hipocresía que se muestra ante los diferentes conflictos y regímenes políticos.

    Aunque no cantó mi canción favorita; "Uno de nosotros no puede estar equivocado", ésta no dejó de sonar para mí en las casi cuatro horas que duró el concierto. Sí, también yo torturé el vestido que ella llevaba por el mundo para olvidar, no hizo falta que la cantara para que yo sintiera como sería ese momento, no me importa que casi todos la hayan olvidado, mi corazón me dice que es una obra maestra incuestionable.


 II

Fotografías de Hydra

Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín)


I

Imagen

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios exangües y ruinosos
de una ciudad antigua que no podía abrazarme
sin las sábanas húmedas
que mecieron nuestros cuerpos,
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.

Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.

Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.

II

Imagen

Ya no conoces el rumor del aire
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes que se escapan
mientras la tarde oscura
se pliega en el silencio de tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota advertida,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad del tiempo con Saturno;
ya no escribes mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.

III

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en los tugurios donde la bruma se detiene,
estás en mis brazos cuando sueñas
con el deseo de amarte por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
estás con mi sombrero azul de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar de un negativo oscuro
como la nube de polvo que mecía
cada mañana tu almohada con mis manos
y el vestigio de una plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla sin nombre y cerrada
por la sangre que perdía el clavel del Mentidero.

IV

El poema manchado de tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro de sirena exiliada
por el vuelo nervioso de una alondra
que no pliega las alas y emprende otro camino,
como un hueco en el salón
que golpea en las ramas de una puerta
ebria y atormentada
como la juventud que no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo a la veranda de tus labios,
al amargor de los helechos
de un niño ciego amortajado por el amor
que no supo querernos cuando llegó la noche larga.
 
 
V
 
Dame tu despedida
para seguir viviendo,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.
(Cuesta del Gallo)

Estaré siempre en esta terraza
fumándome el mismo cigarrillo 
mientras te espero, 
en una servilleta habré destruido
un poema de amor desesperado 
con los cristales rotos de tu ausencia,
con la inmensidad de la última caricia 
que se hundía en los labios carnosos de la resaca
cuyo rumor aún te asusta cuando golpea en tu finestra.

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios y de justicia, 
porque estás en mis sueños cuando sueñas,
en el deseo de amarte
por encima del tiempo
y de la muerte cuando no estás y respiras,
en mi sombrero de fieltro y mi chaqueta,
en la nube de polvo que mecía cada mañana 
los vestigios de las plegarias perseguidas 
que se perdían en la taberna
y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una gaviota
que plegaba las alas y emprendió otro camino
llamando a la puerta de un libro polvoriento, 
llorosa. ebria, torpe y ensangrentada. 

La isla no me dijo que sería fácil 
encontrar una vereda en el taró,
es duro`aprender a vivir con la resaca, 
constatar que no hemos dejado de llevar 
a los mártires a la hoguera de los escaparates del mundo,
de tejer una corona de indiferencia 
sobre la herida de los poetas 
que fueron derrotados por el clamor de los silencios,
sobre la niña que cantaba
entre mis notas y el desgarro del olvido,
que no conocía
el rumor del buril sobre las hojas, 
la sangre clara y nueva brotando en los veneros,
ya no miraba el interior de la colina
en mis ojos
cuando caía la tarde,
no volvía a la Piedra del barranco que tuvo nuestros cuerpos,
a la oscura arena del Chorrillo, ni a tu rostro.

Vuelvo a esa fotografía con las ansias 
de retener un instante del aliento
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era tu mirada,
tu despertar de dudas,  
aunque estés en otro tiempo y hables en otra lengua
quiero arrancarte del mar 
que nos alejó de nuestra entrañable deriva,
del poema sin luz que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tus caderas en el muelle. 

Vuelvo a la sonrisa que me escondías 
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido,
la soledad de la playa 
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo 
que yace sobre la melancolía de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.
 
VI

Te desearé en las escalinatas
que no conoces,
pensando en la amargura que me traen la sombras,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo 
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa 
y pasan los escombros, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde 
mientras me hiere el aire que siempre llega 
con la sábana ardiente que tejiera tu rostro
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
pero no podré verte con los ojos de antes.


