poeta de causas perdidas,
cantor de tristezas
cantor de alegrías,
¿cómo serían mis versos?
Si cada verso que escribo está muerto.
(Eva Sobredo)
y no se aparta
de aquel día luminoso que se vistió de gris,
de aquellos ojos que derramaron una lágrima,
de la tristeza que se agolpa en la almohada.
Decían los periódicos que una equilibrista
cayó al vacío
y no volvió a intentar el más difícil todavía.
Tendría que haberla amado
aunque no me dejara, ni me conociera,
que haber llorado por una canción confusa,
despertado en una voz hiriente que sufría...
Déjame escuchar las palabras de amor
que no supieron aflorar desde tu silencio
en las horas más tristes,
cuando más las necesitaba,
los poemas abandonados en la calle
por donde nadie pasa en estos días.
Déjame recordarte por encima de todos los fracasos
en el último templo que quede
de la arrogancia ante la vida,
en tu primer deseo perdido entre los árboles,
en la carta apasionada de un muchacho confundido
que no supo encontrarte y vive entre los muertos...
Paseaba en un día luminoso de agosto por la Carretera Nueva, el taró nos había dado tregua aquel año, me sentí como si mi adolescencia se esfumara y fuera consciente, de una vez por todas, de que el hombre había pisado la Luna blanca de la mañana. Apenas reflexioné sobre la muerte, disimulé como pude que tuviera los ojos empañados, mirando hacia la playa donde me arrojé a los brazos de los Beatles unos dos meses antes, y donde seguía sonando en mi vida, asocié a esos artistas inmensos con la equilibrista que resbaló y, como siempre, había quitado la red. Yo no sabía entonces que uno de los primeros y desafortunados intentos por asomar la cabeza de Cecilia instaba a los de Liverpool a que volvieran a unirse.
Vamos a prestar atención a lo que dice, podría decirlo cualquiera que tenga un poco de sensibilidad, cualquiera que se arrojara en los brazos de sí mismo sin ningún miramiento; hay buena gente tan mala que nunca lo hace por miedo a que se rompan los espejos de su respetabilidad. ¿Y si Dios existiera y no fuera bueno, y anduviera siempre preocupado por su propia eternidad porque no la comprende?
Cecilia era grande, Evangelina una exiliada voluntaria, no le gustaba ese nombre con tantos guiños a la religiosidad más estirada y solemne, pero tomó su hipocorístico, idéntico al primer nombre de mujer para firmar sus canciones. Aquí estamos viajando dulcemente al dolor de sabernos perdidos y admitiéndolo; perdimos algo muy grande cerca de Benavente. Es probable que fuera dormida y no pudiera recurrir a la ironía de la vida que le arrebataban los hados en su mejor momento creativo. La noche, y una carreta sin luces, nos privaron de seguir escuchando canciones inolvidables.
y no pienso volverme atrás
me mataría mañana
sin pensarlo más.
Aunque sé que a muchos el nombre de Cecilia
no les dirá absolutamente nada, esa nada a la que le escribió unos
versos imborrables, ella fue, a pesar de su look nada acorde con la
expresión, la gran dama de la canción española, ya que no tenía nada que
ver con la solemnidad escalofriante de Juliette Gréco, con la pasión
efectista e iconoclasta de Mina, ni con el temperamento arrollador de
Amália cantando La Zarzamora. Sé que esto no me lo perdonaría teniendo
en cuenta su radical rebeldía ante el mundo y la España provinciana, de
perfil bajo y estrecha, milagrera y asustada de la libertad que, como
Larra, encontró a su vuelta, ya que pasó buena parte de su niñez y
adolescencia viajando con sus padres, él era diplomático y esto le ayudó
a tener los ojos bien abiertos y describir lo que veía por ella misma
sin las cortapisas sociales, ni la bendición desde el púlpito.
Cuando la conocí realmente, quiero decir a comprender lo que
decía sin el ramito de violetas, estaba muerta y yo en Toledo y me
quedé prendado con esta canción que aún hoy sigue siendo mi favorita
entre las de ella. No creáis que es fácil decir algo así o aceptar con
los ojos en paz que otra gran canción de ella haya quedado inédita.
