domingo, 12 de febrero de 2023

Brel en la Escuela de Comercio y otros poemarios

 

I

Brel en la Escuela de Comercio

 


 Ella no ha vuelto más y su sombra se alarga
sobre la cruz del Puerto cansado que aún respira,
el otoño que viene a matar mis caricias
se cubre con su voz,
ya no respira su boca con mi aire maltratado
como una canción triste en los labios de Brel
o unas medias de nylon rotas por el silencio.
(Mares lejanos)

1

Me hiciste pensar
que ni siquiera tu amor era eterno.
Ahora sufres y te preguntas
qué fue de aquella mirada,
en qué instante murió tu postrera sonrisa,
qué viento se llevó las hojas del diario
donde decías que me amabas.

2
No supimos desentrañar 

el sueño
de nuestra encrucijada;
sigo leyendo un poema
que no recuerdo
aunque te represente
y lo hayas olvidado.

 3

Soy yo quien no habla, no ríe, quien se enamora,

soy yo quien va vestido de payaso profundo,

quien araña en las paredes de la noche del puerto

las miradas perdidas.

(Nocturno del puerto)

La sombra de mi llanto se perdió
aquella noche
en el aire callado de tu vuelo nocturno
mientras cantaba Brel
la soledad del hombre
en el amor y en la muerte,
y el mundo le aplaudía
con duelo, con tristeza y con fervor.

Triste, en una romanza amortajada,
llegaba a mi memoria
con un rumor inmenso, que rompía
los escombros del puerto
la caricia perpetua de los diques
de Ámsterdam en la escena

catártica,
oscura, decadente y encendida.

Tu sonrisa de piedra devastó
el rincón más sensible de los huecos
que acercaban tu corazón al mío
en tu rostro sediento de levante,
en la mirada herida
que llevaba la cruz angosta de mi alma.
 

4

Parque de la Argentina

 Ahora siento el frío
correr sobre mi rostro,
frío sobre los tejados
en donde anida un loco.
(1981)

I


Ahora vuelvo al parque descuidado
de la Argentina
con sus puertas abiertas y veladas,
te recuerdo y no estás en sus bancos ausentes,
busco la remembranza de tu aliento
mientras hierve en mis ojos el hombre fracasado
que venera los tuyos y se enamora

de la canción del mar, de las flores que brotan,
de tu misterio
y se enreda en las hojas del laurel
reseco y carcomido de la historia
que arrastra su tiniebla en el vapor lejano,
que se hunde en el mar turbio de tus secretos.

 

II



Se derrama en la noche el lirio de tu ausencia
como una carta amarga que no puede escribirse
y sigue en la mesita
donde teje la angustia de un amor disidente
que lucha con los monstruos sombríos del rencor.

Muere el parque de siempre con el alma
de un banco que no espera
al viajero cansado que escruta el horizonte
de los viejos amantes que perdieron la rima.

Rompen los coches roncos la frontera y los muros
murmuran en la savia de las flores
que murieron en el rostro del último verano,
y no vuelve tu aliento sobre mi nombre errante,
no tengo tu caricia como si fuera mía,
como si me abrigara
el viento del pasado que recorre tu pelo,
y volviera el estigma de tu piel al jazmín.

Yace abierta una llaga que brilla en el futuro
que nunca llegará a los labios de Abyla
cuando mueran los faros que abrazan otros mares
para seguir desiertos en las noches de luna,
cuando ya no se vea tu lengua en el teatro
de la acera que escucha del naranjo la rabia,
el grito del poeta
que guarda en cada encuentro con las sombras
un papel apagado que hierve en el olvido.

He sentido en mi pecho el pulso de los astros,
las palabras del loco que escribe en las paredes
de una noche romana que agita la memoria
de un libro amortajado
que arrastra la amargura de un verso interrumpido,
y no puedo tener la luz de tus columnas,
el sueño de vivir
la magia de tu piel tersa entre mis manos,
el ansia de sentir tu túnica abierta
que llora en la deriva cerrada de los puertos,
que ve partir los barcos que no regresarán
y no quiere perder la huella de tus alas.

5

Ya no eres la mujer que sonríe a la tarde
que, con su extraño rostro,

acaricia y envuelve
la luz de los espejos, la voz de la neblina
y declina en las aulas de los vientos la rosa,
no vives la canción de la esperanza
mientras muere un poeta en las Puertas del Campo
del ansia de vivir su verbo en el pasado.

Ya no viertes tu aliento en mis mejillas,
no rompes la muralla del rencor afligido
ni abres el encaje a mi lujuria
atormentada y triste que arrastra su agonía
en los ojos de un bar que derrama el licor
y se adueña del humo. La barra de equilibrio
de todos los milagros, de todas las palabras,
estrecha e implacable espera la caída
del verso y las quimeras en los escaparates.

No apartas mi camisa del silencio,
no abres tu soledad a mi ardiente mirada,
ni guardas mis requiebros en la caja de música
cuando Chopin detiene el llanto de la brisa.

 

6

Cuando vuelva la noche
profunda de las calas entre los matorrales
y camine en tu huella como un lobo angustiado
que no encuentra un sendero en el camino,
velaré por tus velas abiertas, encendidas.

La luz de las campanas
que doblan en el barrio adormecido
llevará tu silencio en la mirada
que acoges con un gesto enamorado
y muestras el deseo
de alentar las caricias en el puerto tendido,
de vivir en la tierra tibia de tus mayores
y arrasa los cristales del silencio en los muelles
rotos que tú cantabas
para volver a amarte como si hubieras muerto.

Te abrazaré en la rosa
afligida y errante que perdió la fragancia
y anidara en tu paso fugitivo
mientras te perseguían los vientos desahuciados,
te entregaré los aires llorosos de las rimas
que siguen en tu alma y en la noche apagada.

7


Je est un autre.


(Yo es otro)

(Arthur Rimbaud)

Un hombre encadenado a tu figura
se encamina a mi rostro en la escollera
con un rumbo abortado
que invade los caprichos de la muerte
en los días sin nombre que fluyen en el agua.

Este hombre se arrastra por las nubes
rojizas del crepúsculo que hiere
y arrasa los cristales del silencio en las ramas,
permanece en los bancos vacíos de los parques
y se ahoga en tus ojos
que abren las cortinas, buscan otro calor
y no sienten la luz lenta de mi esperanza.

Ya no me amas, es cierto, miras el horizonte
de los painicos tristes que lloran en la luna,
de palabras sin velo que cubren la sonrisa,
de ilusiones que pasan y se pierden
en cada esquina fría
que detiene mi olvido, mi angustia y tu mirada


8

He querido arrancar de la calle vacía
el dolor de tus ojos, la llaga de la voz
de un pañuelo perdido y solitario
que agita para siempre la memoria,
mientras vuelvo a la duda
que estremece una imagen
terrible y asfixiante que penetra en mi olvido.

Me arrastro en las estrellas
que lloran a lo lejos
para hablar con la muerte que respira en mi sangre,
para volver sin pausa y sin recuerdo
a tus pasos perdidos que vibran en la noche
tierna de la caricia arrebatada
que espera regresar entre las azucenas
que llevaste en un cesto desgajado
al rumor de la barca remota de los muelles,
a la cumbre del aire que su pena supura.

En los vanos sombríos de la iglesia ruinosa
escucho tu lamento extenso y calcinado
para resucitar en mi pecho anhelante,
en mi mirada ardiente
la gracia de tu rostro, la luz de tu sonrisa
y el lento suspirar que anidaba en tu boca
y brilla para siempre entre los muertos.

 

9

Archivo atravesado

No te envié ningún archivo
atravesado por un sueño
.


He llegado al silencio oscuro de tu rostro
para desenterrarlo
de las simas profundas de los bosques perdidos
que guardan tu fulgor en un sudario,
en una despedida cenicienta
que rompió mis entrañas en el viento de marzo,
para poder abrir el camino sin huellas
que amabas en los mares azules y lejanos,
para recuperar el requiebro de amor
que no escuchaste nunca y yacía en mis brazos
cuando en tu amarga ausencia te llamaba,
en los ojos la luz, la sombra en el costado.

La fiebre turbulenta de mi sangre
inunda tus mejillas y hierve en el armario
de tu ropa tortuosa de los lunes
que recoge los aires dolientes del pasado
y sufre en los balcones la amargura,
el nerviosismo ansioso de tus manos,
la inmensa soledad de un verso ante la muerte
que vaga en mi recuerdo y se borra en tu diario.

 

10

Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de un recuerdo con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, el roce de tus manos.

Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en el misterio,
del aire de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido,
solo y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de espesura,
sonríe a la muerte y llora en la mañana.
 

 

11
Mariposa


I

Ahora que estamos solos, cerca de la ventana,
y nos rodea lo que ansiamos
y nos busca lo perdido,
elevarte quisiera y entregarte
las flores que aromaste en mi jardín.

Entregarte el paisaje y las casas vacías,
los árboles y el aire que tuvimos.
Entregarte la rosa sin espinas
que alumbrara el sueño del Poeta,
y el dolor de morir de tu padre en la tierra 

 que agoniza en el sol.

Ahora que estamos quietos y el pasado
ha querido mirarnos para romper el olvido,

las caricias errantes que pueblan tu almohada

los besos que pasaron

para decirnos adiós.

II

¿En qué recuerdo he muerto
y en dónde me he perdido?
¿Hacia dónde camina tu perfume y tu amor?

Ahora que en las manos tenemos la palabra
y el viento del oeste deja oír su clamor
y se lleva las nubes de tormenta
y significa algo hermoso para ti[1].

¿Por qué nos alejamos del jardín, de la tarde?
¿Así muere el deseo, así muere la flor?
¿Así revoloteas cuando sientes la herida?

Adiós mariposa, adiós mariposa de mi vida,
queda un suspiro y el viento del oeste
para cantar la gracia de tus alas
y caminar sonriendo hacia la muerte.

 

III

Cuando ya no me veas y me olvides,
llevaré en la frente esa tristeza tuya
que el sol acariciará.

Tú volverás a ser la mariposa
que revolotea y cae con el día,
que no encuentra esperanza
y que vuelve a volar.

 (Julio 1977)



12
Un día de mayo de 2009


Tú nunca volverás,
lo sé y es por eso que no comprendo
la inquietud abierta de la herida,
el desencanto de la espera.

I

Pero hunde, amor mío, oscura tu mirada
en esta incomprensión sin luz que me atormenta,
para poder buscar en tu mar mis naufragios
y encender las orillas donde tus pies jugaban.
Ya no te puedo amar, besarte, ni soñarte.

Ya sabes que no puedo encerrarme en tus labios,
que busco sin consuelo tu herida que sangraba,
pero no puedo verla, tu cuerpo es un castigo
que se acerca en la noche. Tu cuerpo es un castigo.
Y tengo que tocarte solo con la mirada.

II

Me dirás que con los locos
sólo quiere vivirse una aventura
que se guarda el equipaje de promesas
para abrirlo después del naufragio.

Y yo sabré que desnuda eras un sueño
que me llevó hacia ti la ola de tu playa
que descifré en tus labios la metáfora oculta,
que nunca floreció el alma de la aurora.

 13

La muñeca que amaste
se pierde en otros brazos que apenas te sonríen,
en la muerte sentida
en un bosque de piedra que muestra su aspereza
y se arrastra en tu rostro y tu recuerdo,
en el dolor del muelle que se aleja en las brumas
y te lleva a otras nubes en un Madrid ansiado.

14

Los poemas escriben una nota en tu piel,
un destello en el agua,
un vuelo interrumpido
donde yace tu imagen en las largas cadenas
y vive la esperanza destrozada
que se mantiene firme en tus anhelos
como un héroe antiguo y derrotado
que no baja la guardia y ante la muerte
siente la soledad de los perdidos.

 15

La palabra celosa te llama en los jardines
que abrieron nuestras lenguas
en un día remoto
que borraste en tu agenda polvorienta,
que vive en la muerte marchita de los labios
y guía al corazón en los faros de la sombra
que arrebataste al sol en tu locura.

 

16

Regresé de las sombras para volver a amarte
con tiernos besos sin luz

y sin destino
en ese puerto donde me dejaste,
en esos labios tuyos que suspiraban a lo lejos
y tenían un acuse de recibo
con una dirección que alentaba tu pecho,
forzaba tu sonrisa y te mordía el alma.

17



Lloré por tu deriva
y tu determinación de romper nuestros lazos
al descubrir que yo 

no era tu destino,
respiraba en tu rostro el recuerdo
que humedecía tu boca
que me alcanzaba como si fuera otro;
fui tu amante una noche
que no recuerdas
y no me amabas,
y sufrí por los besos ardientes
que prendieron mis labios, rompieron tu vestido

 y murieron al alba.

 18


Ya no puedo tener la luz de tus columnas,
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos
de una niña asustada que persigue tus pasos,
la magia de mi orgullo en tus caderas,
el dulzor de sentir tu túnica caída
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios
los clavos de mis noches que tu espejo refleja,
la herida de los salmos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.

 19

Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo
en las Puertas del Campo,
en el levante denso 

que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios
en la tierra del mar y de los espigones
que aprisionan la huella de tu aliento
que no puedo arrancar de mi alma sedienta.

