Llorad, y no paréis ¡Oh, Gracias y
Cupidos!,
como suelen hacerlo los hombres más
sensibles.
Ha muerto el gorrión orgullo de mi amada,
su preciado tesoro era ese pajarillo,
el mismo al que quería más que a sus
propios ojos;
era como la miel, volaba hacia su
dueña
como una niña corre de su madre al encuentro
y nunca se apartaba del regazo que adoro,
y saltando, y brincando a su
alrededor piaba
por llenarla de gozo sin pausa ni
tristeza.
Surca ahora una ruta terrible de
tinieblas,
busca el lugar sombrío de donde nadie
vuelve.
¡Oh, maldita y perversa oscuridad del
Orco
que marchitas y extingues todo lo que es hermoso;
me arrancaste el gorrión que su pecho alegraba!
¡Oh, perversa fortuna, pajarillo
perdido!
Ahora, por tu culpa, los ojos de mi
niña
enrojecen sin tregua hinchados por el
llanto.
Sensibilidad y ternura en un tiempo donde ninguna de las dos eran bien vistas.
ResponderEliminarHay algo que llevaremos siempre con nosotros, Joaquín. Los años, cada vez más lejanos, de la Transición, nos dejaron un amor sincero por el arte.
ResponderEliminarAhí quedaron los libros, las películas, los discos en los que seguimos apoyándonos en nuestras búsquedas sentidas. Quizás duerman en estos días para una gente que no los ama porque no quiere conocerlos.
Como tú me demuestras, escribir poesía es un compromiso irrenunciable con nosotros mismos. Hemos de hacerlo por más que nos ladre el hombre que no ha querido salir de las cavernas.
Un abrazo.