La verdad en la sangre de un trovador ardiente
invoca los milagros más profundos,
se retuerce en la escena que turba la esperanza
y muestra en las paredes de un vuelo tu vestido
de flores esparcidas y un deseo ahogado.
Las farolas que tiemblan con un himno disperso
acogen un poema disoluto
en cada resplandor que se funde en las rocas,
las palabras heridas que vuelven a la playa
buscando unos vestigios de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en una nube
frágil y humedecida
que oscurece mi alma y apaga tu memoria
en la cubierta cruel donde los marineros
se burlan del destino mientras vibra la muerte
y un albatros no encuentra el manto de los mares.
II
Tu mirada que sueña con el árbol cansado
de la esquina de Comercio,
con la hiedra que inunda la sombra de los muros,
va subiendo la rampa de las notas caídas,
profanando la huella de los niños felices,
y no quiere enterrar la queja miserable
de un hombre enamorado
que no encuentra un lugar para esconderse,
camina en su dolor por puertos expugnables
y desgarra sonriendo la voz de los mendigos,
el aroma del mar, la luz de tu tristeza.
Brel
nunca grabó Amsterdam en estudio, la preparó expresamente para una
nueva cita de las muchas que tuvo con el Olympia, creo que en 1964,
cuando ni Johnny Hallyday en su esplendor, ni Marlene Dietrich en el
capítulo final de su leyenda podían discutirle la monarquía absoluta del
auditorio parisino a este republicano descreído. Fiel a las
convicciones que se habían forjado en sus propias experiencias desde la
soledad del anonimato hasta alcanzar una cumbre en la que nunca se
detuvo para plantar las hermosas banderas. Es posible que Brel fuera más
crítico y amargo cuanto más éxito tenía, más desesperado cuanto más se
movía en la tranquilidad de una vida resuelta, más despreciativo y
desconsiderado con el hombre común cuanto más lo amaba, cuanto más le
hubiera gustado ayudarle a que se rebelara contra su destino en la
mediocridad de las supuestas buenas costumbre. Quien busca la verdad puede vivir la angustia de no encontrarla, pero si lo hace es muy probable que viva una eterna agonía.
La canción prostibularia más popular de la historia tendría
una réplica discreta del genial David Bowie. Le sentó francamente mal a
Brel esta intromisión de Ziggy Stardust en sus dominios y cuando le
preguntaron que le parecía, contestó con un desprecio evidente y una considerable incorrección política que no quería saber nada de aquel pédé.
Amsterdam es un momento para la eternidad sincera y apasionada de un bruselense corroído por el fulgor de su propia inteligencia. Su épica y sana capacidad competitiva forjada en la visión compulsiva de los héroes de Ford en su niñez hizo que aceptara sustituir a una Marlene Dietrich que no quiso acudir, argumentando problemas de salud, a su cita con el Olympia el día siguiente de que el auditorio parisino fuera arrasado, en cualquiera de los sentidos, las sillas rotas dieron fe de ello, por el entusiasmo juvenil de los seguidores de Johnny Hallyday.
Hablar de Brel no me comunica con los demás, y es extraño sabiendo que hablaba de nosotros mismos, que sus sátiras estaban proyectadas hacia el futuro, que la niñez, el amor y la muerte son eternos.
Quedé impresionado con la historia de dos chicas de la buena sociedad que entraron en contacto con marineros extranjeros. La aventura terminó con sus bragas colgadas en el mástil.
Conocí a Brel antes de que muriera, no llegó a ser uno de sus niños agobiados de 50 años. El tiempo que cohabitamos en la Tierra no me permitió vivir su tragedia, no teníamos Internet para satisfacer nuestra curiosidad. Sea como fuere no conocí Ámsterdam hasta el año 91, entonces tenía causas para sentirme perdido y Brel me abrió su corazón inquieto, para empezar, una piedra en la frente, "Es muy fácil", para seguir, "El último almuerzo", como remate "Ámsterdam" y su leyenda irreverente cargada de puertos de honda melancolía. Bendigo el momento, muy reciente, en que me atreví a abordar a Brel; no hay para mí cantante mejor que él, volverá a florecer en España como lo hizo cuando aún no lo conocía.
que, con su extraño rostro, acaricia y envuelve
la luz de los espejos, la voz de la neblina
y declina en la clase de los vientos la rosa,
no vives la canción de la esperanza
mientras muere un poeta en las Puertas del Campo
del ansia de sentir su verbo en el ayer.