Resiste en mi dolor
el ramo de la aurora esparcido en tu rostro,
el bosque de silencio de un perdedor oscuro
que te sigue alumbrando con su puerta abierta
desde la lejanía escabrosa del miedo
donde llora el ciprés que hiere mi esperanza.


 20

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su antiguo esplendor
y fluye entre las fuentes,
escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los jazmineros

que arrebataron la miel de los caprichos
que esparciste en la acera y en los cables.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó en el aire
y llega a tus rodillas postradas en la arena.

Hiere la soledad la barca del silencio
en el foso angustiado que perdió tu sonrisa
y empuja hacia tu muro
el llanto de la noche que hierve en las tinieblas.


21

Tus anhelos que sueñan en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
van subiendo la cuesta de las hojas perdidas
y no quiero enterrar
un beso amortajado que desgarra
las venas de la calle, el mar en mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que mueren en a la playa
escribiendo un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un cuaderno
frágil y humedecido
que se queda en tus ojos y pierde tu mirada.

 

II

Tu mirada que piensa en el árbol cansado
de la esquina de Comercio,
con la hiedra que inunda la sombra de los muros,
va subiendo la rampa de las notas caídas,
profanando la huella de los niños dichosos,
y no quiere enterrar la queja miserable
de un hombre enamorado
que no encuentra un lugar para esconderse,
camina en su dolor por puertos expugnables
y desgarra sonriendo la voz de los mendigos,
las venas de las calles que nos vieron morir,
el aroma del mar, la luz de tu tristeza.

22
En el Puerto de Ámsterdam

 



La verdad en la sangre de un trovador ardiente
invoca los milagros más profundos,
se retuerce en la escena que turba la esperanza
y muestra en las paredes de un vuelo tu vestido
de flores esparcidas y un deseo ahogado.

Las farolas que tiemblan con un himno disperso
acogen un poema disoluto
en cada resplandor que se funde en las rocas,
las palabras heridas que vuelven a la playa
buscando unos vestigios de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en una nube
frágil y humedecida
que oscurece mi alma y apaga tu memoria
en la cubierta cruel donde los marineros
se burlan del destino mientras vibra la muerte
y un albatros no encuentra el manto de los mares.

 23
La mort

Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)

 

         Leonard Cohen decía en uno de sus poemas más enigmáticos que hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios y le entregaba como regalo a su amante de turno un poema que había surgido de las entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que habita en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.


         Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.

 

         Me parezco tanto, Laura, a tantos hombres y mujeres al creerme diferente. Estás triste porque no me entrego a tu amor, pero ya sabes; no puedo darte lo que no es mío, aunque me pertenezca. No es culpa mía que me hicieran así.


*** *** ***



         Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que no habrás olvidado, Laura; no eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en estos días, me desenvuelvo en la magnitud perversa y extrema de los pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van clavados en nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y llorar como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se rodó, de un niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas palabras huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían conjurar la tristeza de la muerte a través de la profundidad y la belleza que caben en un río otoñal seco y tortuoso que inunda la alegría de vivir cuando solo nos queda la sonrisa para seguir adelante.

          Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido afirmar con amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo dijo Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar la toalla adonde nadie pudiera recogerla mecida por los vientos adulterados de los Mares del Sur, pertenecía a la raza de los irreductibles y es posible que recibiera a la Parca sin aceptar el destino de todos los hombres, el sueño infinito de la nada.

         Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?


 

24


Rosa

 


Y lloramos por dentro
en borrascas decembrinas en plena primavera,
en el rostro de un dios que no perdona,
que aprendió a disfrazarse un Martes de Carnaval
del que aún no ha regresado,
y el amor se convirtió en cenizas aquel día,

en llama viva el resentimiento.

(Lluvia de primavera)

 

 Sé que puedo abrazarte esta noche que muere
en el gris tembloroso y mustio de los faros,
en un rincón perdido del muelle de las brumas
que escucha los lamentos de un hombre atormentado.

Llegas desde la orilla y me das el instante
que habla de una sonrisa que se adentra en los labios
que tuvieron la garra de un guiño irreverente,
y penetra en las venas con un verso incendiario.

Sientes cada mirada en un dique perdido
y desangrado,
cada recuerdo hiere la estalactita hundida,
cada sonrisa loca es el grito de un bardo
que despierta el amor, ilumina el ensueño
y se deja arrastrar por la lengua y los brazos.

 

 Te hablaré del venero lejano que te guía,
que te sigue llamando,
de las olas que bañan los pies de la escollera
y llenan de memoria la esperanza de antaño,
tocas cada palabra que hiere dulcemente,
cada deseo triste que persiste llorando
y sostiene los pulsos sensitivos del vuelo,
una estrofa cautiva, un verbo desplegado
en las alas del viento, en la declinación
de un verso enajenado,
eres cada secuencia que extiende la fragancia
de una rosa en la frente de un soplo venerado
que se abre en el silencio, exhala los latidos,
vive para soñar y muere en el milagro.

 II

Los Puentes

Ella creía que todos los puentes eran hermosos.

Pude haberte amado alguna vez
e incluso te lo dije,
pero te fuiste,
cuando regresaste era demasiado tarde
y el amor una palabra olvidada.
¿Recuerdas?

(Marilyn Monroe)

 

1
Una habitación sin alma

Hay quien puede creer que tu sonrisa es triste,
que envidias la soledad sin sueño
de los pájaros que mueren
porque no tienen pulso que les lleve a gritar,
porque sus alas no vibran de desesperación
ni tienen que enfrentarse
al castigo de las horas envueltas en tañidos sin campana,
en llamadas sin respuesta.

No volverá tu padre para sentarte en sus rodillas
y decirte que eres preciosa y tierna,
que no te dejará nunca,
te sentirás fuera de órbita en el planeta de tu madre
que ante el espejo destroza el carmín contra sus labios,
las flores contra el olvido
donde navega la última frase de amor que no recuerda,
y llorarás, como se llora en el silencio de una habitación sin alma,
como llora una niña cuando el mar le inunda los ojos
y una pajarita de papel con un poema plegado
le atraviesa el pecho encogido
mientras espera que la aurora llegue para llevarse el miedo.

2
Los puentes

Ya no sentirás vergüenza de ser una chica triste,
ya no pensarás que has hecho algo malo
cuando tu amante se enfade
porque han bajado sus acciones o ha perdido en las carreras.

No agacharás la cabeza bajo los puentes inclinados
ante el recuerdo errático de tu amor
y la huida de las caricias,
no verás el acero envolviendo los cristales
con las pinceladas borrosas de los edificios
en la lejanía de los crepúsculos que se apagan
donde tu corazón se desmorona
como la última lágrima
de una sirena que gime
perdida en la corriente constante del Hudson.

3
Ningún lugar

Algo ocurre cuando un poeta no quiere hablar de sus versos.

 

Esta ciudad que fue cuna de mi agonía
hoy me lleva hasta el mar profundo de la queja.
(No hablaré de poesía)


Estarás sola cuando llegue el cartero
y pregunte por otra dirección,
¿sabes dónde vive la tolerancia?
¿dónde la generosidad que nadie tuvo contigo?
¿dónde encontrar el milagro de una sonrisa sincera?

Se hace tarde, la esperanza ha pasado,
la ciudad se cubre de una neblina fluorescente,
de banderas enterradas en un mástil a media asta
que muestra las cadenas
de una derrota que gime en tu cabello
y brilla en las alfombras oscuras de tu cuadro de aforismos
cuando hay muchachos que escriben en el rostro de la calle
sueños y rabia con un verbo descontrolado
que ya no tiene orilla y vuelve a la distancia
del mar que lo inunda,
y hay quien pasea
sin saber hacia dónde se encaminan las hojas
que morirán sin pluma y sin abrigo
ante los muros que caminan en el silencio
de los portales que abrazan la queja de los pobres,
el llanto de los lirios que gritan en los ojos de los charcos,
quien tiembla ante el recuerdo del amor
como si fuera un dios que no le perdonara
haber nacido con una sonrisa triste
como la tuya, como tu enredadera y tu recuerdo,
quien canta en las aceras
cuando en los árboles danza la soledad de un banco,
cuando la luna, los trajes y los requiebros
de un amante que sufre se han perdido
y un sobre abre la bruma que empaña la ventana
del vientre de una brisa que se muere.

Siguen pasando los coches y te quedas ensimismada
con los fragmentos de belleza
que proyecta la luz de los faros sobre la lejanía
mientras tu corazón se acerca
a la fragilidad de un sueño inacabado,
a una ruta cortada por un murmullo de voces que no comprendes.

Nadie te espera, nadie te necesita
pero yo entregaré tu nombre a la rosa de los vientos
cuando haya una herida en la sombra callada de una estrella,
cuando el norte se apague y tenga para siempre tu sonrisa.


4
Marilyn Monroe - La profunda tristeza de una inadaptada.


          El rodaje de "Vidas rebeldes" acabaría siendo una tortura para los tres protagonistas, el guionista y el director, aunque es posible que este último, John Huston, disfrutara en el sufrimiento con aquella explosión auténtica de vida que encajaba con su aliento existencial; malgastó en el casino incluso lo que no era suyo[2] mientras fumaba y bebía compulsivamente. No importaba que esa vida se estuviera apagando en los ojos de los protagonistas, porque ese ocaso traspasaba los límites de la ficción para convertirse en un testimonio desolador de la belleza entre el desierto caluroso pero oscuro y el espíritu irrefrenable de la decadencia humana.

         Probablemente el genial director no volvería a encontrar esa senda en el vientre de la melancolía hasta “Dublineses” cuando ya se estaba muriendo mientras pagaba el tributo a una ruta plagada de excesos que había provocado que muchas veces no pudiera exhibir su inmenso talento. Para él la vida estaba demasiado por encima de la gloria.

          El guion de "Vidas rebeldes", película que, desde mi punto de vista, llegará a ser mítica algún día por sus valores cinematográficos intrínsecos no solo por ser una leyenda, iba siendo modificado en la medida que Arthur Miller se convencía de que Marilyn no iba a cambiar nunca aunque fuera distinta, no llegaría a ser como él quiso alguna vez que fuera antes de su pregonado romance con el actor y cantante francés Yves Montand, él no sería una excepción que cercenara su naturaleza enamoradiza y con tendencia a la infidelidad. Marilyn era aquella muchacha de belleza explosiva que había deslumbrado en una parada de autobús, ligera de cascos, sin familia y, lo más peligroso, sentimental. Sus personajes no tenían ataduras emocionales cuando no quedaba amor, a veces incluso cuando no era así, ni sociales, ya que nunca habían tenido una reputación que proteger o un hogar que mantener en pie. Pero acababan vendiéndose por un gesto de comprensión o una caricia con la mirada.

          De aquel duelo involuntario de perdedores se deduce, nunca se confirmó, que Marilyn cayera prendida por el atractivo otoñal y la sonrisa entre cínica y tierna de Clark Gable, y ahí se resuelve el extraño y profundo magnetismo que desprenden las escenas que comparten. Es posible, de ser cierto, que ahí radicara la causa principal de la ruptura de su matrimonio[3]; la paciencia de Miller tenía unos límites. Pero también se afirma que el matrimonio ya había naufragado; los devaneos y las tendencias depresivas de Marilyn no mejoraban con esta relación que fue celebrada por la prensa, haciéndole poca justicia a Marilyn, como la unión del cerebro y el cuerpo, a esto habría que añadir un aborto que la llevó a un pasaje del agua sin retorno. Se rumorea que el hijo que esperaba no era de Arthur Miller sino de Yves Montand. Pero ni siquiera es seguro que hubiera estado embarazada. Esto es otra historia que la prensa menos rigurosa no ayuda a esclarecer; llega a hablar de que la actriz tuvo en su vida cuatro abortos, todos ellos involuntarios.

         Miller desnudó el alma de su mujer y, aparentemente, acabó siendo indiscreto y cruel, tenía motivos sobrados para ambas cosas ya que había sufrido un castigo duro, excesivo incluso para un hombre abierto y liberal[4] como él que pertrechado en su inteligencia sabía beber sin embriagarse los sorbos amargos del drama de la vida. A pesar de todo le acabó sirviendo en el aire el papel que ella siempre había buscado como a una Salomé inconstante, errática y sin ninguna concesión a la prudencia, eso sí cargada de buenas intenciones. Siempre se ha dicho que el pecado más grande de Marilyn era su incapacidad para mentir.

          El resultado de “Vidas rebeldes” no acabó de satisfacer a la crítica aunque la considere un documento mítico y único por desvelarnos en primera plana el destino que esperaba a los protagonistas; Clark Gable parecía presagiar su cercano final, con la mirada introspectiva, la respiración profunda y el cansancio en su rostro. Marilyn estaba desquiciada por sus amores perdidos, por el alcohol y el Nembutal, y, para empeorarlo todo, cayó enferma. Montgomery Clift seguía hundido en su tormento y enredado en las drogas que lo arrojaban en el regazo de sus ansias autodestructivas, ya que no podía superar el terrible accidente que lo desfiguró y lo entregó al dolor, a lo que se añadía su sempiterno drama por no asumir su más que probable homosexualidad. La película tampoco contó con la mirada condescendiente del público que no supo apreciar en un primer momento que nunca la tristeza había desprendido, desde el gris, tanto resplandor, nunca había la belleza profanado con tanta sensualidad y telúrica morbidez los templos ruinosos y sombríos de la desesperanza. No fue, sin duda, el último western como dijo Arthur Miller, pero sí la última película para dos mitos y el crepúsculo prematuro y tortuoso para otro.

