me deje en el instante de los rayos que mueren,
ni hablaré del calor perdido en los balcones
ni de la longitud de tus manos abiertas.
No podré ni llorar por lo que no comprendo
ni ofrecerte la llama que hierve por tu nombre;
sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
Me abraso en tu mirada de sueño adolescente
y guardo en la memoria rincones sensitivos,
no me puedo cubrir de aquella soledad
para volver a amarte como si hubieras muerto.
Esta ciudad que fue cuna de mi agonía,
hoy me lleva hasta el mar profundo de la queja;
se me nublan los ojos cuando escucho tu voz
que inunda el vaporoso gemido de los puertos.
(Publicado el 29 de Septiembre de 2011)