domingo, 5 de febrero de 2023

Cecilia - Con los ojos en paz




 
Si yo me llamara profeta,
poeta de causas perdidas,
cantor de tristezas
cantor de alegrías,
¿cómo serían mis versos?
Si cada verso que escribo está muerto.

(Eva Sobredo)

    De adolescente uno suele ser muy impresionable y, recordando, piensa en la mañana de agosto que se enteró de la muerte en un accidente de tráfico de aquella que le mostró un nihilismo tierno e irreverente en el Siete Colinas con su "Nada de nada". Ahí me enganchó, podía ser el año 1973 y la música ya no sería la misma para mí; era necesario forjar buenas canciones a partir de la letra. Ya lo hacían Pablo Herreros y José Luis Armenteros, Solera y Vainica Doble, entre otros.
 
 Déjame escapar de esa realidad que quema
y no se aparta
de aquel día luminoso que se vistió de gris,
de aquellos ojos que derramaron una lágrima,
de la tristeza que se agolpa en la almohada.

Decían los periódicos que una equilibrista
cayó al vacío
y no volvió a intentar el más difícil todavía.

Tendría que haberla amado
aunque no me dejara, ni me conociera,
que haber llorado por una canción confusa,
despertado en una voz hiriente que sufría...

Déjame escuchar las palabras de amor
que no supieron aflorar desde tu silencio
en las horas más tristes,
cuando más las necesitaba,
los poemas abandonados en la calle
por donde nadie pasa en estos días.

Déjame recordarte por encima de todos los fracasos
en el último templo que quede
de la arrogancia ante la vida,
en tu primer deseo perdido entre los árboles,
en la carta apasionada de un muchacho confundido
que no supo encontrarte y vive entre los muertos...
 
(El día que cayó la equilibrista)

    Paseaba en un día luminoso de agosto por la Carretera Nueva, el taró nos había dado tregua aquel año, me sentí como si mi adolescencia se esfumara y fuera consciente, de una vez por todas, de que el hombre había pisado la Luna blanca de la mañana. Apenas reflexioné sobre la muerte, disimulé como pude que tuviera los ojos empañados, mirando hacia la playa donde me arrojé a los brazos de los Beatles unos dos meses antes, y donde seguía sonando en mi vida, asocié a esos artistas inmensos con la equilibrista que resbaló y, como siempre, había quitado la red. Yo no sabía entonces que uno de los primeros y desafortunados intentos por asomar la cabeza de Cecilia instaba a los de Liverpool a que volvieran a unirse.

    Esta canción no la escuché hasta 1995, me la aconsejó una amiga que estaba mejor relacionada que yo con la contracultura quizás un poco afectada con guiños a un orgullo nada real de sentirse diferente. Yo pensaba que debía tenerla, pero no, la cassette que compré en un mercadillo en Toledo en 1980 no era el antológico Cecilia 2, sino una recopilación en la que brillaba la presencia de canciones de este disco.

    Vamos a prestar atención a lo que dice, podría decirlo cualquiera que tenga un poco de sensibilidad, cualquiera que se arrojara en los brazos de sí mismo sin ningún miramiento; hay buena gente tan mala que nunca lo hace por miedo a que se rompan los espejos de su respetabilidad. ¿Y si Dios existiera y no fuera bueno, y anduviera siempre preocupado por su propia eternidad porque no la comprende?

    Cecilia era grande, Evangelina una exiliada voluntaria, no le gustaba ese nombre con tantos guiños a la religiosidad más estirada y solemne, pero tomó su hipocorístico, idéntico al primer nombre de mujer para firmar sus canciones. Aquí estamos viajando dulcemente al dolor de sabernos perdidos y admitiéndolo; perdimos algo muy grande cerca de Benavente. Es probable que fuera dormida y no pudiera recurrir a la ironía de la vida que le arrebataban los hados en su mejor momento creativo. La noche, y una carreta sin luces, nos privaron de seguir escuchando canciones inolvidables.
 

 

Si no fuera porque he pecado
y no pienso volverme atrás
me mataría mañana
sin pensarlo más.
 