 


 5
Cinco minutos

Porque todo el mar cabría en la belleza oscura de tus ojos
y aun así me quedaría con la luz de tu mirada.

Cinco minutos de amor, un refugio en el recuerdo,
un alma que se emociona con las palabras sensibles
que apenas escucha
y deja descosidas en un cuaderno sin solapa.

Los caminos se estrechan entre la luz que se acorta
y se difumina
y llamas al grillo del hogar que no tuviste
porque estás sola
como una muñeca perdida en un almacén
cuando terminan las rebajas,
como el silencio de los escaparates de la ciudad errante,
como la golondrina
que se enamora del invierno.

Pero esos momentos te llenan de vida,
resucitan a la niña que se perdió y se rebela
para que su madre adorne su cabello
 con un jazmín adolescente.

Retomas el camino que nunca conociste
mientras lloras por la muerte de la tarde
y, a través de la ventana, los árboles
se convierten en sombras,
tu corazón en un silencio que agoniza,
tu sonrisa en un gemido que traspasa la noche
y muere en el alba.

  6
Mi carta abierta

No dejaré mi carta abierta en las paredes de tu calle,
romperé tu fotografía reprochándome a mí mismo
haberte perdido en la maraña de tus anotaciones,
en la terquedad de tus reproches abiertos
como una espada que se esgrime en el aire que me llega.

Nadie sabrá que nos amamos en una noche fría
que se adueñó de la fragilidad de nuestros cuerpos
mientras los barcos pasaban indiferentes
y los vagabundos miraban las estrellas
sin saber que eras tú quien reinaba en ese puerto
y tu calor guiaba la zozobra de mis manos.

Tú que alumbraste mi vida,

tú que llevabas
la tristeza del mundo en la sonrisa,
la amargura de los vientos del sur

en la mirada,
tú que no sabes

que me quisiste en una noche fría.

7
Norma

La verdad no tiene precio,
tiene valor la mentira.


Cuando te conocí eras Norma,
marzo temblaba solo bajo la lluvia
y ya no quise apartarme del candor de tu paraguas.
Pero te fuiste
cuando arreciaba mi tormenta
entre los números vacíos
de las Puertas del Campo que aullaban.

Cuando regresaste, era 1955
y aún no habías nacido, te llamabas Marilyn,
el poniente azotaba con sus cristales derramados
el rostro taciturno de tu Pequeña Manhattan
y los árboles te miraban como si fueras una nube
que caprichosa se alejaba de mi devoción tardía,
empezó a gustarte el poema de la duda
cuando ya no podías recuperarlo
de la fiebre de mi garganta,
de la morgue de la indiferencia
cuando en sus bancos la gente hablaba
de testamentos y esparcía en el olvido
las cenizas de una lágrima.

El testimonio volvía a naufragar en La Ribera
cuando los vientos soplaban en los días tenebrosos
de un mar desangelado que castigaba las espigas
mientras los mendigos dejaban tu plegaria
en la memoria del Puente Cristo,
en la belleza de un médico que no tenía fronteras
y amaneció en la playa con amapolas en el pecho,
y los grajos aparecían de nuevo en los postes,
en las cancelas roñosas del Llano de las Damas.

No supe enviarte las flechas de papel con el deseo
que conservaba una conversación ambigua en tu semblante,
los portales de las caricias atravesadas,
el remite de los primeros juegos rendidos en el carmín
que dejaron tus besos en el aire,
y el verso quejumbroso
que aún nos habla de un amor atrapado
en la soledad que siempre siente el poeta
ante la modernidad retrógrada,
en la melancolía
de un tiempo añorado, confuso, desconocido...

 
8

Hay quien puede creer que aún cantas entre los muertos
esa canción que me ponía tan triste,
que sueñas en los escalones
del umbral de una casa sin muros ni recuerdos
inserta en un cartel publicitario,
que miras la profundidad de la baraja
donde yace la muerte teñida de imprudencia,
tu juventud atravesada por una pluma sin tintero
cuya esperanza se ha perdido,
tu sonrisa acorralada por un deseo de amor
que no despierta,
las hojas muertas llevadas por el viento,
tu vestido arrugado en la acera que naufraga.

 9

Marilyn Monroe en el Puente Cristo.


    Marilyn Monroe en el Puente Cristo es un poema maldito para mí, para mi pequeña historia, cada vez que lo acometía me acordaba de Peckinpah, era incapaz de tirar a la papelera cualquier cosa que escribía, sin encontrar razones convincentes.

         Articulé el poema a partir de lo que me dijo un compañero de francés cuando me habló del miedo que sintió cerca de la Plaza de África el día que murió John Kennedy. El hombre más poderoso de la tierra había sido asesinado de una manera burda pero efectiva. ¿Quién podría sentirse seguro a partir de entonces?

         Yo era demasiado pequeño para saber siquiera que John Kennedy había vivido antes de morir. Quise estructurar un larguísimo poema sobre la soledad de un mito partiendo de la leyenda que se contaba entonces en los bazares del Paseo de las Palmeras, se decía que Marilyn Monroe, durante los meses que se veía a solas con el presidente, hizo una visita relámpago a Ceuta para intentar distraer la atención de la prensa sensacionalista y para aprender a cantar melancólicamente “El novio de la muerte” para incluirla en su repertorio.

         De aquel proyecto solo han quedado fragmentos, estas dos estrofas eran su final, comprendo que a nadie le importe, pero a mí me impresionó aquella corista enamoradiza e irresponsable que esperaba que quitaran la nieve para coger la camioneta mientras era acosada por un cowboy impresentable que más que inocencia primaria transmitía una misoginia espeluznante y una inteligencia inexistente, servidumbres del guion; James Dean había muerto y, además no era alto ni fornido.


Después de haber tocado con la mano
la democracia de la nueva frontera,
abre su bolso

y no busca el pintalabios
para impregnar sus besos en los espejos
de los bazares
del Paseo de las Palmeras
donde se exhiben las conchas de los Mares del Sur
y los gatos se visten de verde cuando el viento
acaricia el norte de la bahía,
sino para dibujar en las paredes
el aullido recitado en las calles
cuando los derechos civiles no habían regresado
con los santos que se fueron de paseo,
para dejar su huella de carmín en las aguas
poco profundas

del atracadero de las horas muertas
donde duermen los viejos marineros que no volverán
a cruzar el foso,
donde sueñan los niños desde las barandillas
cuando hacen robona[5] y juegan a las cartas
con mujeres desnudas.

Yo sé qué Marilyn se siente confundida en este puente,
como esa mirada triste y miope que escruta
las facturas dolorosas que siempre se pagan,
como esa voz sin destino que se ahoga en un vaso de ginebra,
como esas manos temblorosas
que ya no escriben poemas de amor y esperanza
entre las flores que huelen a silencio
cuando se depositan en una lápida sin nombre,
sino anotaciones en las hojas
de la novela que Camus no pudo terminar mientras la leía.

 
10
En la niebla

Detrás de un cruel silencio se derrama tu voz
en un alegre canto hundido en la tristeza
y las caricias lloran,
no queda una palabra que pueda sostener
los sentimientos rotos, no queda una salida
que te muestre el amor en el cuaderno
dormido en el armario donde escribes.

Tu cabeza navega en una nube
que no tiene destino
y muere entre las flores
mientras pasan los barcos por los sueños,
por la tumba sin fecha
donde yace el vestigio de los cables
y un niño muestra un lienzo con tu nombre
a muñecas pintadas que no ríen ni mienten.
 

 No queda una elegía para invocar las notas
que suben por tu falda
transida de emoción hasta tus sienes
y espacios que se rompen en barandas que gritan
los excesos que lloran tus caderas
entre los adoquines que cubren los recuerdos,
marchitan las portadas y nublan las revistas.

En tu martirio abrupto se sumergen los faros
que se mueven sin norte en las esquinas
de los mares oscuros de ginebra
temblando en el cristal que gime en una mano,
de unos labios pintados que marcan las paredes
y por turbios baúles procesionan
mientras los camisones se destiñen
en el viento constante que te llama en un vuelo
y se apaga sin rima en un estanque
ajado en el sendero de las coristas locas
que esconden la mirada en los pasillos,
y la luz no aparece con su extraña sonrisa
cincelando los huecos que tus párpados cierran.

Mientras se inclina el mundo en otras direcciones
que no tienden sus lazos, que nunca se detienen.

Un destello perdido en el celaje
te abandona y se aleja como un claro de espiga
cuando los puentes rasgan los vestidos
y los cabellos hieren en la niebla
las ramas de los puentes que transitan
por los pulsos del aire
mientras los santos vuelven del paseo
que no tiene sentido
y un caballo de mar se ahoga en el asfalto.

El desconcierto sufres, con las pastillas sueñas,
vives en la amargura con el tono apagado
de quien perdió la senda
de una esperanza inquieta en raíles sin luna,
en vagas estaciones donde no espera nadie
y no tienen respuesta
como un nocturno antiguo que pregunta a los astros.

Una alfombra que funde tu figura y tus medias
te susurra lo cerca que se encuentra la muerte.

¡Ya no sé cuántas veces te busqué en el murmullo
del parque por la noche,
cantante callejera
del muelle humedecido, de la urbe solitaria,
ni cuántas evoqué dolido en el destierro
a Ginsberg recitando la deriva
de tus manos, la gracia
de tu rostro de ninfa enajenada,
tu aullido irreverente asaltando balcones,
tu cielo de sirena desvelando escaleras!

Miro ahora tu cuerpo,
tu ausencia, tus caídas en el cartel del muro
al que ya nadie escucha en estos días
embriagado en la niebla
de tu frágil farola de silencio,
en tu anhelo angustiado que no encontró una calle
en los escaparates que tejen el olvido
que cubría tus ojos abiertos a las sombras,
tus vestigios de cera cerrados al mañana.


11
A una cantante callejera

Ella creía que los poetas se dejaban
el alma en cada verso
cuando cantaban en la calle porque no había salida,
que la verdad vivía y brillaba entre todas las sombras
que no se dejan arrastrar por el olvido
de las horas perdidas en una agenda extraña,
que no había un solo puente que no fuera hermoso
a pesar de la muerte y el salto a los fracasos,
y tendía sus brazos de opalina
ante la soledad que se instala en el murmullo de las calles.

Ella no sabía mentir,
no podía decir no cuando le miraban las caderas
y el movimiento sin ritmo de sus pechos
en la incomunicación apasionada
de los espacios abiertos que oprimen con el aire
y no perdonan
a los corazones sensibles, a las almas generosas.

 12
En la floresta

Sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
(No hablaré de poesía)

Cuando llega la sombra a tu rostro de cera
tus manos se retraen torpes en el cuaderno
donde dejaste hundida
la mirada borrosa de un poema
que desconcierta el ritmo de los ramajes huecos
donde van los acordes
con la sonrisa oscura y pensativa
de la alcoba sin llave que yace en la floresta
donde tiembla la niña que llora en tu recuerdo.

La libertad enhebra sin saber las razones
el velo de una herida en tu mirada
con un himno que cierra la pluma de tu vuelo,
con banderas hundidas que devoran el mástil,
los lienzos, los perfiles y los acantilados
del pintor miserable
marcado por los labios que abren una gacela.

El amante que esboza tu olvido en una sábana
esparce los fragmentos sentidos de tu angustia
en el Bosque de Brent
con la risa y el sueño que no tuvieron rastro,
y un grito desgarrado que ya no tiene rima
que penetra en la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven las barcas que nunca llegarán,
que plegaron las lonas que surcan el pasado
y el lazo de tu blusa que duerme en la escollera
de los puentes perdidos,
en la caricia blanca de los parques de ayer
donde yacen los lirios que llevaron tu nombre,
y cubren de carteles
las palabras que sufren el canto de las fuentes,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.

 

 13

Volveré a tocar tu cabello humedecido
como una tarde gris
y volveré
a encender una llama en nombre del recuerdo,
a despertar el sabor de la resaca en tus ojos,
en ese infierno de los escaparates, en el ruido
que ahoga la palabra profunda del poeta
que duerme en la calle con el gesto contrariado
porque las lilas nos devuelven a la vida
una tarde de agosto
y se yerguen
sobre el sueño reseco de Nembutal[6] adoctrinado,
y la respiración de aquellos que te amamos se contiene.

¡Ay, de esa libertad que aprisionó tus alas.
esos labios de rojo carmín,
esos pechos caídos para siempre!

