Dios está
llorando sobre las calles de Abyla[1],
esas que
se han llenado de noche esta mañana,
no
aquellas encendidas al calor de tus besos,
ni
aquellas invocadas en la última agonía
de
aquélla que recuerdo[2].
Esta
oscura mañana de planetas perdidos
que
amenazan mi pecho como una estalagmita
hace
que te pronuncie
como
estrella que brilla y busca emociones
en
la noche del alma.
Me
han llegado las hojas sin tallo del otoño,
me
han llegado los partes de tus viejas ausencias
que
ruedan sin consuelo
en
el raíl mojado que llora entre la lluvia.
Sigue
tu primavera ardiendo en mi memoria,
en
el Jardín quedaron
nuestros
bancos de piedra,
nuestros
nombres grabados en el sauce que gime
sin
alma ni esperanza de encontrar tu sonrisa.
¡Ay,
juventud ligera que se llevó tu blusa
en
sueños de poeta perdido en la tristeza!
¡Ay,
vestidor del tiempo que me arrancó la falda
que
cruzaba las vías hondas de mi deseo!
Y
están todos los cielos, y están todas las calles
en
el hueco profundo de no encontrar tu huella
borrada
por las aguas que el tiempo se ha llevado,
sin
rastro de ti misma, hundida en el silencio.
Dios
está llorando sobre las calles de Abyla,
esas
que se han llenado de noche esta mañana.
(19/11/1999)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.