Ya no viertes tu aliento en mis mejillas,
no rompes la muralla del rencor afligido
ni abres el encaje a mi lujuria
atormentada y triste que arrastra su agonía
en los ojos de un bar que derrama el licor
y se adueña del humo. La barra de equilibrio
de todos los milagros, de todas las palabras,
estrecha e implacable espera la caída
del verso y las quimeras en los escaparates.
Ya no apartas mi rostro del silencio,
no abres tu soledad a mi ardiente mirada,
ni guardas mis requiebros en la caja de música
mientras Chopin detiene el llanto de la brisa.
Rafel Calle me enseñó a creer en "Brel en la escuela de comercio", a pesar de que abundaban los poemas sin ritmos que transmitían la sensación de que estaban inconclusos o perfilados con torpeza. Rafel intuyó que la idea no estaba equivocada, Alejandro. Hablemos de lo que hemos vivido, algo saldrá de las tinieblas inherentes a una depresión primaria consecuencia de un dolor por el paso del tiempo que nos roba las fuerzas y la sonrisa. El muchacho que apenas conocía seis o siete canciones del monstruo franco-belga supo soñar un gran amor, un tanto torturado y decadente, en los mares del Sur teniendo enfrente el Mediterráneo, conservando en la cabeza las melodías de "Cuando solo queda amor", y de la deprimente y luminosa "No me dejes" y de "Marieke", mientras en el mundo de sus amigos solo cabía Pink Floyd.
Siempre es un buen momento para recordar a Brel, Simon, un revolucionario en la Chanson, escapado de España por un cambio de timón brusco (solo actuó una vez en nuestro país, en Barcelona concretamente, en 1961). Volverán las hadas y no solo entre nuestros universitarios que ya no sueñan con la libertad. Las Puertas del Campo es un lugar casi imaginario de Ceuta con unos límites mal definidos por la cercanía del puerto y su quejío. Habitado mayoritariamente por militares y sus ya no tan numerosas familias en nuestros días, en 1977, alentado por el Siete Colinas, nos reunía a estudiantes con ganas de hacer algo que frecuentábamos el Patilla, el bar de la esquina, y en el Chirimbolo repleto de máquinas del millón, allí florecieron amores que, en algunos casos, aún continúan aunque con menos cava y flores.
La recepción de Brel fue tímida, dominado como estaba el ambiente por la música anglo-sajona que exigía dedicación exclusiva. Yo nunca dejaría de pensar en el cantante franco-belga, aunque no lograra que llamara la atención de mi novia todavía lo intento, pero pienso que es una causa perdida, cuánto más disfruto con Brel más le molesta. No quiere refugiarse conmigo en una caracola cerca del mar, lejos de toda esa gente que no nos deja escapar.
Julio Gonzalez Alonso escribió: ↑Dom, 08 May 2022 12:01
Suelo decir con frecuencia que la época de Dylan, Pasolini o Brel, es la nuestra, sin Internet, con nuestras pretensiones más descabelladas. Ya estaban activados nuestros problemas de todos los días; la guerra, la especulación, la decadencia, las incomunicaciones, la sociedad laica que mejoraba en poco a la sagrada. Los políticos ya hacían campaña permanente para luego hacer lo que les diera la gana con el poder que se les entregaba. La Revolución pequeño-burguesa estaba en marcha con su satisfacción indisimulada por poseer unos valores vacuos y pretenciosos, y los Beatles, sin pretenderlo, se convertían en uno de sus fetiches más representativos.Tu vocación musical nos deja regalos con éste con el que nos transmites no sólo la imagen fija de una época, sino los sentimientos que la vertebraron sin los cuales no se entendería.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.