14


         Marilyn Monroe nunca supo construir un hogar, quizás porque nunca lo tuvo. Sentía fascinación por los puentes como una metáfora de los lazos que unen, o deberían unir, las relaciones humanas. Siempre nos rendimos a aquello que nos falta, la última imagen de ella que nos llega nos la presenta como una poeta callejera que esparce su melancolía por las esquinas sin que nadie le preste oído excepto cuando se levanta del suelo y emergen sus caderas, más cerca de la sentimental sin rumbo de Vidas rebeldes que diseccionan John Huston como poeta impulsivo y Arthur Miller (por entonces su marido) con sus magistrales diálogos arrebatados del conocimiento que tenía de sus temores con una precisión rayana a la crueldad; enamoradiza y frágil porque ama todo lo que respira y no asimila que su galán de turno, un cansado Clark Gable, más atractivo que nunca en la profundidad con que miraba a la muerte, piense que para vivir, a veces, hay que matar, que de esa otra que pierde la cabeza embriagada por las cumbres y el poder porque piensa que es algo más que una conquista pasajera para John Kennedy; es difícil entender su cumpleaños feliz, produce escalofríos de reprobación en su interpretación más prosaica del sueño americano, pero puede propiciar una mirada redentora de nuestra parte saber que de niña nunca fue una princesa y, lo peor, no podía creerlo, era consciente de ello.

 

15
Mientras el carmín huía de tus labios.

La última vez que te vi tenías el cuerpo hinchado,
amoratado el rostro, el Nembutal
rebosaba por tu piel
mientras rezabas en silencio con las manos cruzadas
a un anhelante Dios que siempre fue,
para ti, un desconocido,
mientras el carmín huía de tus labios
y tu sonrisa
se apagaba en el Bosque de Brent cuando soñabas
con la Gran Manzana y su agonía aturdidora
entre los murmullos del río,
entre la angustia de los puertos con el resplandor errático
de las luces de neón que apagaban tu noche
y los oficinistas[7]**
en rebelión constante contra la mediocridad que deslumbraba
en el café de un bar tempranero
donde no se dejaba de hablar con pasión de poesía
y, para justificar el fatalismo de Larkin[8] con la suya,
de la caída de un equipo y la coronación de su némesis[9]****

Entonces pensabas en los puentes
que ya nunca podrías cruzar
mientras los enterradores se preguntaban
sorprendidos, asustados,
cómo ese cuerpo indefenso y deformado
podía haber sido el objeto
de las más extravagantes fantasías,
de la culminación de la sensualidad
para quienes dejaron que sus sueños
durmieran en la calle
mientras expiraba el tormento de una estrella.

Ya no podías creer en la fragilidad
de un poema que rozaba las alas polvorientas
de la vida en un diario pálido y desordenado
en el que transitaban la soledad y el miedo
cada vez que anhelabas una caricia,
ni en la belleza efímera y díscola de la rosa
de los vientos que nunca quiso indicarte
la dirección adecuada para encontrar un camino.

Ya no podías creer en el amor
que se disfrazaba siempre de deseo,
en palabras hermosas llenas de espinas
ni en una orquídea roja que exaltaba la pasión
mientras llorabas por los cimarrones condenados
al olvido implacable de la nada en su inocencia salvaje
y, más bella que nunca,
resplandeciente en la oscuridad de tu tristeza,
cantabas para los muertos que vagaban
por las ciudades buscando una sonrisa.
Eras una corista ciega cuando cerrabas los ojos
con la mirada abierta,
una esperanza tierna y descarnada
de los espejos que recibían vida y reflejaban muerte.
No supiste adaptarte al ritmo de los astros,
y ahora, en las esquinas olvidadas
que saludan al Hudson desde la barandilla
donde se arrojan las flores
que alguna vez fueron resplandecientes,
trazas una raya negra
para indicar el día que te entregaba los secretos
de tu leyenda amortajada,
la verdad de la calle apenas esbozada
en el corazón de un mito demacrado.
¿Para qué necesitaba cariño y una sonrisa
de complicidad,
aunque no la comprendiera,
la mujer más deseada y envidiada de un tiempo[10]
que nos sigue encadenando?

Nadie recuerda que tuviste un nombre,
que detrás de la cantante callejera
que nunca dejaste de ser
había una mujer perdida en el maquillaje
y la sensualidad de un vestido mal ajustado
para que pregonara la fragancia
exuberante de tus medias y de tu vientre,
una esperanza muerta detrás de cada suspiro,
una sensibilidad que apenas pudo expresarse
y no se instaló en la memoria terrible
de las incomunicaciones con mallas mal definidas
que nos arrasan y nos impiden penetrar
en la ternura melancólica de tu canto.

Ahora quizás desees con fervor
que sea así para siempre
y recomponer bajo una vela trémula los palabras
de amor que no pudiste escribir,
las anotaciones sepultadas bajo el brillo de tu nombre
que no acabarán de despertar nunca.

Tú sabes, como Ford, con quien nunca llegaste a coincidir,
que no importa demasiado quien apretó el gatillo
sino el héroe que queda en pie con una pistola
humeante en la mano
mientras la bestia cae y nunca llega al suelo.


16
Una rubia tonta


         Cuando volví a mirarla se había marchado, sé que tendré que morirme con esa tristeza, no era ella quien cantaba, era una rubia estúpida con unas caderas que valían un imperio y que leía en los descansos porque quería estar a la altura de sus amigos. Tuve que volver a escribir en mi diario frases de amor sin ningún sentido y acumular desesperaciones cotidianas para no perderme en la melancolía que había en aquellos ojos miopes, salir a la calle para darme cuenta de que no había traspasado una pantalla de esas que abrían nuestros ojos cuando los cines eran oscuros para hacernos soñar durante un rato sin despertarnos. Entonces Billy Wilder convertía en una obra maestra una historia inverosímil por la que todos estábamos dispuestos a dejarnos engañar. La escena en la que suena "I'm through with love[11]" es una de las más emotivas de la historia del cine, pero, por favor, no penséis en lo que está ocurriendo porque podéis romper el momento. No era Marilyn quien cantaba, sino una rubia tonta que pasaba por allí, la misma que fue sacada del bosque de Brent como si no fuera ella, un día de agosto, mientras florecían los recuerdos en el jardín.


(20 de noviembre de 2014)

 

 

 17

Marilyn Monroe en el Puente Cristo (Fragmentos)

¿Recuerdas tú,
niña de las sentencias y los abrazos,
cuando desde las nubes descendía
el glamour de su melena rubia,
y la certeza de que ya nada esperaba
del amor que sonreía,
su corazón se abandonaba
en Florida en un escenario en blanco y negro,
mientras la depresión acechaba en los estanques
y su alma rebelde había entrado en un río sin retorno?

Aún no habías nacido cuando la sacaron del bosque de Brent
como si se hubiera dormido para siempre
sin la redención de un beso robado
y, con los ojos cerrados, rezara una oración
por todos los tristes que vagan por el mundo,
desde entonces las estrellas se apagan un poco antes
y el reloj alarga su sombra para alcanzar sus latidos
en el azul oscuro de la noche
en esa isla tan sola por la que siente miedo.

 

  III

Abyla[12] en el corazón

 

Porque seguimos caminando por las calles mojadas
de nuestros brotes verdes con el paso cambiado,
con las mismas ideas que nos llevan al ostracismo,
a la amenaza del destierro
de esta ciudad que adora el metal y las medallas
y altera los subtítulos de la voz de los profetas,
con los besos y las caricias arrinconados en los portales,
con los claveles gritando que no hubo revolución.

(Lluvia de primavera)

1

Recuerdo de la Mujer muerta[13].


A Gallardo Chambonnet*, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.


No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.

 

 

* Poeta panameño que, a una edad muy avanzada, sigue escribiendo con ilusión. Firma como Gallnnet y es muy tierno.

 2

Ciudad dormida

 

Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)

A Phil Ochs[14]; ¿Encontraste la paz que tu inmenso corazón te negó siempre?


Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris y brillante
que se quedó colgado en el árbol del camino. [15]

¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?


Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su cuerpo adormecido,
entre los gritos, las banderas, y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.

Detenida, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz[16] que agoniza
desde entonces en la lengua de los marineros
inundando la tierra empinada
y dura que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho[17].


 

3

 He dejado en tus manos luctuosas
la palabra oprimida
que firma la crueldad de los acasos
que nunca se han movido de la lengua sombría
que se burla del sino taciturno
y esparce los destellos
de un mundo perturbado que nos hiere y se acerca;
inunda la bahía solitaria
con un marasmo inquieto y persistente
que siempre has paseado en tu locura
prendido en la añoranza húmeda de tu rostro
que navega en las nubes
lúgubres y terribles de tu velo,
surca la soledad de los mendigos
con las aves nocturnas que rezan en tu cruz
y sufren virulentas la amargura
que golpea tu puerta cerrada y subjuntiva
con un ardor confuso
que perece en la muerte de los puertos varados,
en tu alma quebrada que susurra en la sombra
y se enciende en las horas
vencidas que traspasan el lazo arrugado
de una cita perdida en una luna blanca
que vaga en la escollera de una blusa menguante
y penetra en tu boca con un turbio suspiro
que mueve los andamios tormentosos
de un sentimiento errante que agoniza
llorando en los balcones,
arrastrado en tus playas por la ira de los vientos.

 

 4
Costana de Ribalta

Una mujer con sombrero
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno, me puse a llorar,
pero entonces lloraba por mí
y ahora lloro por verla morir.

(Silvio Rodríguez – Óleo de mujer con sombrero)


Llega un rumor
de silencio que se abraza a tu figura
cuando pasa el último autobús de la frontera
y mantengo en la memoria
de tu mirada el misterio del olivo silvestre,
me miro en un espejo asustado
y los muelles se alejan entre la bruma de la noche
y la muerte de los besos
que se hunden en el asfalto de la carretera herida
y en la huella de las farolas
que se imprime en los nombres de las fábricas.

Te amo en este rincón de la ciudad que duerme
y aprisiona los sueños perdidos de un pasado
que sería distinto
sin tu aliento en los carteles y los cristales,
sin la caricia que guardas en el regazo de la luna;
yo no hablaría de los faros que nublan la garganta
con la huella estridente de un canto sobre las tejas,
no hallaríamos las portadas escondidas
en la humareda cargada
de los lunes cenicientos sin papeles y sin rastro,
te acosaría el alma de la primera sonrisa
que no supo esperarte
en la herrumbre que llora la sed de las cancelas
de tu puerto desencajado en los bosques de ladrillo
vencidos por la nostalgia
de tus manos ardientes en el suelo y en las tizas
cuando jugar era serio y nunca hacía daño.

Vago en la quietud atormentada
de los muros encalados
que suben la implacable costana de Ribalta
y en el temblor errante
de las luces encalladas que rezan en los umbrales
de la última puerta que se abre en el olvido.

En ese momento que has llenado de estrellas furtivas
me levanto como un hombre desmaquillado
que se abraza a la cola que tiembla en otra luna
intentando encontrar
tu destello en la noche del índigo caído
que hiere su soledad con una lágrima oscura
para llevar tu timidez antigua a un rincón de los lienzos
que esbozan un corazón amortajado
en una cometa ingenua y desorientada
que nunca llega a alcanzar el lugar alto en donde vibras,
aun así te persigo en un norte sin brújula
que se pierde en el marco del óleo que tú amabas,
te abrazo en la cortina que desgarra el clamor de tu vestido
entre las sombras de los gatos que resisten
en los colchones viejos y en las sillas rasgadas
de la colonia desnuda del taller arrasado,
en el poema que hablabas de la libertad en el viento.


 5
Playa de la Almadraba

He prendido una herida que recuerda tu nombre en la playa,
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborota el agua
que golpea en los riscos limosos
y penetra en el muelle que solo conserva una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.

Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.

6

Los tordos


Una cosa es renacer
y otra vivir con la muerte
para no quererla ver.
(Emilio Prados - Soledad)

 

         Ahora sé qué los árboles de la Quinta Avenida se arrodillan ante tus piernas, qué las mariposas se encaprichan del silencio de tu pluma ahogada en la resaca del fracaso, qué Nueva York es un sueño que nunca duerme, que nunca abre sus venas a los perdidos, te llamaré cuando la luna recoja los latidos de las farolas que suspiran por ti.

(Conversaciones con Laura. Mirando una fotografía. A Lou Reed)

 
Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso mustio de la frontera
y extienden sus cortinas
nublando el cementerio pálido de los montes
cuando ya no me quieras
y olvides la esperanza que siempre te ha llamado.

Te asaltarán las lágrimas vencidas de la alcoba,
de los retratos graves y las sordas esquinas
de los muelles brumosos que vieron tus adioses
y guardan tu figura en los embarcaderos.

Dormirá en los escombros de los Palos siniestros
una promesa verde,
guardada en un pañuelo con los ojos velados,
que surca la mezquita recostada en la luna
que cruza los Rosales temblorosos
y no mira la infancia que retoza en las charcos,
en el arroyo turbio,
duerme en la madriguera de los muros
en la cárcel que eleva una plegaria
que atraviesa las nubes
y vibra en los escombros que surcan tu tejado,
desatan tus quimeras,
cantan en las ventanas cerradas de las sombras,
ajustan tu jersey en la rasgos de un lunes
y escuchan el rumor que agoniza en las cañas.

Te buscará la huella
que cruza la palabra que tuviste en las manos
y se adueña del aire
que muere en el destino de los pobres
y no pierde su aurora como un jardín sombrío
que espera un claro día
en el patio sagrado de una ninfa afligida
con el rostro exiliado en los labios sangrantes.

Veo pasar el vals que perdió sus anhelos
en tu falda teñida de lúbrica azucena
y mortifica el viento, la marca de mi olvido,
despierta en tu mirada,
en tu sonrisa fresca, intacta y dolorida
que no vuelve a la escuela rodeada de sauces,
de clavos en las manos y espinas en la frente,
en la cuesta del Morro que mantiene el aliento
de los cines tardíos que conservan tu aroma
y alumbran tu linterna
en los escaparates, en las rosas tempranas
que avivan los portales claros que conocimos.

