el dolor que rondaba la paloma encendida
flotando en el aceite de tu abuela olvidada.
***
II
Recuerdo del Naufragio
Y yo sentí un amargo desconsuelo
al pensar que ya nunca las tres hijas
nos dirían adiós con el pañuelo... "
(José del Río)
1
Como el barco que zarpa con un lobo en el puente
quieres rezar la salve en un manto de tejas
y buscar tiernas calas en las faldas del Hacho
para adornar las punta de su ruta perdida
para romper los sueños que duermen en la espuma,
en la estela de mármol que detiene su pulso
y forja sus cadenas
en la zarza transida que crepita en el duelo
de las ramas de luto que cuelgan de tus brazos,
en la copla que pena en el pozo sombrío
de la Almadraba oculta del converso,
en la risa que llora y se adentra en la playa
de la higuera silvestre que siente los latidos
de los contrabandistas que tiemblan en las rocas
y no escuchan el rostro que te lleva
a los prados desiertos donde vive la muerte.
2
Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso triste de la frontera
y extienden sus cortinas
nublando el cementerio de los montes
y la promesa verde guardada en el olvido,
en los ojos velados que surcan la mezquita
y no miran la infancia que salta en los estanques,
vela en la madriguera del recuerdo
y vibra en el arroyo que agoniza en las cañas,
que cumple su destino
y no vuelve al colegio de rejas rodeado
que rompía las alas
de un remo tabernario dentro de una botella.
3
Siento, en el alma siento
el amor y la muerte
en la misma sonrisa,
en la misma mirada.
Cuando llega la noche, entre los eucaliptos
que guardan la colina, gimen mustios los ojos,
derraman en tu lápida encalada
los trémulos cristales tapiados de la ausencia
entre los yertos muros
de un árbol mortecino que ya no tiene amor
ni un ruiseñor callado,
ni un nombre en las entrañas de un escrito
y rumia en el asfalto las sábanas del viento.
Te llevará la mano transida de la sombra
que promulga en el lecho la flor de tu condena
entre los gatos negros que murmuran la sangre,
el tormento de garras y aullidos en la vía
del tren de tus mayores que nunca ha regresado.
***
He roto los espejos
He roto los espejos que rezan al pasado
en la alcoba que tiembla en el aire dolido
que muerde la querida remembranza
de una lágrima densa que cae en tu mirar
y el canto de tus manos
que busca en tu desierto la multitud que espera
la sed de la garganta
herida en las caricias que arrastran los vestigios
de la larga cadena que tus brazos forjaron.
La cortina rendida en los escaparates
suspira en tu mirada
con un verso extraviado que sufre los agravios
del pensamiento lógico que perdió la razón
y siente tu latido en la espesura
cuando llega la noche profunda de tu ausencia
a los pétalos negros de mi bosque asustado.
He roto la añoranza de un mundo malogrado
que no quiso quererme en su vacuo latido
ni que yo lo quisiera;
ya no soy quien pasó con la luz en la frente,
quien escribe un poema en los labios del viento.
***
III
Quizás prosiga hablando de lugares perdidos,
de sombras que perduran en un temblor sin alba,
de rostros que pasaron bajo la luna errante,
de amor que no fue amor pero me hiela el alma.
(Quizás prosiga triste)
En nombre de la muerte las sombras te llamaban,
querían hacerte oscura
para apagar tus ojos y enamorarte del silencio
en la noche de los tristes que pierde su latido
y sin pausa se alarga en el fulgor oscuro
que agoniza en la cruz de la capilla de tus brazos.
Hay que apartar de tu hábito los sueños,
esconder tu figura en el rostro del sudario
que tiembla en las orillas de unos muros sin ventanas
para no ver las alas de la muerte que llega
con tijeras en su olvido yermo y descarnado,
con sus deseos de negra luna que se agrieta
en la frontera del sueño que se hunde en las higueras,
del recuerdo que ha quedado en las ruinas del arroyo,
de la fuente que canta y ya no hiere,
y le diga a los vientos quién fuiste,
en qué escalón olvidaste los libros con tu firma,
el vientre del fracaso,
qué tren perdiste en la Vía, acaso, sin saberlo
y no paró en tu estación de espera nunca más.
Nunca más volará la mariposa sobre tu falda abierta
ni correrán los perros de la tarde
para lamer tu huella de caricias
y los escombros
que aún mueven las cortinas del cuarto que te busca,
del alba que te llama.
En nombre de la muerte y entre los árboles de tu infancia,
y el pozo insondable donde cayó la noche más lúgubre
de tu canto herido,
tiernas flores silvestres despliegan tus llagas en el viento.