III


Memorias de Hydra

1

Nunca supimos cómo dejarlo 


Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios.

(Nueva elegía urbana)

No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con la esperanza atada a tu cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales
y las ansias de vivir
en las arterias lentas de una isla
que avanzaba en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros
que se dijeron adiós mientras se amaban,
que plegaron las velas
sin esperar que llegaran los vientos favorables,
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían las risas con las lágrimas.
Nuestros besos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas del alma de los tiempos,
en el polvo del interior de las Siete Colinas
que perdieron el camino en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no conoce a los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de la muerte.

El amor que ilumina, a veces encadena
y hace que te sientas
un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido
y te enfrentas al dolor cinerario de la urna
de Keats arrebatada en la tormenta de la calma.

No somos los únicos que pecaron por amor,
que enfilaron su barca contra las escolleras
de los versos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea del deseo de los perdidos.

No somos el paradigma del peregrino ciego
que murió en la vereda
y siguió caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca
como un recuerdo que no encuentra su rostro,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede subir entre los cables y los pájaros
aunque se acuerde de tu olvido
y llore en la noche profunda del fulgor en tu mirada.

2

El rumor del puerto

 

Quizás vuelva algún día a pasear
mi desesperación por este puerto,
y derrame el licor en vestidos de fiestas,
y busque un qué sé yo entre sombras que hablen,
y recuerde el amor que alguna vez me diste.
 

Estuve en la oscuridad mucho tiempo,
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles
con una rosa blanca en la mano de tu espejo,
que desee volver a la niebla
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un naufragio anunciado.

Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.

La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.

Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.

Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.
 
3
 
Conversaciones con Laura Hydra
 
 1
 
Quiero ensalzar cantando a los Átridas
quiero cantar a Cadmo,
mas de mi lira los sonoros nervios
tan sólo amores dicen.
(Anacreonte - La lira - Fragmento)

Hydra es un sueño de luz en el crepúsculo,
un pájaro abierto en la mañana
que no conoce sirenas ni alaridos,
que no hunde los puñales,
ni siquiera en las sierpes que conducen
a los umbrales de la ira,
ni en los vestigios amargos
que tengas en la memoria de los más brunos requiebros.
 
 

Evoco sin consciencia la civilización de los sentidos
porque vuelvo a sentir aquella sed de ti que me reclama,
en los embarcaderos de tus lazos eras una isla
y yo el peregrino que caminaba por tu sangre,
llegué a tus guirnaldas con el polvo derramado
en la última derrota,
con la llamarada de aquellos atenienses caídos
que zozobraron sin laureles en Sicilia
por embriagarse con la gloria de los ancestros,
con Anacreonte de la lira en las entrañas,
con Pericles en los discursos lúgubres
y emocionados ante la muerte.

En tu mirar viajaban las soledades del alma de los celos
que removía tu orgullo,
las sandalias humildes y profundas del profeta que perdiste,
los deseos que encallaron en la lengua de la playa
y los abrazos que forjaba la marea de los puentes
cuando me dijiste que tu nave había partido
y encendí mis velas oscuras en el mástil de un amor apagado.
 
 2

La eternidad del amor dura lo que un recuerdo
cuando todo se ha perdido,
cuando agonizan las calles atormentadas de Hydra
y se apagan las farolas porque se levantan los postes
con la lentitud del abandono
y no hay sueño que anide en los cables
o se arrastre por el polvo que sigue esperando
su pavimento y sus aceras.

Una canción permanece mientras haya alguien
que quiera escucharla,
un salmo si lo escribe un refugiado
en unos labios que mantengan la ruptura de su promesa
o un templo con tus mórbidas columnas
que haya querido ser profanado con toda su alma
y se sostiene en la luz crepuscular mientras se derrumba
para acariciar sus escombros en la oscura colina
por la que nunca caminaron los dioses.

