Las palabras que nadie puede comprender,
el lugar donde de niña imaginabas
una muerte dulce en primavera,
porque el temor a Dios era más cálido,
menos oscuro,
el sueño que siempre rompía los cristales
sin brillo de mi soledad,
esa soledad mía que tú llevabas en los ojos
aunque no pueda acordarme
del dolor que rondaba las mariposas encendidas
flotando sobre el aceite.
Ahora dibujas en paredes que perdieron la blancura
y no despiertan murmullos,
caminas por lugares que fueron derribados
y lloran
por un barrio sin alma que te ha dado la mano
para no entrar solo en el olvido.
Nadie puede explicar adónde fuiste,
cómo perdiste la túnica virgen
de tu imagen de niña descontenta,
por qué no llegaste a ver la luz del rayo
que traía a tus ojos la alborada.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.