Acariciar
tu boca
abierta
en la mañana,
o
sentir que los perros
ladraban
otra muerte.
Cuando
quise besar
la
luz de tu sonrisa
salpicaba
otro barro
la
voluntad de amarte.
Ya
no te puedo ver
soñando
por las calles
cual
muchacha de blanco
del
cuadro que admirabas.
Tengo
que destrozar
islas
que naufragaron
para
hallar la salida
que
nunca me enseñaste
o
volver a las sombras
para
tenerte siempre.
Ya
no queda consuelo
para
cubrir la herida;
fuiste
como los otros,
rompiste
mi delirio.
Ahora
ardo en la llama
de
tus ojos que hielan
como
si no pudieran
apagar
el rencor.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.