3

Aquí estoy, yendo de las flores al silencio
capturado por el instante de una fotografía
que olvidó, al revelarse, que tú no estabas,
en las ramas de la inconsciencia advertida
sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico
que aún juega con la golondrina que se adentró en el cielo
oculto por la niebla que derramaste
en el último tugurio del puerto donde soñaba
una guitarra mientras la vida se detenía
para escucharte y contemplar las sienes de tu olvido.

Aquí estoy con un lápiz y un sombrero,
esperando que llegue la magia al papel,
desierto, sin espejo ni destino,
navegando en la resaca que me dejó la marca
permanente de tu piel en los pasillos,
edificando un sentido rítmico
con acordes que pasaron por mis manos y no pudimos
pronunciarlos mientras cantabas el himno
que atenuaba nuestra culpa
por haber dado la espalda a los edificios que alentaban
el aullido que había salido a la calle
y llevaban escrito en sus paredes la rabia
de haber dejado escapar los poemas
perdidos en las manifestaciones.

4
 
Soy yo quien enciende un cigarrillo
en una habitación cerrada
para pergeñar en el humo el primer sentimiento
que desencadene en un poema sin luz
que termine en tus brazos para desterrar el miedo,
quien transita ansioso por los caminos abiertos
en tu memoria adolescente,
quien no podrá sentir nunca más la tristeza
de tus ojos de levante altivo
mientras te refugias en los espigones de los besos
para que no sea borrado tu nombre de las piedras
por el tiempo y el mar, soy quien sobrevuela
la belleza resplandeciente de tu rostro
cuando amanece confuso y maquillado
en la cabecera de la cama que algunas noches
y tantas mañanas se adueñó de nuestros cuerpos,
quien huye del amor
porque desea sentirlo siempre
como si acabáramos de conocernos cada vez que nos miramos,
y nunca hubiera escuchado el latido nervioso
y penetrante de tu pecho,
la libertad gritando en tus entrañas,
ahora que ya no sientes resquemor por las cartas
que nunca me escribiste,
que dejo que se apague mi desesperación
en las serpientes de tierra que recorríamos
entre el licor, los candelabros y el rumor
de los embarcaderos que aún lloran
sobre las palabras que sostenían tu camisa
y perseguían tu huella,
que ya no saben en qué cajón
guardé la cinta de tu pelo,
el candor de tu vestido de los viernes,
que vagan por la orilla de la ensenada que se pierde dos veces al día
atravesada por la voracidad de la canción de las mareas,
que ya no saben cómo era tu acento
ni pronuncian en tu mirada el nombre de la isla,
ni la ternura de la tarde en que nos encontramos
y tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.

 

IV

Leonard Cohen -- Avalancha



    Como todo en la vida, hay canciones buenas y malas, después les añadimos adjetivos y gradaciones, otras que no son ni una cosa ni la otra a las que su tibieza les impide que lleguen y se pierden en el camino, y otras a las que solo las podemos llamar por su nombre, de tal forma representan algo único que solo puede cruzarse en la mente de un elegido. Avalancha es una de ellas. Yo hubiera querido que Leonard Cohen cantara en español y poder degustar así cada una de sus palabras, quedarme con cada uno de los matices de su voz dolorida y temblorosa, directamente, sin tener que acudir a intermediarios. Ni siquiera el Dylan de "Sangre en el camino" supo afilar con tanto resentimiento las espinas, ni entregarnos los hierros que dejan sangre en el camino con tanto desasosiego.

    El sempiterno poema de amor es tratado con crudeza y realismo no exento de un romanticismo que se rebela con fuerza contra el fracaso, contra el destino aunque sea en su vertiente escarpada y trágica. El cantante desgrana sus nada complacientes palabras como si el odio pudiera liberarnos de un amor cuando nos duele, como si las cenizas de lo otrora venerado y perseguido pudieran provocar nuestra indiferencia mientras esparcimos su memoria en el viento, como si desear fuera siempre el comienzo de una amarga derrota.

    Cohen decía en uno de sus enigmáticos poemas que hablaba del silencio porque sabía mucho de él, que le entregaba a su amante como regalo un poema que había surgido de las entrañas del silencio.

