Vienes
a mí sin haberte buscado
sobre
la vista de una avenida
donde
muere cada noche un árbol solitario
y
las adelfas expanden su tristeza
y
su veneno
sobre
borrachos ilustres
que
cantan el rey
bajo
la luz de una farola enamorada.
Dejé
la rabia de un amor que me mordía
con
el cuerpo traspasado
por
la rosa de los mártires,
por
una juventud
desgarrada
por un pacto no firmado,
lastrada
por una sensibilidad que me hacía llorar
cuando
vivían los cementerios
y
los viejos morían asomados a su ventana.
Me
decían que era débil,
que
no podría remar contra el levante
en
un mar que estaba roto pero al que yo amaba
al
recordar la brisa del verano
y los
nombres que no volverían a sentarse en la mesa,
la
soledad de un padre huérfano
que
necesita ser querido y apenas sabe hablar,
escapa de casa cada día
y
por la noche se enfrenta con su destino en la mar.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.