 

Llevamos en las venas la cruz de una mirada,
las calles de Hadú que lloran tu alegría.

Te llamará el lamento de los tordos oscuros,
la tristeza que quiebra la luz de tu cintura
en un mito que canta en un lúgubre valle
donde vagan penando
los árboles de piedra que guardan tu secreto
en versos olvidados que perdieron las ramas
donde añoran los ojos
un amor que no encuentra el requiebro ni el ritmo
de la copla que gime
por la noche que muere en la noche profunda,
ni el mar de los espejos que siempre te aguardaba
y en tu memoria siente la herida de la luna,
el soplo de la vida que apaga tus cristales
y no vuelve a latir...

 7

Muchacha del recuerdo

  

Anochece en mi rostro
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y envía pétalos de ensueño a los claveles
de un mañana
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el gas mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.

 

8

 

Vuelvo al tiempo de los besos
acorralados,
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a las rosas
que no serán nunca tempranas
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda los calvarios brunos de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
en el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en la canción de tus arenas
como una sirena que ha renunciado al canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y su silencio
donde la luna araña al mediodía
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.

 

 9

Temporal de levante en Abyla

Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja
y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y descolorido
que extiende una caricia por el muro circundado
por una prédica
saturada, perversa y amarga
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta desnortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel;
tú nunca me dejaste la sombra de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu risa
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.

 

 10

Playa del Chorrillo

Dejas en las arenas la marca de un recuerdo
que vibra acompasada
en la huella del alma llena que no se pierde
en revistas que llegan vestidas de fracaso,
ilusiones sin voz que gritan en el muro
donde esperas que vuelva mi nombre entre las piedras,
y dejas la distancia
de tu olvido a mi alcoba
con el reproche inquieto de una amante exiliada
que borda los deseos de juventud perdida
cuya camisa sigue latiendo en una llama.

Entre las flores nuevas que no supe enviarte,
entre los verdes trigos brilla firme la aurora
como un sueño de luz
que se adentra en la calma cuando llega tu imagen
de la playa a la orilla y alienta los deseos.

Sigue abierta en tu rostro la primera sonrisa
entre el mar y los montes que cubren los paisajes,
entre pájaros tercos que cantan al mañana
y te llevan la espiga de un vuelo enmarañado
para tejer laureles
de un sentimiento antiguo.

Eres como los astros que ahogan el olvido,
como un árbol que llora la tristeza del mundo,
una sombra que siente
entre los espigones un poema perdido
de asonancia sentida en tus labios de sal,
eres como ese faro que nunca encontró puerto
y busca sin descanso tu mirada en la luz
para sentir que muere la carga de una culpa,
entre libros gastados y un mástil desteñido
penetras en el vientre de una esperanza incierta
porque nunca te rindes, ni niegas el pasado.

(17 de octubre de 2016)

 11

Sonrisa de la lluvia de verano

(Versión 2018)


Vives ahora en mí, aunque no estés te siento
como luz en mis sombras, un sueño en mis quimeras.

Aquella soledad no se me habrá olvidado,
volverá cada vez
que mi alma se pierda y llueva la canción
en la sombra que hierve
con el aroma intenso de algas y de levante,
del hombre perseguido por tu tierna figura,
por el clamor de barcas
que se ahogan en el muelle afligido,
en la playa que sigue esperando tu huella
en el cielo de nubes empapado.

No dirás con los ojos
que soy hombre de luz como dijiste un día,
no habrás desenterrado un pensamiento mórbido
que me enamore siempre
y lleve mi caricia para que te sostenga
entre los edificios oscuros de tu herida.

 Estos días de lluvia de verano
que llegan a la alcoba
de una esperanza ausente,
este lento vagar por tu barrio y el mío,
por la escuela que sueña en su letargo
con los pupitres rotos,
los cristales vencidos,
siempre vuelven a mí con tu mirada errante
y el rumor de tu cuerpo que temblaba
con su gentil cuidado
en la cruz del recuerdo que me dio tu sonrisa.

  

12
Atardecer en Punta Blanca

Se fueron los veleros y aún te estoy esperando
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido, que no quiso esperarnos,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía
y el latido del Puente
que acarició la huella del payaso afligido
que rondaba tu calle con la guardia bajada
y un rostro amoratado que no miente.

Y la Punta se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierte los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo
y el corazón sombrío se adormece en tus manos
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma,
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza,
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que guarda tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.

Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.


13

Antígona en el recuerdo

Como las nubes blancas que se alejan despacio
con un ritmo de muerte
marchaban nuestros sueños
pero tú arrancabas de tu deseo el alma
y nunca te entregaste,
recogiste la voz de un profeta latente
y luchabas abriendo tu sonrisa a las sombras,
desnudabas al aire de su perfil oscuro
en las habitaciones que cubrió la amargura,
lanzabas al olvido hacia lugares tensos,
no le hacías pasar por tu amor que penaba,
no le abrías la puerta
a ninguna palabra que tuviera su sello,
no dejaste morir, con verdadero orgullo,
grandeza en las entrañas,
al payaso engreído de todas las tabernas.


 14
Pétalos escritos

La noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.

Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.

Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla.

 15

Miro los edificios

Cuando lleguen los días de una nueva derrota
y vuelvas a llevar aquel vestido nuevo
te esperaré en la esquina de la última cita
con flores en la mano, brillantina en el pelo.
(Francisco Enrique León - Cuando lleguen los días)


Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que las mariposas no regresan
a los pupitres de las calles,
a las sobrias arcadas de la librería
donde apareciste como un prodigio entre la lluvia,
que los amigos no siempre lo fueron;
no cruzaron la acera
cuando Bruce Banner lloraba de rabia
enfrentándose al engendro
que había brotado de sí mismo,
no lamentaron
que Kafka no volviera a las vitrinas,
que mi amante no me esperara en el arco de papel
inabordable de su triunfo, inexorable de mi derrota;
ella nunca admitió que las flores mueren
cuando llega la noche
al lamento marchito de sus pétalos destronados,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas
y el tiempo nos devora,
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño,
aunque aliente su sonrisa los anhelos de una mirada extraña
y se despliegue
como una danza entrañable
en el candor de los labios que tuvieron su tristeza y su alegría,
aunque persistan los derrubios
edificados por la profundidad de las terrazas,
por las reminiscencias de los paseos en la palma de los rostros
y el pesar perfumado de la adelfa en su agonía,
por el estanque enclavado en la fosa del misterio
de un sentimiento vivo y enajenado que vibra en la nostalgia
de las verjas abiertas en los senderos del mar.

El corazón del mundo que tuvimos
solloza por el llanto esparcido
en las ventanas infinitas que miran al silencio,
a los ojos vacíos que llenan el dolor
sombrío de la angustia, amargo de la ausencia.

16

16 de julio

 Escuchas el lamento del pájaro enjaulado.
(Vienes)


En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus arenas
y queda pensativo, varado para siempre,
provocas lo que sigue
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a los claros
en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
el sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.

Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.

Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.

Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que anhelaban el Sur
y rastreas el muelle
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo

y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.

  

IV


Meditaciones dolidas

 

 1

Sigo donde estaba después de atravesar
la encrucijada densa y plomiza de la tarde
que no habla, nunca espera
y cierra su cortina frágil de luz en el ocaso,
después de agrietar las linternas cansadas
en la niebla nocturna
de los mares perseguidos que persisten en mi alcoba
y nunca besaron el puerto de mis dudas
cuando penetraba en las líneas verdes, en las pupilas
de unos soles añorados,
de una esperanza angustiosa en la calma.

Porque, después de haber intentado
acometer nuevas empresas, inútiles hazañas
en otros huertos, en otras latitudes,
he comprendido que no sé hacer otra cosa;
escribo
en los pétalos efímeros de la hiedra desprendida
que se abraza a los muros postergados
de la ermita solitaria,
en la huella de la luna que no podrá borrarse,
rubrico
epitafios de amor con un tono lastimero,
con un ritmo desesperado
que arrolla la vereda de un verso subversivo
y una tierna romanza en los labios de una hoja,
respiro
en el aliento de la fuente de la infancia
que se retuerce en las alambradas que fluyen
y cierran su mensaje en las manos del acero
que han ido sembrando en el agua los relojes de humo
que me llaman, me empujan, y se alejan del niño
que no puede esconderse en el espejo
menguante de mi esfera,
ni en la estancia que sufre la ira de un desahucio,
ni derramar las flores que aromaron
el milagro fugaz de una sonrisa en el alba.

2

Me abruma un mundo que juega en los andamios
con el error y la fatiga de poseer la verdad,
yo sé que estoy equivocado.
He roto la cuerda de mi esperanza
pero sigue oprimiéndome la garganta y la sangre
cada vez que se escribe mi rostro en un pañuelo,
reniego del pasado
con una plegaria sincera cada noche
que me asusto de mí mismo,
pero vuelve a aparecer en la lengua de la sierpe
escondida en la piel de una manzana que persiste
en el hombre que afronta la marea y la rutina
y no cree en el ángel que anuncia la mañana,
no he dejado atrás al cómico que fustigó a la risa
y llegó a una meta, que marcada no venía
en el libro de ruta, con la montura reventada,
que creía que el talento redimía de la culpa,
mas no apagó el dolor
sin tregua arrinconado en los surcos
que el maquillaje de los escenarios apagados
exponía la herida en la trastienda de una sesión
vacía, sola, triste, desesperada.

Me dejaré llevar por las raíces
hacia la blanca orilla de la sombra de los álamos.

3

He bajado a la playa oscura de las matas
que gritan en las piedras y en los muros
donde habita para siempre la muerte de un cometa
con la bufanda raída que arrastra una ventana de misterio
en el índigo profundo que oscurece
la fábrica abandonada en la escollera,
el muelle destrozado por la lengua del levante,
los escombros en el barranco de la fragua,
para vestir de silencio a la luna
que vuela en la memoria de las nubes,
para liberar del lazo al painico de una infancia
feliz y acorralada entre los arenales de los pasos sonrientes
que juegan en el olvido a las ansias de vivir
entre los crisantemos
que colman la escalera de los días más lentos y más amargos.

 4

No conozco los motivos
por los que me rebelo contra el discurso airado
de una queja adolescente que aún me llama,
por los que sigo en pie después de tantos sueños
en el frente de la vida masacrados por la rabia,
impresos para encadenar mi nombre a una oficina,
después de tantos poemas malogrados,
después de tanta farsa y de tantas caídas.

He olvidado las razones por las que vuelvo a una calle
temible y opresiva que solo cambia
el mástil de su bandera
mientras sigue el puñal agazapado
en la placa escondida en un rincón de sus entrañas[18].

Ya no sé por qué suelo hablar con los ojos,
por qué confío aún en los pecados de la virtud,
en las flores perdidas
que me llevaron a las arterias del Infierno,
por qué busco la verdad
entre los edificios amontonados y las redes vacías,
por qué siento tu nombre entre las sombras,
la libertad entre las rejas de un anhelo que sufre.

 5

He roto los espejos


Me he levantado entre las violetas
mientras aclaraba
cantando un canto olvidado
en la noche serena.
(Pasolini - Versión: Delfina Muschietti)


He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
y muerde la querida remembranza
de una lágrima densa caída en tu mirar
y el canto de tus manos
que busca en el desierto la multitud que espera
la sed de tu garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la larga cadena forjada por tu piel.

La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque medroso.

6


Niño muerto entre las cañas

 (A Lorenzo León Perea 1933-1938)

 

Sigue la corriente sola.

El lamento de los pájaros

sigue vagando en la higuera

entre la hierba y el barro.


La soledad se alberga en el muelle desierto
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la almadraba vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos moderno
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.

Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.

 V

 

Fotografía de púgil pensativo



Te amo y te odio al mismo tiempo.
Me preguntarás cómo puede ser así.
No lo sé.
Pero es lo que siento,
lo que me crucifica.
(Catulo - Variación: F.E. León)

 I

No guardaste el libro de latín con tu firma en la solapa,
con mi nombre perfilado
en los trapos rojizos de la muñeca polvorienta
que dejaste arrumbada en la sangre perdida
del bosque de los miedos.

Entonces sonreías, a ese soldado desarmado
que no supo amarte, a pesar de que el Leteo
había desembocado para siempre
en los ateridos labios del puerto de Isla Verde.

Después llegaron los días cenicientos
del marasmo
mientras mi sonrisa fracasaba en las ruedas obstruidas
de un vagón empeñado en destrozar los carriles
de la ineludible y asertiva ruta que se hunde
en la oscuridad del tren de los acasos.


II

Ya no asoma en tus mejillas la hora de los besos irreflexivos
ni te embarga la muerte
del pajarillo tierno que volaba dichoso a tu regazo
mientras yacía en las brumas de las reminiscencias
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y tus lúbricas plegarias,
implorando que sonara, entre las cuerdas,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los Baños árabes,
la levedad de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos
y volvía la sombra de la humedad a los estancos
que vendían las caricias
convertidas en telúrico humo de alquitrán en la mañana
movida en la resaca ahogada por el Levante,
en himnos sagrados forjados a golpe de uniformes laicos
y toques militantes de nostálgicas cornetas.


