domingo, 2 de julio de 2017

Encuentro con Leonard Cohen - Famosa gabardina azul.

Ah, the last time we saw you looked so much older[i]
(Cohen – Famous blue raincoat)



     Yo que conocí la tortura que nos ofrecen ciertas bendiciones, confieso que nadie como Cohen en esta canción ha ilustrado lo que yo sentía en mis tormentas, sí, ahora confieso que torturé el vestido que llevaste por el mundo para olvidar[ii].                                     
       Hablar de Leonard Cohen para mí en estos días supone hacerlo del poeta al que he hecho un seguimiento más fragmentario[iii] y, sin embargo, intenso en los diez últimos años, este canadiense que nos habla de la decadencia, del deseo y del amor, de la agonía críptica del hombre y de la civilización occidental se ha asentado en mí y me ha invitado varias veces a que intente evitarle. Como todos los grandes conoce las debilidades y no se fía mucho de sí mismo ante ellas; suelen llevar un nombre de mujer. 
       Por esas cosas difíciles de explicar tuve desde el mismo día que salió al mercado su "Old ideas", me lo consiguió mi cuñada pues pensaba que también yo pertenecía, como él, al mundo de los tristes y solo lo escuché una vez si exceptuamos el amplio repaso que hizo de este disco en Madrid cuando fui a verlo.
Mi mujer no pudo hacerme un mejor regalo, se lamentaba de que no  había podido conseguir las entradas en primera fila, así que tuvimos que conformarnos con la segunda. Lo veía cerca, podía ver sus gestos aunque los progres que teníamos delante hicieron todo lo posible para estropearnos el ansiado encuentro.
Nunca olvidaré aquel concierto, duró casi cuatro horas con un descanso que había dicho que duraría quince minutos y no llegó a los doce, no me enteré mucho de lo que pasaba, me emocioné cuando le vi arrodillarse cuando cantaba Hallelujah, no podía creer que allí ante nosotros y envolviéndonos en una letanía bíblica, menos religiosa de lo que la gente piensa, estuviera un anciano de setenta y ocho años que nos decía que aún tenía que cumplir algún sueño, que se sentía feliz por estar en la patria de su poeta.
     Después de haber leído poemas suyos he llegado a la conclusión de que entre los mejores están aquellos que ha convertido en canciones. Había hecho sus pinitos en la música de adolescente pero la había aparcado para triunfar en la literatura, varios poemarios y dos novelas le convirtieron en el "enfant terrible" de las letras canadienses en lengua inglesa.
Su debut como cantante fue muy tardío, grabó su primer y, probablemente, mejor disco; Songs of Leonard Cohen en 1967 (era un material de años, que también inundó el siguiente y excelente disco), y cerró con inspiración ante la ilusión de un amor primero, ante el hecho de saber que la música podría proporcionarle el dinero y la fama que no le darían los libros por muchos que vendiera viviendo la literatura. Después tuvo claro que no perseguía lo uno ni la otra; su tercer disco no concedería nada a nadie, ni siquiera a él mismo, había consolidado su compromiso con el arte.
Desde entonces ha tenido dos caídas y tres resurrecciones, reinventarse es una de las facetas que mejor ha dominado, solo su poesía ha estado muy por encima de ello.
Hubiera dado mucho por escuchar en ese concierto "One of us cannot be wrong" (Uno de nosotros no puede estar equivocado) pero no se acordó de ella y evalué la dificultad que entrañaría escucharle alguna vez cantarla en un gran escenario o, mejor aún, en un pequeño bar, con Leonard Cohen nunca se sabe, aún pienso que me lo puedo encontrar en cualquier esquina.

(19 de diciembre de 2014)



Era un encuentro único, mágico, transparente,
con aquel anciano seductor y atractivo,
con un traje usado e impecable,
que llevaba tu sombrero y ofrecía la rosa
que quedó de tu primer advenimiento,
que decía que eras tú, y no te conocía
pues no recordó el camino hacia el hotel Chelsea,
ni entonó la derrota
del amante que sufre con el alma estremecida
y el corazón angustiado
cuando se adentra en los abismos del amor y la tortura,
ni dejó que un monstruo verde me llevara
a la hermosura terrible de su ventisca de celos,
se sentara a mi lado y aplaudiera mis caídas. 

(Octubre de 2012)





[i] La última vez que te vimos parecías mucho más viejo (Famosa gabardina azul).
[ii] And then I confess that I tortured the dress / that you wore for the world to look through
[iii] Ya sé que puede parecer un contrasentido, pero prefiero repasar lo ya leído que embarcarme en la aventura de leer un material nuevo para mí.

