Soy feliz,
soy un hombre feliz,
y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad.
soy un hombre feliz,
y quiero que me perdonen
por este día
los muertos de mi felicidad.
A Roberto, ahora, que definitivamente
todo se ha perdido, sé que me lo agradecerá, lo hago con el corazón que tantas
veces me abandona. Si hubo un día que no soportaba siquiera escuchar unos
acordes de sus canciones era porque hubo un tiempo de amor que tuvo la melodía
de esa brisa poética que dulcemente hiere y no se olvida nunca.
Le tengo rabia a
Silvio Rodríguez, escribe como Bécquer, toca la guitarra como un virtuoso que
solo se dedica a ella como si fuera una amante licenciosa que siempre le pide
más, canta con la cadencia desesperada de un ángel caído en el amor y en la fe,
se concentra tanto cuando lo hace en directo que solo el alboroto que arman sus
incondicionales nos recuerda que no asistimos. por la limpieza de la ejecución,
a una grabación en estudio, además, si me apuran, en sus buenos tiempos, era
hasta resultón con ese aire ensoñador de quien nunca se quita la máscara de
artista de la calle.
Seguiría
hablando de esta maravillosa canción, aquí dicho con toda propiedad y
quedándome muy corto, pero la inspiración se me fue esta tarde y aún no
ha vuelto. Esperaré, no quiero empañar ni un solo acorde, ni siquiera el verso
menos afortunado.
Para terminar diré
que no comprendo el apego del gran Silvio a la supuesta revolución cubana. Me
llevé una gran alegría cuando el gran Pablo nos dijo que había sido la gran
mentira de su vida. Silvio sigue ahí alimentándose de sus cuentos y escuchando
las grabaciones de los discursos infinitos de Fidel, algún defecto tenía que
tener, acabó sordo como una carta de amor que no encontró unos labios y no lo
sabía.
(6 de enero de 2014)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.