    Es muy probable que la amante de la canción fuera otra, dado que en ese tiempo en el que encuadramos "Avalancha" y en el que, posiblemente podemos situar "El regalo", el poeta era un enamoradizo impenitente, pero eso no quiere decir que no viviera cada amor como si fuera el definitivo o que no sufriera la indefensión de quien se siente desnudo y monstruoso ante la mirada de la amante que ha cambiado su discurso, que empieza a ver un alma torturada donde en algún momento vio una estrella resplandeciente, que no hay nada más amargo que cambiar los besos por reproches, una sonrisa por un gesto de desaprobación. Los amigos del amor romántico un tanto ingenuos encontrarán en "Avalancha" un atentado cruel contra sus ideales de la belleza en la poesía, ese tipo de personas difícilmente podría apreciar el valor artístico de un Cristo crucificado de Matthias Grünewald e, incluso, del Guernica aunque no lo dirán porque saben que encontrarán una avalancha de opiniones contrarias ya sea por convicciones sinceras o como un ejercicio de esnobismo mal asimilado. Cohen no buscó nunca satisfacer a ningún público, nunca alcanzó las cotas de popularidad de otros cantantes, pero tenía claro su compromiso de artista verdadero y aquí lucha por sacar algo de luz de las tinieblas, algo de amor en la tortura, algo de belleza en lo grotesco de un contrahecho moral para construir un altar lóbrego con los restos del naufragio.

    El título del álbum en el que está inserta es Canciones de amor y odio, uno se pregunta adónde ha ido el amor; Avalancha es sórdida, sombría, una canción de culto para los deprimidos que lo apuestan todo a la sensibilidad, vaga por los recovecos negros de la desesperación, cuando todo ha terminado y no se sabe cómo decir adiós, cuando se odia tanto que todavía se ama.


V

Encuentro con Leonard Cohen en Madrid 

1

La última vez que te vi parecías más joven,
las arrugas y los gestos habían enaltecido
tu rostro taciturno y adusto de profeta;
no volverá la vieja revolución confusa
que no fue a ninguna parte.

Recordabas al hombre
que empezaba a cantar a los perdidos
e inclinado en la ventana
miraba la calle de una ciudad sin alma;
con una pistola en una mano
y en la otra una rosa.

Como en los mártires,
a los que quizás nunca rezaste,
el sufrimiento no se había llevado
tu gesto de contenida tristeza,
ni la calma de tus ojos,
y una aureola mostraba
la profundidad insondable
de tu herida más reciente.

Tu voz, aún más ronca que de costumbre,
se apoderaba de las palabras
que el tiempo no había borrado
para brindar con un vals
por la hermosa decadencia
de los artistas sin rumbo
que se quedaron en el camino.

Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas.

Pero me emocioné sinceramente,
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos
que eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como si volvieras a otros escenarios
del recuerdo
y arrancaras a Marianne
de la suave marea que aún mece su isla
para decirle adiós riendo entre lágrimas.

Gracias Leonard por haberme dejado
escuchar el gemido disperso en tus tormentas,
por haber resistido en tu torre
de canción apasionada
mientras pasaban amantes y amigos,
y caían tantos sueños que se creían eternos,
por las horas que aliviaste el dolor de mi letargo
y lo mecías en el viento con una rara elegancia
que aún brota en el invierno de tus ansias de conquista
en los campos sembrados de espinas y alambradas
del amor y el desengaño,
por haberme hecho olvidar tantas veces con tu verso
el destino inexorable del poeta..



VI


Palabras a Fanny - La vieja revolución


    Aprendimos a enterrar a los fantasmas que han encontrado a quienes los resucite y a luchar contra un dios implacable que vuelve con otro rostro después de que lo hubiéramos vencido.