4 comentarios:

  1. Me ha emocionado tu entrada Francisco y el final del poema que le escribistes aquel día. Hace un año le escribí a un amigo algo así como que hoy es un día de oscuridad y los pájaros han dejado de cantar aunque mañana volverá a salir el sol en su memoria.
    Yo fuí al de Barcelona con mi mujer, en este caso, compré las entradas meses antes porque sabía que no dispondría de muchas oportunidades más para verlo. Ella me miraba de reojo antes del concierto porque me veía muy serio, después salió del Palau con lágrimas de emoción. Mi seriedad se debía a que quería estar totalmente concentrado para lo que iba a contemplar rodeado de algunos grupos de personas que parecían que iban a ver un espectáculo de circo.
    Nosotros estábamos lejos, al pricipio me arrepentí de haber elegido las filas de arriba, pero aún así pudimos sentir el alma de este señor de traje oscuro y sombrero que se arrodilló ante nosotros. Yo me sentí casi indigno de recibir tal gesto, con el tiempo comprendí que así es Cohen, no hay que darle más vueltas. Se le veía contento y feliz de estar en España, en Barcelona, y nos lo hizo llegar en varias ocasiones. Puedo decir que , hasta ahora, ha sido el mejor concierto al que he asistido en mi vida en todos los aspectos. Por supuesto incluyendo las conductas para bien o para mal que alberga una persona de tal magnitud. Muchas gracias Francisco por compartir esta entrada en un día como hoy. Él sigue vivo. Un fuerte abrazo.

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    1. Intenté decir algo, Juan Carlos, me lo dijo mi mujer al despertarme una mañana y volví a buscar la entrada que certificaba que alguna vez estuve allí mientras evocaba la isla donde conoció a Marianne con total certeza, donde, probablemente, la perdió. Me hubiera gustado estar inspirado y encontrar las palabras que expresaran mi desconcierto en una oración que hablara de los hombres sin destino a los que cantaba. Sabía que ya no podría cruzar unas palabras con él ni preguntarle por Lorca mientras le leía “Alma ausente”, ni pedirle que cantara “Uno de los dos no puede estar equivocado” una última vez para mí como si fuera ese joven amigo que llena Fuencarral con su sonrisa a pesar de su grito de rabia contra la injusticia. Pero no me sentí tan triste, hacía años que había comprendido que nunca moriría, que ya había hecho suficientes méritos para burlarse con ternura del enfado permanente de la Parca, si hablaba tanto de la muerte es porque creía en la vida.

      El tiempo pasa rápido, me acuerdo del concierto, cinco años y sé que estuve allí, en el Palacio de los Deportes que había cambiado de nombre, acompañado por mi mujer, que compartimos un buen tiempo con personas de quienes, acaso, no llegué a saber cómo se llamaban pero recuerdo que les brillaban los ojos cuando hablaban de él y volvían a edificar algunos de sus monumentos, que estuve en una nube y hubo momentos que no supe distinguir una canción de otra, ya sé que parecerá extraño, ya sabía que, según mi costumbre, iría recuperando toda la información según fuera pasando el tiempo y los recuerdos se convirtieran en leyenda. Era igual, estaba allí, a priori pensaba que setenta y ocho años eran demasiados para soportar el desgaste de las giras, apenas unos minutos y ya me había dado cuenta de que el hombre que alguna vez tuvo un ataque de pánico sobre el escenario había hecho un pacto secreto con él, que se desenvolvía con soltura entre la gente que había elegido que le acompañaran en la última etapa de su viaje, que iba de un lugar a otro dándole gracias a la vida.

      Aún tenía muchas cosas que contar y lo hizo, aunque tuvo alguna mala racha, se mantuvo siempre con un nivel de creatividad alto cuando no excelso. Hay quien habla con orgullo de sus últimas canciones, un epílogo digno de uno de los mejores poetas de nuestro tiempo.

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  2. Como conductas me refiero a los que alzan sus cámaras durante todo un concierto para grabarlo, haciendo más difícil a los que están detrás el poder disfrutarlo. Nunca lo entenderé.

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    1. Hay una línea clara entre vivir el momento o guardarlo. Te comprendo, Juan Carlos, eres un sentimental y no querías perder el poder evocador de un solo gesto, estamos faltos de ese tipo de personas que, como tú, no quieren salir en la foto porque recuerdan que algo de ellos permanecerá siempre allí.

      Gracias, Juan Carlos, haces que me sienta cómodo,estamos juntos en el mundo encantador e inefable de la música.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.