sábado, 4 de julio de 2015

19 de Noviembre



Dios está llorando sobre las calles de Abyla[1],

esas que se han llenado de noche esta mañana,

no aquellas encendidas al calor de tus besos,

ni aquellas invocadas en la última agonía

de aquélla que recuerdo[2].




Esta oscura mañana de planetas perdidos

que amenazan mi pecho como una estalagmita

hace que te pronuncie

como estrella que brilla y busca emociones

en la noche del alma.



Me han llegado las hojas sin tallo del otoño,

me han llegado los partes de tus viejas ausencias

que ruedan sin consuelo

en el raíl mojado que llora entre la lluvia.



Sigue tu primavera ardiendo en mi memoria,

en el Jardín quedaron

nuestros bancos de piedra,

nuestros nombres grabados en el sauce que gime

sin alma ni esperanza de encontrar tu sonrisa.



¡Ay, juventud ligera que se llevó tu blusa

en sueños de poeta perdido en la tristeza!

¡Ay, vestidor del tiempo que me arrancó la falda

que cruzaba las vías hondas de mi deseo!



Y están todos los cielos, y están todas las calles

en el hueco profundo de no encontrar tu huella

borrada por las aguas que el tiempo se ha llevado,

sin rastro de ti misma, hundida en el silencio.



Dios está llorando sobre las calles de Abyla,

esas que se han llenado de noche esta mañana.
(19/11/1999)











[1] Abyla: Nombre que dieron los fenicios a Ceuta.
[2] Fragmento escrito sobre un artículo del periódico El País, donde se anunciaba la concesión del Premio Nacional de Poesía a José Hierro, por Cuadernos de Nueva York. Nunca en mi vida he visto un día más oscuro.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.