1

La nueva revolución

El amor nunca llega cuando hierve mi cuerpo
y no veo tu rostro en la sección de cultura
de una revista apagada en el quiosco de la esquina
y no puedo pedirte
que actúes cuando te siento
en los cristales perseguidos por la lluvia de agosto,
en la memoria errante de una rosa tatuada,
que traigas a mis pasos las calles perdidas del recuerdo,
la nube ensoñadora que envolvía tu barrio,
que liberes a los guionistas que yacen en el sótano
de todas las represiones,
que muestres orgullosa la huella
de lo que nunca he sido
en el laberinto irresistible de tu piel,
que abras la revolución que aún espera al hombre
por quién nadie pregunta en la oficina
y el corazón que no creía en la muerte de los ángeles
pero pensaba en ti cada vez que llegaba
la oscuridad del silencio a su latido,
la angustia de un viernes quebrantado en el tormento
de un profeta vencido y postergado
que no volvió nunca a caminar sobre las aguas.


2

Sigues


Pasa el tiempo y vuelve tu sonrisa a los espejos
de los troncos caídos
 en la estrecha acera que te esperaba
y vuelven los delirios
de la cometa azul que se enreda en la noche
y refleja la escultura de tu rostro en la neblina de los mares.

Nadie podrá decirte que no preguntaras
por lo perdido
con el corazón que latía en los labios del intento,
en el balcón donde colgaba el flujo de los geranios.
Nadie podrá decir que no cruzaste las nubes solitarias
con tu blusa anudada en la cintura,
que no ejerciste el culto sagrado
de una mirada penetrando en el silencio
y no inundaste con arrojo la lágrima de la rosa perdida
en el interior de los vientos de una derrota inconsolable.

Sigues en mis anhelos
con tu vuelo en mis brazos, el candor en las mejillas
y enciendes en mi mirada
la sombra cineraria de los héroes marchitos
que no encontraron el canto en mi corazón de viajero.

Sigues en mi memoria moviendo los instantes
con el trago doloroso
del primer verso que buscaba tu mirada y tu libreta,
sufro ese momento como si fuera tuyo
y me detengo en tu imagen
cada vez que lo escribo en tus labios todavía.


    Pienso que tu pregunta, Fanny, es complicada de formular cuanto más de encontrarle una respuesta, el Cohen que preferimos muchos; el de su tardío comienzo en el mundo de la música, es un hombre formado que ha perdido la ingenuidad de sus sueños de juventud por el camino de su experiencia propia. Al contrario que sus colegas estadounidenses, mira a la vieja Europa, se identifica con su decadencia espiritual y bebe con amargura el fracaso de sus revoluciones a uno y otro lado del telón. Cohen llega a la conclusión de que carece de fórmulas conocidas para articular un mundo justo, en vez de eso indaga en las distancias cortas e intenta escuchar al hombre que mejor puede hablarle del declive de una civilización, aunque no llegue a conocerle como quisiera por más que lleve su traje y su sombrero, y escribe versos subjetivos sobre la amistad o el amor, o la presencia inquietante de la muerte sobre cualquier acto de creación. Después de todo el artista no ha tenido nunca una relación amable con la profecía, ya está el pensador para enunciarla, el político para ejecutarla y el hombre de la calle para sufrirla preguntándose si no la ha entendido bien o si los profetas no han sido bien interpretados. Cohen, a pesar de Dylan, ha comprendido que la misión del poeta no es arreglar el mundo teorizando posibles formas de gobierno sino denunciar los síntomas de nuestras equivocaciones, sabe que no le harán caso, que incluso habrá a quien se le escape unas risitas cuando mencione su pesimismo como si fuera una patología inherente a su personalidad taciturna y herida, no viendo que se enfrenta a él con sus mismas armas y en su terreno; mirarte al espejo cuando tienes una cierta edad y decir lo que ves en tu perfil menos favorecido cuando acabas de levantarte no es la única forma de superar un problema, pero sí la más sincera y efectiva.

    Un abrazo, Fanny, muchas veces pienso en ti y doy las gracias de que seas una soñadora deliciosa. Pienso en los años de la Transición y me emociono cuando recuerdo el teatro en la calle, el cine en las residencias juveniles, cuando la poesía no provocaba risitas sino respeto y admiración incluso en aquellos que no la entendían.


