martes, 7 de febrero de 2023

Nocturno en la escollera


 

Me dejó solo con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)
 
 
El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.
 
I

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo
y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo]
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.]

II

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando
en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron
y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,]
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.

III

Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,]
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.]

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros 
que se enamoraron de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.


IV

Me iré adonde habite el rumor de tu tristeza,
adonde mi boca llegue con un pregón que se levante
sobre las conciencias quietas que nunca reivindican
en la calle las ansias de justicia de Fabrizio De André,
sobre la memoria del tranvía de San Fernando
que vacío rueda hacia el vientre herido
que crepita en los labios de la noche,
sobre el coloso y la muerte que muestran sus caricias
terribles en la oscuridad mórbida de sus espejos
con una fragancia antigua que desprende los jirones
de los edificios hundidos por el hambre y el espanto.


Me iré adonde vaya la huella de tu cintura,
adonde juegue el aire con tu sonrisa ausente,
adonde los tableros oscuros del teatro
respiren la función que nunca tuvo vida,
aunque vibren en el pecho y en la frente,
adonde los pulsos inundados por las rosas del destierro
duerman,
porque ya no tengo camisa, paloma, ni azucena

que puedan llevar sobre el hombro
la imagen de tu mirada fresca tendiendo hilos dorados
en la sábana del viento que se proyecta en el futuro.

Porque perdí la paz y no puedo tener
la palabra imprecisa para vestir mi queja,
porque cerrarás mi voz cuando grite el horizonte
y el arroyo de los niños encuentre su cauce,
su baranda y su puente,
cuando el poniente acaricie el rostro luminoso
de los enamorados que vagan por la playa
cuando el verano alarga su latido en la arena ardiente
que llora en tu recuerdo,
su sombra fresca en el alma del pozo
donde juegan los pájaros con las cañaverales y el olvido.

 


V

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,]
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,]
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo]
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,]
cuando no hayas muerto
en la manzana que muerde en el mismo bocado
las llamas del Paraíso
y la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.

VI

Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.
 


VII

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada, y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.