I
Lamentos de la Almadraba
1
Las ramas de laurel
(Versión 2023)
Las ramas de laurel que se me alejan
y anudan los temblores de los montes hundidos
donde sueña sin sueño
la noche más oscura del llanto de los pájaros,
me llevan a la angustia
de perseguir tu huella,
de hurgar en recovecos sombríos y sinuosos
para encumbrar la herida de tu falda.
El resplandor que abriga una corona mustia,
la fuente de mi barrio perdida en una copla
anuncian el adiós a los espejos,
su quejido ahogado entre los matorrales
y el amor que me diste cuando no me querías.
La brisa de la arena que inunda la Almadraba,
se funde con sus muros y empapa su silencio
donde grita la queja de un trovador dormido.
El canto se resuelve entre sábanas tristes
que extienden tu misterio y cubren mi mirada,
y buscan su descanso, su olvido para siempre.
Mujer de alma y deseo, caricia que me rompe,
corazón que me busca, me hiere y no me llama,
me dejas desterrado en el miedo y las sombras
a solas con el mar de dolor que me inunda,
en esas olas negras que arrastran a tu playa.
2
16 de julio
En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus orillas
y muere pensativo, varado en las arenas,
provocas lo que sigue
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a a los claros
en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
un sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.
Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.
Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.
Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que emigraban al Sur
y buscas la estación
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo iluso
y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.
3
Verano del 77
Entre los vendavales que sufren tu agonía
apareces vestida
con un sueño de luz que se impone a la muerte,
eras la rosa errante que no sigue a los vientos,
eras como el silencio que triunfa en el olvido
con palabras escritas en una servilleta
guardada en el desván
de la fotografía que inunda tu sonrisa.
Eres como la huella profunda de la playa
que juega con los niños mezclados con las olas,
como la noche intensa de las sillas con nombre,
murmullos y misterios,
como todos los surcos que llenan el vacío,
eres como el verano que llegó una mañana
apenas florecido y siempre reverdece
cuando pienso que tú no has perdido los lazos,
sufriste mi dolor, me amaste en la derrota.
4
.Las cartas
Como un poema mal escrito
somos versos sin rima,
estrofas sin ritmo
en un compás entrecortado.
(Paul Simon – Conversación en el aire – Traductor desconocido)
Quizás no se abra paso el paseo nocturno
en nuestra vieja calle cubierta de geranios,
ni entre los farallones de la playa de Azuara
y los montes sombríos de tu primer misterio
que me hablan y me acusan
de haber dejado
que tus cartas buscaran la orilla del Leteo
y, lentas, se perdieran
entre los autobuses de una cita nostálgica
sin huella en el camino,
y sin embargo
deseé hasta la muerte las palabras
que llevaran mi nombre y nunca me escribiste.
Las busqué en el recuerdo de la aurora,
en el invierno gris del templo oscuro
cuando hilan las lóbregas pavanas
el manto de las nubes,
asalté los peldaños de los tragos amargos,
pregunté por las sendas, me hice amigo del aire
intentando escuchar en sus entrañas
lo que nunca pasó, lo que no me dijiste.
Ahora de tu voz busco las sombras,
la calma del vencido que arroja la toalla
en el viento del Este que azota las quimeras
de nuestro amor dormido,
en la cometa azul que se enredó en tu blusa,
en las manos de marzo
que movían tu pelo en las tardes dichosas
de un Cádiz que lloraba en el barrio La Viña
la alegría de Carlos viva en La Habana Vieja.
Y no sentí tu aliento de novia apasionada
que portara la herida de un pétalo en la frente,
ni impedí, por mi orgullo,
que acabara en los labios la palabra precisa
que nervioso esperaba,
quedó entre tu boca y mis caricias
como un papel mojado que no encontró tu aliento,
como la barca hundida en la arena olvidada
o el viejo pescador que abraza la derrota
de los vientos perdidos
y no vuelve a la mar.
Niño muerto entre las cañas
Sigue la corriente sola.
El lamento de los pájaros
sigue vagando en la higuera
entre la hierba y el barro.
hundido en las cenizas de una gloria lejana
que la memoria vierte entre sus redes
como si fuera el agua de los ritos modernos
que olvida lo sagrado
y se agolpa en el lecho de una cesta de mimbre.
