martes, 18 de octubre de 2016

Vuelta a la última soledad.

Basta algo de silencio y todo se detiene
en su lugar real, igual que está mi cuerpo. 
(Cesare Pavese - traducción José Agustín Goytisolo)


Una mujer me llama desde la lejanía,

me confundo y presencio

las notas de un diluvio

que empapa las arcadas, que grita en los tejados,

y la mujer se pierde con unas cartas grises

que no llevan mi nombre

en ningún corazón, en ningún sentimiento,

solo la larga sombra de mi melancolía

aparece y se inquieta

como si molestase a mi gesto dolido,

soy, como dice el aire, una llama en la nada

que tiembla en un desierto donde no queda arena,

mensajero perdido en un intento vano

de retener los ojos

de aquella que me mira

como a un muro indolente que cae sin testigos.

Es preciso estar solo para hablar con la muerte.

 

Cuando vuelvo al Albergo

di Roma por la noche

siempre escucho la ausencia de una abierta sonrisa

y la voz que me hiere,

ya no tiene sentido evocar la palabra

que nunca sonará o esperar que retorne

y se quede en la mesa

donde habita ese libro que no comprende nadie.



(17 de octubre de 2016)

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.