VII

Elegías urbanas

A Luigi Tenco

... en mis brazos estás cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Francisco Enrique León - Fotografía)

 

La ciudad se ha ido alejando de la que conocimos,
las calles no parecen tener el mismo color,
las mismas camisas ofrecidas al viento,
apenas quedan vidrieras en las que reflejar nuestras emociones
y nuestra añoranza de lo que nunca ocurrió,
caminamos entre las cenizas de un pensamiento
que no llegamos nunca a poseer,
entre árboles extraños que perdieron sus raíces
y ya no distinguen
las sombras de los geranios blancos
que reman lentas en la mirada del crepúsculo
de los estantes que arañan el antiguo resplandor
de la huella de Camus sobre los adoquines
plegada en el papel que nunca llegué a enviarte.

Unos besos atravesados que se ocultan en las ramas
de las arterias caídas que sufren las direcciones de los puentes
me recuerdan
que los amantes que fuimos se fueron a buscar otra espesura
cuya penetrante melancolía
se derrama en la urna oscura de los himnos elegíacos
que no encuentran unos labios para que vuelvan
a ser besados en la túnica abierta
de los paseos cenicientos que los sauces aroman,
para que puedan entonar en el pasado una palabra de amor
que ahogue un largo poema de resentimiento
en la tarde más triste adonde huía el invierno más cruel.

 2

Los amantes desconocidos

Quiero llevarte el amor que queda
en una ciudad abandonada
y erigir una canción en los labios del viento
que recuerde una caricia sobre un muro derruido
con la presencia de un nombre que nunca supe escribir
y que nunca sabré borrar.

Cuando llegue el corazón perdido de la noche
te preguntaré
si queda un beso para que te recuerde,
para saber cómo llamarte
cuando la escena haya concluido
en la oscuridad profunda que se anuda
a los árboles torcidos de las aceras
mientras tiembla en los pasajes el alma de los pájaros
que perdieron las notas, la caricia, los refugios
y las sombras celestes de los vuelos de ayer.

Te abrazaré en las herrumbres de las calles ruinosas
para llevarte el amor que encuentre
en una ciudad torpe y abandonada,
para abrir una cortina que deje tu mensaje
en una enredadera
que lleve una caricia sobre el muro enternecido
por un canto angustiado
que se arrastre en el suelo desierto de una hoja caída
en la que nunca me dejaste la dirección de tu voz y tus poemas.

He arrancado palabras en las esquinas del silencio para buscarte,
he clavado un lamento sobre un recuerdo derruido para tenerte,
una rosa en la ventana donde la luz se quiebra
ante las cruces quejumbrosas,
ante la soledad de las alas
que no encontraron en los labios la quietud de la brisa.
 
3
 
Miro los edificios
 
 
Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Cuando lleguen los días)

Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del olvido,
en un sentimiento ardiente y enajenado
que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.

El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
oscuro de la angustia, amargo de la ausencia.
 
 4
 
Nueva elegía urbana
 
 Permite que me duerma sobre el césped
lejano del jardín ya clausurado
que yo llamé alegría...
(Arturo Maccanti)


No sé si volveré desde esta tristeza
a mirar los lugares que frecuentabas por la tarde,
si podré escribir sobre la imagen de tu vuelo
ahora que no la reconozco
en las mismas mareas que remontamos,
ahora que estoy perdido en una nube que no sueña
como un espejo roto que se ha quedado sin luna,
como una mirada que no puede ver la aurora por el llanto,
un candelabro sin luz en un pasillo sin ventanas.

Porque la ciudad se ha ido alejando de nuestros pasos
las calles ya no tienen la misma dirección
que tuviera la alegría
y el viento parece soplar siempre del Este
con el ritmo espeso y anodino de los poemas mutilados
entre la sombra entrecortada
de una carta de amor que no encuentra
sentimiento en el remite y un corazón de papel
con su ruido de cristal entre los cortes de la tierra.

Caminamos por aceras
que ya no levantan la voz de una memoria
entre los pétalos de los claveles consumidos en las rejas del pasado,
entre veleros que buscan la sangre
renovada y esparcida en los rumores de otros atracaderos.

Unos versos caídos en el alma de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no encuentra tus labios.
 