Otras naves zarparon sin un nombre en el puente,
sin una despedida
buscando tiernas piedras para adornar las flores,
para romper la imagen de un recuerdo
que duerme entre los pliegues
de una estela apagada en la huella de mármol
que detiene su rostro y acaricia su frente
como un poema torpe sin ritmo, sin cadencia,
como un niño perdido en los cañaverales
que ya no puede hablar
y agoniza sonriendo cantando a la tristeza
como una vieja barca que no vuelve al levante
y en la sombra se pierde aireando su olvido
como un libro cerrado, una gota en el mar.
he bajado a las arenas y oído el rumor del muro
en la rendija donde anidan los aviones
y el clamor de tu paso alborotando el agua
que golpea en los riscos limosos y angustiados
y penetra en el muelle que conserva, solo, una hilada
tortuosa que muestra
la fragilidad de los costados invadidos
por la memoria acordonada que nunca llega a la orilla.
Vuelvo a un poema esparcido en la arena
que llega de otro tiempo
como una promesa que no ha perdido el aliento
de la procesión callada y dolorosa
que incrusta los claveles en los regueros de tu alma,
al campanario que se olvidó del vuelo y se arrodilla,
vuelvo al Vía Crucis
que impregnaba de dolor los derrumbes en el camino
y arrancaba la espina de cada pensamiento del arroyo
cuando vivir era un pecado,
un cilicio sujeto a la ceniza posada en tu frente,
el estigma de un amor que nunca abandonó
las pulsaciones nerviosas de tu pecho,
ni el bálsamo de luz que me turbaba en tu mirada.
en el deseo de amarte por encima de las parras,
del muro encalado y de la muerte,
cuando respiras en mis labios,
en mi sombrero, en el olvido de mi camisa.
(Fotografías de Hydra)
La noche se sumerge en las luces que se ahogan en el agua,
apenas una palabra me acerca al amor
profundo que me diste
y que camina entre el miedo y los rescoldos
que marcan la travesía imponente de la Piedra del Pineo.
Quiero volver al mundo de tus manos temblorosas
y escribir sobre tu falda
pétalos sentidos en la densidad del humo
que se hunde en la techumbre de caña de los bares
y rodea los candiles de los huecos
que se apagan en la orilla donde agoniza la espuma.
Era todo más cálido bajo la sombra de tus alas,
más abierta la vida en el corazón de la calle
que llenaste de caricias, miradas y canciones
mientras las gaviotas graznaban su rabia entre las olas
y el muelle nos acogía encadenados
a una farola que luchaba con su grito de luz adormecida
contra el llanto de la luna que viajaba entre la niebla.
por la cuesta subían,
por la cuesta del alba
de mi loco recuerdo.
Ya no serás querida
como en los callejones
que cruzan por mi mente
cuando pienso en tus medias.
¡Ay, corazón de seda
que desgarré y sufría!
¡Ay, tormenta de besos
que atravesé sin cura!
Dame tu despedida
para seguir llorando,
mariposa de luz
de un tiempo que moría.
Dame tu olvido entero
para romper mi lira
si no puedo tocar
las cuerdas de tu aliento.
No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.
(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)
Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
con la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.
No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y lanza pétalos de ensueño a los claveles
de un futuro
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja,
nos mece y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende una caricia agresiva
por el muro de sombras circundado
por una prédica perversa y subjuntiva
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel.
Tú nunca me dejaste las alas de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu falda,
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)
A Phil Ochs; ¿Encontraste la paz que tu inmenso corazón te negó siempre?
Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris y brillante*
que se quedó colgado en el árbol del camino. **
¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?
Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su cuerpo adormecido,
entre los gritos, las banderas, y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.
Detenida, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz*** que agoniza
desde entonces en la lengua de los marineros
inundando la tierra empinada
y dura que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho****.
**Estrofa escrita sobre una fotografía de Sylvia Plath.
*** "Estás más perdido que el barco del arroz". Dicho ceutí de la posguerra. Se utiliza, con cierta sorna, para mostrarle a alguien que está desconcertado, sin dirección en algún asunto concreto.
(José Emilio Pacheco)
Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja
y busco en otra playa de tu arena la orilla,
vivo como un olvido flotando entre las aguas
que se alejan de ti, sin poder detenerte.
(Ya escucho aquellos versos)
Cuando mueran los poemas en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que llore entre los muros
sino mía
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha la caída de los dioses,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
de una sombra profunda y corrompida
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño agonizante
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el último tranvía
con el corazón de Chopin en una urna túrbida
envuelta en el levante, las notas y los recuerdos,
en una queja que se movía bajo la sangre de una verja.
Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.
Te quise y no sé si me arrepiento
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.
Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.
en el parque desierto una mañana..."
los muelles, los estadios, las caricias, los rostros
se agolpan a lo lejos,
se yerguen en un paisaje turbio e infranqueable
que se ha hecho extraño para aquellos ojos nuestros
que marcaron los pasos, las aceras, las palabras
en algún lugar arrinconado por la ausencia y el olvido,
los bares que conocimos han cerrado,
queda en el aire un regusto frío
que nos remite al miedo y a las sombras
y el azul se oscurece como si hubiera muerto
un antiguo resplandor sobre las calles silenciosas,
un himno a la noche se apodera de los días
y agrieta los recuerdos,
ruge el levante y vuelve a la playa sombría
del otoño que gime sobre un sueño dormido,
pero sigues ahí,
tu corazón que lucha, el perfume de tu aliento,
la inquietud de tus manos en rebelión constante
contra una ciudad que no conoce tu elegancia,
que no siente tu calor,
que late con la frialdad de un pulso que se apaga
y nunca sabrá que te viví cuando eras un delirio
en el parque, en los puentes,
en un poema
sin destino que derribaba los muros
con una esperanza errante que se perdió en el agua.
entregando toda tu luz a la tronera.
No verás como en los míos
la belleza que emanabas en otros ojos
ni el viento borrará de mi frente aquel ensueño,
eras poesía.
Nadie pudo mirarnos. Nadie pudo seguirnos.
llegabas de otro mundo del que ya no te acuerdas
y entonces nos amamos
entre el sol y la hierba quedaron nuestras huellas
y nunca se borraron
en el lento respirar de nuestros sueños.
¿Qué podría contarte
que no hayas olvidado?
¿Me dirás algún día que pensaste en la muerte?
Vendrá la primavera para todas las flores
y no será la vida
de amor que nos quedamos,
aún la reconozco entre el vuelo doliente
que dejaron tus alas en el sauce lloroso
y herido en mi esperanza y en la brisa.
Se ha perdido tu impronta
en los jardines
pero sigue latiendo en la presencia eterna
de tu beso primero
cuando tus labios fueron de papel ardiente.*
No hubo desengaño
siempre pensé que podía perderte,
hasta los ángeles sufren
el yerro obnubilado que marca sus caídas.
No pude verte nunca como si fueras otra
y no quise estrechar contra mi alcoba
el desierto implacable
de la sombra y el olvido.
Aún emerge tu rostro en la playa solitaria,
juegan las mariposas con las nubes y el aire,
y se aleja la muerte
cuando tú te aproximas a la arena mojada
como una golondrina que lucha contra el mar,
atraviesa las piedras y busca su destino.
la palabra oprimida
que firma la crueldad de los acasos
que nunca se han movido de la lengua apagada
que se burla del sino taciturno
y esparce los destellos
de un mundo perturbado que nos hiere y se acerca;
inunda la bahía solitaria
con un marasmo inquieto y persistente
que siempre has paseado en tu locura
prendido en la añoranza húmeda de tu rostro
que navega en las nubes
lúgubres y temibles de tu velo,
surca la soledad de los mendigos
con las aves nocturnas que rezan en tu cruz
y sufren virulentas la amargura
que golpea tu puerta cerrada y subjuntiva
con un ardor confuso
que perece en la muerte de los puertos varados
en tu alma quebrada que susurra en la sombra
y se enciende en las horas
vencidas que traspasan la fecha arrugada
de una cita perdida
en una luna blanca
que vaga en la escollera de una blusa menguante
y penetra en tu boca con un turbio suspiro
que mueve los andamios tormentosos
de un sentimiento errante que agoniza
llorando en los balcones,
arrastrado en tu playa por la ira de los vientos.
y abrazan el repique retraído
que no llega al balcón de una promesa muerta
que no cumple su pacto con las sombras
ni al requiebro angustiado de un amante sentido
que no sabe horadar
las venas de tu sangre,
no corre por sus ojos la herida de tus campos,
tus ríos se le escapan roncos entre las piedras
pero hunde en su pecho cubierto por tu velo
tu lágrima ahogada en una fiesta lúgubre,
la dibuja en tu aroma con un monstruo asustado
que espera en el rincón
donde grita el deseo que tuviste en el alba.
He matado tu acento en los vidrios cortados
que retan a la muerte
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
que muerde los recuerdos
y el canto de tu lengua que nunca se ha apagado.
Tu desierto en la lluvia, la sed de tu garganta,
el alma de tus besos hieren en los escombros
y arrastran los vestigios
de la amarga cadena que forjó tu alegría.
La cortina rendida de los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del lenguaje opresivo que impone el corazón
que siente tu latido en la espesura,
en la esperanza vana
que se enfrenta sin arte, espejos ni medida
al suspiro más hondo de tu ausencia
presente
en el pétalo negro de tu jazmín dormido,
en el tatuaje azul que no encontró la piel
que tuviera mi olvido
en tu noche más larga.
acorralados,
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera,
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos;
no recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima.