III

Derribaron el ring en cuyo nítido centro
danzábamos como niños entre las vides
con un juego de piernas grácil y despreocupado
que esquivaba la caída de los sueños,
de la elegancia y la ternura
cuando no podía la vida sepultarnos en su tristeza,
cuando arrojábamos la herida desde el rincón
de los triunfos dolorosos, abrasivos y amargos
que caminan en el óbito del verdor y no se olvidan.

IV

Las estatuas de mármol han perdido su placa
y no saben a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que resisten el abrazo inclinado al desencuentro
de los mares antiguos en el Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una copia rutinaria
que agrede el dramatismo patético, sangrante y obnubilado
que se entrega,
como el sauce de las hojas que amabas,
a la noche y al dolor
como una hetaira que no encuentra la frescura de su rostro
la firmeza de sus senos,
el hechizo de su voz
y frustrada por el tiempo castiga enritada
la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles en la niebla.

VI

Fotografías de Hydra

 

Siempre quise saber a quién miraba
la chica de la foto,
de quién lleva en las cejas un umbral de flores amarillas
y por dónde respira el fanal de su inocencia,
su candidez exacta.
(Vicente Martín)


1

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en tu desierto
el miedo y el aullido de un profeta olvidado,
para hundirme en las islas abandonadas
que emergían
entre los edificios exangües y ruinosos
de una ciudad antigua que no podía abrazarme
sin las sábanas húmedas
que mecieron nuestros cuerpos,
ni creer en la esperanza de los santos amortajados.

Escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle
y no encuentra calor ni fuerza en el camino.

Sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa
por el desapego que sentiste
de tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba
entre las notas de una canción perdida en el olvido
y un corazón roto y desesperado.

2


Ya no conoces el rumor del aire
en el alma fugaz de los jazmines,
la sangre clara y nueva que brota en los veneros,
ya no miras las nubes que se escapan
mientras la tarde oscura
se pliega en el silencio de tu rostro
y esa niña en grisalla con lazos en el pelo
siente con amargura mi derrota anunciada,
sufre la soledad del hombre ante la muerte,
solloza en los relojes
por la eterna crueldad del tiempo con Saturno;
ya no escribes mi nombre en el camino
devastado en los bordes de tu huella
y en su candor
no vuelve a las sandalias profundas de tu canto,
a la sonrisa tierna que llora entre los sauces.

  3


Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios
y de justicia
en los tugurios donde la bruma se detiene,
estás en mis brazos cuando sueñas
con el deseo de amarte por encima de las hojas
y de la muerte
cuando respiras en mis labios,
estás con mi sombrero azul de fieltro en mis rodillas,
caminas por el nácar de un negativo oscuro
como la nube de polvo que mecía
cada mañana tu almohada con mis manos
y el vestigio de una plegaria perseguida
por la virgen sin luz
de la capilla sin nombre y cerrada
que con la sangre perdía el clavel del Mentidero.

4

El poema manchado de tu silla
y el vino de la noche
descienden a tu rostro de sirena exiliada
por el vuelo nervioso de una alondra
que no pliega las alas y emprende otro camino,
como un hueco en el salón
que golpea en las ramas de una puerta
atormentada
como la juventud que no fue nuestra
y llora
cada vez que me asomo a la veranda de tus labios,
al amargor de los helechos
de un niño ciego amortajado por el amor
que no supo quererme cuando llegó la noche larga.

 5


Dame tu despedida
para seguir viviendo,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.

(Cuesta del Gallo)


Estaré siempre en esta terraza
fumándome el mismo cigarrillo 
mientras te espero, 
en una servilleta habré construido
un poema de amor desesperado 
con los vidrios quebrados de tu ausencia,
con la inmensidad de la última caricia 
que se hundía en los labios carnosos de la resaca
cuyo rumor aún te asusta cuando golpea en tu finestra.

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios y de justicia, 
porque estás en mis sueños cuando piensas,
en el deseo de amarte
por encima del tiempo
y de la muerte cuando no estás y respiras,
en mi sombrero de fieltro y mi chaqueta,
en la nube de polvo que mecía cada mañana 
los vestigios de las plegarias perseguidas 
que se perdían en la taberna
y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una gaviota
que plegaba las alas y emprendió otro camino
llamando a la puerta de un libro clausurado, 
llorosa. ebria, torpe y ensangrentada. 

La isla no me dijo que sería fácil 
encontrar una vereda en el taró,
es duro aprender a vivir con la resaca, 
constatar que no hemos dejado de llevar 
a los mártires a la hoguera de los escaparates del mundo,
de tejer una corona de indiferencia 
sobre la herida de los poetas 
que fueron derrotados por el clamor de los silencios,
sobre la niña que cantaba
entre mis notas y el desgarro del olvido,
que no conocía
el rumor del buril sobre las hojas, 
la sangre clara brotando en los veneros,
ya no miraba el interior de la colina
en mis ojos
cuando caía la tarde,
no volvía a la Piedra del barranco que tuvo nuestros cuerpos,
a la oscura arena del Chorrillo, ni a tu rostro.

Vuelvo a esa fotografía con las ansias 
de retener un instante del aliento
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era
tu mirada  
aunque estés en otro tiempo y hables en otra lengua,
de arrancarte del mar 
que nos alejó de nuestra entrañable deriva,
del poema sin luz que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tus caderas en el muelle. 

Vuelvo a la sonrisa que me escondías 
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido,
la soledad de la playa 
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo 
que yace sobre la melancolía de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.

 6

Te desearé en las escalinatas
que no conoces,
pensando en la amargura que me traen la sombras,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo 
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa 
y pasan los escombros, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde 
mientras me hiere el aire que siempre llega 
con la sábana ardiente que tejiera tu rostro
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
pero no podré verte con los ojos de antes. 

 

 VIII

 En el dolor de la Avenida


1
Avenida de África en silencio

Silencio, ni azucena
de un dios que me consuele.
Vivo para el recuerdo de lo que no he tenido;
he visitado cárceles,
hospitales, cuarteles,
he hablado con los locos, calmado a los perdidos,
pasado por los barrios donde habita la muerte
y entregado mi risa
al coro que no habla, al corazón vencido.

Y tú, que me dejaste el ritmo en la zozobra
y el alma desbocada,
con las dudas me abrigas,
amarras el silencio y el dolor aprisionas
para representarlos como una alondra herida
que canta cuando muere y en el llanto se ahoga.

Y tú que me arrancaste la luz de las farolas
me dejas con las sombras turbias de la Avenida.

 2

Quizás prosiga triste por haber olvidado
su sonrisa de invierno despejando la aurora,
sus rosas derramadas en el viento de junio,
sus manos que tuvieron la emoción de las horas.

Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma.


3

No puedo detener el llanto de mi alma.
Mi pensamiento lucha por mantenerme erguido,
pero me hunde el cielo, el aire, las palabras.

Ya no puedo cambiar las ruedas que pasaron;
si te quise y no supe sentir cómo me amabas;
me quisiste sin fe,
me llevaste sin gracia.

Ya no puedo enterrar los sueños que murieron.
La muerte me contempla como una sombra ajada,
abrazado a la rosa que ha quedado en tu pecho,
los tordos ya no pasan por las nubes moradas
del invierno que tiembla por nuestro amor dormido
y te sigo queriendo como si me llamaras.

4

Yo quería cantar al amor,
desbordar tu tristeza con brotes de alegría,
acordes luminosos teñidos de pasión
que llenaran tu rostro de luz y de armonía.

Yo quería cantar al amor,
antes de conocerte, sin saber que existías.
Dolor por lo que fue, y lo que no pasó,
voy llorando en la noche la oscuridad del día.

5

Atenas

¡Cuántas veces te sueño! Desde otra colina
he visto a aquel muchacho que se enamora y vuelve.
Y no pude entender; tu corazón lejano
me arrebató palabras que golpean mi frente.

Pues cómo yo te quise, cómo yo te he vivido
se ha fundido en mi sangre y fluye lentamente
cuando el Poeta arranca del aire los latidos
y el alma que es tu hombre se eleva irreverente.

Pues ya no veo tus costas, ni escucho tu lamento
en esta oscura tierra sin luz que la despierte.
He querido arrastrar la rosa hacia tus vientos
y entregarme a tu aurora que reverbera siempre.

Yo, ateniense,
en las duras mesetas de Esparta
para siempre.

6

He vagado en la noche de tu ardiente tristeza
para poder vestirte de azul como querías.
He llorado sin rumbo tu amor en la mañana
como un loco sin dios, profeta sin desierto.

Pero tú no me dabas ni por piedad la muerte;
me quitabas los ojos; la voz y las palabras
trocabas en espinas henchidas de pasado.
No quedaba un lugar para seguir muriendo.

Los vecinos, las casas que tanto despreciaste
abrieron tu lamento para cerrar mi orgullo.

7

No hablaré de poesía

No hablaré de poesía cuando el sol de la tarde
me deje en el instante de los rayos que mueren,
ni hablaré del calor perdido en los balcones,
ni de la longitud de tus manos abiertas.

No podré ni llorar por lo que no comprendo
ni ofrecerte la llama que hierve por tu nombre,
sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
Me abraso en tu mirada de sueño adolescente
y guardo en la memoria rincones sensitivos,
no me puedo llevar de aquella soledad
para volver a amarte como si hubieras muerto.

Esta ciudad, que fue cuna de mi agonía,
hoy me lleva hasta el mar profundo de la queja;
se me nublan los ojos cuando escucho tu voz
que inunda el vaporoso gemido de los puertos.

8
Tarde de lluvia en la Avenida

 

I

Mi corazón dormido sobre una primavera
que no tiene balcones para colgar tu risa.
Mi luz amortajada por siglos de silencio
agitando pañuelos a un adiós que agoniza.

Llueve en el cielo claro que dibuja tu rostro,
en la tarde de mayo, en el bosque de piedra.
Me ha dolido tu amor y no puedo negarlo,
me duele hasta esta lluvia que no cae y se aleja.

Llueve en las soledades quietas de la avenida
sobre los institutos que guardaron tu huella.
Me duele el pensamiento que no encuentra consuelo
en este divagar que llora ante tu queja.

II

Puedo ser en la lluvia un gitano que vuelve
cantando a los caminos su pena y sus caricias,
que sufre entre las flores silvestres del misterio
y agita entre los vientos la luz de su camisa.

Puedo ser en la lluvia un trovador que sufre
y abraza las canciones tristes que me cantabas
persiguiendo las rosas turbias de tus estanques,
sufriendo entre tus muros que no tienen ventanas.

III

Tus celos apagaron los versos de Neruda
y la mueca de Brel que gritaba en mi alma.
Tu rabia me ha dejado el corazón sin arte,
te busco en el recuerdo y no avivo su llama.

Llueve sobre los muros quietos de la avenida,
sobre el parque mojado que ha perdido su luna.
Llueve sobre los charcos que acogen el destierro
de aquella soledad que no me deja nunca.

9
Cuesta del Gallo

Tus ojos y tus manos
por la cuesta subían,
por la cuesta del alba
de mi loco recuerdo.

Ya no serás querida
como en los callejones
que cruzan por mi mente
cuando pienso en tus medias.

¡Ay, corazón de seda
que desgarré y sufría!
¡Ay, tormenta de besos
que atravesé sin cura!

Dame tu despedida
para seguir llorando,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.

Dame tu olvido entero
para romper mi lira
si no puedo tocar
las cuerdas de tu aliento.


10

Cartas para rezar

Somos dos almas sueltas por distintos caminos
que han olvidado encontrarse,
que ya no se conocen.
(Peter Pan - julio de 1974)


Cartas para rezar, rogar y enternecernos
con la palabra humilde
perdida en una estrella,
¡oh libertad sin luz, de amor tibio y ausente
que reposa en el cuarto del niño que velamos!

No vino la verdad. El coraje, la fuerza
recorren los delirios
de amor que no vivimos,
los versos que abrigamos con una hoja inerte.

Somos almas sin fecha danzando en los estanques
que no quieren dejar huella de nuestro signo,
ni levantar sospecha de nuestras esperanzas
en espejos que hieren los surcos de una herida,
en cristales fingidos que traspasan las venas
de voces que no hablan,
y seguimos jugando sin decir quiénes somos,
sin querer arriesgar a perder lo perdido
en la larga partida sin mano con la muerte.

 

11

 
Martes de carnaval en el recuerdo

Oscura y mórbida
es la llama de tus ojos
cuando llora,
de ti cuando me cantas.


Si yo rezara sobre tu amor inerte
como una tumba abierta
sobre tu voz quebrada,
como una primavera con el cielo apagado
que buscara tu olvido,
tu amor y tus palabras,
para verte en la calle como si fueras otra,
sería un libro ciego que busca una plegaria
para hundir en tu cuerpo
extraño la mirada
y no saber reír, llorar, ni aparecerme
en el hombre de siempre que siempre te abrazaba.

Si yo rezara sobre tu amor inerte
la sombra de la muerte se llevaría mi alma
para desenterrarla
en el último verso
que me hablara de ti, que tu rostro llevara.

Arlequín volvería a entregarte mi risa
junto a la Plaza Vieja
con flores y guirnaldas
para darle el aliento que le arrancó tu olvido
en la esquina del mar en donde te esperaba.

