Aquel niño que fui vivió en otro silencio,
entre montes y mares
quedaron repartidos
sus amores, sus juegos,
y aquel anochecido desvelo de la tierra
que nunca lo buscaba y siempre florecía.
En tus ojos de olivo
siembra la tarde
vuelos de mariposa
tardíos que se escapan.
Ahora vive exiliado en un barrio dormido
que baraja la sombra
de la muerte que brama
en el madero tosco de los crucificados
que siembra los caminos
de aquella ensoñación de la espina que pesa
como el recuerdo herido de una ilusión ignota,
como el árbol que crece en medio del espanto.
Regresan los painicos
en el recuerdo
y alargan tu sonrisa
como fuente que mana.
Cartones por los suelos, coches en las esquinas,
trovadores sin sueño que cantan a la muerte
para sentir la vida que vibra en otro instante
para reconocerla en un milagro tierno.
Aquel niño que fui permanece encantado
por el gemido intenso de una pena que grita
en las vías sin trenes, en la quietud que pasa,
por la playa que entierra su entraña de la arena
por los embarcaderos que la marea abriga.
Aquel niño que fui
busca tus alas
abiertas en el alba
en el aire despiertas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.