 
Larra y Eva Sobredo


    Aunque sé que a muchos el nombre de Cecilia no les dirá absolutamente nada, esa nada a la que le escribió unos versos imborrables, ella fue, a pesar de su look nada acorde con la expresión, la gran dama de la canción española, ya que no tenía nada que ver con la solemnidad escalofriante de Juliette Gréco, con la pasión efectista e iconoclasta de Mina, ni con el temperamento arrollador de Amália cantando La Zarzamora. Sé que esto no me lo perdonaría teniendo en cuenta su radical rebeldía ante el mundo y la España provinciana, de perfil bajo y estrecha, milagrera y asustada de la libertad que, como Larra, encontró a su vuelta, ya que pasó buena parte de su niñez y adolescencia viajando con sus padres, él era diplomático y esto le ayudó a tener los ojos bien abiertos y describir lo que veía por ella misma sin las cortapisas sociales, ni la bendición desde el púlpito.  

 




    Cuando la conocí realmente, quiero decir a comprender lo que decía sin el ramito de violetas, estaba muerta y yo en Toledo y me quedé prendado con esta canción que aún hoy sigue siendo mi favorita entre las de ella. No creáis que es fácil decir algo así o aceptar con los ojos en paz que otra gran canción de ella haya quedado inédita.

Frases de Larra
 

Los madrileños se acercan al circo a ver un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres.
 *** *** ***
 

Un pueblo no es verdaderamente libre mientras que la libertad no esté arraigada en sus costumbres e identificada con ellas.

*** *** ***

Por grandes y profundos que sean los conocimientos de un hombre, el día menos pensado encuentra en el libro que menos valga a sus ojos, alguna frase que le enseña algo que ignora.

*** *** ***

“El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer.”

*** *** ***
 
“Hay algunos hombres que no dicen lo que piensan y otros que piensan demasiado lo que dicen.”
 
*** *** ***
"En la sociedad siempre triunfa la hipocresía."
 
*** *** ***
 
"Bienaventurados los que no hablan; porque ellos se entienden."
 
*** *** ***
 
"Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta."
 
 

 

    Merece la pena conocer a Cecilia. Como Mariano José pasó su niñez en el extranjero, este porque su padre era afrancesado, ella porque era diplomático el suyo. Quizás por ello, ambos se horrorizaron con la España que se encontraron cuando volvieron, en plena juventud, a ella. Él porque Madrid parecía un pueblo, apenas con sus virtudes y sus muchos defectos, muy atrasado comparado con París, ella porque encontró lo que serían los últimos estertores de la España católica practicante que favorecía, por el culto a las apariencias consecuentes de estas y a que seguía campando a sus anchas nuestro pecado capital, también de los catalanes. Antes del Procès creía que por su laboriosidad, su seriedad en la más positiva de sus acepciones y un pragmatismo sano importado de la Europa más evolucionada, eran distintos. Debo reconocer que estaba equivocado que nunca hayan dejado de ser tan envidiosos como el resto de los españoles.

    Creo que ninguno de los dos son demasiados conocidos fuera de España, la razón podría ser que se centraron en buena parte de su obra en los problemas específicos que se encontraron, aunque, como todo autor de valía, ambos supieron ahondar en los sempiternos problemas de la naturaleza humana y el amor.
 
 
Si no fuera porque
me tienen que enterrar
y unos cipreses negros
se llevarán mis sueños,
Si no fuera porque mi padre
siempre llora en los entierros...

Si no fuera porque mi amante
es algo sentimental,
me mataría mañana mismo
sin pensarlo más.

(Eva Sobredo - Si no fuera porque - 1973)

    Valorando que compuso casi todas sus canciones, que tenía una voz tierna y preciosa, que la música de sus canciones, por desgracia no en algunas de las mejores, como en "Con los ojos en paz", resiste el paso del tiempo y que era una gran poeta, llego a la conclusión de que no ha habido cantante española como ella. Pienso que le gusta a todo aquel que la conoce. Tengo la impresión de que ahora la tenemos un poco olvidada, pero estoy seguro de que volverá...
 