 

 

XI

Fotografía de púgil pensativo

Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
No lo sé.
Pero es lo que siento,
lo que me crucifica.

(Catulo - Variación: F.E. León)

1

No guardaste el libro de latín con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.

Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Isla Verde.

Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.

2

Ya no asoma en tus mejillas la hora de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida en la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.

3

Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.

4

Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra la frescura de su rostro
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles en la niebla.




XIV


Recuerdos de Barcelona

1

Estuvimos tanto tiempo juntos
que hasta llegamos a amarnos
en el crepúsculo de los dioses que morían
porque sufríamos
la estulticia faraónica de los viejos gobiernos,
las cadenas libertarias de las nuevas revoluciones.

He comprendido que no puedo engañarte,
que cuando te miento
sobre los himnos y consignas de nuestra juventud
el amor se derrumba
en el infierno de las explicaciones,
en las palabras gloriosas que no tienen sentido
cuando se funden en un beso sin recuerdos ni labios,
en unos brazos cuya esperanza se pierde
en una calle de sombras con farolas apagadas,
en una barca que no llega a la orilla de los templos,
a los estigmas candentes de los mártires postergados.

Estuvimos tanto tiempo juntos
que comprendo que tenga tu cuerpo bendecido
aunque no estés a mi lado,
que sea tu herida la sangre de mis venas,
las llagas de mis manos, las uñas de mi derrota.

2

Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.
(En el Poblado Marinero)

Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en una flor
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu lúbrica bandera
diciendo que no puedo acariciar
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinas
entonando el himno fugitivo
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna tus adentros.

3

Que me acoja el dolor
humano de los vivos,
que me lleve la suave
tristeza de los muertos.
(El fajador)

Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del Metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y busca mi candor.

Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron
a creer en el ayer y no creen en el mañana.

Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.

Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
que sostuve en la deriva
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado festivo que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde en el rostro
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.

Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos.
 


XVII


Contra las cuerdas

Ya no puedo tener
la luz de tus columnas, las ansias de vivir
en tu grácil desvelo,
la magia de tus piernas entre mis manos,
el dulzor de sentir tu túnica caída,
tu procelosa voz llamando a mi ventana.

No puedo desmembrar el mástil de los lirios
que velan el milagro fervoroso del Puente
donde mustio padece el Cristo de la herida
que ve partir el barco que no vuelve a la mar.

Regresa a tu retrato el hilo del pasado,
la sangre de la rosa
que recogió tu risa en las calles dolientes
de las Puertas del Campo,
en el levante airado que azota los recuerdos,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y el golpe malogrado de un perdedor perdido.

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que hiela mi memoria,
la luna de una lágrima,
la llaga de la luz que brilla en tus tinieblas.

Tu capricho que vaga en un país distante
con las flores que cantan en tus manos abiertas,
ya no quiere emprender el vuelo que no llega
mientras suena en mi vida
y aparece el dolor, el Mersey y los mendigos
que inundan la sonrisa triste de Eleanor
en la calle que mira mustia y solitaria.







    Mi padre se ha llevado toda la mar, mas no ha podido arrebatarme el mar. Las últimas voluntades siempre son involuntarias; nadie dice lo que siente ante la muerte, se intenta decir lo que la muerte siente.

XXV

Nocturnos – 13 de abril

    Es muy probable que la tristeza lleve a la inseguridad y al miedo, que muchas veces poco hay más devastador que querer saber con una cierta precisión lo que estamos sintiendo en un momento determinado, y los hombres lloramos y, sin embargo, encontramos motivos para pensar que las cosas podrían haber ido peor. Es evidente, Laura, que llevaré la razón en algunas cosas y en otras no, ¿hasta qué punto puede eso tener importancia? Era un trance que había que pasar y era aconsejable vivirlo, en esos momentos todos decimos cosas distintas y más profundas, todos pensamos en el sentido de la vida, deseamos creer en la eternidad y nos aferramos a lo que hubo de ella en un recuerdo.

