Déjame
respirarte
en la última
tarde
que no tengan
tus ojos
vestigios del
amor.
Déjame
ascenderte
en mi delirio alado,
para que pueda
ser
albatros en tu
risa.
No he perdido
la llama
oscura de tus
labios,
no he perdido
tu pelo,
no te he
crucificado.
Sigo en el
camino
donde encontré
tu huella.
Son tan largos
los clavos,
tan frescas las
espinas.
(abril 1998)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.