¡Oh, eterno Pierrot del anhelo encallado
que sufre en los rincones
y por la luna vaga,
no vengas esta noche a llevarte mi pluma,
la música no arranques del pecho que la llama!

¿Por qué mi amor es triste?
¿Por qué lloro en silencio?
¿Por qué llevas la muerte prendida en la mirada?

¡Ay, triste carnaval de sueños y pasiones
que muere cuando reza y llora cuando canta!

 
12
Vieja estación


Ahora sufro en los lugares donde solía jugar.
(Leonard Cohen - Variación F. E. León)

Vientos de soledad en la mañana
y en el andén espera
la sombra del amor que acaso fuiste,
se me escapó tu huella en el espejo
y no te reconozco
y no sé cómo hablarte.

Como si fueras otra me recuerdas
al silencio que canta
en los versos que pierden la cadencia
cuando emergen del alma desprendidos
por un tibio calor que ya no sienten.

En la vieja estación rota y vacía
que no tiene cuadrantes de destinos
he pasado la tarde
con los bancos gastados
y un reloj sin agujas que se duerme
en el rumor del tren que nunca pasa,
en los besos errantes
que perdieron el norte en el camino
y forjaron la nube de tu ausencia.

Aranjuez está lejos,
los trigales se visten de verano
y los ecos torcidos se derraman
en un torpe cuaderno
que no arrastra mi nombre por tus venas,
que no arrebata un lazo en tus esquinas.

En el rincón de sombras impregnado
por la grave caricia de tu rostro,
por la larga madeja sin memoria
de los recuerdos quietos que se mueven
está mi corazón llorando triste,
pensando en los senderos perseguidos
que arrastrarán los nombres
de los bellos amantes desolados
que algún día tuvieron
la sonrisa despierta de la aurora,
la mirada de luz que yo he perdido.


13
Las cartas

Como un poema mal escrito
somos versos sin rima,
estrofas sin ritmo
en un compás entrecortado.
(Paul Simon – Conversación en el aire – Traductor desconocido)


Quizás no se abra paso el paseo nocturno
en nuestra vieja calle cubierta de geranios
ni entre los farallones de la playa de Azuara
y los montes sombríos de tu primer misterio
que me hablan y me acusan
de haber dejado
que tus cartas buscaran el Leteo
y, lentas, se perdieran
entre los autobuses de una cita nostálgica
sin huella en el camino,
y sin embargo
deseé hasta la muerte las palabras
que llevaran mi nombre y nunca me escribiste.

Las busqué en el recuerdo de la aurora,
en el invierno gris del templo oscuro
cuando hilan las lóbregas pavanas
el manto de las nubes,
asalté los peldaños de los tragos amargos,
pregunté por las sendas, me hice amigo del aire
intentando escuchar en sus entrañas
lo que nunca pasó, lo que no me dijiste.

Ahora de tu voz busco las sombras,
la calma del vencido que arroja la toalla
en el viento del Este que azota las quimeras
de nuestro amor dormido,
en la cometa azul que se enredó en tu blusa,
en las manos de marzo
que movían tu pelo en las tardes dichosas
de un Cádiz que lloraba en el barrio La Viña
la alegría de Carlos viva en La Habana Vieja.

Y no sentí tu aliento de novia apasionada
que portara la herida de un pétalo en la frente,
ni impedí, por mi orgullo,
que acabara en la orilla la palabra precisa
que nervioso esperaba,
quedó entre tu boca y mis caricias
como un papel mojado que no encontró tu aliento,
como la barca hundida en la arena olvidada
o el viejo pescador que abraza la derrota
de los vientos perdidos
y no vuelve a la mar.

 

14


Ya no sé qué decirte,
he ahondado en mi duda y me veo como siempre,
como un novio amputado del tumulto y las flores
que no encuentra calor
en sus miembros perdidos,
como un tonto exiliado del amor y el deseo
que añora la fragancia de un verso temerario.

Ya no sé qué decir de tu perfil sin sombra;
esta lengua de fuego ha de esperar dormida.
He surcado tu herida con palabras que eran
confesiones que nunca quise haber pronunciado.


Amparado en la noche,
creyendo que sus manos cubrían mi mirada,
te explicaba las causas de mi huida al vacío
mientras esos milagros que quería invocarte
volvían al sepulcro del que nunca salieron.

Mi lecho, situado detrás de la frontera
aguardaba el dolor de mi cuerpo angustiado,
cuando el corto camino se hacía interminable.
Intuía que la vida debía ser de otra forma
que nunca conocí la calma del vencido.
Mientras nubes y rosas yacían en tu ocaso
no supe qué decir por despertar tu orgullo.

 

15

Tu adolescencia

Si oyera resonar la canción
que cantaste en otro tiempo,
amada mía,
se rompería mi pecho
ante el empuje salvaje de mi dolor.
(Heinrich Heine)

I

He vuelto la mirada hacia tu vuelo verde
y he muerto caminando
entre la blusa blanca y aquella falda gris
que adornaban tus libros
 agitando las velas, el mar y los deseos.


Pero sigue la vida como un sueño que gime,
que desvela un lamento en el jardín que duerme
en tus primer rubor,
lloran las avenidas y los parques se cierran
en el umbral de arbustos con sangre en el ramaje;
¡soledad de quebranto, juegos que no divierten
en la palabra mustia de un duelo que persiste!
y aquella adolescencia fresca que nos invade
con la imagen eterna de tu mirada herida.

Era siempre el amor la nube que pasaba
y se nos fue alejando
como la estatua ecuestre que apunta hacia la gloria
y no mira el dolor sin luz de los mendigos
que yacen en el suelo.

II

El refugio añorado de las últimas lluvias
ha muerto como un sauce sin hojas, sin raíces
y llora en Punta Blanca
el mórbido crepúsculo que tiembla
en los bares sin nombre,
en un grito de Dylan
escrito en las paredes de tus ansias,
mientras la calle plañe por los pétalos muertos,
la galería no abre la esperanza de ayer
cuando cruzo su sombra
con los misma camisa que llevaba
en el ferviente intento de mi rostro
de arrebatarte una sonrisa abierta,
cuando ardía
tu orgullo entre los soportales
 entrando en la caricia tierna que me arrastraba.

III


Ya no miras atrás,
no miras, ya no sientes
que al perderme tu vida haya encogido.

Como la noche va hacia las sombras
la palabra lejana que vibrara en tu acento
y el pasado se nutre, sin concierto y sin pausa,
de su propia rutina
que atraviesa las horas,
palidece en el alba que lo muestra
como un bajorrelieve gastado por el tiempo,
como el viento que hablaba en tu sueño de vida,
la canción de Serrat que inundaba tu alcoba
y el póster blanco y gris que paraba tus besos.


IV


Arrancaron la higuera que desde tu ventana
contemplaba en el aire una caricia triste,
la avenida guardaba tu recital de sueños,
el amor te esperaba en brazos del milagro.

  

VII

 Insistencia en la herida

 

Ahora vives en mí, aunque no estés te siento
como luz en mis sombras, sueño en mis quimeras.


 1
Derrota

Yo quería vivirte y que tú me vivieras.

Las notas del poema que llegaba a tu oído
se acercan a tu paso, se visten de tu aroma,
se pierden en tu alma
ahora que navega
en la tinta borrada por tu propio recuerdo.

Aunque no te lo diga y no busque tus manos
sigo pensando en ti
como el amor de siempre
porque vuelvo a tu piel en el bajel hundido
que ha surcado los miedos antiguos que guardamos,
porque piso las calles que fueron nuestra vida
como un poeta ciego
que muere en el destino y canta a la tristeza,
porque te reconozco
en mi sueño y mis ansias,
porque miro la esquina por donde aparecías
mostrando dolorido los estragos del tiempo.
Porque voy caminando sin rumbo hacia tus brazos
y no tengo palabras
hermosas que ofrecerte,
he perdido el pudor de admitir mis errores,
apagado la llama que brotaba en mis labios
ahora que las llagas del pecado se muestran.

2

 

Ya no mueren los labios lejanos que tuviste
en el rubor sin rostro de una lágrima amarga
que cae en el espejo de una sonrisa triste,
una fragancia muerta, una esperanza herida,
un árbol arrastrado por las hojas del tiempo.

He perdido tu gracia, el ritmo de tus brazos,
los libros que guardabas en el desván del viento,
tengo sangre en las alas
y el corazón perdido,
una corona triste que insiste en los reflejos
de aquellos versos largos que huyeron de mi alma.

Ya no busco en las sombras el aura de tu rostro,
tu cintura vagando en un rumor que llora,
la luz de tu recuerdo en las calles vacías,
ya no espero tu nombre en la calle que tiembla,
en la rosa vencida, pero sigo surcando
el mar de tu mirada.


3
Insistencia en la herida

¡Aquella inspiración, aquel pulso sin ritmo
tocaban tus cabellos, tu despertar de dudas,
tus piernas de quimera, tu hambre de futuro!

Te amé con mi chaqueta, mi ausencia de ventanas,
te amé, te amé sin freno, tamaño ni medida.

Como una herida abierta gocé tu humor de lunes
tu reino sin corona, tu voz de sacrilegio,
y sufrí tus caricias en la alcoba que tiembla
si no tiene tu piel.

Paso como un olvido,
una avecilla, un drama,

y no quiero firmar partes con mi fracaso,
no quiero acariciar la sombra de mi pecho
ni amanecer herido
con tu nombre en la frente.


Insisto con tu queja, tus excesos, tu risa,
el rostro que llevaste en una tela ardiente,
la canción que tejiste del sueño de tus manos.

Insisto en el aroma tierno de tus caderas
que se adueñó del aire
y vendrá adonde vaya,
en el mirar sonoro que me llevó al abismo,
la llama que elevaste cerca de mi locura.

  4
Hoy tengo que arrastrar

Hoy tengo que arrastrar esta carga de dudas,
este mirar tan triste que se pliega en los astros,
sigue la pasionaria
verde de los silencios
en el puerto vencido sin alba en el poema
que esbozas en el antro donde nada te turba.

Yo en esta claridad que traspasa mi pecho
en la ciudad que sigue sin luz en la memoria,
conservo las palabras de amor que me dijiste,
enhebro los espejos oscuros de tu rostro,
escribo cuando llega
el misterio que duele,
hurgo en la soledad de los versos sin brillo.

 

  5

Ya escucho aquellos versos como si fueras otra,
como si hubieras ido
a traspasar las dudas de los mitos de piedra.

Pero yo estoy aquí, en el árbol, en la fuente,
en tus ansias de sol, en flores que no hablan,
en estrofas que anidan alma de soledad
sin buscar un poema que destrone los llantos,
sin encontrar el ritmo, sin ver una palabra.

Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja
y busco en otra playa de tu arena la orilla,
vivo como un olvido flotando entre las aguas
que se alejan de ti, que insisten en tu rostro,
sin poder detenerte.

6

A una mujer que escribía un poema

Quizás nunca más vuelvas a llevar el vestido
de nuestro amanecer
en un campo de muerte,
ni muestres el sendero en el que ardió la noche,
ni evoques la arboleda donde el mirlo jugaba.

Porque hoy me detienes
en el umbral del sueño
que se hunde en la duda que crearon los pájaros,
porque hoy el carmín tus labios no desborda
y hay folios en tu cama, sin firmas, ni palabras,
porque busco tu luz en las calles oscuras,
el amor en tu estela, tu huella en mi memoria,
la voz en tus fracasos.

 7
Nocturno de las Huertas


Insisto en el bolero
que expiraba en la noche de tus medias ardientes,
de tu balcón al aire y una estrofa asustada,
insisto en los teatros empapados de sueño,
en la muñeca herida
que despierta en el firme donde Bécquer soñaba
en un rayo de luna,
en las flores perversas de los escaparates
donde Brecht esperaba la llave de tu estuche,
la soga que rompiste para tejer tu olvido.

Insisto en la pasión de Peckinpah que asalta
el último desierto
con un lirismo amargo y una tibia sonrisa,
de Fassbinder viviendo la angustia de un esquema
de tu letra temblando sobre el pájaro herido
que abrigaste en tu pecho, en una noche densa,
en la triste elegancia negra de tus zapatos,
en hojas agolpadas en andenes sin rima
que llevaron tu paso hacia ningún destino.

 
8
Mi elegía

¡Oh, ramas de licor que me llevan al borde
y salpican las gotas sin dueño de tu esencia!

¡Oh cortina sin velo, serenata sin canto
donde amaga tu rostro y muere mi esperanza!

¿Estoy despierto o sueño con nombres que pasaron,
con cartas que no firmo, con adioses tan dulces
que llegan a mi alma y no puedo entender?

Hoy quiero despejar de los muertos la sombra,
la voz de tu tristeza, creer en el futuro.

Desvarío en mi rumbo, mi vieja dirección
donde aún vagan los patos salvajes de la noche,
insisto en mi elegía;
nadie quiere leer
los poemas que escribo
en el viento sin rumbo de tu amor que gemía,
nadie quiere llegar al puerto de mis dudas,
con la luz ahogada de farolas inquietas
oscurece el enigma de tu alma cambiante
sobre los adoquines donde suenan los saxos.

