sábado, 15 de julio de 2017

Aún me veo pobre y joven.


Se agradece tu comparación, Susi y viniendo de una persona de una complejidad analítica nada complaciente aún más[i], pero como bien observas, ni soy joven, ni comparto los motivos del desaire de esa generación, aunque como persona esté de acuerdo en sus más importante posicionamientos; su mirada hacia la vida dura en los barrios obreros[ii], su denuncia de la hipocresía de la clase media acomodada e indiferente hacia los desfavorecidos y la decadencia moral de las clases altas que, en buena parte, no sabía si aplaudir a Hitler mientras bombardeaba Londres o Liverpool.

En mi ciudad apenas se nota la crisis, al igual que no se notaron los años de bonanza, aquí todo irá siempre mal y el sentimiento de culpa que ha sustituido al racismo inconsciente que glosaba la gloria civilizadora del hombre europeo es tan ineficaz e injusto como esto último, la diferencia más apreciable es que el sufrimiento ya no va en una sola dirección, y los recién llegados imponen su modelo de vida en el que no tienen cabida palabras para nosotros fundamentales, empezando por la duda.

         Yo te hablaría de un, aparentemente, sencillo poema que escribió Pasolini en 1974, precisamente cuando tenía la edad que yo tengo ahora, en el que además de reafirmar su nunca negado complejo de Edipo y la repulsa hacia la falta de conciencia de los burgueses, acude a la juventud como fuente infinita de pureza; 

Nada ha cambiado
me veo todavía pobre
y joven, y amo sólo a aquellos
como yo. Los burgueses
tienen un cuerpo maldito[iii].

Ahí precisamente me sitúo, cuando mis padres disfrutaban de un bienestar que nunca habían conocido se sorprendían al encontrar envidias donde había habido solidaridad, una palabra que se ejercía a diario en los barrios pescadores aunque casi nadie supiera definirla.

Mis padres habían decidido que yo siguiera siendo pobre rodeado de su bienestar. Mi madre, a fuerza de promesas, empezó a ir a la iglesia todos los días y ejercía la caridad con quienes no la entendían por tener otras reglas en su ámbito socio–cultural.

Ahora tengo  tiempo pero me falta la paz, 
queriendo huir de mí mismo voy de un sitio a otro 
sin aprehender nada nuevo en el camino, 
sin escribir los versos que recuerden 
mi paso por este marco que hierve en una memoria 
que ya no será mía, 
ya no persigo hallarlos en los pétalos marchitos de mi alma 
ni prendidos al viento que muere con la tarde[iv].
 
Era un momento duro para encontrar trabajo entre los jóvenes sin formación, qué casualidad como ahora. Quizás porque todo lo recuerdo sé que el acomodamiento no nos debe cegar, no debemos señalar a quienes se quedan en fuera de juego, no debemos pensar que una persona que habla, mal que bien, nuestra lengua, pueda entendernos. Yo era pobre y joven, hijo de un hombre cuya cartera era famosa en el bar de la Lonja.

No tenía formación, los libros que ansiaba se me habían negado, y aún miraba al hombre de la mar que había sido libre, cada vez más sometido a la tiranía irracional de las buenas costumbres, cada vez más embriagado por el olor del dinero, zozobrando en un mundo desconocido cuanto más lejos estuvieran los peligros del naufragio[v].

26 de enero de 2012.


[i] Sé que no nos volveremos a encontrar, casi con seguridad, y que habrá sido culpa mía. He echado de menos aquella correspondencia, me hacía bien lo que me decías, era diferente, original, propiciaba el examen de conciencia, buscar a un poeta distinto entre los matojos que brotan en las aceras.
[ii] Aunque mis quejas no se suelen inscribir en el plano de lo social[ii], aunque me importe
[iii] ( Pier Paolo Pasolini – Traducción: Delfina Muschietti).
[iv] Paráfrasis del poema “Al príncipe” de Pasolini – Francisco Enrique León – 16 de mayo de 2015.
[v] 12 de diciembre de 1948.e 2015.

4 comentarios:

  1. Ayer estuve leyendo Análisis tardío y todavía retumban algunos versos en mi cabeza.
    Probablemente necesite más tiempo de lo normal para captar la esencia de cada poema, con algunos tuyos me ocurre lo mismo. Pero intento no desanimarme porque soy más bien tozudito y un poco plasta.
    Me vienen de todos lados mensajes sobre la "excelencia" en la poesía de algunos foros pero tampoco entiendo muy bien de qué trata.

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    1. Ya me había dado cuenta antes de leer este poema que Pasolini era un poeta distinto, me preguntaron alguna vez por qué me lo parecía y dije, sin reflexionar apenas, que él partía desde un punto al que la mayoría de los poetas ni siquiera llega. Pero después de leer “Análisis tardío” sentí que me encontraba ante uno de los grandes poemas de mi vida, es raro que lo esquive cada vez que lo tengo delante de mis ojos, deja poco lugar a las interpretaciones pero encuentro diferentes estados de ánimo con los que encarar ese caudal confesional con el que el poeta nos desborda sin concesiones; la inevitable derrota ante los envites de la vida, el cansancio de clamar contra la miseria de la soledad que nos acaba entregando entre los labios de la rutina, nuestra indefensión ante la realidad que nos arrastra.

      Supongo, Juan Carlos, que el problema en los foros es que se coloca el listón casi a ras del suelo al evaluar la calidad de los poemas, que una palabra que debería utilizarse muy poco se emplea con prodigalidad hasta el punto de calificar como excelentes a poemas que ni siquiera son buenos.

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  2. En El día de mi muerte parece que Pasolini sabía que iba a morir. Estremece.

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  3. Hubiera querido dar la vida por todo
    el mundo desconocido.
    (Pasolini – El día de mi muerte – 1974)
    (Traducción – Delfina Muschietti)

    El poema lo escribió en 1954 en el dialecto friulano, siendo publicada simultáneamente su traducción al italiano, ya por entonces dialogaba con la muerte, ya había tenido polémicas que lo situaban en el punto de mira de sectores sociales, de partidos políticos.

    En 1974, un año antes de su muerte, hizo una nueva versión que difiere de la primera en puntos importantes; seguirá viéndose joven pero considerará perdida la juventud. En ella vuelve a jugar nuevamente un papel relevante el mártir al que adoraba siendo niño, con un cierto sabor romántico de una pasión contenida que ofrenda a la vida la belleza de un cuerpo inerte abandonado al sol entre las hojas cambiantes de los tilos mientras los niños corren por las aceras.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.