No me sentía así de bien desde hacía años, el grupo me tenía en un
punto de inspiración desordenado, Laura, al fin se escucharían mis
canciones y no se te ocurría otra cosa que levantarme un dique en el que
se estrellara mi mediocridad asumida de madurito falto de cariño. Algo
me estaba pasando que se rebelaba contra ti, contra tu propensión a
tildarme de payaso patético y narcisista.
Cada vez que llegaban las seis de la tarde me preparaba para
lidiar con la extraña personalidad de Juanito, me trataba como si fuera
un sacerdote, solo le hacía falta decir amén al cerrar cualquier cosa
que le dijera, yo quería llevarlo todo al punto de la discusión, pero
llegaba molido por tu desprecio, ese payaso al que antes hice mención me
desgarraba las venas y mi mente se quedaba en blanco, ni siquiera sabía
hablar en prosa. ¿Recuerdas que llevabas años sin leer una sola línea
de lo que yo había estado escribiendo? Tú, mi conquistadora, sin poder
memorizar los versos que yo no había escrito. Sin que lo supieras
preferías perderme a darme la razón en mis ansias de querer sacar unas
canciones, era lo que más amaba, lo que más sigo amando, pero no tanto
como a ti, incluso cuando me arrojabas a la arena de un circo que no era
el mío, en el que se encaramaban las fieras de esta ciudad, la tuya y
la mía, con unas entrañas inflexibles, sin otra aspiración que obtener
algún cuidado de que su mediocridad quedara al descubierto.
¿Qué hubiera ganado renunciando a esa actividad frenética como
querías que hiciera por ti? Posiblemente me hubieras aborrecido y me lo
habría merecido; hemos de sacar lo que llevamos dentro y emana de
nuestro corazón y añora temple, pero tú sabes que eso nunca ha estado
conmigo, me lanzo a la idea del momento como si fueses necesario: El
artista siempre está en una lucha despiadada contra el mundo y ya dijo
Kafka que al final estamos de su lado, le perdonamos la vida y nos acaba
comiendo a pesar de nuestra calidad celebrada de indigestos y huesosos.
Fueron meses terribles pero fecundos por los últimos días antes
del concierto; llevábamos muchas semanas y aquello no arrancaba, todo lo
que había era una gran canción, Frías siluetas, cuyo autor se les iba
yendo de la memoria, no sabían ya con certeza de quién era o quién había
aportado algo a ella, se hablaba de un tal Diego pero con mareas de
duda e indefinición. Era todo el bagaje junto a una desafortunada toma
de un poema mío de hacía un montón de años que llevaba La Cutrebán, como
yo solía llamar a la formación con el disgusto más que aparente de sus
miembros, habían caído en la trampa de la supuesta dignidad y no querían
dar ninguna pista de su origen de barrio marinero. Otro debate era si
yo pertenecía o no al grupo, yo lo veía claro y era un no rotundo; no
cantaba, no tocaba instrumento alguno, pero casi todos sus miembros
deseaban que lo fuera, apreciaban mucho tener en exclusiva a un buen
letrista. Mi hermano Manolo, con su batería prestada o comprada de
segunda mano, se molestó cuando le propuse al líder del grupo que
ensayaba en el garaje de al lado pasarle alguna canción, creo que lo
hice, a pesar de ello, y no hizo apenas nada con ello, no hace mucho
supe que llevaba años muerto, el cáncer lo visitó de una forma
arrolladora a una edad muy temprana, me sentí un poco solo; no había
tenido una gran relación con él, pero se me iban los compañeros de
generación sin darme cuenta, sin dejar de pensar que una de sus tumbas
podría haber sido la mía.
En siete días llegamos a las once o doce canciones, era increíble
la facilidad con la que empecé a provocar el talento anárquico del
impredecible Juanito, cada letra me era devuelta al otro día convertida
en acordes y malabarismos dado que era un músico hecho por sí mismo,
zurdo cerrado que había aprendido a tocar como diestro ya que no podía
permitirse la carestía de las guitarras destinadas a la gente como él,
bromeando yo decía que hubiera sacado música de un listín telefónico. Me
sentí ilusionado y orgulloso de mí mismo porque en "La canción"
colaboré con él en la parte de la música, pasé una vergüenza enorme
mientras se la cantaba como yo la veía, pero captó muy bien la idea; La
muerte volverá a tenerme en sus brazos / y no podré callarme para que me
comprendas... Ya sabes que yo hubiera sido siempre de Fassbinder y sin
tener que recurrir a las anfetaminas.
Sabes que todo acabaría en un fracaso estrepitoso, pero había
logrado de una forma un tanto extraña, pertenecer a aquellos que se
desenvolvían con la música y la letra y Juanito callaba las bocas de
aquellos que sabían solfeo y buscaban días y días la nota adecuada
cuando él encontraba siempre lo que buscaba con unos conocimientos
elementales, sin saberlo tenía el espíritu del rock’n’roll; Holly,
Lennon, Richards.
Los organizadores consintieron impasibles y puede que con agrado
al escarnio público de los heavies, que ensordecieron durante la
actuación de “La Cutrebán” el antiguo cine Cervantes, que no dieron la
menor oportunidad de que demostraran que existían. Era una gala benéfica
para recaudar fondos para un niño que tenía cáncer, pero la competición
estaba abierta, ellos tenían más conocidos que nadie y, además, su
coeficiente intelectual no parecía entender el significado de la palabra
respeto; a esos padres, a ese niño, a esos compañeros de fatiga que se
movían en su propia indiferencia en una ciudad donde no gusta la música.
Tras la actuación, a la que nadie quiso hacer caso alguno, bueno
se comentó con sorna el look de Juanito de un country rancio y
llamativo, vino la desbandada. Solo y sin ti, recorrí el lado sórdido de
una ciudad que tenía en sus ligas y en sus medias un perfil
prostibulario, políticos flirteando con el alcohol y la cocaína,
muchachas jóvenes vendiéndose amigablemente para recoger un poco del
polvo esparcido por el viento.
Me preguntas por
Georgia y yo te pido que te alejes de la tierra de promisión y le pongas
un rostro de mujer, el tuyo, por ejemplo. Al final acabaría colgado por
la elegancia de tu gesto de la amante que sufría el abandono, yo no
supe llorar cuando llorabas. Ni tú ni yo supimos nunca demasiado acerca
de eso que llaman vida y que nos roba durante demasiado tiempo la
sonrisa. Sigo queriéndote pero me ahogo en tus orillas, sufro por
quererte y no sé cómo dejar de hacerlo. Esa muchacha de la que sentías,
con toda la razón de tu parte, unos celos hirientes y destructivos acabó
siendo un fiasco de los grandes, huyó, como cualquiera haría, de un
loco que ha roto las cadenas y tiene que volver a aprender a hablar. En
pocos días se me representó en aquella muerte de oficina su pragmatismo
usurero, la vulgaridad de sus aspiraciones.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.