 

Cartas sueltas - A Pilar - 1 de mayo de 2019)

1

    Supongo que estoy alcanzando la madurez como artista, pero nunca se sabe si puedes retroceder. Estoy en una isla, sé que nunca podré sacar nada de todo esto y empieza a no importarme, sé que escribo poemas en los que intento reflejar sentimientos verdaderos, sensaciones perdurables. No sé lo que me empuja, si me agrada o no que me digan que soy poeta; cualquiera dice qué lo es. Tengo que pensar que, quizás, nunca tenga alguna paz para poder dar forma a mis sentimientos, no es fácil sintetizar situaciones complejas, me gustaría tanto que mi redención llegara a través de ti y no a través de la poesía.


    Pero es posible que nunca vuelvas, que no quieras volver y que yo sienta durante siglos la soledad de ser diferente y de tenerte aunque no seas mía. Ya no quiero hacerte daño, miro mi realidad, desde la subjetividad inevitable, para escribir. Tengo la tortura de que se me abren muchos caminos en el mismo momento y sé que, para cada uno, debo elegir uno solo aunque sea por intuición o por azar. Quizás insista en esto porque es mi destino, que quepa la posibilidad de que yo no lo haya elegido, nunca habría pensado que escribir fuera tan duro, pienso en los puertos, en lo que queda de etapa, en el sol que descarga toda su ira sobre el asfalto; me gustaría entregarte un ramo de flores que certificara mi derrota en estos días difíciles, que mi padre me explicara con detalles la muerte de su pequeño primo. Cuando me lo contó se me vino a la mente un compañero de primaria del padre de Maccanti cuyo sudario fue cubierto con helechos, también pensé en la gitanilla de ojos verdes que murió unos días después de que la atropellara un coche. Supongo que todo esto se me refleja en los ojos como un velo oscuro que no me puedo quitar porque sé que no marchan bien las cosas, pero no porque me sienta culpable, solo he sido malo contigo, teniendo en cuenta lo que se me ha dado no he sido un mal hijo, las pocas veces que he ido a la casa de la Almadraba era un cilicio, es verdad que más duro cuando lo presentía, que una vez allí se me hacía más llevadero aunque irme era una liberación.


    Sé que nadie me puede ayudar más que tú como hombre y como poeta, sé que no puedo exigirte que lo hagas. Estoy escribiéndote, intentando a través de ello crear un vínculo, no tengo una idea constante sobre nada, solo te digo lo que voy sintiendo, como veo las cosas ahora mismo. Tú tienes una visión sólida de tu interior, tu sabes quién eres y lo que buscas, puede que yo no sea uno, pero te aseguro que todos aquellos que viven en mí quieren estar solo contigo.

(Conversaciones con Laura - 13 de abril de 2019)













XL

Billie

Cuando alcances el instante de aquella fotografía
que jugaba en las arterias de las sombras
llegarás a la soledad de un pensamiento
que se aleja en el mar,
de una mirada
que se cierra entre los muros con tristeza
y encontrarás la huella del rimmel encarnado
de una cantante callejera
que derrama su melancolía en los escaños
abruptos que perdieron los laureles
y vuela con la torpeza en la sangre
de una mariposa que se embriaga en el silencio
con el último verso de un poema angustiado
que podría ser el mismo que recitaste
mientras te amaba
y que sigue cayendo
en tu alma cada vez que vuelvo a amarte
con la desesperación de una estrella que entona su amargura,
con la agonía de las farolas que se refugian en el olvido
de los muelles torturados por las aguas y el tiempo.




XLIV

Nocturno en Toledo

..el silencio y la noche mordían con su abrazo
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(Francisco Enrique León -11 de abril)


Siempre arrastré las llagas de tu culpa
y sufrí por las cartas perdidas que no llegué a leer,
por las llamadas
que no pude escuchar mientras te maldecía,
mientras me acorralaban la ausencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
y amarga me miraba
como si fuera un hijo de las sombras
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.

Lloré por el rechazo que cubría mi rostro
y ahondaba en los rincones
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
en la espina de miel ensangrentada
de tus gélidas manos
en los días más grises que morían
y desfilaban huecos por las enredaderas
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste en un rincón perdido,
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi mirada.



 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.