La muerte tiene ojos color avellana.
(Manuel Vicent)
Me equivoqué, Constance,
al pensar que tus ojos eran un cielo,
en una mañana espesa de engañosa primavera
en una mañana espesa de engañosa primavera
de
ideas descontroladas,
una habitación abierta a
sombras desiguales,
un estanque tenso, anclado
en los ejes de un diario
dolorido
que no quería seguir y manchaba las palabras,
las fechas, las fotografías, la tinta, los borrones...
las fechas, las fotografías, la tinta, los borrones...
Así tu mirada muestra en tu rebeca
la
muerte cuando piensas
en los cánticos que rompen
con una melodía
la fragilidad de la noche
del amante
adolescente
en su primera cita con Georgia en el recuerdo,
así la primavera parece
recortarse
en un grito lejano donde
las flores brillan
cuando luces tu vestido
por las calles antiguas
que sueñan con tu paso y
acarician tus pecados.
Ya no habrá queja alguna,
el sol hierve despacio y sonríe la última
luminiscencia de tu acento
distante, estanco,
perdido al pie de una nota,
de algún verso suelto
en una canción sin vida.
Ya no podré negarte en la firma de esos días,
ya no podré fingir
el amor entre tus piernas,
el amor entre tus piernas,
este limo del Tíber se olvidó de estas cruces
que vigilan sin tregua los gigantes de piedra,
pienso en mi pueblo quieto, párvulo de llanura,
allí recordarán a un triste apasionado
que no se echó a los montes y murió en esa pena
ebria de remordimientos.
ebria de remordimientos.
Callas, y en torno a ese
silencio se derrama el amor
que las columnas del
pórtico no sostienen,
el amor que los
transeúntes tocan, torturan
y no guardan
pues no lo reconocen en
la claridad de la fiesta
oscura que crepita cuando planeas otro vuelo,
pues temen los
suspiros de mujeres de negro
que siguen en la guerra, estallan, se enamoran
de los ángeles caídos, de
los hombres sin noticia.
Eres como una isla que se
me aleja y canta
con el perfume ciego de
una rosa cortada,
como el ayer de una comparsa que se oculta
en la máscara suave de un
carnaval extinguido
que sigue con sus quejas
sin mirar el calendario.
No era azul el cielo que
descubrí en tus ojos,
no era roja la herida que
esbocé en tu pecho,
quizás solo la carne me
arrastra cuando hablo
cansado de latir,
quizás solo el deseo sabe
cuánto he amado
el color de tus medias,
la muerte en tus ojos.
Escucho en la penumbra de
este cuarto velado
mi último requiebro,
mi último requiebro,
tu
blusa ajustada,
tu pelo ordenado y quieto
de esos días
de brillantina y laca,
de brillantina y laca,
tu determinación
de hundirme en el olvido
de arrastrarme en la
Troya
que hieres y arrebatas;
quedarán mis palabras
tus imágenes dormirán en
los archivos
aunque cambien de nombre
y te duela.
Te fuiste en abril, el
año
lo he olvidado,
lo he olvidado,
estarás en mi mente
y serás un recuerdo
en la llama de agosto, en
las calles de Turín
en sombras bajo el sol
que me empuja a la nada.
Ha pasado el amor, la
muerte tiene hoy
lo que fue del silencio,
desde el silencio vuelve
tu voz esta mañana,
tus ojos avellana son el
triste sudario
de un sueño interrumpido
que mantuve despierto
y no supe mirarte aunque, sin duda, te amaba.
y no supe mirarte aunque, sin duda, te amaba.
7 de octubre de 2016
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.