Un pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas.
Por grandes y profundos que sean los conocimientos de un hombre, el día menos pensado encuentra en el libro que menos valga a sus ojos, alguna frase que le enseña algo que ignora.
“El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer.”
Creo que ninguno de los dos son demasiados conocidos fuera de España, la razón podría ser que se centraron en buena parte de su obra en los problemas específicos que se encontraron, aunque, como todo autor de valía, ambos supieron ahondar en los sempiternos problemas de la naturaleza humana y el amor.
me tienen que enterrar
y unos cipreses negros
se llevarán mis sueños,
Si no fuera porque mi padre
siempre llora en los entierros...
Si no fuera porque mi amante
es algo sentimental,
me mataría mañana mismo
sin pensarlo más.
(Eva Sobredo - Si no fuera porque - 1973)
No tuvo tiempo de matar, como deseaba fervientemente, por culpa de un estúpido accidente de tráfico, a la niña que se llamaba Evangelina Sobredo y creía en un Dios severo al que rezaba cada noche antes de cerrar los ojos con más miedo que devoción, con más desconfianza por su omnipotencia que respeto venerable por su mirada comprensiva e indulgente. Pero como reconoce en “Cuando era pequeña” pudo ser feliz a pesar de la oposición de Dios y las costumbres incompatibles con las ansias de libertad de su espíritu.
Pero mantuvo gustosa a la Eva que firmaba sus canciones y tenía el mismo apellido que la niña que se entregó a Cristo cuando hizo la comunión, aquella que dominaba el inglés a consecuencia de viajar constantemente por el mundo a causa del oficio de su padre; compuso y cantó varias canciones en este idioma, particularmente pienso que se encuentran entre lo menos brillante de su autora, su primer álbum habría sido mejor si todas las canciones hubieran sido cantadas en castellano.
La mayoría de los españoles recuerda a Cecilia por una canción agradable y tierna que, desde mi rincón, poco dado a rendirle culto a la seriedad solemne de la clase acomodada de la España provinciana de aquellos días, no alcanza a ver, ni de lejos, la excelencia de sus mejores canciones, a pesar de ser una buena canción.
Un ramito de violetas no tiene la profundidad terrible de la apología del suicidio consentido, como diría Manuel Machado “que la vida se dé la pena de matarme, ya que yo no me doy las ganas de vivir” ante la constatación de que las personas sensibles nunca pueden hablar con el ruido de la vida cotidiana ya que apenas quedan sentimentales para compartir las emociones en "Si no fuera porque", la melancolía de un examen de conciencia exigente de "Con los ojos en paz", en la que pone en duda el trágico destino de la moral del poeta cuando se pliega a la vulgaridad y los halagos sustentados en las buenas costumbres o la tristeza nostálgica ante la muerte de un amor porque la evolución vital de los amantes les ha convertido en dos desconocidos de "Tuvimos algo tan bello", en fin, el nihilismo rebelde, delicado y sentimental de "Nada de nada". Ésta última fue la primera canción que escuché de Cecilia, fue en el Siete Colinas y era dentro de un documental que durante media hora repasaba el panorama musical de la música española del momento, llamada ligera con poca consideración. Había excelentes canciones, pero ninguna me gustó tanto como la de Cecilia, nombre que adoptó como homenaje a Simon y Garfunkel.
Pero tiene, apenas compuso canciones de las que no se pueda destacar algo, la rebeldía paradójica de quien acepta interpretar su papel en la vida mientras roba a ratos perdidos la oportunidad de soñar que le ha puesto delante de los ojos un destino anónimo que se acuerda de los tiernos que llevarán a la fosa sus propias costumbres rebeldes y acosadas por un entorno asfixiante que se opone a lo diferente y a la alegría.
Quizás nadie advierte al hablar de esta canción que se sustenta en una infidelidad de pensamiento, casi de igual calado a la que atormenta a Joyce cuando resucita el recuerdo de los muertos y habla de la persistencia emocional de un poeta adolescente para oponerla a la rutina de una sociedad tradicionalista marcada por el Catolicismo más riguroso y la dominación británica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.