Vuelvo al patio romano
como si quisiera gritarle a las rosas
que no serán nunca tempranas
cuánto te quería
en los recovecos de los jardines de las murallas,
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda los calvarios brunos de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba
la pulpa del naranjo que oscurece
en el paseo crepuscular de Independencia,
y me estremezco
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos nostálgicos del agua
que se adentra en la noche de las incomprensiones,
de las barcas perseguidas
que gimen en la canción de tus arenas
como una sirena que ha renunciado al canto
y horada con los ojos la amargura de sus piernas
entre los espigones derruidos por el salitre y su silencio
donde la luna araña al mediodía
tu sombra sobre la tierra del olvido,
el corazón sediento que aún rememora la caricia
del clavel caprichoso que tuviste en la boca.
He inundado con hojas las puertas del pasado,
perseguido la esquina
que salta el burladero con un verso de muerte
para poder sentir la llama de tu boca,
el espejo en tus hombros, el brillo en tu mirada,
y no puedo encontrar
la calle de tu sombra, la nube que me hiere
vestida de algodón
mientras los sueños hondos nos alejan
y agoniza tu barca en otros varaderos.
Ya no puedo mirar, recogida en el aire,
la blusa que llevaste en un carmen cautivo,
la cruz de tu silencio y tu huella en la mar,
ya no siento tu rostro
embriagado en los días de las fechas sin nombre,
perdido en la marea de los vientos cambiantes.
en la acera estrecha de las citas
y vuelven las alas
de la cometa azul que se enreda con la noche
y refleja la elegancia de tu rostro en la bruma de los mares.
Nadie podrá decirte que no preguntaras
por lo perdido
con el corazón que latía en los labios del intento
en el balcón donde colgaba el flujo de los geranios.
Nadie podrá negar que cruzaras las nubes solitarias
con tu blusa anudada en la cintura,
que abrazaras el culto
de una mirada penetrante en el silencio
e inundaras con arrojo la lágrima de la rosa perdida
en el interior de los vientos de una derrota inconsolable.
Sigues en mis anhelos
con tu vuelo en mis brazos, el candor en las mejillas
y enciendes en mi mirada
la sombra cineraria de los héroes marchitos
que no encontraron el canto en mi corazón de viajero.
Sigues en mi memoria moviendo los instantes
con el trago doloroso
del primer verso que buscaba tu mirada y tu libreta,
sufro ese momento como si fuera tuyo
y me detengo en tu imagen
cada vez que lo escribo en tus labios todavía.
Comprendiste con dolor que los hombres nunca lloran,
después llegó el diluvio,
aprendimos a naufragar en la orilla
pero no sabemos lo que hemos aprendido;
el amor siempre es un sueño que nos despierta
y la vida nos sorprende durmiendo
cuando soñar es un privilegio de los atormentados
que no cierran los ojos cuando aparece el destino.
No puedes tener de mí lo que no me pertenece
no puedo tener de ti lo que perdiste
y aún conservas
en un poema de amor que nadie leerá nunca
aunque esté escrito en el muro de las lamentaciones.
Dejas en las arenas el rastro de un recuerdo
que vibra acompasado
en la huella del alma plena que no se pierde
en revistas que llegan vestidas de derrota,
ilusiones sin voz que gritan en el muro
donde esperas que vuelva mi nombre entre las piedras,
y dejas la distancia
de tu olvido a mi alcoba
con el reproche inquieto de una amante exiliada
que borda los deseos de juventud perdida
cuyos cordajes siguen latiendo en una fuente.
Entre las flores nuevas que no supe enviarte,
entre los verdes trigos brilla firme la aurora
como un sueño de luz
que se adentra en la calma cuando llega tu imagen
de la playa a la orilla y alienta los deseos.
Sigue abierta en tu rostro la primera sonrisa
entre el mar y los montes que cubren los paisajes,
entre pájaros tercos que cantan al mañana
y te llevan la espiga de un vuelo enmarañado
para tejer laureles
de un sentimiento antiguo.
Eres como los astros que ahogan el olvido,
como el árbol que llora la tristeza del mundo,
una sombra que siente
entre los espigones un poema perdido
de asonancia sentida en tus labios de sal,
eres como ese faro que nunca encontró puerto
y busca sin descanso tu mirada en la luz
para sentir que muere el peso de una culpa,
entre libros gastados y un mástil desteñido
penetras en el vientre de una esperanza incierta
porque nunca te rindes ni niegas el pasado.
gestos en la alborada, palabras en el mar
pero tú me rescatas
de los días sin nombre,
de la estatua sin fecha, del héroe vencido,
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía, y el Puente
que acaricia la huella del payaso afligido
que ronda por tu calle
con la guardia bajada y el rostro amoratado.
Y la Laja se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierten los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo,
y el corazón sombrío se adormece en tus hierros
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma,
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que grita tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.
Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.