Decir adiós
 
 
Decir adiós es triste, pero es más triste aún no saber decirlo cuando los hados han decidido que debes hacerlo. No creo en los dioses pero pienso que el destino es lo que pasó y tantas veces no fue.



Cecilia como todas las personas importantes a las que no quería parecerse tenía varios nombres, pero, como Pessoa, solo tuvo cuatro o cinco heterónimos bien perfilados, artísticamente definidos, con una disparidad de pensamiento y de sentimiento tal que habían configurado unas marcadas diferencias de carácter en la misma persona. La mayoría de la gente solo tiene uno o dos nombres y no los suele soportar aunque los defiendan con un orgullo ciego cuando se sienten atacados por cualquier trivialidad, lo que nos da la medida de su egocentrismo, de su amor propio como diría mi madre y corroboraría mi abuela.
 
 (14 de mayo de 2014)
 
   

    No tuvo tiempo de matar, como deseaba fervientemente, por culpa de un estúpido accidente de tráfico, a la niña que se llamaba Evangelina Sobredo y creía en un Dios severo al que rezaba cada noche antes de cerrar los ojos con más miedo que devoción, con más desconfianza por su omnipotencia que respeto venerable por su mirada comprensiva e indulgente. Pero como reconoce en “Cuando era pequeña” pudo ser feliz a pesar de la oposición de Dios y las costumbres incompatibles con las ansias de libertad de su espíritu.

    Pero mantuvo gustosa a la Eva que firmaba sus canciones y tenía el mismo apellido que la niña que se entregó a Cristo cuando hizo la comunión, aquella que dominaba el inglés a consecuencia de viajar constantemente por el mundo a causa del oficio de su padre; compuso y cantó varias canciones en este idioma, particularmente pienso que se encuentran entre lo menos brillante de su autora, su primer álbum habría sido mejor si todas las canciones hubieran sido cantadas en castellano.

    La mayoría de los españoles recuerda a Cecilia por una canción agradable y tierna que, desde mi rincón, poco dado a rendirle culto a la seriedad solemne de la clase acomodada de la España provinciana de aquellos días, no alcanza a ver, ni de lejos, la excelencia de sus mejores canciones, a pesar de ser una buena canción.
 


 
    Un ramito de violetas no tiene la profundidad terrible de la apología del suicidio consentido, como diría Manuel Machado “que la vida se dé la pena de matarme, ya que yo no me doy las ganas de vivir” ante la constatación de que las personas sensibles nunca pueden hablar con el ruido de la vida cotidiana ya que apenas quedan sentimentales para compartir las emociones en "Si no fuera porque", la melancolía de un examen de conciencia exigente de "Con los ojos en paz", en la que pone en duda el trágico destino de la moral del poeta cuando se pliega a la vulgaridad y los halagos sustentados en las buenas costumbres o la tristeza nostálgica ante la muerte de un amor porque la evolución vital de los amantes les ha convertido en dos desconocidos de "Tuvimos algo tan bello", en fin, el nihilismo rebelde, delicado y sentimental de "Nada de nada". Ésta última fue la primera canción que escuché de Cecilia, fue en el Siete Colinas y era dentro de un documental que durante media hora repasaba el panorama musical de la música española del momento, llamada ligera con poca consideración. Había excelentes canciones, pero ninguna me gustó tanto como la de Cecilia, nombre que adoptó como homenaje a Simon y Garfunkel.
 


    Pero tiene, apenas compuso canciones de las que no se pueda destacar algo, la rebeldía paradójica de quien acepta interpretar su papel en la vida mientras roba a ratos perdidos la oportunidad de soñar que le ha puesto delante de los ojos un destino anónimo que se acuerda de los tiernos que llevarán a la fosa sus propias costumbres rebeldes y acosadas por un entorno asfixiante que se opone a lo diferente y a la alegría.

    Quizás nadie advierte al hablar de esta canción que se sustenta en una infidelidad de pensamiento, casi de igual calado a la que atormenta a Joyce cuando resucita el recuerdo de los muertos y habla de la persistencia emocional de un poeta adolescente para oponerla a la rutina de una sociedad tradicionalista marcada por el Catolicismo más riguroso y la dominación británica.

 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.