9

Insisto en los acordes de una guitarra rota
que duerme entre los labios de un trovador que llora,
en los muelles que añoran de tus barcos la ausencia,
en la torre que muere prisionera en los muros
de las alas azules que cortaron tus pájaros.

Pues hoy la tierra gime y no tengo tu acento,
pues hoy me precipito sobre la huella inquieta
que tu orgullo fingía
y tu amor abrigaba
sobre la sombra errante del pino solitario
que arrinconó el delirio de una rima candente
y recogió tu vuelo de palabra encendida.

Quiero romper las nubes que tus ojos miraron,
vivirte en la fragancia de las horas que pasan,
en la niebla que brilla entre los farallones,
arrancar un nocturno de Chopin de tu pecho,
acariciar tu herida como si recordaras

los hilos transparentes de un amor que persiste,
como si fueras vida que grita su pesar,
como si fueras lira o enamorado viento.

10
Antiguo Patio

Te viví sin saberlo y aún me duelen tus lágrimas,
aún preguntan tus ojos
por un amor herido
en los escaparates curvos de los deseos,
en las escalinatas de los sueños perdidos.

Ya no puedo mirar los soles del recuerdo
sin temblar en la sombra
de tus brazos tendidos,
sin pedir la sonrisa tierna que me negaste,
sin soltar las amarras del fulgor amarillo
dibujado en tu frente
en un alto camino
que me lleva despacio hacia tus pensamientos
y abrocha los cordeles de los anhelos vivos.

Ya no puedo arrancar los sueños que pasaron
dejando tus jarrones
sin amor, sin olvido,
pero vuelvo a tu rostro como una rosa ardiente
que llora cuando clama
en un verso sentido,
que guía a la mañana al último poema
que no supe escribirte
y siente el resplandor de un sentimiento limpio.

11
Epílogo

Desgarro en mi silencio la voz calma de un bardo
el mar donde soñabas ser una bailarina,
los árboles cansados a cuyos pies penabas,
desgarro este misterio donde mi amor hervía.

Este vagar constante que no encuentra tu falda,
este trote sin ritmo que me lleva a tu ira,
este sentir tu verso sin poder encontrarte,
se agolpan en mi mente, se hunden en mi herida.

 
Persisto en tu fracaso.
Me quemo en tu caricia sola como una isla,
la piedra de tus ojos, la voz de tu presencia,
lloro en la alborada donde el mirlo reía
en tu alma desgarrada,
en tu pecho temblando, tus manos que gemían.


Persisto en tu sonrisa que alentará mi olvido
en el amplio salón que guardaba tu vida,
y aquel verso de Frost que irónico miraba
a un Yupanqui cansado en tus ansias dolientes
de visillos abiertos que secan los gemidos,
en tu amor que me duele, tu sombra que se acerca,
la muerte que me acecha en una barca hundida.

 

VIII

 

Sombras de la Bahía Sur

 

A Pascual López, por su Humanismo sincero y su bonhomía.

 

"...hablarle a las nubes
es abrir un balcón donde se escucha el silencio de los pájaros."
(Vicente Martín - La Chica de la foto (II))

 

1

Es triste que no vuelvas a mover el destello
tibio de la colina en tus brazos que guardan
la voz apasionada
que muere entre los álamos heridos
camino de la Huerta cada día
y el cálido capricho de unas manos desiertas
en tu camisa clara entre los pensamientos
que arrastra la miseria del arroyo
aventando las ramas profundas del azul,
la palabra que sufren los labios de los vientos,
la humildad entrañable de la higuera
donde juegan sonriendo los niños que perdimos.

Es triste que no vuelvas con tu sonrisa amplia
a dejarnos la imagen
cansada y fugitiva de la muchacha oscura
que ahoga la verdad, la fuerza y los sentidos
del forzado que nunca tuvo alas
y vuelve a sus caídas relatando la crónica
nocturna del amor cada mañana
abrupta como un paso que lo espera
en un Estrecho extraño que vierte su amargura
al Poniente que acecha a la alegría
cuando la tarde muere entre las rampas,
palidece y no llega a la orilla del templo
mientras muge en el Hacho la sirena
en el taró de agosto que se arrastra en diciembre
cuando las niñas penan la copla del naufragio
que gime en sus entrañas
y mustia volotea en la puerta entreabierta
que empuja Punta Almina hacia los duelos
en las ruinas del faro, en la voz de la muerte
que se adentra en los ojos vacíos de la sombra.

2

 

Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
(Lorca – Paisaje de la multitud que orina)

Pienso que esa muchacha del alba que no llega
llevará entreabierta en el regazo
la sábana de un mártir
que no supo morir entre los muertos
y vuelve a su dolor en sus pupilas,
el grito de una hoguera que rompe los vestigios
de la luz de los presos torturados
que aparecen llorando en la voz de la Luna,
el drama del atún que tiembla en la bodega
y tiene el mismo nombre de un torpe marinero
y colgada en el mástil
la misma dirección que lo delata
y siente Europa cerca, amarga y sumergida,
y la turbia marea se mueve en el arroyo,
en la Laja inundada
por la nube y los sueños de un poeta
que busca las palabras de amor en las orillas
y encumbra la añoranza de un ósculo en los charcos,
en la arena desierta
con un decir de ritmo alargado que hiere
y atraviesa la huella que mora en una rada
y muere en la memoria
del almacén de redes que aprendió otro rezo
que prende y no ilumina,
y la sonrisa estrecha
que añora su pasado en la fuente callada
y no puede alentar un barrio moribundo
arrastrado en la alcoba de los niños
mientras las barcas buscan del monte la bandera
que no tiene color,
que agita en los periódicos los látigos del mundo,
y un cementerio blanco por la rabia azotado,
por la yerba, la cal y la injusticia
que ahoga en el misterio del cante su quejío
en las velas que sufren su olvido en la Fragua
del dios de los gitanos que proclama en los brazos
de la noche su agonía y vaga en el destierro,
la angustia del viajante
que no halla la puerta de los lazos que puedan
amarrar las soledades
en los signos borrados por la senda del agua,
en el delfín que sufre las dagas de los botes
que huyen de la ruina.
El aullido del puerto perdido en los papeles
inunda y acorrala
la evocación sentida de los nichos sin nombres,
de los santos de piedra que pasaron
entre flores y lágrimas meciendo la locura.

3



He pasado toda la noche en los andamios de los arrabales
dejándome la sangre por la escayola de los proyectos,
ayudando a los marineros a recoger las velas desgarradas.
Y estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.

(Lorca - Navidad en el río Hudson)

Esa niña que muestra
el manto de su olvido y su ignorancia,
el vuelo desvelado de su imagen rendida,
el llanto de la Virgen
acosada por el fervor postrero
de salmos que acorralan su capilla
recogerá las sábanas de los cuerpos ardientes
y el rumor de eucalipto que embriaga la Bodega
donde sufren los lirios
bajo el graznido torvo de los cuervos
el doce de diciembre,
bajo el púrpura gris envuelto a los fenicios
que rompieron su ruta en la esquina de un beso.
de lo requiebros rotos, sumisos y angustiados
que sus venas no encuentran en el curso
callado de las olas donde vagan los pobres
que no muerden ni hablan en la orilla
cuando las amapolas abandonan la sangre
y arde negra la copla en la noche más densa.

Esa niña que agita su bandera en el agua
se enamora del hombre
que acude cada día a la oficina
y archiva los misterios
pensando que el amor no se ha perdido
aunque hunda sus lágrimas
en el mástil de un Wall Street sonriente
mientras los tiburones socavan los cristales
y escupen el cemento en las fronteras,
en el regazo roto del Hudson que se encoge
y gime por la estatua que entregó las cadenas
al Cristo que no encuentra su camino en el hombre
aunque los crisantemos
mueran cada noviembre mirando las gargantas
rasgadas por los rastros perdidos de los vientos
en las Piedras Mellizas
que acogen la ternura y el olvido
de un niño amortajado en un sudario oscuro
que le cierra los ojos como si fuera un sueño
y le rompe la frente en un lienzo sin marco,
aunque la espuma ahogue los brotes de esperanza
y la sonrisa pierda
su fulgor en un íntimo lamento,
aunque en el Tarajal
resucite la sangre de los muros
y una novia no busque
la senda enamorada de los labios
ni el templo de la playa que rema en el levante
donde posó sin manos, sin saberlo
una frágil corona
de alhucemas en la tumba vacía
donde los altos vuelos encallaron
y los castillos recios de vanos enlucidos
cayeron en el rostro
descarnado de la muerte celosa.

Epílogo


Ahora solo queda ladrar contra el olvido,
encender una vela en el vientre
de los versos que pasaron
mientras sonaban los remos de los luceros en el alba
cegados por la mano de la luna,
mientras la golondrina se adentraba en la tinta que nos aleja
y la muerte escribía una plegaria con sus alas
trémulas sobre la sangre
donde cantaron su última soledad los náufragos
que se ahogaron en el desierto de las aguas.

*** *** *** *** ***

El Tarajal: Playa fronteriza, lugar donde fueron fusilados más presos republicanos durante la contienda Civil.

12 de diciembre de 1949: En esta fecha se produjo el naufragio más terrible que se recuerde en Ceuta. Entre los pescadores se conoce como el naufragio del Lobo, curiosamente este barco salvó a algunos de sus tripulantes, en algunos pesqueros ceutíes y algunos carboneros marroquíes murieron todos.

Tragedia del Tarajal: La denominada «tragedia del Tarajal» refiere a los acontecimientos que, el 6 de febrero de 2014, condujeron a la muerte de 15 personas en la playa del Tarajal, ahogadas mientras trataban de eludir a nado el dique que separa Marruecos de la ciudad autónoma de Ceuta para entrar en España como inmigrantes irregulares. (Wikipedia)
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"El arte como suele decirse, es una cosa seria. Es por lo menos tan seria como la moral o la política. Pero si tenemos el deber de aproximarnos a estas últimas con esa modestia que es búsqueda de claridad, claridad con los demás y dureza con nosotros mismos-, no sé con qué derecho ante una página escrita olvidamos que somos hombres y que un hombre nos habla.


Te diré que te quiero;
nunca llegó el olvido
al corazón que espera

y no tiene esperanza.
(Conversaciones con Laura - 17 de mayo)

 

 


[1] Si desde lejos, aunque separados, / me reconoces todavía / y el pasado / significa algo hermoso para ti. - Oda Alcaica (Friedrich Hölderlin).

 [2] Huston había recibido dinero adelantado para gastos de la película por parte de la productora y la cantidad que había gastado era superior a sus emolumentos.

[3] Hoy día se tiende a pensar que lo que Marilyn sintió por Clark Gable era algo parecido al complejo de Electra pero, extrañamente, sin implicaciones sexuales en su caso; el mítico actor sería el padre aventurero, soñador y cariñoso que siempre quiso tener. Por otra parte, es más que probable que Arthur Miller ya hubiera arrojado la toalla antes de que empezara el rodaje, era demasiado duro afrontar el último idilio, que llegó a ser público, de la actriz con Yves Montand, además conoció a Inge Morath, una fotógrafa que, junto a otros muchos, hacía la cobertura de la película y, ante la evidencia del distanciamiento con Marilyn, intimó con ella. Se casarían poco tiempo después.

 [4] Se me hace difícil asimilar el desapego que Miller tuvo con su hijo Daniel porque tenía síndrome de Down.

[5] Hacer robona o rabona: Hacer novillos.

[6]  Ya sé que los psiquiatras actuales me regañarán cuando diga que el Nembutal es el somnífero más popular, y ello a pesar de Marilyn..

[7] C. C. Baxter puede ser un ejemplo de aquel que sueña con ascender en la compañía que trabaja para resultar atractivo a su amor platónico y no le preocupa en absoluto que los Celtics estén tejiendo los mimbres de su dictadura competitiva mientras los Knicks se pierden en su sempiterna indefinición atacante.

[8] Philip Larkin: posiblemente el mejor poeta inglés del siglo XX. Dijo algo así: “Me gustaría que en los bares se hablara de mi poesía".

[9] A nadie se le habrá escapado que me refiero a aquel año en que la Agrupación Deportiva y el O’Donnell jugaron en el mismo grupo de tercera división.

[10] Nosotros los de entonces ya no somos los mismos. (Pablo Neruda).

 [11] I’m through with love: Algo así como “Paso del amor”.

[12] Abyla: Nombre que los fenicios dieron a Ceuta. Yo lo utilizo poéticamente.

[13] Mujer muerta: Nombre que los ceutíes damos al monte Yebel Musa, ya en territorio marroquí.

[14] Phil Ochs. Poeta estadounidense con sueños universales.

[15] Estrofa escrita sobre una fotografía de Sylvia Plath.

 [16] "Estás más perdido que el barco del arroz". Dicho ceutí (no estoy seguro si fue importado) de la posguerra. Se utiliza, con cierta sorna, para mostrarle a alguien que está desconcertado, sin dirección en algún asunto concreto.

[17] "Estás más perdido que el barco del arroz". Dicho ceutí (no estoy seguro si fue importado) de la posguerra. Se utiliza, con cierta sorna, para mostrarle a alguien que está desconcertado, sin dirección en algún asunto concreto.

[18] Calle Jáudenes, ya en Ceuta, propiamente dicha. Sus moradores actúan como si pensaran que tienen el amor a España en exclusiva.

 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.